“Dicen que en sus páginas hay mucho Gumucio y poco Parra”, me dice Rafael Gumucio por WhatsApp, al comenzar a hablar de su biografía oblicua Nicanor Parra, rey y mendigo. Y agrega: “No estoy de acuerdo, pero bueno”. Y es verdad: no es la primera vez que acusan a Gumucio de centrar egocéntricamente sus libros alrededor de él. La crítica, y los académicos, lo han hecho básicamente desde que publicó su insuperable primer libro Memorias prematuras, donde narra el exilio de sus padres en Francia, la preadolescencia durante la dictadura de Pinochet y la adolescencia y adultez prematura durante la democracia noventera en Chile.
Hoy Gumucio vive en Santiago, da clases en la Universidad Diego Portales, pero pasa el mayor tiempo posible en Nueva York donde viven sus hijas. Esos viajes a Nueva York, además, le han servido para su nuevo proyecto literario. Uno que cuenta en esta conversación, donde además habla de su biografía sobre el antipoeta chileno Nicanor Parra, la cual tiene versiones distintas: una en España con Penguin y otra en Chile con la editorial de la Universidad Diego Portales.
“Terminé el borrador. Está en proceso de edición”, dice justamente respecto a su próximo libro: una biografía, también al estilo “Gumucio”, sobre el artista Roberto Matta. “Es una historia de su vida en Nueva York en los años 40. No es una biografía oral sino una historia más convencional, aunque también salta a todas partes, hacia la historia del arte, la de su hijo Gordon Matta Clark, la de la relación entre Europa y Estados Unidos y hacia mi propia relación con Nueva York. En ese sentido, sigue el método que hice con Parra, pero se basa más en el libro y mucho menos en las conversaciones. En todo caso, debo confesar que la pasé muy bien escribiéndolo”.
Antonio Díaz Oliva: Matta y Parra se parecen un poco, ¿no? Tiene sentido que escribas sobre uno y ahora explores la vida del otro.
Rafael Gumucio: Bueno, básicamente se llaman igual. Son las mismas vocales con una consonante repetida entre el medio y dos iniciales distintas. Sus dos apellidos tienen resonancias agropecuarias. Una mata y una parra. Les hicieron una serie de grabados donde Parra le agregaba unas frases a un “aguafuerte” a Matta. Había cierta admiración mutua, aunque se conocieron tarde (Matta era más cercano a Gonzalo Rojas), pero sobre todo hay un humor en común, una enorme “capacidad negativa” en los dos. La capacidad negativa que es, como diría Parra (siguiendo a Keats), entender la contradicción sin conflicto. Es decir, levantar todas las banderas y ser como un Shakespeare comunista y de derecha, ecologista y carnívoro, cristiano y ateo. Todo al mismo tiempo, comprendiendo en todos los contrarios la misma base. Eso en ambos casos se expresaba en un desquiciamiento del lenguaje a través del humor, una forma de reformular la lógica de las cosas hasta quebrar sus límites aparentes en la búsqueda, en ambos casos de volver a ver el verbo ver.
A.D.O.: ¿Por qué un epígrafe de Neruda para abrir un libro sobre Nicanor Parra?, ¿se trata de una provocación?
R.G.: Claro, era una evidente provocación. Sabía que si Parra estuviera vivo esto le molestaría muchísimo, aunque también lo entendería. Sabría de entrada que esa biografía era un juego y una provocación, un debate con su sombra. Era también el reconocimiento de una verdad indesmentible: en gran parte Parra se construyó en torno a Neruda. Primero como miembro de su grupo más cercano, luego como un contradictor cómplice y luego como una especie de anti-Neruda. La presencia de Neruda estuvo en todas las fases de su vida y su obra esencial. Pocos sabían como él la importancia real de Neruda, su valor como creador de la nueva retórica latinoamericana. Pero más allá de la poesía de Neruda, que apreciaba como nadie, Neruda era el creador de una forma de ser poeta que se convirtió en Chile en “la forma” de ser poeta. Parra es la otra forma, la forma contraria, pero un contrario que sólo se entiende plenamente desde Neruda. Aunque Neruda también se puede leer desde Parra, porque es evidente que desde Estravagario e incluso las Oda elementales está Parra en su cabeza, o está la conciencia de las preguntas que Parra dejó flotando en el aire. El poema que puse en el epígrafe prueba eso, que Neruda no sólo había leído a Parra, sino que lo había comprendido como pocos. Que la cómplice rivalidad entre los dos era total y mutua.
