Pedro Novoa (Lima, 1974) es el autor de cuatro novelas, tres colecciones de cuentos y varias otras obras. Su última novela La sinfonia de destrucción (2017) fue publicada por Editorial Planeta y estuvo en la lista larga para el Premio Herralde de Novela. Novoa es profesor en la Universidad César Vallejo donde cursa un doctorado en Ciencias Docentes. La siguiente entrevista empezó como una conversación informal durante la Feria Internacional del Libro de Lima el pasado agosto y fue completada y revisada por email y Facebook.
Gabriel T. Saxton-Ruiz: Te conocí en persona el día de la presentación de tu última novela La sinfonía de la destrucción en la Feria Internacional del Libro en Lima. Llegaste unos minutos tarde y tu editor Víctor Ruiz Velazco andaba paseando como padre en ciernes en la entrada del auditorio, maldiciendo el caótico tráfico limeño. Ese momento me quedó grabado en la mente ya que lo relaciono con la vida agitada y frenética de la capital peruana. “Lima, ¿qué chucha eres?” se pregunta un personaje en La sinfonía de la destrucción, ¿y tú cómo le responderías? Y en tu novela Maestra vida, el narrador la describe como “la ciudad del vértigo y la estridencia; la horrible, la tres veces coronada perra” pero también un lugar que “nunca dejará de ser la ciudad de los reyes, de los príncipes”. ¿Cómo ha influido esta ciudad en tu escritura?
Pedro Novoa: A Lima no la conoces, te la inyectas. Es como el LSD, una droga potente que te hace viajar. Algo que te mueve de golpe y te coloca en el centro mismo de su alucinación. Y allí en su paraíso artificial te va volviendo un demonio que reina entre bufidos de bestias, delirios y destrucción. Tiene algo del pellejo de Nueva York y el espíritu de Sarajevo o Beirut. Es mestiza como México D.F, padece de la pobreza de Nueva Delhi, pero a la vez, ostenta por ciertas zonas la misma pretensión de Barcelona o Madrid de ser el ombligo del mundo y a veces ser también su cloaca. Tiene la maldición de las grandes metrópolis que se parece un poco a todas y es a la vez ninguna. El problema es que los viajes con el LSD pueden durar entre siete a doce horas, en cambio con Lima, la situación se agrava, el viaje dura toda la vida. Si te infectas, te jodiste, llevarás a la ciudad en tu memoria a todas partes, siempre a cuestas, o peor, por dentro como los poseídos. Comparándola por exceso o por defecto con cualquier otra urbe, así sea mejor o peor. Lima será tu unidad de medida y tú te medirás con ella. Lo curioso es que estando en ella, si llegas a encontrarle el ritmo al viaje, esa suerte de lomo de potro chúcaro (salvaje) no sufrirás en la cabalgata bestial, sino reinarás, siempre con una corona en la cabeza y empuñando un cetro. Magnífico y luminoso, como si fueras un Atila frenético pisoteando, haciendo mierda el mejor de los paraísos por el simple y perverso placer de solo hacerlo.
GSR: ¿Hay algunos autores peruanos que también han retratado la vida en Lima y que te hayan marcado en especial?
PN: Más que leer, disfruto releyendo a la tradición realista que no solo describe Lima como un decorado exótico o reemplazable de sus ficciones, me gustan los libros donde la ciudad adquiere el rol de personaje, de entidad irremplazable que obliga no solo a imaginarse un contexto, sino como las obras de Balzac, sentir el aroma social impregnado en cada resquicio del ambiente. En ese sentido me fascinan la Lima de Diez Canseco, Congrains, Martín Adán, Reynoso, Julio Ramón Ribeyro, Vargas Llosa y Fernando Ampuero. Ellos han hecho de Lima un microcosmos que en vez de alojar, engendran a sus peculiares personajes. Una ciudad partera, una enorme placenta. No esas ciudades descolocadas que solo sirven de tablero reemplazable de ajedrez donde son las piezas blancas o negras, las que deciden todo. Me gusta cuando el tablero también juega, cuando también gana y resuelve.
GSR: ¿Quiénes son los escritores contemporáneos peruanos que lees?
PN: Dentro de los autores peruanos contemporáneos los estoy leyendo en su gran mayoría, ya que tengo una columna de reseñas llamada “Epístola a los transeúntes” que sale todos los sábados en el diario Expreso a nivel nacional. Es por ello que mencionarlos me parece inabarcable. Lo que sí puedo añadir es que estoy leyendo a autores de Piura, Trujillo, Huancayo, Ayacucho, Cusco y Arequipa que tienen propuestas muy buenas a la par de las de Lima. Incluso también reviso con cierta regularidad textos de escritores en el exilio (Francia, EEUU, España e Inglaterra).
