De la manera en que Robin se aproxima a un texto, sobresale su rara habilidad para detectar, como en un espejo invertido, capas de significado que una misma no habría distinguido, y que ella, en su lectura, revela, ilumina y transforma. Este tipo de trabajo conjunto es capaz de generar un tipo particular de intimidad intelectual, y Robin posee el don de saber construir el espacio propicio para que esta se despliegue de la manera más fructífera posible. En este sentido, es difícil que semejante complicidad no devenga en algún tipo de amistad, puesto que esta requiere, al igual que la traducción, un trabajo conjunto de interpretación, de recreación y de respeto. ¿Sería raro afirmar que años más tarde, cuando conocí a Robin en persona, tuve la impresión de estar abrazando a una vieja amiga?
“Anatomías imperceptibles”, del escritor y académico mexicano Guillermo Jesús Fajardo Sotelo, es un ensayo que, partiendo de una condición genética, desarrolla un penetrante discurso sobre la salud personal, las dimensiones de una extrañísima patología y sus vínculos con la creación literaria. Es un ensayo que muestra equilibrio entre lo confesional, la indagación intelectual, el aspecto clínico y los referentes literarios. Se trata, igualmente, de una pequeña épica de vida y de las preguntas sobre las exigencias del cuerpo, o como lo llama el propio Fajardo Sotelo: un “cuerpo anatómicamente desobediente”.
Las personas del mundo literario siempre se ríen con este pasaje, porque se siente como una verdad. Para la imaginación colectiva, los autores son dioses. Forjan nuevos universos de lo que antes era solo oscuridad. Los críticos, por otra parte, son antagonistas amargados, como Lucifer maldiciendo el cielo en Paradise Lost (El paraíso perdido): “Oh, sol, decirte cuánto odio tus rayos”.
Domestic Life is saturated with a theme I find eminently relatable, as I think many readers will agree: the imposter syndrome that plagues all of us who dedicate ourselves to creative endeavors. Here, Marcelo’s stand-in (Mauricio) is literally haunted by the ghost of Roberto Bolaño, who pops in every so often from the romantic deserts of poetic oblivion to poke fun at him for having fish filets for dinner and remind him of the wild, bohemian essence of pure literary impulse he is allowing to shrivel and wane as he lives the comfortable, (it must be said) domestic life of a poet-cum-professor at a U.S. university. After seven poetry books (and this one’s being recognized as the best of its pub year), Marcelo still cannot help but wonder: Do I write poems, or am I a poet? Does the former necessarily mean the latter? I can’t pretend to offer any answers here; I have translated a great deal over the past ten years, but I still find myself doubting whether or not I am a translator in much the same way. To use an appropriately homey idiom, I guess the proof of the pudding is in the eating. I invite anyone who has read this far to turn to the poems and decide for themselves.
Arthur Malcolm Dixon
La crisis que atraviesan las humanidades suele tener como réplica el discurso apologético de sus actores. Defender el carácter insustituible de las humanidades tiene un innegable sentido, pero también es innegable la limitación de todo discurso apologético. La apología va paralela a la decadencia de su objeto. Se reivindica lo que decae. Y, lo que es peor, con esa reivindicación solo es posible atraer a los que forman parte de su ámbito. Solo los ya convencidos aplauden el discurso apologético. Los críticos señalarán las limitaciones económicas, sociales y culturales de ese discurso y, sobre todo, de su objeto. Y es que, en efecto, no solo las disciplinas humanísticas atraen menos público y dinero, menos inversiones, y producen menos, sino que son incapaces de seguir el ímpetu innovador de la gran ciencia. Y, todavía más, son incapaces de explicar las causas de su propio e imparable descrédito.
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