Francia es el país europeo que cuenta con el mayor número de piscinas, casi medio millón. Cada año, aproximadamente 100 personas mueren en ellas.
La gente va a las piscinas para dejar de existir.
Suelo ir a nadar cuando estoy harta de todo, cuando me agobia hasta la gravedad de mi cuerpo dando pasos sobre las aceras.
En la piscina me deshago de esa gravedad, floto; hago el muerto y sigo viva.
Cuando era pequeña mi madre y yo nos sentábamos en la sala a pensar en posibles respuestas para preguntas como “¿será verdad que hay vida en otros planetas?”. Solíamos ver programas del tipo “Aunque usted no lo crea”. Al final, ella apagaba el televisor y me preguntaba si creía que existía vida en otros planetas. Entonces, ambas sin respuestas, nos quedábamos en silencio un buen rato. Luego ella servía la cena y ya no había silencio sino ruido. Casi todas las preguntas tenían respuesta durante la cena o la sobremesa.
Ya no dan “aunque usted no lo crea” y mi madre y yo ya no nos hacemos tantas preguntas, sólo hablamos. Somos dos mujeres sentadas a la mesa tomando las respuestas de una en cada sorbo de café de la otra, bebiendo nuestras palabras y tragando nuestros silencios, nuestras respuestas están siempre ahí en el aire.
Pero yo cuando estoy a solas sigo teniendo preguntas aún sin resolver y eso me vuelve un caos. Cuando eso pasa, voy también a la piscina.
El agua siempre es algo que me ha dado la sensación de orden. La tensión superficial, las propiedades de ésta según la temperatura, las moléculas: dos de hidrógeno, una de oxígeno, un triángulo, un balance. El agua para mí siempre es la claridad y la armonía en sus ciclos definidos, la calma y a veces hasta la verdad a gritos como en el agua de una tormenta.
Las moléculas de un líquido presentan fuerzas simétricas de atracción y repulsión entre ellas, así las moléculas que se sitúan en la superficie de un líquido tienden a ordenarse de tal manera que el líquido se comporta como si estuviera rodeado por una membrana invisible y a esto le llamamos tensión superficial. La tensión superficial es responsable de la resistencia que un líquido presenta a la penetración de su superficie, de la tendencia a la forma esférica de las gotas de un líquido, del ascenso de los líquidos en los tubos capilares y de la flotación de objetos u organismos en la superficie de los líquidos
El agua relaja también la tensión de mi caos y de mis preguntas. Al estar en la piscina me vuelvo parte del agua, como si me dejara la piel en el vestidor, como si los líquidos que fluyen dentro de mí se compactaran sin la necesidad de un cuerpo, mi cuerpo y su gravedad agobiante.
Creo que la gente que busca respuestas, como yo, va a buscarlas en el fondo de las piscinas, en el orden del agua.
O si no, simplemente va a hacer el muerto porque tanta vida a veces cansa.
Hoy desde la tribuna veía a todos nadar en diferentes estilos, como preguntándose cosas distintas; unos nadaban muy rápido, desesperados, como si en cada respiración agitada tragasen una palabra, parte de esa respuesta que andaban buscando, otros sólo se dejaban, yacían boca arriba, escuchando miles de palabras mojadas dentro de sus pensamientos, esperando que caigan por su propio peso y se forme una frase delante de ellos mientras se dejaban llevar por las olas del resto de los nadadores.
La depresión está ligada a un punto específico dentro del cerebro que se encuentra alrededor de la zona del aprendizaje. Para profundizar en este estudio un grupo de científicos del Hospital General de Stavanger observa el comportamiento de ratas en una piscina en un experimento de nado forzado. Las ratas son arrojadas al agua por primera vez y normalmente nadan con mucha energía por cinco minutos, luego, disminuyen la intensidad por otros cinco para finalmente rendirse y sólo flotar hasta ser retiradas del agua. Cuando la prueba se repite, las ratas se rinden en nadar mucho más rápido, son más pasivas y sólo nadan agitadamente por dos minutos en lugar de cinco. Este cambio es un signo de depresión y desamparo aprendido.
