Albalucía Ángel nació en Pereira en 1939 y publica novelas y cuentos desde 1970. Es una de las grandes narradoras colombianas, pero su obra circuló muy poco durante mucho tiempo, olvidada por las editoriales y borrada de la escena literaria. Los lectores locales hemos redescubierto su obra en las últimas dos décadas gracias al trabajo hecho por investigadoras y lectoras que nunca dejaron de hablar de Albalucía en contextos académicos.
Los artículos que se incluyen en este dossier intentan descifrar la escritura de Albalucía Ángel desde distintas perspectivas. El retrato que compone Alejandra Jaramillo dibuja la trayectoria de Albalucía en sus migraciones constantes hacia otros lugares y otros mundos: de Pereira a Bogotá, de Colombia a Roma, luego a España, a Francia, a Chile, y así a destinos cada vez más variados e impredecibles que señalan a su vez itinerarios de escritura distintos y transformaciones permanentes en su relación con la escena literaria. Esta semblanza sirve de complemento ideal a la entrevista consignada bajo el título “Albalucía en sus propias palabras”, en la que escritora comenta el vínculo con los escritores del Boom (que nunca acaban de reconocerla como su colega) y ofrece a los lectores algunos vistazos a la trasescena de la escritura de libros como Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón (1975) o Girasoles en invierno (1970). Ambos textos del dossier son fundamentales, además, porque muestran el olvido en el que cayeron los libros de Albalucía en Colombia durante varias décadas y que, solo de manera parcial, ha empezado saldarse en los años recientes gracias a la iniciativa de editoriales independientes y los esfuerzos sostenidos de profesoras y escritoras.
Aleyda Gutiérrez, por su parte, se detiene en la mirada compleja y múltiple que Albalucía construye en los libros aparecidos entre 1970 y 1984. El artículo logra sintetizar con precisión los pactos narrativos de ese primer conjunto de obras que se define por una experimentación intensa con la escritura fragmentaria y la búsqueda de voces narrativas horizontales (sin jerarquía clara entre ellas) que disuelvan órdenes tradicionales. La ensayista, en este caso, busca enfatizar cómo estas características formales en realidad pretenden indagar y hacer presente la voz del pensamiento.
Por otro lado, Manuel Alejandro Briceño se lanza de manera audaz a leer Los cuadernos de Arathía Maitreya (1984-2002), obra que no ha sido publicada en su totalidad aún, y en el que el cruce entre literatura y mística constituye un tema explícito. El autor propone una lectura en la que la noción de mística permite leer la escritura toda de Albalucía menos como ruptura (entre lo publicado y lo que está por publicarse) y más como una continuidad: como la profundización de una búsqueda de un “tono prístino” que ya estaba en las novelas iniciales.
Por último, Jineth Ardila se concentra en el que quizá sea el texto más leído de Albalucía, Estaba la pájara pinta…, y arriesga una interpretación de la estructura (caótica y exigente) basada en la rueda del Samsara, una referencia tomada de tradiciones filosóficas de la India y que se menciona como al descuido en la novela. La ensayista muestra cómo esta referencia constituye una clave fundamental para descifrar el enigma narrativo que construye Albalucía.
Esperamos que la lectura del dossier sirva de entrada al mundo narrativo de Albalucía Ángel. Creo, además, que una prueba contundente de la vigencia de su escritura es la manera en la que esta cautiva a los colaboradores del número. La capacidad de disentir e indagar sobre la experiencia cotidiana, la renovación del asombro y la intensidad de la mirada son denominadores comunes del dossier y de lo que la obra de Albalucía provoca en sus lectores.