GSR: En tus novelas se entretejen diferentes registros, y géneros (poemas, blogs, mensajes de texto, emails etc.). ¿Podrías comentar esta mezcla discursiva?
PN: Me parece que la novela es el género que más abierto ha estado en captar ese espectro tan ágil y movible que es la capacidad de comunicación humana que va desde un poema a un twitter, así como su diversidad. Cuando la carta se volvió un medio muy frecuente en la vida social del hombre, la literatura la captó, primero como elemento y luego incluso como variante discursiva. Los novelistas intercalaban misivas dentro de sus narraciones respetando sus partes constitutivas (fecha, día, lugar, etc) y llegaron a crear incluso una variante narrativa que es la novela epistolar. En estos últimos tiempos se ha logrado ver que no pocos novelistas incluyen correos electrónicos en sus narraciones, respetando o incluyendo dentro de la narración las partes constitutivas, porque la estructura también es un mensaje. Es por ello que me pareció importante trasladar esta peculiaridad discursiva en la novela, respetando de alguna forma su estructura. Por eso tomé en cuenta inbox, estados de Facebook y desde luego mails. Es lo que Cornejo Polar diría “la fuerza del referente”, esas pulsiones que la realidad impone tácita o explícitamente en las ficciones. Creo que los entornos virtualizados deben y tienen que entrar en la ficción novelesca no solo en sus referencias, sino en sus formas, para que desde allí se reflexionen, critiquen, validen o descarten. Lo interesante es que al usar este tipo de recursos en la ficción novelesca uno adopta una distancia crítica y observa cómo la realidad puede ser suplantada y el lenguaje precarizado por lo icónico. Y a su vez, tiene que reconocer que su uso si bien es cierto rebaja el lenguaje escrito, es un potente medio de comunicación. La novela, por lo menos, La sinfonía de la destrucción, no se guarda nada, apunta a estos medios y los muestra desde las tripas, como un ejercicio de disección del lenguaje contemporáneo.
GSR: Tu último libro de cuentos, Inmersión, incluye relatos de ciencia ficción, fantásticos y realistas. ¿Podrías describir tu proceso creativo? ¿Haces algo diferente según la modalidad escritural? ¿Qué tipo de investigación emprendes a la hora de escribir?
PN: Mi proceso creativo está conformado por dos sustancias: los hechos reales y los ficticios. Entre ambos debe existir una conexión, sino la hay simplemente no puedo avanzar. Tanto en novela como en cuento, sigo la premisa de Hemingway cuando recomienda escribir de lo que uno sabe o ha vivido o visto, y la otra premisa de Vargas Llosa que recomienda fabular a partir de lo real, porque de no hacerlo uno podría escribir una involuntaria autobiografía frustrada. En el caso de “Inmersión” esta suerte de poética ad hoc la puse más que en evidencia. Es uno de los cuentos más biográficos que he escrito, pero que a su vez parece todo lo contrario. La historia partió a través de un gatillazo de realidad. Estaba en la piscina y se me ocurrió revivir una prueba muy dura que experimenté en la Marina: buceo a pulmón de cincuenta metros. Mientras lo hacía, en los últimos metros sentí la necesidad de oxígeno y de inmediato recordé mi vivencia en los cuarteles navales. Me propuse escribir de inmediato de esto como recomendaba Hemingway, pero de inmediato recordé la otra recomendación de Vargas Llosa. Debía de fabular, pero para ello debía alterar todo. Hacer más que una cirugía una transformación. Lo real no podía ser maquillado, debía volverse otra realidad, otra más intensa y frenética. Como decía Borges, la realidad no tiene la obligación de ser interesante, la ficción sí. Entonces le cambié todo. El protagonista ya no sería yo, sino una japonesa, no estaría bajo la mirada de un militar, sino de una civil. No sería un buceo horizontal, sino vertical. Y así lo escribí. Este cuento ganó el premio Caretas en el 2015, un premio tradicional de mi país que lo ha ganado maestros del género. Incluso fue traducido a 15 idiomas y la versión en inglés que George Henson realizó fue publicado en el diario británico The Guardian.
