Inicié mi trabajo como directora de talleres hace unos treinta y seis años atrás. Vivíamos bajo dictadura y me di cuenta que se formaba una comunidad, lo que, en ese tiempo, me parecía muy importante. Esos talleres se realizaban en mi casa y eran muy plurales en su composición. Allí organicé una metodología básica que garantizara su funcionamiento, pero, en otro sentido, me parecía (me parece) importante permitir flujos de hablas. En realidad este trabajo siempre lo he relacionado con mi transcurso tanto académico (por décadas en la Universidad chilena) y creación literaria, porque creo comprender los dilemas por los que atraviesan escritoras y escritores. Pero, como centro de mi trabajo con las pequeñas comunidades con las que me he reunido, lo importante me parece ingresar a la lectura de una manera obsesiva y, desde allí, a la escritura (la letra) como centro.
Más adelante, trabajé, por más de una década, un semestre al año, en la Universidad de Nueva York (me retiré el 2020) de manera sistemática. Mientras impartía talleres, todo el tiempo trabajé en forma simultánea en la universidad chilena, realicé maestrías en literatura latinoamericana. Esa dualidad académica me resultó importante porque la diversidad de viajes literarios me permitía más movilidad y, en cierto modo, una amplitud de lecturas, perspectivas, imaginarios.
Hablaré desde mi perspectiva, entiendo que puede haber distintas posiciones. Reitero que pienso mi función en un taller como una acompañante de escrituras. También reitero que pienso cada taller como una microcomunidad, por supuesto, diversa o muy diversa. Entonces para mí es primordial el otro, los otros. La gran tarea es dejar atrás lo propio para ingresar en lo ajeno como propio. Leer al otro despejado o despojado de sí, ver en cada texto el deseo que circula por la letra y atender a ese deseo. Desde un punto de vista, digamos, ético, jamás he cruzado o he mencionado algún libro mío en una de las múltiples comunidades. Me parece completamente inadecuado y ha sido un elemento inamovible en estos espacios. Me considero preparada o quizás, modestia aparte, muy preparada para ingresar en distintas estructuras literarias y ver allí sus zonas poderosas y aquellas que pudieran fortalecerse. Ese es mi trabajo, mi lugar en el interior de la comunidad taller.
Resulta muy interesante asistir a procesos de escritura, quiero decir, cómo se va estableciendo la formulación de un texto, los escollos, las pausas, los límites, las reformulaciones, en fin, la certeza de que escribir literatura es un trabajo que requiere persistencia y fortaleza.
Mi trabajo considera, desde luego, la producción literaria, pero esa producción adquiere su materialización mediante la lectura, siempre intensa, de los integrantes. Leer literatura desde la literatura requiere ciertas articulaciones más específicas; requiere, entre otros elementos, ingresar en estructuras, en detalles, necesita de un riesgo interpretativo. Lo que quiero decir es que, leyendo a otro de manera focalizada en cada una de las dimensiones del trabajo, en definitiva, permite leerse a sí misma o a sí mismo. Contribuye a fortalecer la producción propia. Sin la capacidad de leer-leerse me parece difícil conseguir un texto poderoso.