El desierto es un lugar tan mágico como hostil, en la Guajira colombiana la mirada se pierde en el horizonte infinito y el calor hace que las figuras distantes se vuelvan difusas e irreales. Allí en medio del calor y el viento vive la comunidad wayuu. Las mujeres indígenas llevan cómodas mantas, que son holgados y largos vestidos, que les permiten sobrellevar el intenso clima de una tierra fantástica, pero mortalmente árida. En este lugar de contrastes, nació y vive la escritora Estercilia Simanca.
Simanca es una mujer del desierto, con ambas la dureza y la belleza de su Guajira natal, es una mujer imponente y su fuerza le llega desde sus ancestros ya que muchas de las mujeres wayuu son así como ella, hermosas y fuertes. Dentro de su comunidad la herencia se transmite por el lado materno, también son las abuelas y las tías las que toman decisiones importantes para sus familias y es el lado de la madre el que decide la pertenencia a la comunidad, por ejemplo, los hijos de una madre arijuna, no son completamente wayuu. Este matriarcado, sin embargo, como podemos leer en la obra de Simanca y Siosi ̶ también en este dossier ̶ no evita que algunas veces los derechos de las niñas y las mujeres wayuu sean vulnerados.
Los indígenas wayuu son la comunidad indígena más grande de Colombia y habitan el desierto que comparten Colombia y Venezuela en la península de la Guajira. Los wayuu son binacionales y siendo fieles a su naturaleza viajera están siempre de ranchería en ranchería visitando a sus familiares cercanos y lejanos, asistiendo a celebraciones y entierros a ambos lados de la frontera.
La comunidad wayuu tiene una rica cultura que se refleja en las coloridas mochilas y chinchorros que tejen las mujeres, o en los jayeechis, los cantos tradicionales, que animan las tardes del desierto o en las historias que cuentan los pütchipuu. Sin embargo, su cultura no está solamente en las antiguas tradiciones que llegan hasta nuestros días, sino que se reactualizan y se renuevan en la literatura escrita y los tres escritores reseñados en este dossier, Estercilia Simanca, Vicenta Siosi y Vito Apüshana, son un ejemplo del dinamismo y vivacidad de esta nueva tradición cultural.
La literatura indígena del continente americano, especialmente desde México hacia el sur, ha privilegiado la poesía como su forma para la creación por excelencia y Vito Apüshana, junto a poetas como Fredy Chicangana y Hugo Jamioy se han consolidado como los poetas indígenas colombianos con mayor difusión y por decirlo de algún modo, prestigio. Estercilia Simanca por su parte ha preferido el cuento como la forma privilegiada para su literatura y alejándose un poco de los temas recurrentes en la poesía indígena ha marcado su propio camino en las letras.
Simanca ha mencionado varias veces, tanto en entrevistas como en diferentes publicaciones, que la categoría de ‘escritora indígena’ la acorrala, a ella le gustaría ser presentada simplemente como una escritora o como una escritora colombiana o latinoamericana y que sus libros estuvieran en el mismo estante de los grandes narradores colombianos como García Márquez. Ella no quiere estar en una sección especial y no le gustan las etiquetas “indígena” o “mujer” que a veces pareciera que excluyen y exotizan.
La literatura de Simanca está sin embargo inevitablemente arraigada a la realidad wayuu, la mayor parte de sus narraciones surgen de hechos y personajes reales de su comunidad. Por poner solo un ejemplo, en: “Manifiesta no saber firmar: Nacido 31 de diciembre”, la autora narra su sorpresa cuando de niña se da cuenta, que todos los miembros de su familia habían nacido el 31 de diciembre o por lo menos eso decían todos sus documentos de identidad. No obstante, la sorpresa dio rápidamente paso a la indignación cuando la narradora se da cuenta que las fechas son puestas en masa por los funcionarios del estado para que los wayuu voten en las elecciones por el candidato de turno. En el mismo cuento es denunciado también cómo estos mismos funcionarios, en parte por ignorancia, pero en parte también por racismo y desprecio, cambiaron los nombres de los wayuu algunas veces re-nombrándolos con nombres ofensivos y grotescos.
El nombre, nuestro nombre, no representa solamente nuestra identidad como individuos, sino que muchas veces también refleja la comunidad a la que pertenecemos. Esto es especialmente verdad para las comunidades indígenas quienes muchas veces deben borrar su identidad y de algún modo occidentalizarse para poder ser admitidos en el discurso de la nación o para poder acceder a los servicios básicos. Esta situación hace parte de las nuevas formas que toma la colonización. En el cuento de Simanca, la autora relata cómo algunos de los nombres wayuu fueron cambiados simplemente por nombres occidentales, por ejemplo, a Yaya la renombraron Clara; y a Jierranta, Hilda. No obstante en los casos más perversos los registradores pusieron en las identificaciones nombres como “Cabeza”, “Alka-seltzer” o incluso “Cosita Rica”. Es imposible leer el cuento y no sentir que la indignación de Simanca se vuelve también nuestra y no es este cuento el único de sus textos donde esto ocurre.
