No es una tarea sencilla explicar el legado de Violeta Parra; es vasto e íntimo, su situación es similar a la de la naturaleza y geografía de un país. Se mimetiza con su historia y sus habitantes y desde ahí trasciende su canto. Su voz y su vida sobrevuelan un entorno sinuoso y desigual, una de las regiones más inestables y dinámicas del planeta. Esta es la labor que emprende Ericka Verba en Thanks to Life: A Biography of Violeta Parra (The University of North Carolina Press), donde va más allá de los datos, asimila el temperamento de una persona y el de una colectividad.
Verba es directora de Latin American Studies en la Universidad Estatal de California. En las primeras páginas del libro nos cuenta cómo fue su encuentro con la música de Violeta Parra. Durante su adolescencia, frecuentó y cultivó amistad con una familia de artistas y músicos chilenos. Ellos le presentaron las canciones de la autora y también le dieron a conocer el contexto político del Chile de los años setenta: la dictadura de Pinochet, la violencia y el exilio. Para ella significó un despertar y una toma de conciencia. Desde esos días fue incubando una pasión que influiría en el desarrollo de su trabajo a futuro. Verba participa en el grupo Sabiá y luego Desborde con base en California, quienes interpretan canciones del folclore latinoamericano y de Violeta Parra. También se especializó en estudios sobre la cultura en la Guerra Fría, el papel de la música en los movimientos sociales y la interacción de las políticas de género y clase en América Latina durante el siglo XX.
El recorrido de Verba durante más de cuarenta años, su vínculo con la música como intérprete, la recolección de materiales en torno a la vida de una artista, de una mujer, de un país, convergen en una obra profunda y colosal, una inmersión detallada, casi arqueológica, de la vida de Parra. Sorprende la cantidad de información y citas con las que la autora reconfigura la existencia de la folclorista desde sus inicios y cómo la inserta en medio de la historia de una nación durante la línea de tiempo que comparten. Los movimientos sociales, políticos y demográficos, el papel de la mujer, la pobreza y el clasismo. Todos estos elementos son expuestos con el fin de contestar una pregunta que se hace la propia Violeta y también Ericka Verba: “¿Cómo iba a tener una exposición en el Louvre yo, que soy la mujer más fea del planeta, que vengo de un país pequeñito, de Chillán, del fin del mundo?”
La travesía no es fácil; Verba no nos quiere contar una historia de éxito o superación, lejos de eso. Las explicaciones van de la mano de una personalidad compleja, inestable y activa. No importa el éxito, sino la capacidad de Parra para hacer de la música, la orfebrería, la pintura y la poesía un vehículo que explique su mundo, el cual intenta exponer, ordenar y dotar de sentido. La búsqueda de la autenticidad en todas las formas de expresión se transforma en una premisa y manifiesto. “Yo canto la diferencia / que hay de lo cierto a lo falso. / De lo contrario no canto”.
“Desde el momento en que nací”, responde Parra cuando le preguntan por su vínculo con el folclore de su país. Y es desde esa misma etapa en la vida de la cantautora, la de su nacimiento en 1917, la de su primera niñez, el período donde Verba comienza sus indagaciones. Donde empieza a juntar los materiales para entender y construir al personaje. En una aldea a los pies de la cordillera de los Andes en la sureña provincia de Ñuble, junto a la familia, los hermanos, la naturaleza, el paisaje y la convivencia con la música. Tanto al interior del hogar como puertas afuera: “Siempre se estaba cantando, en bautizos, matrimonio, durante la cosecha y frente a la muerte”. No hay estudios formales; solo la práctica y el oído. El sonido a su alrededor, el habla y el canto. Cantos que descienden de las décimas cultivadas por la poesía española durante el siglo XVII y el romancero de la tradición oral campesina.
