Lo difícil es poder, poder hasta que se pueda poder lo que no se puede.
(Frase encontrada en un anotador de Fogwill, en su escritorio, escrita de su puño y letra)
Fue en diciembre de 2010 cuando ingresé a la casa del escritor Rodolfo Fogwill por primera vez. Era en Buenos Aires, en el barrio de Palermo, a cuatro cuadras de donde vivía Jorge Luis Borges. Vera, su hija, me había pedido que revisara con ella los documentos que había dejado el escritor con la idea de iniciar una catalogación de su archivo, que incluiría sus manuscritos, correspondencia, fotografías y biblioteca. A simple vista parecía una casa en pausa. Había plantas, pilas de papeles, cajas con libretas, revistas y recortes de prensa, fotos, sogas, cables colgando, accesorios de su velero y varias computadoras desarmadas repartidos por todo el lugar. Nada había sido cambiado de lugar desde el último día que Fogwill había estado ahí.
Rodolfo Enrique Fogwill (1941-2010) nació en Bernal, en los suburbios de la Ciudad de Buenos Aires. Se recibió a los 23 años de sociólogo, luego de un paso previo por la carrera de Medicina. En paralelo a la escritura, tuvo una carrera como investigador de mercado y publicitario. Fue el artífice detrás de varias campañas muy vistas por los que vivimos la década del ’70 y ’80 en Argentina, como la de la tabacalera con el inolvidable slogan “el sabor del encuentro” (que luego fue el de la cervecería Quilmes), y decenas de viñetas que acompañaban el envoltorio de los clásicos chicles “Bazooka”. A Fogwill, además de la literatura, le gustaban mucho las mujeres, le gustaba navegar en velero (tuvo uno) y le gustaba ser padre (tuvo 5 hijos), a tal punto de afirmar que “la paternidad es lo que hace mejor al hombre”. Ganó la Beca Guggenheim en el 2003 y el Premio Nacional de Literatura en el 2004.
Los documentos que comprenden el Archivo Fogwill, conservados por el autor y catalogados por su familia, abarcan desde sus primeros poemas inéditos de finales de la década del 60, dedicados a su esposa, Juana, hasta la última libreta negra Moleskine que llevaba en el Hospital Italiano, donde falleció. Estos materiales constituyen una puerta a su mundo y son parte de los elementos con los cuales Fogwill fue construyendo su obra.
Dentro del archivo, la correspondencia no es sólo un capítulo en su historia. En un estante de su biblioteca, el escritor guardaba un bloque de cartas que comprendían el período de finales de la década del ‘70 hasta mediados de los ‘80. En su mayoría son cartas que recibió de otros escritores, como Alan Pauls, Osvaldo y Leónidas Lamborghini, Juan José Saer, César Aira, Arturo Carrera, Octavio Armand, Alberto Laiseca, Néstor Perlongher, o de índole privada. Esta correspondencia muestra el tono de sus relaciones e incluye temas como el financiamiento de las publicaciones de su editorial, la valoración de la obra de otros escritores, el envío de manuscritos inéditos. Es parte de un patrimonio de cerca de 700 cartas que recibía y enviaba el escritor.
En los inicios de la década de los ’80, Fogwill ya tenía dos hijos, Andrés y Vera, un divorcio conflictivo a cuestas, y había constituído la agencia de investigación de mercado “Facta” y la agencia de publicidad “Ad-Hoc”, pero su desvelo era la literatura, escribía poesía y cuentos. Sobre su obra poética, un joven Alan Pauls, que trabajaba en la agencia “Ad-Hoc” en ese período, escribía en una carta de noviembre de 1979: “Hay mucho de bueno en tu poesía, sobre todo de bueno en tu forma de usar distintas formas poéticas, el ritmo y la música…”.