A.D.O.: De alguna manera hay dos ediciones de este libro; el corte chileno que tuvo la edición de Leila Guerriero y el “director’s cut”, que es la edición española, donde no viene Leila en la portada. ¿Qué sucedió entre una versión y la otra?, ¿y por qué cambiar el libro?
R.G.: Pasó un año entre una versión y otra. Era el año de la muerte de Parra, que reveló mucha información oculta o esparcida y salió bruscamente a la luz. Quise poner esa nueva información en el libro y corregir muchas que estaban equivocadas o eran imprecisas y que se quedaron en la versión original. Escribí la primera versión, bajo la edición y cuidado de Leila, presionado por querer ser el primero en escribir una biografía que (imaginaba) todos querían escribir (no la ha hecho, para mi sorpresa, nadie). Estaba por lo demás bajo el choque de su muerte y de su entierro en un estado de paranoia y frenesí completo. Tenía la impresión de que mi tarea era enorme y única y que tenía que hacer justicia y vengarme. Eso creo que me dio la energía necesaria para terminar el libro, pero sentí que a la hora de volver a editarlo podía hacerlo con más libertad, como improvisando de manera jazzística sobre mi propio texto. Sentí que podía ser más libre y abordar el libro más como una novela (lo publicaría el sello Literatura Random House de Penguin, o sea, una editorial de novelas y cuentos). Es lo que hice, lo convertí en algo más sincopado, más apurado aún, más libre, creo, quizás demasiado libre. Fue sin duda un placer escribir dos veces mi mismo libro. Me gustan, por razones distintas, los dos.
A.D.O.: ¿Es una biografía oblicua?, ¿es una anti-biografía? Me imagino que para escribir sobre la vida de un anti-poeta hay que usar un anti-género.
R.G.: Ese fue el centro del problema: ¿cómo escribir la biografía de alguien que desprecia las biografías? ¿Cómo hacer una prosa normal, de sujeto y predicado, de anécdota y cronología, de alguien que se había opuesto toda la vida a todas esas cosas? La solución habría sido usar su método y hacer antipoesía yo también. Podría haber abordado el tema como él lo hace con Huidobro y Luis Oyarzún en los Discursos de sobremesa, a través de digresiones, chistes, discursos, citas y reflexiones en versos blancos de 11 sílabas. Pero hacer eso habría sido ser una mala imitación de Parra. Preferí tomar parte de su método y saltar de una cosa a la otra, mezclar reflexión crítica, recuerdos, pedazos novelados, y centrarme al modo de Shakespeare en la voz del personaje, en su manera de contarse, en su manera de entenderse en el lenguaje, de relacionarse con él. En cierto sentido entre la posibilidad de escribir una biografía canónica y hacer una parriana, tomé una solución intermedia: hacer una biografía de Parra desde mi yo, desde mi forma de pensar y escribir poniéndole en diálogo y tensión con el propio Parra. De alguna forma esto es el libro, Parra debatiendo contra mi forma de contar su vida. Una forma de responder una típica pregunta de Parra: ¿se puede decir yo? Y se puede, a condición de que el yo sea también un tú.
A.D.O.: Una de las veces que estuve con Parra fue cuando lo llevaste a la Universidad Diego Portales. Creo que en el año 2006, para tu taller sobre el humor. ¿Cómo era estar con Parra solo?, ¿llevarlo a conocer alumnos? Igual creo que, aquella vez en la UDP, la Colombina, su hija, estaba de chaperona.
