Idea Vilariño se quejaba de que por mucho tiempo las antologías de poesía de Hispanoamérica “ignoraron olímpicamente la escritura femenina”, y de que hasta las más comprensivas, como la de Juan Gustavo Cobo Borda (1985) sólo incluía a seis mujeres de los setenta poetas que presenta (7). Sin embargo, en las últimas cuatro décadas el reconocimiento del discurso femenino es uno de los acontecimientos más significativos de la literatura hispanoamericana (Scott 5). Y esta positiva tendencia continúa profundizándose. Así las cosas, hasta cierto punto se explica que la crítica tradicional de Hispanoamérica, y sobre todo la de su natal Uruguay, no haya prestado suficiente atención a la espléndida poesía de Ida Vitale (Montevideo, 2 de noviembre de 1923), o que España se haya demorado tanto en otorgarle su premio literario más prestigioso, el Cervantes, en 2018, a los 95 años.[1] Pero lo que no tiene justificación es que la crítica feminista del área, que debería por definición corregir este desatino, haya guardado tan cerrado silencio sobre el caso. Tal vez sea porque se trata de una mujer que, desde ambos puntos de vista críticos, no escribe como debe escribir una mujer. Es decir, al no priorizar la construcción de un sujeto poético femenino esta autora desafía tanto al viejo como al nuevo canon literario hispanoamericano.
Desde su adolescencia, cuando descubrió la poesía de Antonio Machado, Ida Vitale ha escrito versos. Su primer poema, un soneto, fue publicado en la revista Hiperión, en septiembre de 1942. Ese mismo año inició sus estudios, primero de Leyes y luego de Humanidades, en la Universidad de la República en Montevideo, pero nunca se tituló. Uno de sus profesores fue el escritor español José Bergamín, exiliado entonces en Uruguay, cuyo magisterio influyó en su poesía temprana. Gracias a sus recomendaciones recuperó a los románticos alemanes y franceses, y leyó a María Zambrano y a Octavio Paz. Cuando Juan Ramón Jiménez pasó por Montevideo en 1948 llevó unos poemas suyos y los incluyó en su Presentación de la poesía hispanoamericana joven, antología que salió en Buenos Aires y en que aparecen dos escritoras uruguayas: Idea Vilariño e Ida Vitale (Caballé 531-2). Con Ángel Rama, José Pedro Díaz, la propia Vilariño, entre otros, funda la revista cultural Clinamen (1947-1948). Y sale La luz de esta memoria (Montevideo: La Galatea, 1949), un primer libro de una solidez notable.
Aunque algunos críticos sostienen que Vitale es “una figura aislada y excepcional” de su generación (Verani 569), esto es una verdad a medias. Ella pertenece no sólo por razones cronológicas a la llamada Generación Crítica (o del 39, o del 40, o del 45). La promoción, que se formó hacia 1939, se clasifica como beligerante y parricida. Favorecieron y fundaron una nueva estimativa que tenía en su centro la innovación literaria (Mántaras Loedel 7-8). Esto llevó a una ruptura total con la literatura oficial de la época, cargada de retórica y conformismo y una noción puramente decorativa del lenguaje (Paternain 81-82). Junto a Vitale, los poetas mayores de esa generación son Vilariño (1920-2009), Mario Benedetti (1920-2009), Amanda Berenguer (1921-2010), Gladys Castelvecchi (1922-2008), Sarandy Cabrera (1923-2005), Carlos Brandy (1923-2010) y Humberto Megget (1926-1951).
Lo cierto es que Ida Vitale participa activamente en el quehacer cultural de su generación. Colabora en su más emblemático medio de expresión, el semanario Marcha; también, en las revistas Asir y La Licorne, y los diarios El País y Época. Realiza varios viajes formativos: Francia (1955-1956), a donde va con una beca; Cuba (1964 y 1967), donde es jurado del Premio Casa de las Américas y participa en el “Encuentro con Rubén Darío”; y la Unión Soviética (1965). Uruguay no es ajeno al proceso convulsivo desatado por la Revolución Cubana a partir de 1959, que en opinión de Benedetti “sirvió para acelerar una reintegración política (en el sentido más cívico del término) en escritores que hasta ese momento estaban parapetados detrás de su erudición o de su fantasía” (35). Sin embargo, Vitale no se afilia a ningún partido político ni a ninguna tendencia estética. Otros poemarios se suman a su obra: Palabra dada (Montevideo: La Galatea, 1953), Cada uno en su noche (Montevideo: Alfa, 1960) y Oidor andante (Montevideo: Arca, 1972).
