El verbo resistir se parece a la palabra en inglés resist, pero tiene una gama amplia de significados. Las múltiples acepciones de resistir se despliegan en toda la poesía y prosa de Reina María Rodríguez, obra que opera en capas múltiples a la vez.
El Diccionario de la Real Academia Española, punto de partida común para considerar el significado dentro del español en sí, ofrece ocho acepciones diferentes del idioma institucional para este verbo. La primera acepción es tolerar, aguantar o sufrir (opciones solo parcialmente captadas por el inglés to tolerate, bear, or suffer). Por otra parte, en los contextos cubanos, los usos políticos de resistir frecuentemente aluden a la batalla por sobrevivir de cara a la presión. Esta se puede producir por el eterno embargo económico de Estados Unidos, la necesidad e incertidumbre general de la isla en las décadas posteriores a la Guerra Fría, la restructuración de la vida cotidiana en el nuevo siglo o la simultaneidad de todas esas presiones, y una traducción de resistir puede expresar, suficientemente bien, la idea general.
Por supuesto, no hace falta ser de Cuba para sentir la urgencia de la lucha por aguantar bajo presión. Rodríguez ha llegado a un público en todo el mundo con expresiones de las necesidades cotidianas apremiantes, esenciales en su extensa trayectoria en prosa y poesía. El fin de la resistencia es la rendición, y la mortalidad es su máxima expresión humana. Este destino se alza de manera imponente en las exploraciones de Rodríguez, y nos preguntamos cuánto tiempo se puede mantener alejada la rendición. No obstante, antes de llegar al final de nuestro recorrido, nuestras luchas cotidianas son innumerables.
Si pensamos en la traducción al inglés, el verbo resist es demasiado limitado para expresar todas las entonaciones de aguantar, fundamentales en la obra de Rodríguez: seguir resistiendo, oponerse, soportar (un peso), perdurar, permanecer firme, tolerar, plantar cara, plantarse, capear, sobrevivir de manera segura, estar intacto e inafectado, no dejarse vencer, dejar de hacer algo, combatir, ser valiente… El movimiento de cada poema, su ritmo y su relación con el tiempo, sugiere matices más exactos en su lenguaje.
Este dosier acerca de la obra de Rodríguez incluye “Tiene manchas”, un texto poético en prosa muy breve, que representa su influyente colección Variedades de Galiano (de 2007, reimpreso en Prosas de la Habana, de 2015). Aquí, los gatos callejeros mantienen firme la línea de resistencia. Uno de los gatos de la familia, Denissen, ha desaparecido; los otros intentan seguir adelante: “nunca más lo oímos, pero ellos sabían y estaban preparados para no olvidar, para resistir”. Su determinación condensada a solo unas cuantas líneas.
En otros trabajos, Rodríguez sopesa las intensas presiones sobre el conjunto de su comunidad. Incluimos “Paso de nubes”, un texto del principio de su libro intergénero Otras cartas a Milena, de 2003 (publicado en edición bilingüe en 2016 por la University of Alabama Press). En esta colección, las crisis multifacéticas en espiral se van expandiendo a partir del derrumbe económico aplastante y el intenso periodo de reajuste posterior a 1989. Conocido eufemísticamente como el “Periodo Especia” de la isla, esta etapa supuso la pérdida del comercio exterior de Cuba (sobre todo, el petróleo) y las alianzas estratégicas que la Unión Soviética había permitido con anterioridad. En la década de los noventa, conseguir alimentos o productos se convirtió en una tarea diaria y difícil para la mayoría de la población. Rodríguez, cuya familia y vecindario se vieron marcados por esa privación, se preguntó cómo iba a ser posible sobrevivir. En una serie de cartas al centro del libro dirigidas a su hija, Elis Milena, Rodríguez expone interrogantes metafísicas producto de la crisis.
Sugiero que Rodríguez libra la batalla definitiva sobre otro plano, donde su compromiso prolongado con la escritura se hace visible como un modo de combate: en su resistencia a largo plazo ante las presiones del sinsentido. La amenaza recurrente que se cierne sobre su mundo es el sinsentido, a veces, nombrado implícitamente, otras, de manera abierta. En “El frío”, por ejemplo, Rodríguez escribe,
nunca seguros ante el sinsentido de este día
que no pretende la inteligencia ni la razón
que no permite que tu belleza
envejezca en los desgastes terrenales
y te hace mirar al cielo por la estrecha pausa
que su serenidad ha impuesto.