R.G.: Era un personaje difícil, lleno de manías, siempre inesperado, siempre socarrón, pero al mismo tiempo cariñoso y civil. Quiero decir que en el viejo genio y a veces mal genio habitaba un profesor de la Universidad de Chile que comprendía a la perfección las obligaciones de la vida práctica y con quien se podía hablar en ese plano. Es decir, generalmente era un genio que pensaba siempre al revés pero también alguien que compraba y vendía casas, que manejaba su propio auto y sabía dónde estaban sus cosas. Eso hacía posible llegar a acuerdos con él en cosas concretas. Era difícil comprometerlo para ir a dar clases a la UDP como lo viste, pero una vez comprometido era bastante probable que llegara. Cuando lo hizo me mostró la corbata verde que usaba y me dijo “¿académico, cierto?”, que era una forma de decirme que esto lo tomaba como parte de sus deberes en la UDP. Es decir, una forma de decirme que comprendía mi tarea y función ahí, que era la misma que cumplió por más de cincuenta años en el ex Pedagógico y en el Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile.
A.D.O.: Neruda, De Rokha, Parra, Donoso, Bolaño, Diamela Eltit… Chile es muy de anclarse alrededor de una sola figura literaria. Y me parece que Parra era consciente de eso. De hecho, tu libro es casi más sobre el clan Parra (Matías Rivas, Alejandro Zambra, Patricio Fernández) que de Parra en sí mismo, ¿no?
R.G.: Parra me enseñó que la literatura es el menos solitario de los oficios. Es decir, que un escritor escribe rodeado de sus lectores, críticos, amigos y competidores y eso tiene mucho que ver con la calidad o no de lo que escribe. Esto que puede parecer trágico para los amantes del poeta romántico solo en su habitación, a mí me pareció una fiesta. Que la literatura no sea la obra de un individuo iluminado sino fruto de un diálogo con el mundo, es algo que me parece que engrandece la literatura misma.
A.D.O.: De hecho, este libro es, también, una historia de la poesía chilena del siglo pasado.
R.G.: Sí. Una poesía, la chilena, que tiene una cuota de genios y personajes singulares muy por sobre el promedio. Una poesía que se relaciona de tú a tú con la vanguardia del siglo e inventa una nueva manera de nombrar a los sujetos latinoamericanos que darán nacimiento al Boom. Me pareció que Parra era perfecto para contar todo eso que vio y protagonizó.
A.D.O.: “Una frase bastaba para justificar tu entrada en su reino”, como dices en este libro. “Tenía conciencia total de su egocentrismo”. Cuéntame de esa conciencia parriana total de su ego. En tu libro la exploras.
R.G.: Era la parte más gentil de él. Tenía conciencia total de su egocentrismo, lo que lo hacía menos egocéntrico de lo que parecía. Es decir, que para él existía el otro. Lo necesitaba para poder ejercer sobre ese otro sus poderes de seducción, pero lo necesitaba también para extraer información, energía, ideas o simplemente para no estar solo y reírse un rato. En ese sentido era un ególatra social, como algunas personas son alcohólicos sociales. Era egocéntrico en compañía, un egocéntrico que escuchaba (por eso su progresiva sordera fue trágica para él). Parra pensaba mucho en él mismo, pero él también era la Violeta, su hermano Roberto Bolaño, Shakespeare y el Rey Lear y las más diversas personas que lo visitaban. Así, conocer a Parra era conocer un mundo. Su egocentrismo habría puertas en vez de cerrarlas. Se le agradece.
A.D.O.: Un año antes de morir, visitaste a Parra por última vez y te llamó “Bernardo”. “Supe que ese era el final de algo”, anotas. Cuéntame un poco más de ese momento. Para entonces muchos pensábamos que Parra era algo eterno, como el paisaje chileno.
