En una ciudad postindustrial sin nombre en algún lugar de los Estados Unidos, gente conocida como “los desadaptados” están abandonando sus hogares, sus trabajos y sus hijos para unirse a varias comunas en el bosque. Este éxodo coincide con una afluencia de ciervos que atacan a los habitantes de la ciudad mientras trabajan en sus jardines, hacen las compras y salen a correr.
Con una sensibilidad extraordinaria para los matices culturales y psicológicos, Betina González nos invita a este mundo, que logra ser a la vez utópico y distópico, desde tres perspectivas diferentes. La primera de ellas es la de Vik, un refugiado de una isla conocida como la “Pompeya del Caribe” que trabaja como taxidermista en el museo local de historia natural y acaba de descubrir que una mujer está viviendo en su armario. Luego está Beryl, una ex hippie que se niega a ser marginada por la sociedad debido a su edad, y ha decidido capacitar a otras personas mayores para que disparen para que puedan hacer algo con el ciervo. A continuación, conocemos a Berenice, una niña precoz que se despierta para descubrir que su madre la ha abandonado y emprende una búsqueda para encontrar un adulto al que pueda reclamar como pariente para que sus compañeros de clase no la excluyan ni la envíen a una de las granjas de trabajo que pasan por orfanatos en esta sociedad en ruinas. Cada capítulo de la novela contiene una sección de cada una de estas tres historias, que están conectadas por un poderoso alucinógeno derivado de la rara planta albaria.
Heather Cleary: La novela está llena de situaciones inauditas, pero a la misma vez los personajes y los espacios por los que circulan se sienten como muy inmediatos y reconocibles. ¿Cómo fue el proceso de escribir América alucinada (Tusquets, 2017)?
Betina González: Fue largo porque implicó un cambio de registro. De entrada tuvo que ver con la lengua para mí. Llevaba años en USA, años en los que fui cambiando mi forma de hablar y escribir. Esta novela refleja un trabajo con mi lengua natal que se parece a trabajarla desde afuera, como si no fuera mía. Y a la vez, la presencia del inglés en mi vida. Hablar una segunda lengua es contar con un arma secreta, una forma de percepción y de vigilancia de la propia lengua y del estilo, esos dos horizontes “naturales” —uno social, el otro individual— contra los que lucha cualquier escritora, esas estructuras automáticas o formas de expresión que están tan arraigadas que se convierten en una suerte de tejido muerto… Diría que fue doloroso —dejar un modo de escribir atrás es dejar también un modo de ser, un pasado, una historia— y liberador a la vez. Pero más allá del lenguaje, que siempre es un poco inconsciente, América alucinada empezó con la ciudad de Pittsburgh como escenario inspirador. Es una ciudad hermosa, con mucho de gótico, mansiones en ruinas, un pasado de riqueza y un presente no tan rico, con mucha gente en la calle. Quería escribir sobre eso, sobre el verdadero EE.UU, sobre el sueño americano y aquellos que no entran en el sueño, sino en una especie de alucinación, delirio o pesadilla. Y conecté eso con un tema que me interesa mucho, que es la vuelta a la naturaleza, un tema muy americano, desde Thoreau y Emerson hasta películas como Into The Wild, siempre me interesó cómo se valoriza pero a la vez también se romantiza la naturaleza en América y cómo ese sueño es casi siempre individual, incluso individualista. Traté de pensar en cómo sería el sueño de volver al bosque, de volver a la inocencia, pero grupal. Inevitablemente eso conectó con la idea de un culto o una secta y con toda la historia cultural de EE.UU, el hippismo, los 60s y las drogas. Todo eso fue entrando en una novela que es utópica y distópica a la vez, en una ciudad ficcional cada vez más lejos de Pittsburgh, mi propia ciudad. Y decidí que quería contarla en tres líneas, para tener tres miradas: un inmigrante, que puede ver esa cultura de afuera, Vik, una American lady, ex hippie, con mucho sentido del humor para ver su propia cultura y una niña. La niña, Berenice, es para mí la historia más emocionante y sensible de la novela, la que permite que nos cuestionemos el mundo adulto, el mundo empobrecido que les estamos dejando a las generaciones que vienen.
¿Cómo fue para ti traducir la novela?
