Ya se estaba acostumbrando a estar solo. Era el día de su cumpleaños y no había recibido visita alguna, ni una sola llamada. Tampoco le hacía falta, aunque rara vez la recordaba a ella y algo similar a la nostalgia lo invadía. Así que hoy lo mejor era salir de su encierro e ir a esa bella tienda de aves en donde se quedaba por horas mirando un Txetle corazón de fuego. Salió con lo que llevaba puesto y entró a la tienda en búsqueda del pequeño emplumado. El pajarillo también se quedaba mirándolo por largos minutos. Nadie parecía notarlo. Ni el dependiente de la tienda se percataba de la inusual escena: Un hombre y un pájaro mirándose fijamente uno al otro. A veces se animaba y le hablaba al avecilla:
—Ya debes andar cansado de esa jaula. Aunque no te ves molesto, te has acostumbrado al encierro, a lo mejor eso está mal para algo como tú.
—Tal vez tienes razón.
Era la primera vez que el pájaro le contestaba. No se sorprendió de tal cosa. Había leído en algún tratado de aves que los Txetles corazón de fuego tenían tal capacidad. Pero también sabía lo que eso significaba y para nada se sobresaltó, algo intuía sobre lo que le venía sucediendo desde hacía años. Se resignó de inmediato.
—¿Estás asustado? —preguntó el Txetle corazón de fuego.
—No.
—Lo siento, en verdad. Pero creo que ya era hora de que lo supieras. ¿Qué piensas hacer ahora? Indagó el ave.
—Nada.
—Qué tal si abres la jaula —propuso.
—¿Eso deseas?
—Sí.
—Ábresela —dijo una mujer de ojos pálidos que salió de la nada.
—Sí, hazlo —comentó un niño de piel amarillenta que venía de la mano de la mujer.
Está bien —dijo él.
De improviso la jaula se quedó sin pájaro. Solo unas plumas rojas como sangre quedaron flotando en el aire. El dependiente de la tienda de aves se llevó las manos a la cabeza, su ave más costosa había escapado como si nada. La mítica ave que le vendió aquel raro sujeto y que le aseguró poseía poderes sobrenaturales (y que incluso, podía hablar con los muertos) ahora se había ido para siempre. Suspiró resignadamente y se le hizo extraño que a esa hora de la mañana no había llegado ni un solo cliente.
Lee una entrevista a John Better Armella en el presente número de LALT.