Estos años decisivos para el desarrollo de Ida Vitale como poeta se caracterizan, a juicio de Rama, por un proceso de “descomposición del liberalismo” en un país que llevó a la perfección una economía y una sociedad liberal “que patrocinó Inglaterra y que culturizó Francia” (223). El pensador apunta significativamente que los intelectuales del período fueron, “los sepultureros ideológicos del régimen liberal uruguayo” (223). Esta preeminencia de la función intelectual es una singularidad, ya que pocas veces ha sido tan relevante la contribución “al esclarecimiento de las conciencias, a la explicación de la realidad, a la formación de las nuevas promociones, al adiestramiento para el cambio, a la consecución de valores morales indispensables para enfrentar la degradación política y económica que fue operando la oligarquía detentadora del poder” (217-8). Concluye Rama que en este esfuerzo la poesía funcionó “como la vanguardia volante del ejército en marcha, anunciando sin cesar nuevos descubrimientos, zonas todavía desconocidas de la realidad, estados espirituales apenas entrevistos en la sociedad” (238).
Podría afirmarse entonces que la poesía de Ida Vitale está en el núcleo mismo del quehacer de su generación: la construcción de un sujeto intelectual participativo. Este relega a un segundo plano a otros, como el sujeto nacional y, en el caso específico de nuestra autora, el sujeto femenino. Esto último es particularmente sensible porque en la poesía contemporánea de Uruguay, como reconoce Washington Benavides, se ha dado una absoluta preeminencia de poetas mujeres (8). En ese país, de una abundante clase media que procuró cultivar las letras, por más de cien años las mujeres han creado una literatura rica y variada (Scott 5). De las más de sesenta destacadas que menciona Jorge Oscar Pickenhayn son las poetas Delmira Agustini (1886-1914), Juana de Ibarbourou (1892-1979) y Sara de Ibáñez (1909-1971); la narradora Armonía Somers (1914-1994); las ya mencionadas integrantes de la Generación Crítica; y entre las escritoras contemporáneas, la poeta Marosa di Giorgio (1932-2004) y la poeta y narradora Cristina Peri Rossi (1941).
El 27 de junio de 1973 se produce en Uruguay un golpe de Estado y al año siguiente Ida Vitale se exilia en México. Allí reside por una década, integrándose con desenvoltura a la actividad cultural, y colaborando en revistas como Plural y Vuelta, y periódicos como El Sol y Unomásuno. Publica un nuevo poemario, Jardín de sílice (Caracas: Monte Ávila, 1980), y las antologías Fieles (México: El Mendrugo, 1977; México: UNAM, 1982) y Entresaca (México: Oasis, 1984). En suma, el suyo fue “un exilio beneficioso” (Verani 568). En 1985, derrocada la dictadura militar, regresa a Uruguay, donde permanece hasta 1989. Escribe entonces para el semanario Jaque e integra los consejos editoriales de las revistas Poética y Maldoror. En 1990 se instala en Austin, Texas, desde donde colabora en las revistas Posdata y Letras Libres. Vitale asume la errancia como una actitud vital y por varios años compartió su tiempo entre Estados Unidos, Uruguay y México. Desde 2016 vive en Montevideo. Su poesía se ha multiplicado en las últimas décadas: Sueños de la constancia (México: FCE, 1988 y 1994), Procura de lo imposible (México: FCE, 1998), Reducción del infinito (Barcelona: Tusquets, 2002), El ABC de Byobu (México: Taller Ditoria, 2004; Madrid: Adama Ramada, 2005) Trema (Valencia: Pre-Textos, 2005), Mella y criba (Valencia: Pre-Textos, 2010) y Mínimas de aguanieve (Taller Ditoria, 2015).[2]
De punta a cabo, en la poesía de Ida Vitale se manifiesta la incompatibilidad entre la construcción de un sujeto intelectual y el realismo. No es que estemos ante una estética idealista, que niegue la existencia de la realidad objetiva. Como es el caso de otros autores de la Generación Crítica, Vitale está abierta al mundo. No obstante, aunque nos ofrece un testimonio de su individualidad, ella es la menos autobiográfica de los poetas uruguayos modernos. Su poesía no describe experiencias concretas ni tiene la auto-expresión como su objetivo principal (Verani 567). Rechaza la idea de la literatura como una experiencia mimética o una representación del mundo concreto. Así busca un balance entre objetividad y subjetividad; se ocupa tanto del mundo externo como el interno (Verani 572).
El sujeto intelectual de Ida Vitale pone, consecuentemente, la capacidad intelectiva por encima de la capacidad sentimental. Por eso esta poesía, radicalmente al margen del romanticismo, se niega a “ostentar patetismos” (Paternain 38). Como señala Anna Caballé, también desmitifica la ironía: desconfía “de certezas y definiciones, prefiere crear problemas y disentir, señalar resquicios por donde sustraerse a lo que se le impone” (531). No es de extrañar entonces que su mensaje sea implícito, que reclame un lector activo, participante del proceso de creación, al cabo “más sugerente que representativo” (Verani 567). No quiere decir esto que Vitale sea “deliberadamente enigmática, pues el lector puede entender su poesía perfectamente bien a un nivel superficial”. Los temas se presentan “en una forma condensada, reflejados magistralmente tanto en su materialidad como su misterio, en su franqueza y su abstracción” (Verani 569).