Recuerdo que tantas veces me he arrojado con violencia al agua porque quería tocar fondo, llegar al fondo de mi tristeza. Retenía el aire y luchaba hasta llegar a tocar las baldosas del suelo de la piscina, pensaba en mi infancia, en mi padre, en mi madre, en la sala siempre con ella y en silencio; pensaba en el desamor hasta que se me hinchaba el pecho y soltaba el aire de golpe; entonces todos mis pensamientos se volvían burbujas mientras me dejaba llevar como un cuerpo muerto hasta la superficie.
Creo que cualquier persona, por lo menos alguna vez en su vida y por un instante ha deseado dejar de existir, y creo también que todos en algún determinado momento, hemos tenido la urgencia de una respuesta a nuestras preguntas sin responder.
Por eso la piscina es un lugar popular.
En la piscina todo es demasiado: es el caos de cada uno de nosotros semidesnudos, moviéndonos en el agua revuelta, como mimetizándonos en burbujas. Es un oleaje de nuestras incertidumbres, es nuestra tensión en veinticinco metros de brazadas de mariposa, nuestras vidas turbias sumergidas en agua transparente. En la piscina nuestra soledad oscura y densa flota en cloro y se vuelve agua.
Desde hace un año que vengo a esta piscina. Vine el primer día que fue inaugurada a buscar una respuesta en el cloro recién puesto y en el reflejo de las baldosas nuevas.
Hoy sólo he venido a participar de un evento.
Por motivos de aniversario se han dado una serie de actividades.
Las chicas del turno mañana han hecho una coreografía de ballet acuático; un par de señoras ingeniosas, con corchos de botellas de vino y flecos de plástico han hecho unas cadenetas muy vistosas para dividir los carriles; ha habido también algo de teatro pues han representado un drama con un ahogado y también, un señor muy serio con quien alguna vez he nadado, resultó que es químico y ha explicado como reciclar el agua de las piscinas y separar el cloro para reutilizarlo.
Luego me ha tocado a mí presentar mi actividad.
A mí me tocó organizar un juego. He pensado en un juego en el que podamos participar todos y así conocernos un poco más, ya que nunca intercambiamos palabra, sólo respiraciones. Así entonces, los días pasados les he tomado fotos en las duchas –sin que ellos se den cuenta, claro, ya que las actividades que se encargaron debían ser sorpresa– las he cortado en tres piezas para hacer el juego de coincidir cabeza, torso y piernas; como un puzzle.
Me he presentando con mis fotografías gigantes pero no me han dejado terminar que les explique las reglas del juego y se han abalanzado a buscar los pedazos de su foto.
Tratándoles de que entiendan las reglas, les he quitado las fotos y al parecer están muy molestos que no los deje jugar.
—Deben completar el cuerpo de otra persona, no el suyo propio, si no el juego no tiene gracia.
Pero parece que no se quieren conocer o quizás no nos conocemos lo suficiente para este juego.
Así que todos han cargado con los trozos de sus cuerpos. Pero mi cuerpo ha desaparecido, sólo ha quedado la foto con mi cara y dividido en dos partes, el cuerpo flácido y arrugado de esa señora que viene a la piscina a hacer terapia para los huesos.
—Bueno, ya que no quieren jugar, me gustaría que me devuelvan mi cuerpo —les digo.
Pero siguen indiferentes, hablando entre ellos como si yo no existiera.
Recojo la pieza de foto con mi cara y decido marcharme, cuando de pronto la señora de la terapia me detiene y grita:
—¡He ganado!
Nos muestra a todos las partes de las fotos que coinciden perfectamente y forman el puzzle de su cuerpo desnudo y arrugado. Si bien el juego se trataba de armar los cuerpos de otros, igual la abrazo y la declaro ganadora. Le doy el premio, unas aletas, un snorkel y unos anteojos de piscina de color rojo.
Algunos aplauden.
En algunas del YMCA, por razones de higiene es requisito estricto no usar ropa de baño.