Vale la pena señalar que Estercilia Simanca no es solamente escritora, sino que es también abogada y empresaria, y que el cuento “Manifiesta no saber firmar” tuvo enormes consecuencias. La historia fue recogida por los medios de comunicación y la directora colombiana Priscila Padilla cautivada e indignada por la historia, decidió realizar un documental basado en la denuncia de Simanca. La escritora también interpuso una acción legal contra el estado, en la cual buscaba que la nación colombiana rectificara los nombres de los wayuu y les diera alguna forma de restitución a estas personas. Un juzgado finalmente le dio la razón a la escritora y ordenó al estado colombiano proveer reparación y restitución a los indígenas afectados. Para muchos de ellos la sentencia llegó demasiado tarde.
El cuento “Manifiesta no saber firmar”, es un ejemplo de los intereses y temáticas que Estercilia Simanca ha desarrollado en toda su obra. Sus personajes, muchas veces mujeres o niños wayuu, son un reflejo de importantes aspectos de su cultura, otras veces pueden ser críticas al estado colombiano y su desdén por la realidad de las comunidades indígenas. Del mismo modo, la escritora también escribe para denunciar prácticas de su propia comunidad con las que no está de acuerdo o que considera injustas o sexistas.
La comunidad a la que pertenece Simanca, los wayuu, habita un territorio muy especial en el extremo norte de Colombia. Este lugar que, al occidente y al norte termina en el mar Caribe y al oriente con Venezuela, tiene la magia del desierto y también su maldición, el agua es un bien escaso. Este problema se ve agudizado por esporádicas temporadas de sequía que afectan especialmente el norte de la región en lo que se conoce como la Alta Guajira. Los desafíos geográficos contribuyen a la inexistencia de rutas de acceso, que junto al desinterés del estado hacen que muchas comunidades wayuu carezcan de servicios básicos de salud, educación e incluso de seguridad alimentaria. El maravilloso desierto guajiro es también un enemigo inmisericorde y durante las largas sequías, los niños wayuu llegan a los puestos de salud muriéndose de hambre y deshidratación. Solo en los tres primeros meses de este año ya habían sido reportados 16 niños muertos de desnutrición, las verdaderas cifras nunca las sabremos.
En uno de los cuentos de Simanca, “Jamü” publicado en su último libro, “Por los valles de arena dorada” (Bogotá: Loqueleo, 2017) escuchamos la voz de Jamü Epinayu Pushaina un niño wayuu que ha muerto de hambre. La historia sigue el alma del niño que vaga hambriento y que sigue pidiendo comida incluso después de muerto. El niño camina por la casa de su madre y espía la vida de sus hermanos y amigos quienes, tras sobrevivir una infancia de carencias, tienen ahora sus propios hijos, también desnutridos y sedientos.
El drama de Jamü se agudiza en tanto que su madre lo abandonó en el hospital y cuando volvió a reclamarlo, su cadáver ya había sido enterrado en una fosa común junto a otros 7 niños wayuu, por lo que no pueden identificarlo. Esta historia de tintes rulfianos, tiene un componente adicional que la hace incluso más trágica: la importancia del entierro para los wayuu.
Dentro de las tradiciones funerarias de la comunidad se practican dos entierros, en el primero no es tan importante donde se entierra el cadáver, puede ser enterrado en el lugar donde la persona muere como en la historia de Jamü. En este primer entierro, el velorio es tradicionalmente una gran fiesta donde la comida, los juegos y el chirrinche deben estar presentes en abundancia. Este velorio es una celebración que puede durar varios días, incluso semanas o meses. Sin embargo, esta no es la parte más trascendental del ritual ya que 10 o 15 años después, viene el segundo entierro que cierra finalmente el ciclo de la vida y permite que el alma del difunto realice el último viaje. En el segundo entierro, los huesos del muerto son desenterrados, limpiados y trasladados al territorio tradicional de la familia. El segundo entierro es de algún modo un ritual más íntimo y profundo, ya que los huesos son llevados a su lugar de origen, de vuelta a la familia. Este lugar reparador, este pacífico sueño le es vedado a Jamü, quien es enterrado solo una vez y junto a desconocidos, por lo que nunca podrá volver a su casa a descansar para siempre.
La historia de Jamü es tan triste como su propio nombre, la palabra jamü significa ‘hambre’ en wayunaiki y es otro de los textos en los que Estercilia Simanca nos golpea con la realidad y pone al lector a reflexionar sobre la situación social de su comunidad.