Con relación a las diferencias entre cuento y novela, tengo la sensación mayoritaria de controlar mejor el cuento y experimentar con la novela un proceso de control al revés, donde es la novela y sus personajes que van adquiriendo una suerte de independencia y exigencia que dista mucho del planteamiento inicial. Y con relación a los géneros, la misma historia va proponiendo su naturaleza, hay un aletazo inesperado que la vuelve fantástica lo que por lo general es realista.
GSR: En varias de tus obras existen personajes que encarnan la figura del outsider o marginado como Ismael en el cuento “Gardenias rojas”. ¿Podrías hablar un poco sobre ese personaje y cómo lo desarrollaste?
PN: Yo pertenezco a un sector marginal dentro de la sociedad letrada peruana, los escritores que no solo provenimos de sectores marginales sino que también abordamos temáticas que implican la reflexión y problematización del ámbito urbano marginal. Por lo general infravalorado, negado, mal comprendido y/o estereotipado. Hay una permanente pugna por establecer una legitimidad dentro de un país racista, machista y segregacionista como lo es el Perú. Estos mecanismos de discriminación sean sutiles o tácitos, se dan. Quizá haya sido el hecho de haber sido expulsado de la Marina de Guerra del Perú lo que me dio esa suerte de rebeldía ante lo hegemónico, o quizá más antes, jugando un poco a sicoanalista, con mi relación hostil con la imagen paterna. Siempre cuestionada y fustigada en mis ficciones. Esta sublevación permanente con las figuras de autoridad han hecho (supongo) que tenga especial interés en personajes que representan sectores minoritarios. Sectores que por lo general son humillados y agredidos de todas las formas posibles. Por eso mis personajes siempre son imaginados desde los márgenes. En la novela “Maestra vida” la protagonista es una mujer oprimida, además de ser afrodescendiente. Asimismo, en “Seis metros de soga” el protagonista es un boxeador también afrodescendiente de extracción popular. En la novela “Tu mitad animal” el rol principal la tiene un personaje cobrizo (cholo), mientras que en mi última obra “La sinfonía de la destrucción” el foco narrativo se centra en un personaje provinciano además de ser de un barrio marginal. Dentro de este afán de descentrar y partir de los límites pensar las historias, planteé el cuento “Gardenias rojas” donde un ser muy especial, tierno y con dificultades cognitivas expresa un amor homosexual, indefinible para él, dentro de un ambiente hostil, de bullyng y constantes agresiones. Este cuento es además uno de esos relatos que me agradan especialmente porque narran dos historias a la vez. En primera lectura es la historia de un adolescente que sufre el hostigamiento de sus compañeros a causa de su condición cognitiva y evidente inclinación homoerótica; pero también es la historia en clave simbólica de un escritor homosexual muy conocido y querido en mi país, llamado Oswaldo Reynoso. Ya que al igual que al personaje, al escritor mencionado lo van a humillar y agredir tanto la crítica como los sectores más tradicionales de la sociedad letrada del Perú.
GSR: ¿El cine ha influido sobre la forma de escribir tus novelas y cuentos?
PN: Desde luego, además de las obras literarias, siempre hay una película o raigambre de películas que se van filtrando en mi producción narrativa ya sea como resonancia en el montaje o como traslado voluntario o buscado de ambientes o personajes específicos. Por ejemplo, me gustó mucho el montaje arquitectónico del filme Magnolia con la idea de la fragmentación que guarda sutiles vasos comunicantes entre sus partes. Armado que me parece muy seductor y que lo he venido ensayando y sofisticando de acuerdo a cada novela, a veces con encabalgamientos más cortos y rápidos como en Pulp Ficción o Bastardos sin gloria. Con relación a los ambientes, me agrada particularmente las atmósferas opresivas y desconcertantes tipo Eraserhead de David Linch o Stalker de Tarkovski. Entre la fauna de personajes me gustan los rasgados, seres conflictuados hechos de traumas no resueltos y obsesiones que rayan con lo absurdo tipo Travis de Taxi driver, Fando y lis de Jodoroswsky matizados con rasgos endurecidos y sucios prestados del spaghetti western así como los tomados de la comedia oscura del filme Feos, sucios y malos de Scola. Mención aparte merecen las pandillas que se trasladan violentamente por grandes urbes como los drugos de La naranja mecánica o en Trainspotting. Por último tengo particular predilección por cierta estética de lo grotesco con filmes como Santa sangre de Jodoroswsky, Freaks de Tod Browning o en Los enanos empezaron pequeños de Herzog. Estética inquietante que traslada los rasgos más abisales de la condición humana a seres desgarrados o tiernamente monstruosos. No puedo dejar de mencionar un filme peruano, Días de Santiago, donde el personaje está golpeado por un pasado de violencia que lo ha dejado extraño y confundido en una sociedad aún más violenta.