Debido a las circunstancias económicas, la familia Parra se vuelve itinerante; la búsqueda de mejores oportunidades los lleva a cambiar de localidad durante la niñez de los hermanos. San Carlos, Santiago, Lautaro y Chillán. Violeta Parra se mantendrá siempre en movimiento, movimiento que en ella es exploración. Su desarrollo como músico va de la mano de una indagación continua. Entiende el concepto de folclorista como el de una recopiladora, quien debe preservar y difundir sus tradiciones. El nomadismo, la pobreza y la observación comienzan a conformar a temprana edad su identidad. “A los quince años, Violeta no sabía exactamente adónde iba, pero sabía de dónde venía”, afirma Verba. De a poco los hermanos Parra, por mediación de Nicanor, el mayor de la familia, van recalando en Santiago; son parte del movimiento migratorio del campo a la ciudad en busca de mejores condiciones de vida. Verba logra recrear con una visualidad notable el ambiente en la capital del país durante los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo pasado. En especial la descripción de la escena musical de aquel periodo. Los bares y barrios, el tipo de música que se oye y practica. Y a la vez, como los hermanos se incorporan en ese ambiente, donde comienzan a tocar llevados más por la necesidad que por el gusto. “Teníamos que ganarnos la vida de una u otra manera, y en aquella época las cosas no eran muy fáciles, sobre todo porque lo único que sabíamos hacer era cantar”, dice Hilda Parra. Junto a Violeta forman un dúo. Durante los siguientes años van a actuar en todo tipo de locales: tabernas, quintas de recreo y fondas, desplazándose de un lugar a otro durante la noche santiaguina. Interpretan variados géneros de música latinoamericana y española, lo que la gente quería oír. Cada tanto Verba se detiene en la línea de tiempo de la biografiada, nos recuerda la pregunta inicial y vuelve una y otra vez al concepto de autenticidad. Ese proceso de identificación es el lugar hacia donde Violeta Parra se dirige, y la experiencia previa, las etapas que debe sortear por necesidad o circunstancias del momento, no son extravíos. Son piezas que van conformando a la artista.
La expansión de la radio y las primeras grabaciones les da cierta notoriedad, pero sigue siendo una labor precaria, pobremente pagada. Parra no abandona nunca la investigación sobre el folclore y la tradición. Sale en busca de ese canto que teme pueda estar desapareciendo. “Cómo iba a imaginar cuando salí a recoger canciones un día de 1953 (…) que me enteraría de que Chile es el mejor libro de folclore que se ha escrito jamás”. Las condiciones de vida y de trabajo con las que se va a encontrar en sus viajes le proporcionarán el material de sus más conocidas canciones de protesta de los años sesenta, su afinidad política con el partido comunista y, a la vez, una noción profunda de su propio país, su geografía y su naturaleza, sus pobladores, cantores, mineros y campesinos.
El recorrido de Violeta Parra no es el de una creadora solitaria. Verba destaca que siempre fue parte de una extensa familia de artistas y músicos. Cultivó la amistad de fotógrafos, pintores y poetas. Con ellos mantuvo una cooperación leal y recíproca. Cooperación basada en el interés mutuo por cada una de las disciplinas que practicaban. Además de los lazos con su propia familia, sus hermanos y luego hijos y sobrinos, quienes conformarían un clan de artistas que se extiende hasta el día de hoy. La vida personal de la autora, la maternidad, sus matrimonios y parejas, su negativa de colocarse en lugares subordinados, tanto por su personalidad como por su entrega total hacia la música, fluye en medio del relato. Son hilos del mismo tejido, urdimbre y trama. No hay dos Violetas, solo una. Su obra es reflejo de su vida y su vida es la materia de su obra. Hay un juego de espejos en el libro de Verba cuando hace uso de las décimas autobiográficas que escribió Violeta.
A medida que avanzamos en la lectura de Thanks to Life, la pregunta de Verba y de Violeta comienza a resolverse; recibimos la respuesta en pequeñas dosis; estas dosis iluminan el material que va forjando Violeta Parra. Tanto en su primer viaje a Europa, donde permanece por un año y medio, como de vuelta en Chile, sigue adelante en su búsqueda y creación. Hay algo frenético y eufórico en la manera de abordar su trabajo. Este ya no se reduce solo a la música; explora la forma de conectarla con su obra visual: “Cada canción puede ser pintada”. Pero al mismo tiempo se desarrollan células de frustración. Comienza a experimentar depresiones paralizantes, lagunas de inmovilidad. No siente el aprecio y el reconocimiento merecido y sí la falta de apoyo y el desgaste.
