“Un joven más entregado a la poesía; un nuevo, verdadero poeta —y la segura promesa de un gran poeta; y la lucha contra el amanecer y sus ruidos obscenos; y el empezar de cada día, inerme ante el idioma enemigo. Empezar y volver a empezar. La atroz y renovada profecía de Rimbaud: ‘Vendrán otros horribles trabajadores y comenzarán por los horizontes en donde el otro ha caído.’ Carlos Martínez Rivas es uno de ellos.”
Octavio Paz en “Legítima defensa”, 1954, incluido en Las peras del olmo
Los perdedores caen en la lona
Ser el ganador es una vulgaridad.
Yo, personalmente, me sentiría abochornado
si me levantaran el brazo ante la multitud
en el cuadrilátero bajo una luz de oprobio.
¿Por qué?
¿Porque derribé a un luchador solitario
que ni siquiera combate conmigo
sino consigo
y a lo mejor era mejor que yo?
¿Por qué no le levantan el brazo también
al que está en la lona caído
si peleó lo mismo?
Gene Tunney era mejor que Dempsey.
No un bruto. Un científico. Un poeta
que escribe en su Autobiografía, ARMS FOR LIVING:
“Allí estás solo.
No hay amigos allí. Te la juegas sin nadie.
No hay partidarios excepto tus brazos”.
El perdedor estudió su técnica en anteriores
combates. La suya y la del adversario.
Las comparó en rollos de películas proyectadas
en el comedor, después de la cena, con sus hijos.
Niños de ardientes pómulos confiados en su fuerza.
Seguros de la victoria del padre.
Pero tal vez el perdedor estaba
perdidamente enamorado de su esposa
y roto por el insomnio. Como Jack Brennan.
—Sí. Como Jack Brennan.
Y durmió mal la víspera del encuentro.
No le respondieron los reflejos.
Se le agarrotaron los tendones del muslo.
Demasiado clinch.
Deficiente trabajo de piernas y juego de cintura
frente al otro: sereno, manteniendo
la guardia ortodoxa sobre la pierna izquierda
hasta el gancho mortífero,
como el gesto del embozado en el cartón de Goya.
El sudor del esfuerzo espaldar.
El tallado torso refulgente como diamante.
Un prisma proyectando un espectro de brazos
como luz en haces.
Pero nadie sabe que uno piensa cuando boxea.
Piensa en una caja de música de niños
y una esposa en trámites de divorcio.
Sentada Dios sabe dónde.
Dos ojos neutros en trámite de divorcio.
Ganar: vergüenza profesional.
Perder: destino sin concesiones.
Si todos somos, nadie es más grande.
Si la victoria de uno es la derrota de otro,
toda victoria es, en algún lugar,
un fraude.
Beso para la mujer de Lot
“Y su mujer, habiendo vuelto la vista
atrás, trocose en columna de sal.”
Génesis, XIX, 26
Dime tú algo más.
¿Quién fue ese amante que burló al bueno de Lot
y quedó sepultado bajo el arco
caído y la ceniza? ¿Qué
dardo te traspasó certero, cuando oíste
a los dos ángeles
recitando la preciosa nueva del perdón
para Lot y los suyos?
¿Enmudeciste pálida, suprimida; o fuiste
de aposento en aposento, fingiéndole
un rostro al regocijo de los justos y la prisa
de las sirvientas, sudorosas y limitadas?
Fue después que se hizo más difícil fingir.
Cuando marchabas detrás de todos,
remolona, tardía. Escuchando
a lo lejos el silbido y el trueno, mientras
el aire del castigo
ya rozaba tu suelta cabellera entrecana.
Y te volviste.
Extraño era, en la noche, esa parte
abierta del cielo chisporroteando.
Casi alegre el espanto. Cohetes sobre Sodoma.
Oro y carmesí cayendo
sobre la quilla de la ciudad a pique.
Hacia allá partían como flechas tus miradas,
buscando… Y tal vez lo viste. Porque el ojo
de la mujer reconoce a su rey
aun cuando las naciones tiemblen y los cielos lluevan fuego.
Toda la noche, ante tu cabeza cerrada
de estatua, llovió azufre y fuego sobre Sodoma
y Gomorra. Al alba, con el sol, la humareda
subía de la tierra como el vaho de un horno.
Así colmaste la copa de la iniquidad.
Sobrepasando el castigo.
Usurpándolo a fuerza de desborde.
Era preciso hundirse, con el ídolo
estúpido y dorado, con los dátiles,
el decacordio
y el ramito con hojas del cilantro.
¡Para no renacer!
Para que todo duerma, reducido a perpetuo
montón de ceniza. Sin que surja
de allí ningún Fénix aventajado.
Si todo pasó así, Señora, y yo
he acertado contigo, eso no lo sabremos.
Pero una estatua de sal no es una Musa inoportuna.
Una esbelta reunión de minúsculas
entidades de sal corrosiva,
es cristaloides. Acetato. Aristas
de expresión genuina. Y no la riente
colina aderezada por los ángeles.
La sospechosamente siempreverdeante Söar
con el blanco y senil Lot, y las dos chicas
núbiles, delicadas y puercas.