Quisiera agregar que además de la literatura y el cine, la música también es un elemento muy entroncado en mis obras. La novela “Maestra vida” es el título de una salsa, a de Rubén Blades, en “Seis metros de soga” hay un capítulo que se llama “Pa´bravo yo” de Justo Betancourt. Mi última novela, “La sinfonía de la destrucción” es también una celebración de la música intensa, el título es homónimo de una famosa canción de Megadeth y dentro de la obra aparecen referencias a la salsa dura incluso al hip hop. Es para mí la música una victoria vital del silencio y el ruido, un hallazgo de ritmo al caos es volverlo pasable y hasta festivo.
GSR: Tus obras han sido galardonadas con varios premios en los últimos años. ¿Qué significó para ti ganar el Primer Premio Internacional de Novela Corta Mario Vargas Llosa? ¿Cómo ha sido la recepción de tus obras dentro y fuera del Perú?
PN: Mi historia con los premios es la historia de esos pinchazos de moral y fe que animan a corazones abnegados. Como esa madre que por un par de sonrisas no duda en sacrificar toda su vida por su hijo. Así veo o por lo menos así me sirvió inicialmente los premios, como esa dosis necesaria de aliento para soportar la peregrina vocación de artista en estos tiempos. El primer estímulo que me jaloneó el ánimo fue el Premio Horacio de Novela Corta por la novela Seis metros de soga, otorgado por el maestro Miguel Gutiérrez, uno de los novelistas más reputados y respetados en mi país. Era la primera vez que incursionaba en el género novelístico y con la venia del maestro tuve más confianza en seguir insistiendo en la novela. Fue Miguel Gutiérrez quien me dijo que debía olvidarme de mi primera novela, que debía clausurar los personajes, que podría correr el riesgo de ser un escritor de una sola novela y estar condenado a proseguir secuelas. Por eso me concentré y corté los cordones umbilicales con mi primera novela y escribí la segunda. Maestra vida que logró ganar el Premio MVLl, ese tuvo una resonancia internacional, ya que participaron 669 (una cifra casi satánica) novelas de 23 países de todo el mundo. La repercusión fue inmediata, ya que el por entonces flamante Nobel iría personalmente a entregar el premio a su ciudad natal. A la novela le fue muy bien, fue publicada por Alfaguara y actualmente se encuentra agotada, ahora solo puede ser adquirida en formato digital en varias partes del mundo. La novela La sinfonía de la destrucción, por su parte, también tuvo cierto resplandor por otro premio, esta vez el Herralde, saliendo en la long list de los finalistas del año 2014 entre 1,462 participantes. Esta condición hizo que los medios culturales pusieran atención en mí y en mi obra finalista. Finalmente, luego de años de edición, se publicó con la editorial Planeta. Y también ha tenido muy buena acogida, aunque en el ámbito internacional solamente se adquiera en formato ebook. Supongo que la ruta por la internacionalización recién comienza, pero para ello se tiene que dar el primer paso que sería la publicación en otras lenguas. Hasta la fecha me han traducido al italiano, francés e inglés pero solo cuentos. Solo uno de ellos, Inmersión, ha sido traducido a 15 idiomas. La traducción de una de mis novelas es lo que más anhelo, espero que con el tiempo se dé.
GSR: ¿Cuáles son tus próximos proyectos literarios?
PN: Estoy muy entusiasmado en un proyecto literario que trata sobre la condición de postguerra. Una suerte de reconstrucción o deconstrucción narrativa de los que en un momento fueron partícipes tanto militares como sediciosos. Me interesa proponer un drama actual, los heridos de la guerra, con sus traumas y miserias, pero no pretendo glorificarlos, al contrario, quiero hundirme con ellos en sus historias y si es que se puede recién ascender.
GSR: En el cuento “Carne de subasta”, incorporas jerga mexicana en boca del protagonista Jalisco Méndez. ¿Cuál es tu relación con México? ¿Cómo nació este cuento?