La poeta apuesta todo a su capacidad para crear un espacio de contemplación. La determinación diaria de sentarse a escribir, que ha dado lugar a decenas de libros, es su arma más potente contra un sinsentido cotidiano.
En el análisis de su obra, por tanto, los espacios para localizar y crear sentido adquieren importancia. Con independencia de si un lugar dado permanece viable en cuanto a otros aspectos de la supervivencia diaria, ya sea que brinda alimento, refugio o satisface otra necesidad material, un observador puede colmarlo de sentido. Rodríguez plantea preguntas acerca de la supervivencia de los lugares de la vida cotidiana, mientras que hace menos familiares las realidades locales.
Su trabajo con imágenes de su ciudad y nación suele apartarse de las pautas comunes en otros tipos de expresión, como el periodismo. “Paso de nubes” es un buen ejemplo del efecto que puede tener la poesía. La composición, con fecha explícita del 18 de septiembre de 1994, incluye imágenes de balseros, que recibieron gran cobertura en las noticias cuando confeccionaron de manera improvisada balsas y se lanzaron al mar. Rodríguez ofrece su personal perspectiva a la imagen propia de un banco de imágenes publicada en los medios internacionales de la época: los isleños que formaron parte de una importante ola de emigración durante el Periodo Especial de Cuba.
“Paso de nubes” evita el lenguaje de la cobertura periodística, que hace hincapié en aspectos concretos del “ahora”. Al contrario, Rodríguez examina la partida de los balseros de modo oscilante: de lejos, de cerca, otra vez de lejos, de nuevo de cerca, tejiendo imágenes locales en una meditación más amplia sobre la historia simbólica humana. A mi parecer, el efecto telescópico de su poema en prosa se asemeja más a la pintura, creado para un museo a varios siglos en el futuro, abierto a una representación mediada de la verdad, y no a una fotografía creada para los medios de noticias, supeditada a la ilusión del acceso directo a la realidad. Ese hacer telescópico genera una interioridad inusual sugestiva de dimensiones filosóficas y espirituales de la escena, todo desde el punto de vista de una persona de la isla que no se lanza al mar.
A pesar de que Rodríguez elige modos de representación diferentes a los del periodismo, su temática nunca se distancia de la conciencia del momento histórico. Cabe notar que otras imágenes de migración aparecen tanto en el pasado como en el presente de sus escenas literarias de museo y que la migración de los pueblos es un fenómeno masivo mundial en el siglo xxi. En el caso cubano, por ejemplo, la partida en balsa no es la única forma de migración característica de fines del siglo xx e inicios del xxi. Con frecuencia, Rodríguez se refiere a las dinámicas de la presencia y ausencia de personas que se han ido de una escena, ya sea en avión u otro modo de transporte no tan propenso al sensacionalismo (y asociado sensorialmente a Cuba en la mente de los lectores en inglés) de la cobertura mediática de los balseros de la década de los noventa.
Junto a la transformación de las naciones bajo las presiones del siglo xxi, la migración y la diáspora han alterado las caras de la identidad comunitaria dentro de Cuba y también mucho más allá. Los académicos hablan de una “gran” geografía cubana abarcadora de aquellos que se han mudado allende el territorio físico de la isla. Uno de los poemas más recientes de Rodríguez en este dosier es “Una manzana mordida y un ratón”, de un manuscrito que todavía no se ha publicado como libro. Para escribir este poema, Rodríguez se inspira en un incidente ocurrido en la casa de su hija, que ya no vive en La Habana sino en Coral Gables (Florida). Un ratón muy grande sale brincando del inodoro (en realidad, Rodríguez me dijo que esto había ocurrido dos veces). Rodríguez traslada este evento a su poema y lo usa para preguntar si “hemos” llegado a alguna parte en nuestras migraciones terrestres. La pregunta puede ser leída metafísicamente o, por otra parte, como una interrogación a todas las familias afectadas por la migración mundial contemporánea, como una declaración dirigida a los cubanos en particular e, inclusive, como una reflexión sobre su familia inmediata, que vive separada en tres naciones mientras escribo este ensayo.
El nacionalismo convencional yace deshecho de cara a la necesidad humana, al igual que lo hacen otras identidades vinculadas al lugar, como el mundo del vecindario en La Habana tan asociado a la obra del siglo xx que le dio la primera fama a Rodríguez. ¿Así también se han descosido las familias y las personas? Resistir es seguir adelante, en realidades cotidianas desplazadas o solo dentro de la profundidad de la propia mente.