R.G.: Sí, creo que mi libro tiene entre otros temas, el tema de cómo muere un inmortal. Es también el tema de otro de mis libros Mi abuela Marta Rivas. Cómo se muere alguien que ha vivido toda su vida como si la muerte no existiera. Alguien que ha sobrevivido a todo, alguien que sobre todo ha usado esa herramienta de inmortalidad que se llama literatura toda su vida. ¿De qué se muere el dueño de las palabras que no mueren? ¿Si mueren los escritores, o en el caso de mi abuela, los lectores, muere también la literatura? ¿Hasta qué punto la alianza entre literatura e inmortalidad es segura y confiable si el cuerpo y sobre todo en estos dos casos la mente empieza a fallar? Con Parra, como con mi abuela, cuento mi incapacidad de soportar esa abdicación, mi temor ante la pérdida de la memoria ajena que es el temor a ser olvidado para siempre.
A.D.O.: Hacia el final describe el ambiente que reinaba el 25 de enero en Las Cruces: “El entierro de un energúmeno donde todos se miran feo, se pelean, rivalizan, no saben qué hacer”. Muy chileno, ¿no? Un anti-funeral. Mientras que el funeral de Neruda, pienso, fue un lugar de encuentro en medio de una dictadura, el de Parra fue un lugar de desencuentro en medio de una democracia.
R.G.: Fue una escena a la altura de Nicanor, que siempre fue un gran saboteador de todo lo solemne. Pienso ahora que la escenificó perfectamente y que todos los poderes que fue repartiendo y esparciendo tenían como motivo crear ese escándalo. De alguna forma también fue, como Neruda, el entierro de una época. En el caso de Parra el entierro de los años de la transición, de su prosperidad, de su eclecticismo (había realmente de todo en el entierro), de su confusión, de su fiesta, de sus consensos y de su delirio. Muy poco después vino el estallido social que hace imposible hoy un entierro como aquel. Con la muerte de Parra se acabó la fase feliz de la posmodernidad chilena. Y luego empezó su fase trágica.
A.D.O.: Finalicemos con eso mismo, hablemos un poco de la literatura chilena post Nicanor Parra. No sé cómo lo ves tú, pero creo que desde este reduccionista artículo de El País, se instauró la idea de que, para conseguir el beneplácito de la academia y de medios “extranjeros”, hay que seguir un solo modelo; escribir sobre la dictadura siguiendo un solo parámetro, aquel que la academia demarcó en torno a la frase “La literatura de los hijos”. Si ese tipo de literatura, pese a que sigue siendo premiada en el extranjero, de a poco va quedando en el pasado, ¿qué viene ahora?, ¿has leído algo que escape al realismo/socio/progresista? En otras palabras: ¿tiene futuro la literatura chilena?
R.G.: Creo que estamos pasando por un momento particularmente poco fértil. Siento que las “convicciones”, la gremialización de los escritores, el miedo a la “funa” o la incomprensión ha debilitado hasta el máximo esa “capacidad negativa” de la que te hablaba antes. No hay literatura sin paradojas. No hay literatura sin preguntas. No hay literatura sin incomodidad. No hay literatura sin contradicción. Todo eso, ante el miedo a sobresalir, es imposible. Las personas con convicciones feministas, veganas, disidencias sexogenéricas, convicciones que me temo no son siquiera sinceras, no pueden más que escribir manifiestos. Pero ni siquiera eso escriben. Hace algunos años dejé una de mis habituales cagadas hablando mal de la literatura de clase media que se siente complacida en su propia clase. Creo que fui violento y poco sutil, pero tenía razón. A la postre, esa literatura cómoda en sí misma, esa masturbación “ñuñoína” ha llevado a la parálisis literaria a las cabezas más dotadas de la literatura. Algunas de ellas se han decantado a géneros más interesantes como pueden ser las sesiones de Only Fans o los memes literarios en Instagram.