Al poner al sujeto intelectual en el primer plano, la poesía de Ida Vitale se centra en la representación misma; no solo intenta hacer visible el referente sino también el signo. Rafael Courtoisie asegura que nuestra poeta siempre está “alerta a las palabras, porque son un límite y mienten también, pero su intensidad, su propio riesgo se hace condición de vida” (204). Así somos testigos a un proceso de “descarnamiento del lenguaje” (Antonio Mellis cit. en Rela 173-4) y a una obvia conciencia del “poder del idioma para sugerir estados de mente escondidos sin expresarlos directamente” (Verani 569). Como la propia autora afirma, “el mundo está lleno de gente demasiado satisfecha. Hay que tener conciencia de que siempre se puede ir más allá. Y sobre todo, no aceptar que el lenguaje lo diga todo. Lo dicho es un espectro, un fantasma de otra cosa” (cit. en García Pinto 263). Semejante empresa ha producido una utilidad y una belleza que no se puede pasar por alto.
KMH y VRN
Gambier, 5 de agosto de 2008-Mount Vernon, 17 de octubre 2019
[1] Entre otros reconocimientos, la mayoría otorgados en los últimos cinco años, se encuentran: en España, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2015) y el Premio de Poesía International Federico García Lorca (2016), así como dos de los galardones más estimados de México, el Premio Internacional Alfonso Reyes (2014) y el Premio de la Feria International de Libro de Guadalajara (2018). La BBC acaba de reconocerla en su lista de las 100 mujeres más inspiradoras, influyentes e innovadoras del mundo durante 2019.
[2] En prosa, Vitale ha publicado los singulares libros Léxico de afinidades (México: Vuelta, 1994), Donde vuela el camaleón (Montevideo: Vintén; México, 1996: Sin Nombre, 2000) y De plantas y animales: Acercamientos literarios (México: Paidós, 2003). Se ha distinguido, también, como crítica y traductora. Ha escrito iluminadores ensayos sobre la poesía uruguaya de los años veinte y las obras de sus coterráneos Agustini, Felisberto Hernández y Enrique Casaravilla Lemos. Poetas latinoamericanos que han recibido su atención crítica son Pablo Neruda, Nicanor Parra, Alberto Girri, Enrique Molina, Olga Orozco, Octavio Paz, Eliseo Diego, Gonzalo Rojas, Carlos Germán Belli, Rafael Cadenas, Roque Dalton y José Emilio Pacheco. Además, ha traducido obras del francés (Jean Dubois, Guillaume Apollinaire, Gastón Bachelard, Jules Supervielle, Simone de Beauvoir y Emil Cioran), el italiano (Luigi Pirandello, Massimo Bontempelli, Salvatore Quasimodo, Pier Paolo Pasolini y Eugenio Montale) y el inglés (Djuna Barnes, John Osborne y John Synge). Sus publicaciones más recientes son Resurrecciones y rescates, una colección de ensayos literarios (Fondo de Cultura Económica, 2019), y Shakespeare Palace, unas memorias de sus años en México (Lumen, 2019).
Obras citadas
Benavides, Washington. Mujeres: Las mejores poetas uruguayas del siglo XX. Montevideo: Instituto Nacional del Libro, 1993.
Benedetti, Mario. “La literatura uruguaya cambia de voz”. Literatura uruguaya: Siglo XX. Barcelona: Seix Barral, 1997. 11-20.
Caballé, Anna, ed. Lo mío es escribir: La vida escrita por las mujeres, I. Intro. Alicia Redondo y Fernando Aínsa. Barcelona: Lumen, 2004.
Courtoisie, Rafael: “Ida Vitale (1923)”. Benavides 201-4.
García Pinto, Magdalena. “Entrevista con Ida Vitale en México, 21 de julio, 1982”. Historias íntimas: Conversaciones con diez escritoras latinoamericanas. Hanover [NH]: Ediciones del Norte, 1988. 253-81.
Mántaras Loedel, Graciela. “Introducción”. Contra el silencio: Poesía uruguaya 1973-1988. Ed. e intro. Mántaras Loedel. Montevideo: Tupac Amaru, 1989.
Paternain, Alejandro. “36 años de poesía uruguaya (1930-1966)”. 36 años de poesía uruguaya: Antología. Ed. e intro. Paternain. Montevideo: Alfa, 1967. 18-64.
Pickenhayn, Jorge Oscar. Voces femeninas en la poesía de Uruguay. Buenos Aires: Plus Ultra, 1999.
Rama, Ángel. “Uruguay: La Generación Crítica (1939-1969)”. La crítica de la cultura en América Latina. Ed. e intro. Saúl Sosnowski y Tomás Eloy Martínez. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1985. 217-40.
Rela, Walter. Poesía uruguaya, siglo 20: Antología. Montevideo: Alfar, 1994.
Scott, Renée. Escritoras uruguayas: Una antología crítica. Montevideo: Trilce, 2002.
Verani, Hugo J. “Ida Vitale”. Latin American Writers. Supplement I. Ed. Carlos A. Solé y Klaus Müller-Bergh. New York: Scribner, 2001. 567-79.
Vilariño, Idea, ed. e intro. Antología poética de mujeres hispanoamericanas: Siglo XX. Montevideo: Banda Oriental, 2001.