En 1980 Fogwill obtiene el Premio Coca-Cola en la categoría “cuento” por su relato “Mis muertos punk”, que termina en una campaña contra la empresa por el contrato que obligaba a firmar a los premiados para editar su libro. Luego de un cruce epistolar elevado de tono de parte de Fogwill con el Gerente de Asuntos Externos de la empresa Coca-Cola, renuncia al contrato para la publicación cobrando solo la parte del premio que correspondía al pago en efectivo. En un fragmento de la carta que envía Fogwill a la empresa Coca-Cola escribe con tono provocador: “si hasta un libro mal escrito y de la contra sale premiado, cualquiera puede mandar sus originales a los próximos concursos” (Carta de Fogwill a Coca Cola, julio 1980).
Sobre el Premio, escribe con gracia Alan Pauls en una carta al escritor: “Coca-cola refresca mejor. Pero pepsi es más rica” (Carta de Alan Pauls a Fogwill circa 1981).
El dinero que recibió del Premio fue utilizado para la creación de la editorial Tierra Baldía, en la que publicó, además de sus libros El efecto de la realidad y Las horas de citar, obras de Oscar Steimberg, Leónidas Lamborghini, Osvaldo Lamborghini y Néstor Perlongher. Parte de la correspondencia que se conserva en el archivo está relacionada con el proyecto editorial. En 1980, Osvaldo Lamborghini escribía a Fogwill:
“Anoche releí los cuatro libros publicados o escritos por Tierra baldía. Es un conjunto perfecto como conjunto. Si no me disgustara el término diría —digo— que allí hay un Discurso. Después de releerlos, me agarró una manija bárbara, y y retomé casi frenéticamente la redacción de un manuscrito mío…” (Carta de Osvaldo Lamborghini a Fogwill, 5 de agosto 1980).
En su correspondencia con el escritor cubano Octavio Armand, aparecen los poetas que no fueron publicados pero que fueron analizados como posibles candidatos, como el poeta “maldito” Jacobo Fijman. Fijman conoció a Breton en París y fue una pieza fundamental del surrealismo en Argentina, su poesía y pintura inspiraron a varios integrantes del movimiento en el Río de la Plata. “En cuanto a Jacobo Fijman (…) puesto que iban a publicar su poesía, aunque por lo visto han tenido que desistir, quiere decir que tienen a mano alguna versión (…). Necesito que como un gran favor me la hagan llegar…” (Carta de Octavio Armand a Fogwill, 12 de junio 1980).
A inicios de 1981, durante la última dictadura militar argentina, Fogwill cumplía una breve condena en la cárcel de Caseros en Buenos Aires por un delito de fraude y estafa. Fogwill relató la experiencia: “Muchos grupos militares operaban sobre las agencias y querían que yo me asociara con ellos. Cada vez que salía una película mía en televisión, la prohibían. En 1980, hice una publicidad de cigarrillos. Una mina que estaba en una fiesta se va con un tipo a ver el amanecer, y en un paneo se ve que la mina tiene alianza. Fue prohibida porque la mujer era casada y no estaba con su marido. Decían que yo usaba los dólares de la inversión publicitaria para presionar sobre los canales para que pasaran mensajes cifrados de la guerrilla. Y me cerraron las cuentas en los bancos, me procesaron y me metieron preso. Seis meses, acusado de estafa y subversión económica” (Entrevista realizada por Leila Guerriero al autor en el año 2009 y publicada en el suplemento cultural del diario El País, verano 2010).
En el número 49 de la revista Vigencia, de 1981, va a publicar “El interno que escribe”, un texto que habla sobre su vida en el encierro, donde cuenta que en la cárcel “interno” es la palabra con la que se denomina a los presos. En varias ocasiones, Fogwill relata que en la cárcel recitaba e intentaba escribir de memoria porque al inicio de la reclusión no tenía papel ni lápiz. Su hija Vera recuerda una visita que le hace junto a su abuela Beatriz a la cárcel el 24 de enero de 1981: “Un día me pasa a buscar por casa y me dice que vamos a ir a ver a mi papá. Hacía tiempo que no lo veía y pensé que estaba de viaje en Londres. Me ilusioné y le dije —esperá un ratito que voy a preparar mi valija—. Ella me responde que no hace falta, nos subimos al taxi y llegamos rápido. Recuerdo que ingresamos a un cuarto donde había dos banquetas. Ahí apareció papá. Nos pusimos a charlar y me dijo que estaba genial, muy feliz y le entregamos papel, lápiz y puchos”. Al otro día de la visita Fogwill le escribe a su hija “Estoy contento que me hayas venido a visitar ayer y más contento porque hoy te fuiste a divertir al club en vez de venir a pasar calor aquí. Total … pronto nos veremos” (Carta de Fogwill a su hija Vera, 25 de enero 1981).
