El siglo XXI, hasta ahora, ha sido crucial para la Latina/o Literature. Específicamente la segunda década del siglo, esta que todavía no acaba, se ha convertido en el tiempo contenedor del Nuevo Latino Boom, como lo llamo personalmente. El mundo editorial centrado en la literatura latina en Estados Unidos se ha expandido y por ende se ha registrado un auge en la publicación de obras escritas en español. Ya conocemos los casos de Suburbano Ediciones, Sudaquia Editores y Ars Communis, casas editoriales que se nutren de literatura en español dentro de Estados Unidos. Nos encontramos frente a adultos jóvenes en plena producción narrativa; quizás nuevos autores para la audiencia de Estados Unidos pero con trayectoria traída de otros países o escritores que han comenzado a escribir y publicar en Estados Unidos y lo han hecho en español. Incluso se está identificando una serie de puntos de encuentro para dialogar, tomar café, presentar nuevas obras, participar en tertulias y charlas. Por ejemplo, en el caso específico de Miami, lugares como la librería Books and Books y más recientemente la Altamira Books, el Koubek Center del Miami Dade College, la sección en español de la Miami Book Fair International, entre otros, están otorgándole una infraestructura a la ciudad de Miami para desarrollar un intercambio literario y artístico en general en español.
Ahora bien, resulta interesante observar el comportamiento de autores consagrados dentro de la Latina/o Literature, como es el caso de Roberto G. Fernández. Su última novela, El Príncipe y la bella cubana. Los amores de don Alfonso de Borbón y Battenberg y doña Edelmira Sampedro y Robato, publicada por la Editorial Verbum en 2014, fue escrita en español, salvo algunas instancias en inglés y francés acentuando el paso de algunos personajes por diferentes países. Sin embargo, como lo afirma Efraín Barradas, “Fernández es un caso muy especial porque es un escritor camaleónico ya que, aunque algunas de sus piezas están escritas en inglés […] y hay que leerlas como parte del cuerpo de las letras cubano-americanas, otras no caben tan fácilmente en ese contexto”. Lo que me dispongo a hacer yo es observar datos como el idioma de la novela, el lugar de publicación y el hecho de que Fernández rompe con su tradición literaria al escribir sobre personajes históricos pero al mismo tiempo ficcionaliza dichos personajes, distorsiona la historia conscientemente, e incluso incorpora personajes clave de sus anteriores novelas canónicas, para así identificar el efecto que pueda tener dentro de los estudios de la Latina/o Literature.
Roberto G. Fernández es una gran figura de este campo siendo Raining Backwards (1988) una de las novelas icónicas de la literatura cubano-americana. La nostalgia y la memoria por parte del sujeto cubano-miamense son claves en dicha obra como en varias que siguieron su curso a manos del autor. Fernández también se ha caracterizado por una maestría impecable al momento de emplear el inglés y el español. Fenómenos como el code switching o cambio de código y los calques lingüísticos han proliferado en su obra y han sido objetos de estudio. Por otro lado, este autor cubano-americano también se ha hecho famoso por la parodia, la exageración y la heteroglosia que sobresalen en sus textos. Por esto considero imprescindible leer detalladamente su última novela, El Príncipe y la bella cubana.
En una entrevista que le hice al autor, le pregunté por qué había decidido escribir esta novela predominantemente en español y si tenía planes de publicar una versión en inglés; a lo cual respondió: “Pensé que por el tema debería ser escrita en español. No creo que el tema le interese a un lector de habla inglesa”. Para Fernández existe una relación directa entre el tema de una novela y el idioma en el que está escrito. Asimismo, afirmó que primero escribió la novela y luego pensó en el proceso de publicación decidiendo, por el tema, enviarla a España en vez de editarla en Estados Unidos.