Una emergencia familiar la lleva a Argentina, se instala luego en Buenos Aires y desde ahí emprende un nuevo viaje a Europa; en esta ocasión, además de los instrumentos, se embarca con sus tapices, bordados y cuadros. Durante tres años se mantuvo en movimiento entre Suiza y Francia e hizo algunas incursiones por la URSS. Verba expone el creciente interés durante los años sesenta por la cultura latinoamericana en las capitales europeas. Este interés, real, pero a veces condescendiente, intervino en su difusión y abrió nuevas posibilidades. Las piezas confluyen hacia la exposición de Violeta Parra en el Museo de Artes Decorativas en el Louvre. Los detalles de cómo llega a gestarse son fascinantes. A lo largo del libro, Verba se sumerge en revistas, periódicos, cartas, entrevistas, programas de radio, memorias y archivos de museos, tanto en Chile como en otros lugares del mundo. Las notas al final de la biografía conforman un glosario desde donde podría nacer una infinidad de narraciones, no solo en torno a Violeta Parra, sino también alrededor de la música folclórica latinoamericana y de un continente al borde del abismo.
De la misma forma, el uso de las décimas, la poesía y las canciones que van insertadas en los capítulos del libro iluminan el relato y conforman una “lista de reproducción” donde se fusiona la obra de la artista con la biografía. Verba hace un llamado en la primera página, en notas al lector: “Para aquellos que no están familiarizados con ella, les urjo que detengan la lectura y se tomen un tiempo para conocer su trabajo. Busquen su música, las imágenes de sus pinturas y tapices. Exploren”. Es en la obra de la chilena donde debemos buscar la respuesta, es en su vida donde podemos encontrar el germen de su obra. Cuando se despliega por completo ante nosotros, obra y vida, comprendemos el camino que la llevó al Louvre y también a la grabación de Las últimas composiciones una vez de vuelta en Chile. Su último LP, un disco perfecto, tan solo con ese trabajo merece perdurar en el tiempo. Comprendemos que cuando se trata de artistas cuyas fuerzas motoras son similares a las de la naturaleza, cualquier cosa puede suceder; la energía liberada se expande a su alrededor.
Recuerdo con claridad cuando en 2016 anunciaron el premio Nobel de Literatura para Bob Dylan por “haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense”. Recuerdo las reacciones y la polémica, la discusión sobre si su trabajo es o no literatura. Y sobre todo recuerdo haber pensado en Violeta Parra. Verba no entra en este tipo de comparaciones o busca analogías; se remite al trabajo, la vida y a la época de la cantautora. Es función del lector hacerse preguntas, buscar semejanzas, reaccionar a un texto. En el caso de Violeta Parra, la respuesta es clara: Siempre ha sido considerada una poeta entre grandes poetas. Ese es el núcleo desde donde se libera la energía. ¿La magnitud de la expansión puede causar daño? Es posible, a ella sí.
“De cantar a lo humano y lo divino / voluntariosa, hiciste tu silencio / sin otra enfermedad que la tristeza”. Pablo Neruda.
“En Violeta Parra, la más humana de nuestras poetas, hay algo inhumano, es como si su poesía la dictaran otras cosas: la primavera, el invierno, el viento”. Raúl Zurita.
“¡Nadie puede quejarse cuando tú / cantas a media voz o cuando gritas / como si te estuvieran degollando / viola volcánica!”. Nicanor Parra.
La poesía, a su manera, es en última instancia mitología, la narración de las historias del alma en su aventura en esta tierra. Ericka Verba lo entiende y se sumerge en la vida de Violeta Parra, con complicidad y respeto.