Para terminar, quisiera señalar el papel especial que tienen las mujeres y las niñas en la obra de Simanca. Aunque la autora no se considera especialmente interesada en enmarcar su obra dentro de una reivindicación de género, las mujeres de sus textos son seres maravillosos, fuertes y resilientes como fiel reflejo de las mujeres wayuu. Dentro de este grupo de personajes femeninos hay mujeres que deciden tomar su vida por las riendas, niñas casadas contra su voluntad y mujeres exitosas. Estas mujeres que son madres, hermanas, hijas, tías, esposas, etc. construyen un espacio femenino donde lo bello y lo terrible se encuentran.
Uno de estos personajes femeninos es Primeria, la protagonista del cuento “Julamia”. La palabra julamia se refiere, según la propia Simanca, a las mujeres solteras y vírgenes, que debido a su riqueza no podían casarse. Esto se debe a que entre los wayuu existe la tradición de la dote, es decir que cuando una pareja quiere casarse, el hombre debe ofrecer a la familia de la novia: chivos, collares, ovejas, terneros y en los últimos tiempos incluso dinero en efectivo. La idea es que los hombres demuestran lo valiosa que es la mujer para él y también agradecen a la familia haber cuidado hasta el momento de la novia. El tema de la dote es cada vez más controversial en tanto que puede terminar siendo una transacción económica, como ha sido narrado por la propia Simanca. Algunos hombres bastante mayores con capacidad económica pueden ofrecer dotes a familias muy pobres para llevarse a chicas muy jóvenes, algunas veces, niñas.
Estos casos pueden ser incluso más problemáticos, en tanto que la poligamia masculina es común, un hombre puede casarse tantas veces como su riqueza le permita. Esta práctica que también ha sido narrada por Vicenta Siosi, descarga a su vez una responsabilidad mayor sobre las mujeres wayuu. Ellas son las encargadas de preservar las tradiciones y costumbres, también la lengua y el sentido de pertenencia al territorio, mientras que los hombres pueden ir de ranchería en ranchería, por ponerlo de algún modo, más despreocupadamente. Este aspecto de la cultura wayuu no es único de la comunidad colombo-venezolana, sino que como explica Aili Mari Tripp en La política de derechos de las mujeres y diversidad cultural en Uganda (2008) es común en muchas comunidades donde las prácticas que oprimen o violentan a las mujeres, se preservan bajo la fachada de salvaguardar la cultura.
Volviendo a “Julamia”, en el cuento se hace también referencia a otra tradición wayuu que concierne a las mujeres y que afecta también la dote: el encierro. En este ritual de paso, las jóvenes wayuu que han experimentado la menarquia son literalmente encerradas por un tiempo, alejadas de la mirada de cualquier persona diferente de sus más cercanos familiares. El encierro, que puede durar desde un par de semanas hasta varios años, prepara a las niñas para afrontar su vida adulta; allí aprenden, por ejemplo, a tejer. Al final del encierro la familia normalmente ofrece una fiesta en donde la nueva mujer baila la yonna, el baile tradicional wayuu, y ofrece a los invitados comida y regalos tejidos por ella. Esta tradición, que puede parecer sexista al arijuna, es narrada desde una perspectiva muy respetuosa por Simanca, en varios de sus cuentos. Es importante mencionar también que esta tradición se practica cada vez menos.
El encierro y la fiesta de una joven wayuu hacen parte de la historia de “Julamia”, quien recuerda con amargura su propio encierro y cómo ella no ha podido casarse. No obstante, en su historia ocurre una suerte de inversión. Primeria al ser tan rica, no tiene pretendientes ya que nadie puede ofrecer una dote equiparable a su propia riqueza. A lo largo del cuento la mujer se encuentra frustrada por su situación y espera en vano poder casarse año tras año o como se mide el tiempo en el cuento, una temporada de lluvias tras otra. Al final de la historia, su familia decide darle la libertad para dotar ella y escoger a su propio esposo. Julamia toma plena conciencia del poder que tiene y decide buscar el mejor y más atractivo de los wayuu para casarse.
Este cuento y en general toda la obra de Estercilia Simanca es una especie de ventana que le permite al lector saborear la rica y compleja cultura wayuu y al mismo tiempo es un aporte fundamental a la literatura contemporánea. Su obra anclada en la realidad, pero también libre de las constricciones del ensayo nos transporta como lectores a la Guajira y nos deja la boca seca de una temporada en el desierto. La literatura indígena latinoamericana tiene en Simanca a una de sus más importantes protagonistas; su mirada, al mismo tiempo cruda y poética, convergen en una obra literaria a la que vale la pena prestarle mucha atención.
Ana María Ferreira