El punto de la nacionalidad de un texto resulta fascinante. Ya se ha hablado de lo que define la nacionalidad de una obra literaria: el idioma en que está escrita, el lugar de publicación y/o el tema que trata. Esto se hace más complejo cuando nos referimos a la Latina/o Literature. Más aun, entendiendo que los escritores, como todo ser humano, se nutren de diversas experiencias y evolucionan o se transforman a lo largo de su vida, en este caso habría que añadir otro factor: la trayectoria o historia editorial del autor. Como lo indica Jorge Febles, “[l]a obra toda del narrador cubanoestadounidense Roberto G. Fernández se apoya en un prurito inversivo de corte carnavalesco fundamentado en el afán por desmitificar humorísticamente una comunidad: esa que se ha producido en Miami a partir del triunfo de la Revolución Cubana”. Es decir, aunque el discurso en las obras de Fernández ha sido muy versátil, el tema de sus obras se ha centrado alrededor de la realidad de Miami como ciudad receptora de la inmensa diáspora cubana y latinoamericana en general, y de la nostalgia de esa Cuba a la que muchos personajes no podían volver. Al encontrarnos con El Príncipe y la bella cubana podemos preguntarnos cómo el autor ha dado un giro y ha tocado la puerta de un subgénero: la novela histórica. Cuando le pregunté a Fernández cómo fue el proceso de escoger la relación amorosa entre Edelmira Sampedro y Alfonso de Borbón para el tema principal de su novela, me respondió que siempre había escuchado de esos amoríos pues Edelmira era del mismo pueblo que él (Sagua, Cuba), y luego en Miami había visto la tumba de Alfonso en Woodlawn. Además me comentó que para la investigación se valió del Internet como herramienta para la recopilación de datos, leyó sobre el matrimonio de Alfonso XIII y Ena Battenberg (padres de Alfonso) en varios libros de historia de la monarquía y tuvo al alcance videos sobre su matrimonio y una pequeña entrevista que dio la pareja. De allí podemos entonces corroborar los datos históricos de la novela. Comparto una breve descripción que hace Barradas para ayudar a realizar una ubicación temporal y espacial de la trama:
Edelmira Sampedro y Robato (1906-1994) [fue] hija de Luciano Sampedro y Edelmira Robato. […] Su padre era uno de los magnates de la industria azucarera cubana y, por ello, pudo mandarla a Lausana, Suiza, a que la tratara un especialista por miedo a que estuviera tísica. Allí vivió por un corto periodo con su madre y con su hermana menor y allí conoció a Alfonso de Borbón y Battenberg (1907-1938), Príncipe de Asturias, heredero al trono español, quien, ya exiliado al declararse en su país la Segunda República en 1931, también se trataba en Suiza su condición de hemofílico. Se enamoraron, se casaron contra los deseos de la familia real española, pasaron brevemente por París, Nueva York y terminaron en Cuba, donde pronto se separaron y se divorciaron. […] Tras el divorcio Alfonso se casó con otra cubana, Marta Esther Rocafort (1913-1993) de quien también se divorció a los pocos meses. Poco más tarde el príncipe murió a causa de una hemorragia interna sufrida por un accidente automovilístico ocurrido en Miami, donde fue enterrado y adonde permanecieron sus restos hasta 1985 cuando fueron trasladados con honores militares al Panteón de Infantes de El Escorial.
La novela de Fernández trata precisamente del viaje de Edelmira, el primer encuentro y posterior noviazgo con Alfonso, su matrimonio y divorcio. Sin embargo, el argumento no termina allí. A primera vista, a partir del título, la portada y los primeros capítulos del libro, se podría categorizar como una novela histórica convencional. Isabel Álvarez-Borland, investigadora de la literatura cubanoamericana, hace hincapié en este aspecto: “la novela de Fernández se adentra en la época poscolonial cubana para detallar y celebrar costumbres que establecen la identidad singular de su isla al mismo tiempo que el autor destaca otras usanzas en común que conectan a su isla con la Europa poscolonial”. Más allá del idioma de la novela, es su lenguaje el que corresponde al tipo de narrativa que describe Álvarez-Borland; una narración llena de descripciones de ambientes, atuendos e imágenes que espacian los momentos de acción de la trama. En la primera parte de la novela, el lector se encuentra con pasajes como este:
Mi hermana se había vestido de chulapa y yo con bata habanera con el talle bien marcado y vuelos debajo bien pegados que terminaban en una cola espectacular. Mamá enseguida puso reparos al escote, pero mi hermana la disuadió. Acentué el vestido con un hibisco punzó que había cortado de un tiesto en el comedor y no con la orquídea de seda que a mamá le hubiera gustado.