Estas tensiones entre lugar y desplazamiento son, en consecuencia, inherentes al instinto contemporáneo de supervivencia. La curiosidad de Rodríguez sobre el lugar es una de las energías que anima toda su obra. Así, ha situado muchas de sus composiciones dentro del contorno cambiante de la ciudad de La Habana, con frecuencia en su calle (Ánimas) y edificio de apartamentos. En el extremo opuesto del espectro que conecta lo próximo a lo distante, Rodríguez representa momentos de sus recorridos por otras obras, sean trayectos físicos, mentales o espirituales. Es frecuente que combine las dos facetas: lo de adentro y lo de afuera, el aquí y el allá.
En este dosier presentamos un conjunto variado de escenas que amplifican los ecos entre el aguante y el lugar. Además de “Tiene manchas”, con los gatos medio domesticados; “El frío”, que identifica la amenaza del sinsentido; “Paso de nubes” y “Una manzana mordida y un ratón”, dos composiciones que hacen referencia a la migración, ofrecemos otros cuatro textos de Rodríguez acerca del aguante a modo de introducción para los lectores.
“Resaca”, incluido en la colección El Piano, de 2016, invoca el icónico paisaje urbano de La Habana. En la primera línea, Rodríguez nombra el escenario del poema, el Malecón, la estructura rutinariamente fotografiada que hace las veces de un terraplén, una calle, un paseo donde la ciudad se encuentra con el mar. Aquí, la oradora busca el mismísimo pulso del tiempo. Dada la centralidad de la música en el imaginario de Rodríguez, el final de la traducción al inglés aprovecha más de una acepción de tiempo, el tempo musical y el tiempo temporal.
“El techo” (de una colección sin publicar que la autora por ahora llama Chapapote) hace referencia a la pequeña casa que Rodríguez con su expareja, Jorge Miralles, construyeron, sin permiso, encima de un edificio de apartamentos en La Habana usando materiales reciclados y reconvertidos, en gran parte. Conocida como la azotea, esta casa desempeñó un papel histórico en la cultura cubana por ser un inusual salón independiente. Los eventos que ellos organizaron en la década de los noventa, en su mayoría a cielo abierto sobre el techo y, por consiguiente, a la vista desde los edificios circundantes, mostraron nuevas posibilidades para un espacio cívico de artistas e intelectuales en La Habana (es decir, espacios no supervisados por el estado, que ocupó un lugar central en las instituciones culturales después de 1959). El techo en este poema adquiere otras expansivas capas metafóricas, bien relativas al estatus político, a la angustia generacional particular de los cubanos que han vivido con la cháchara constante sobre “el cambio” desde 1989 y con la presión permanente para migrar, bien a la relación humana universal con la vida o la muerte. Como Rodríguez escribe en este poema, la madera que consiguieron para construir el mismo techo sobre su casa estaba destinada inicialmente a féretros.
“Cuento infantil”, publicado en Luciérnagas, de 2017, también tiene más de una lectura. Para aquellos que tengan un interés particular en la historia literaria de La Habana, ofrece otro comentario de la casa de la azotea de la autora. Las connotaciones personales del texto, sin embargo, le permiten a esta corta fábula sobre la vida doméstica, la propiedad y el género, deslizarse hacia otras direcciones.
El último texto es el más antiguo de esta serie. El poema en prosa “La detención del tiempo”, se publicó en español en la colección de 1992 titulada En la arena de Padua, que suscitó un considerable interés internacional hacia Rodríguez. Además, está traducido al inglés y es el poema titular de la edición bilingüe publicada en 2005 por la editorial Factory School. En su creación, Rodríguez extrae frases famosas de William Shakespeare (allá) y las integra a un contexto nacional (aquí), generando el espacio mental doble tan característico de su obra. En sus manos, el verbo detener(se) ofrece un ejemplo más de las posibilidades multidimensionales que transitan del español al inglés: to stop, to arrest, to hold, to apprehend y, de manera reflexiva, to pause, take one’s time, or come to a halt. Independientemente de cada momento específico de la traducción, el interrogante central de este poema nos devuelve a la experiencia personal del paso del tiempo. La mirada interior del poema explora la presión del tiempo en una vida singular y, a la vez, examina los mundos internos de la humanidad a lo largo del tiempo y espacio, asentando las voces pluralizadas y mezcladas de los poetas.
El peso del tiempo se cierne sobre la capacidad humana de mantener toda relación con otro ser y, finalmente, incluso con uno mismo. Rodríguez empuja ese cielo que cae con la poesía. Resistir es conmemorar actos de resistencia en forma literaria.
Traducción de Natalia Pommier