HC: Un placer total desde el primer momento. Pero supongo que estamos buscando una respuesta más concreta, pues… Lo que dices sobre “desnaturalizar” el lenguaje y la mirada caleidoscópica que logras construir mediante las tres narrativas son las primeras cosas que me vienen a la mente cuando pienso en la traducción. Fue un placer total encontrar el lenguaje para cada una; Beryl, la ex hippie, tiene una voz estridente llena de humor y de dolor, pero las otras dos historias se narran en tercera persona con diferencias muy sutiles de registro y tono entre ellas. Una de mis estrategias para establecer una identidad para cada una, de hecho, tiene que ver con lo que dices sobre tu uso del español —como has mencionado en otras conversaciones—, tu relación con el español de Argentina cambió con los años que viviste en Texas y Pennsylvania y el contacto que tuviste no solo con el inglés, sino con los españoles que se hablan en México, Perú y el Caribe, entre otros lugares. Dado que Vik es de una isla caribeña que fue colonia no solo de España, sino también de Inglaterra, decidimos dejar que la historia colonial inglesa emerja en el lenguaje de la traducción de una manera que resuene con el gesto del original. (Y ahí surgieron varias preguntas interesantes sobre cuán marcado es el uso de regionalismos en español versus en inglés, y cómo hacer que un gesto sutil en el original no se vuelva exagerado en su nuevo contexto cultural y lingüístico.)
Ahora que estamos hablando de continuidades, ¿ves alguna conexión entre América alucinada y lo que escribiste antes, o lo que te interesa ahora?
BG: Realmente esta novela es un punto de quiebre, un antes y un después, mis dos libros anteriores ahora me parecen escritos por otra persona. Tardé 9 años en escribir América alucinada y tuve muchos momentos de dudas. En uno de esos momentos, escribí Las poseídas. Ese libro me liberó, me permitió animarme a escribir América alucinada, porque los dos se alejan del realismo y los dos son apuestas bastante ambiciosas y tienen un lenguaje que no suena a argentino, en ambas hay juegos con los géneros. Con el gótico en uno, la distopía en el otro.
En cuanto a América alucinada y lo que escribí después, hay una conexión muy visible. Mi libro de cuentos El amor es una catástrofe natural tiene relatos que ocurren en un EE.UU extraño y distorsionado, otros ocurren en una Argentina pero es una Argentina extraña y distorsionada, también. Uno de los relatos que pasa en EE UU se llama “La preciosa salvaje” y fue otro de los experimentos que me permitió entender cómo escribir América alucinada, es decir, lo escribí mientras escribía la novela: trata de una niña feral que luego, cuando ya es una mujer, es reverenciada por una secta, hay toad lickers, hay referencias a Manson, hay muchos elementos que conectan con América alucinada, aunque en clave diferente. Escribir ese cuento me permitió, por ejemplo, inventar la flor alucinógena de la novela, la albaria. Los temas de la naturaleza, el deseo de ser como los animales, de olvidar el hecho de que vamos a morir están en ese y otros cuentos del libro. La relación humano-animal me interesa mucho y aparece otra vez en la novela que saldrá este año, Olimpia, que trata de un científico que hace experimentos de aprendizaje con animales. Creo que estos tres libros son una especie de trilogía sobre el Anima Mundi, o el alma del planeta. En Olimpia el alma del mundo es casi visible, es mi intento de volver a la ternura, una emoción que parece que los humanos hemos perdido y que la literatura de hoy, no sé porqué, dejó un poco de lado. Se privilegia la crítica, el cinismo, pero para mí la ternura es un modo distinto y necesario de ver el mundo, de vernos realmente por lo que somos, de relativizar nuestro rol en el planeta. Los animales, creo, nos ayudan a recuperar esa mirada.
HC: Hablando del panorama literario, ¿qué estás leyendo ahora?
BG: Mucho siglo XIX, soy adicta a ese momento de la literatura. Nunca salgo del todo de él, muchas de las preguntas políticas más interesantes para Occidente comienzan con el Romanticismo. Ahora específicamente, estoy metiéndome mucho en el mundo de Vernon Lee y otros escritores del fin de siglo. Amo lo que ella hace con el terror o el fantástico. En cierto modo, Olimpia está conectada con estas lecturas porque es una novela sobre ciencia —la figura del científico recorre el siglo XIX desde Frankestein hasta Dr. Jekyll y los decadentistas— y también porque en esta novela intenté un giro sobrenatural, es casi fantástica. Y de Argentina, acabo de leer la última novela de Mariana Dimopulos, una escritora que me gusta mucho.
¿Y tú?
HC: Pues, acabo de terminar el primer borrador de Brujas de Brenda Lozano, otra novela escrita con distintas voces narrativas, un estilo que realmente disfruto traducir, así que he pasado mucho tiempo con ese texto y leyendo textos relacionados. Pero también me ha dejado boquiabierta Undrowned, que extrae lecciones políticas y filosóficas de las prácticas de los mamíferos marinos, de la poeta e investigadora Alexis Pauline Gumbs. Antes de eso, fue Mugre rosa de Fernanda Trías; ahora que lo pienso, esa novela está relacionada con América Alucinada y Undrowned en el sentido de que examina la frontera muy porosa entre los humanos y el mundo natural, o lo que Gumbs llama “la triste farsa del dominio humano”. Creo que te gustarían los dos libros, de hecho, por diferentes razones. Y, por supuesto, no veo la hora de leer Olimpia.
Se puede adquirir un ejemplar de American Delirium, de Betina González y traducido al inglés por Heather Cleary, vía Henry Holt.