No obstante, la segunda parte de la novela, y más los últimos capítulos, dan un vuelco y entablan un diálogo con las novelas anteriores del autor donde el tema sobresale miamense. El idioma sigue siendo el mismo, pero el lenguaje cambia y se vuelve menos romántico y más satírico. El humor y un componente noir salen a relucir también. Del mismo modo, Mirta Vergara y Barbarita, las cuales son personajes icónicos de previas historias escritas por Fernández, aparecen en la última parte de la novela e interactúan con Edelmira. Por ejemplo, cuando Edelmira conoce a Mirta, la desprecia como menosprecia a todos los que viven en el barrio donde por desgracia –según ella– le ha tocado vivir. Tal y como los percibe Edelmira, los habitantes de la pequeña Habana nunca estarán a su altura.
—Mire, ésta es Mirta, la nueva vecina que se mudó ayer.
—Mirta María Vergara para servirla —dijo la mujer vestida en un ajuar no apropiado para su edad y la cabeza coronada de rulos.
—Mucho gusto —dije por compromiso, metiendo la mano en el bolso sin encontrar la llave perdida en algún vericueto.
[…]
—Mirta es de Morón.
—¡Qué va! Te equivocas mi amiguita. Soy de Varadero, Varadero Beach.
Lo mismo ocurre con Barbarita. Edelmira siente desprecio por ella pero por sus modales la trata cortésmente. Barbarita no solo se adentra en la trama y en la narrativa romántica que había establecido el autor en la primera parte del libro, sino que se inmiscuye y se entromete en la vida de Edelmira, en la vida de la persona real, la persona que nos relata su vida con Alfonso. Barbarita se entromete en la producción de los datos históricos y tuerce el resultado que esperamos como lectores. El papel de narradora de Edelmira, en primera persona, es lo que mantiene a los lectores conectados con la “verdad,” con la historia. Cuando se observan diálogos entre estos personajes, los lectores quizás duden de la autenticidad de la historia pero siguen confiando en Edelmira como portadora de información veraz.
Fernández no se divorcia completamente del discurso paródico que lo ha caracterizado, sino que más bien incorpora recursos narrativos utilizados anteriormente y es por ello que el lector se topa con pasajes como el siguiente, en el que si bien se oye un lenguaje armonioso y lleno de finura por parte de Edelmira, este se ve entrelazado con el lenguaje caribeño-miamense que caracteriza a los personajes de las novelas anteriores de Fernández:
Al otro día de aquella desconcertante experiencia del Pepe-Grocery-Bar, me llené de valor para coincidir con Martin Munro que suponía estar trabajando, y caminé hasta la tienda a pesar del amenazante cielo plomizo.
[…]
—Bueno, menos al final, cuando el borrachito la cagó como siempre. Ay, perdón viejita, por la mala palabra. Pero es que estoy al parir, haciéndolo todo porque el turco no se ha aparecido todavía. ¿Conoce a alguien en su edificio que pudiera venir a echarme una mano? Le doy diez dólares y el lunch gratis.
—Conozco a muy pocos en el edificio. No alternamos. ¿A qué hora espera que venga su ayudante?
Sin embargo, es precisamente a través de Edelmira, a través de ese instrumento que le da a Fernández la nueva novela histórica, que el autor mantiene una relación con su producción literaria anterior. Fernández se embarca en la elaboración de una novela histórica basada en hechos totalmente verificables, la cual está muy lejos de ser convencional. Con esto el autor logra establecer dicha distancia y diferenciarse de autores como Mario Vargas Llosa.
Fernández rellena los huecos que ha dejado la documentación histórica de una relación de alcurnia, un tanto fugaz y muy tormentosa. Al ir entretejiendo los hechos verificables con los ficcionalizados, el autor les da a los lectores una obra suculenta en la que tanto lo real y lo inventado se presentan como aspectos verosímiles de la vida del Príncipe y la bella cubana. Es decir, a partir solo de la técnica narrativa es difícil discernir entre lo verdadero y lo creado. El lector, si quiere distinguir esta diferencia, tiene que hacerse de herramientas para realizar algún tipo de investigación al respecto. En este sentido resulta idóneo prestar atención a lo que apunta Fernando Aínsa en su artículo “Nueva novela histórica y relativización transclisciplinaria del saber histórico”:
Al releer “críticamente” la historia, la literatura es capaz de plantear con franqueza y sentido crítico lo que no quiere o no puede hacer la historia que se pretende científica. La narrativa llega incluso a «suplir las amplias deficiencias de una historiografía tradicional, conservadora y prejuiciada, para la cual los problemas son siempre menores, y no pasan de ser locales», dando voz a lo que la historia ha negado, silenciado o perseguido.