PN: Tengo familiares en Sonora, México. Herbert Ávila, un primo que se fue en los PN: ochenta para cruzar la frontera con EEUU y quedarse a vivir como ilegal por allá. Fue un “espalda mojada”, logró entrar a territorio estadounidense y para que no lo deportaran a Perú, sacó su pasaporte mexicano. Cosa que ya lo expulsaban más cerca para volver a intentarlo. Y así lo hizo en tres oportunidades, hasta que casi lo matan. Por eso se quedó a vivir en Sonora, allí ha hecho su familia y ha encontrado esa estabilidad que había pretendido en suelo norteamericano. Fue él que solía decir eso de que somos carnes de subasta, que siempre hay algo que nos oferta al mejor postor. Una terrible figura de la condición de muchos latinos, por eso agucé la memoria para recordar los giros y jerga mexicana que mi primo ya había hecho suyas. Y porque además me pareció una interesante metáfora de la actual situación del hombre latino. Alguien que es vendido al mejor postor dentro de un mundo neoliberal cosificado e inhumano.
Por otro lado soy un permanente cazador de términos de origen popular, y me parece que el peruano y el mexicano tienen un inventario bastante basto de palabras muy sabrosas, simbólicas y rítmicas. Esta suerte de léxico de la mexicanidad también me pasó a través del cine y la música. Solo para citar la más impactante, fue el filme Amores perros y algunas canciones de Control Machete y Cypress Hill.
GSR: En otro cuento de Inmersión, “Disparo predecible,” hablas del fútbol peruano. ¿Podrías comentar ese relato y la relación entre el fútbol y la literatura? Tú tenías ocho años la última vez que el Perú se clasificó (yo tenía seis…) al mundial. ¿Nos clasificamos esta vez?
PN: Para mí existen dos grandes deportes que particularmente tensan mis fibras más íntimas y sensibles: el boxeo y el fútbol. Y por una extraña coincidencia traumáticas derrotas dieron origen a dos narraciones: La primera, la caída de Romerito con Ray Boom Boom Mancinni en el Madison Square Garden; y la segunda, las consecutivas eliminaciones, sobre todo las últimas recargadas en la inoperancia de algunos jugadores que en el exterior brillaban, pero que en las eliminatorias se opacaban miserablemente.
De la primera, escribí la novela Seis metros de soga (Altazor, 2010) cuyo título se refiere a las dimensiones del cuadrilátero que tuvo uno que armaron en el coliseo Amauta de Lima. Y de la segunda, escribí el cuento “Disparo predecible”. Donde también propongo un doble relato, uno anecdótico y el otro simbólico. El anecdótico se refiere a un sicario que mata por encargo al futbolista que se falló un penalti decisivo. Penal que a la postre significaría una eliminación más. Y en lo simbólico, es un escepticismo general donde un jugador que sí logro ser mundialista (Cubillas) ajusta cuentas con el jugador que acaba de desperdiciar la posibilidad mundialista (Pizarro) errando un penal.
Para mí el fútbol es esa religión no dicha que el pueblo ha adoptado para canalizar su contemporánea espiritualidad. En la novela Seis metros de soga hay varias escenas donde se juega un fulbito a lo macho que termina en bronca. Para mí el fútbol tiene mucho de violencia y sexualidad y quizá por eso apasione tanto. Hay un eros tánatos que flota en cada encuentro. Hay génesis pero también Apocalipsis, hay amor que convive muy junta con la destrucción.
Lo curioso que descubrí cuando investigaba sobre el box en mi primera novela era que no era un deporte propiamente dicho (solo el boxeo olímpico lo es). Ya que no constituye una actividad física que beneficie físicamente a quien la practicase, sino que le provoca una serie de lesiones en las pupilas, tabiques, orejas, nudillos y dolencias cerebrales. Pero también pude concluir que si bien es cierto el boxeo no es un deporte, es una actividad lo más parecida a la vida, porque la vida tampoco beneficia físicamente a quien la ejerce, sino que le provoca una serie de lesiones. Por eso el símbolo del boxeador con el luchador en general.
Y con el fútbol igual. No es una actividad racional. Puedes tener los mejores jugadores y perder; puede estar en condiciones deplorables y surgir. El fútbol también es como la vida, da revanchas, te pone también en un escenario de lucha. Por eso creo que también, los jugadores son símbolo de pujantes guerreros. Gente preclara y heroica que como Héctor que sabía de antemano que iba a perder, va al encuentro de su destino heroico. Igual yo creo que pasará mañana, me emociona profundamente la lucha sea cual sea el resultado, como Héctor sé que tarde o temprano se morirá, pero no importa, como en la Iliada, salgamos a enfrentarnos con nuestro destino heroico. Y solo procuremos estar a la altura de la lucha.
Más que fe, tengo las ganas locas de heroísmo.