El fuego de la sombra
La casa en cierta medida como un sepulcro
y todos los muertos sentados a la mesa,
las cucharas lentas por el peso del mundo,
la comida antes de alimentar la tierra.
Pronto vendrá la noche sin dejar que llegue la tarde,
y la violencia del viento me hará pensar
en canciones podridas que hablaban de Cristo.
La mesa vacía me revelará otro tiempo.
Tendré todo lo que amo para nombrarlo.
Gerarda Rosas
† 26 – 07 – 1995
Veo que el sol
baja sangrando a la cabeza de mi madre
y su cabeza es un patio
y la cabeza ensangrentada del sur.
La mañana saluda con su mano recién desenterrada
mi madre, con el sombrero mojado del alba.
En la cocina, la ventana despedaza el horizonte.
Yo hija amada mordisqueo un mendrugo
yo hija abandono la cabeza de mi madre.
Me desconcierta el vuelo veloz de una mosca
La mañana saluda con la mano de mi madre
recién enterrada
renaciendo.
Dos mujeres cercadas por el atardecer
I
—Oh dios, levanta mi cabeza sumergida en este ancho caminar de los abismos. Demonios me han vencido, me han traído su correa de lamento, de fuego alimentado con sangre, hecho pálido desvelo en la llama de una promesa impura, escondida como ando y temblando, entre los árboles, escondiendo mi pecho sediento. Y le doy agua con su boca de mañana, y le doy de comer con su mano escondida en lo hondo de las hojas, en la suya madera húmeda del bosque que recibe mi mancha como una hora de crepúsculo en su guante enrojecido, en mi boca enrojecida, con las paredes echando aire por hablar sin boca ni denuncia. Es todo lo que doy de mí estas noches, tendida a su lado como un río de calores y de sombras transformadas. No tengo otra esperanza más que ver, este día llegando hasta la noche.
II
Hijo, mío amado hijo de piedra, esta cárcel de tierra me aleja de tu mano echada en la marea, de tu voz que viene a cerrar mi sangramiento, estoy lavando tu nombre y disputándolo a los muertos. Y ahí va – dicen los otros– mostrando mi mortaja, mi resto coagulado de alegría. Pero dolor, promesa de mi gozo, aire de mi lecho abandonado y taciturno ¿qué cortó tu respiro, hundido en la espesura de la muerte y de este bosque, ahogado en la rompiente de mi llanto? Yo habría andado por ti hasta las horas más frías, y habría hecho por ti una nave feliz yendo a otras estaturas. Mas ya no puedo estarme quieta, tranquila entre el desvelo y la luz muerta, sabiendo que te llamo y por respuesta hay un coro de palabras no dichas y enterradas, que no tengo otra esperanza más que ver, este día llegando hasta la noche.