Quizás por la brevedad de su matrimonio, quizás por la enfermedad de Alfonso y la incapacidad que tuvo de llegar al trono, quizás por la muerte temprana de él, quizás por la renuente decisión de Edelmira de conceder entrevistas después del fallecimiento de Alfonso, quizás por otras razones que no sabemos; el caso es que no hay una gran documentación sobre la vida de Edelmira o Condesa de Covadonga luego del divorcio. Vivió una vida apartada y callada, nunca volvió a casarse y mantuvo una relación cortés con la familia real. Se le vio ir al aeropuerto de Miami cuando los restos de su difunto esposo iban a ser trasladados a España en 1985. De allí que en el caso específico de El Príncipe y la bella cubana, no podamos afirmar que la inclusión de detalles no verificables responda a las ganas del autor de sacar a la luz datos negados o silenciados; hasta ahora, por ejemplo, no hay ningún dato legal, noticioso, histórico, que indique que Edelmira haya tenido un hijo de Alfonso, por ejemplo. Sin embargo, en la novela de Fernández aparece Pío, fruto del matrimonio fracasado.
El personaje de Pío es muy interesante. O mejor aún, la llegada al mundo de Pío es muy interesante. Por miedo a que su hijo fuera asesinado por ser el heredero no querido de la corona, Edelmira, en la novela, decide tenerlo a escondidas y darlo recién nacido.
—¿No quiere darle un beso? —me preguntó Yamilé con el niño en brazos.
—Sí, sí —fueron las únicas palabras que intercambié con ella.
Lo besé, pero sin derramar lágrima alguna. Mi proceder le había salvado la vida a mi hijo. Eso era lo que importaba.
Con toda la información sobre la vida de los personajes que observamos en esta obra, cuyos detalles ficticios se entrelazan con la trama verdadera de la pareja de la realeza, esta novela se convierte en un eslabón entre lo que pasó y lo que pudo haber pasado en consecuencia. Esta novela rellena los espacios que han quedado vacíos, los espacios que la audiencia imagina y quiere visitar. Al respecto, a Fernández le pregunté por qué incluyó la figura de Pío Cristiano dentro de la trama y qué intención tuvo al crear e introducir este personaje dentro de la historia de los personajes reales Edelmira y Alfonso; a lo cual me respondió: “Sería más interesante si hubieran tenido un hijo, que sería el verdadero heredero de la corona, además se presta para el twist noir de los últimos capítulos. Esta novela es la historia entretejida con la mentira. Diríamos la mentira histórica, si se quiere. Que la mentira suene histórica y cuando no lo sea se convierte en mentira humorística”.
Entonces, ¿sigue siendo Roberto G. Fernández un escritor cubano-americano? Por supuesto. ¿Escribir en español puede desterrarlo del campo de la Latina/o Lit? En lo absoluto. ¿El tema, el idioma y el lugar de publicación le dan la mano a esta novela para entrar en otras corrientes de lectores y críticos? Definitivamente. ¿Continuaremos viendo cambios en lo que significa el campo de estudios de la Latina/o Lit? Seguramente. En propias palabras del autor durante una entrevista otorgada a Gabriela Pérez y refiriéndose a la idea de Jorge Fornet sobre la necesidad de trazar un nuevo mapa literario latinoamericano, observamos:
The world is in constant flux, in constant migration and displacement in all directions. As a result, a writer can live in one place and narrate about circumstances totally foreign to the place where he resides, and still participate and be a part of that community, which in turn will influence his narrative on his other reality “the other” place, which at times could become a hyper-reality. Fluidity is the key to our interconnected world.
Ya para cerrar mi argumento comento que Roberto G. Fernández es en efecto un escritor camaleónico, no solo por el empleo de idiomas, sino también por la capacidad de entrar y/o parodiar a diferentes subgéneros literarios. Escribir una obra que apunta a ser categorizada como parte de la nueva novela histórica le da a Roberto G. Fernández la posibilidad de: explorar temas diferentes a la realidad cubano-miamense sin desligarse totalmente de esta; publicar con una editorial que abarca otras audiencias; entrar en diálogo con escritores latinoamericanos y españoles; seguir siendo parte del canon de la Latina/o Literature sin dejar de entablar una conversación con la literatura cubana, la española y la latinoamericana en su totalidad.
Naida Saavedra
Worcester State University