El río
Eran las aguas sorprendidas en pleno estado de palabra
Waldo Rojas
Zanja el río su llaga entre los roquedales
en la medida de un amanecer
rodeado por el bosque.
Su rumor nos lleva a remontarlo
como quien sigue el curso de un paisaje
desvanecido en el agua,
como quien reconoce
la procesión de un ajusticiado.
Palabra que llega con el relumbrar
de unos días sumidos en la desnudez de unas fechas:
nada más que un transcurrir de calendario
nada más que una larga sucesión de latidos.
Llegamos a su origen. La gruta
en el monte donde nace el Agua,
comienzo del Río, fin de la Palabra.
El abismo se llama Eduardo Anguita
El abismo se llama Eduardo Anguita
y fue, como ninguno,
el amante de las formas.
Tuvo un cuerpo de fuego
y unos ojos rozados por la nada.
Por su voz el tiempo
se adelgazaba hasta la luz
como el agua de las brumas.
Ninguno con más presagios
en la garganta y en la pluma
cuando tejía su vacío
en el fósforo y el torbellino.
Ninguno más áureo
a la hora de alimentar a las estrellas.
Ninguno como él,
hambriento de número inasible.
Un pájaro golpea a la ventana
Al comienzo un extraño sordo ruido
como si una uña intentara escarbar
el aire que se refleja en la nada
como en un espejo nuestra callada
sorpresa al ver a ese pequeño pájaro
golpear la ventana que da al patio
para seguir el curso de la luz
su alada hermana en el aire y el éter
(el otro aire) una y otra vez otra
y otra un dos tres el niño abre su boca
para que entre el pájaro y qué busca
con ahínco de Narciso que no sabe
el duro seco beso en el cristal
en la mano ahora extendida del niño
que comienza tumba y termina nido
el pájaro insiste en ese camino
obstáculo no impedimento sí
nosotros no dejamos de mirar
ojos cerrados boca abierta manos
extendidas huesos hacia la nada
cómo en las praderas nunca sombrías
un pájaro golpea la ventana.