Las únicas cartas del período en que estuvo preso que se conservan en el Archivo son las escritas a sus hijos. En ellas relata que sus días pasan entre lecturas, que le llegan libros y que “sigue escribiendo una novela y espera terminarla antes de salir”. Se trataría posiblemente de la novela Nuestro modo de vida, escrita en 1981, una obra que se consideraba perdida, y fue recuperada durante el proceso de conformación del archivo y publicada en el 2014. En las cartas les pregunta a sus hijos cómo pasan el verano, les aconseja que vayan de campamento: “Aquí lo único que extraño es estar con ustedes. Pero aguanto, porque pronto nos veremos” (Carta de Fogwill a Andrés y Vera Fogwill, 19 de enero 1981). A partir de la correspondencia se pudo obtener la fecha exacta de su ingreso al penal, el 8 de enero de 1981, y contraponiéndose a los relatos orales posteriores a su confinamiento, el escritor dice que escribe mucho y que eso lo pone feliz. Además hace mucha gimnasia y fuma poco porque no consigue muchos cigarrillos, la comida es buena: “Díganle a la abuela que me mande más papel” (Carta de Fogwill a Andrés y Vera Fogwill, 23 de enero 1981). Les aconseja que no lo vayan a visitar tanto, prefiere que disfruten el verano; a Andrés, su hijo mayor, le escribe: “Viniste sábado, viniste domingo. Ahora a la pileta y a la pelota. Tratá de que tu vieja te deje salir a navegar” (Carta de Fogwill a Andrés Fogwill, 25 de enero 1981).
Entre las memorias que recuerda de su detención, narra que una noche mientras esperaba ser trasladado junto a otros presos en la cárcel, dos hermanos catamarqueños hablaban de recuerdos de su infancia y de lo que comían los soldados en los fortines, el “pichi”, un mamífero patagónico pequeño de la familia del armadillo, que hiberna varios meses al año. Un hermano le dijo al otro: “sabés con qué ganas me comería un pichiciego”. Un recuerdo que conservaría de su período de reclusión y que originaría el título de la novela Los Pichiciegos (1982) que comenzó a escribir en el mes de abril de 1982, el día en que la madre del escritor miraba las noticias sobre la Guerra de Malvinas en televisión y le dijo: “¡Nene, hundimos un barco! Dice la leyenda, que el escritor nunca se encargó de negar, que la novela fue escrita por Fogwill en tres días, sin dormir, como en estado de trance, acompañado por varios gramos de cocaína. Fue escrita en un pequeño cuarto que ocupaba arriba del departamento de su madre, Beatriz Pinzone. Los pichiciegos narra la historia de un grupo de soldados argentinos en la Guerra de Malvinas que sobreviven, sin entrar en combate, escondidos en una trinchera subterránea.
El archivo todavía conserva muchos documentos por estudiar. Fogwill emprendió por un breve tiempo la escritura de un diario, que se encontró entre los borradores de sus manuscritos y todavía se encuentra en proceso de transcripción. Su estudio puede iluminar, contextualizar y darle materialidad a los vínculos de los escritores de ese período y la red de colaboración artística que ellos entablaron. A través del archivo, se puede reconstruir una imagen de Fogwill como escritor, como padre, como amigo y como intelectual que sería natural que derive en una biografía.
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