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BOOK REVIEWS
Número 22
Desalma de los adioses de Susy Delgado
Por Juan Martins
Al leer Desalma de los adioses de Susy Delgado (Editorial Digital EOS, 2021), nos envolvemos en la experiencia de la imagen, de aquella que nos revela otra razón en los elementos de la naturaleza con la que se accede a la emoción; dichos elementos adquieren forma o sensación y comienza a percibirse (desde ese lugar de la materia) lo sensitivo: el signo de la sensibilidad en un espacio, quizás natural, imaginado y al momento también “cognitivo”. Todo allí trasciende de la sensación hacia la razón, pero antes aparece el desdoblamiento de la emoción como fragmento del pensamiento: “otoño”, “primavera”, “invierno” o “verano” no son, por poner un ejemplo, significantes, los cuales denotan (muestran por el significado) lo que ya conocemos. Antes bien, nos exige más: hallar su otredad, el sentido plural y, siguiendo otros significados, su alteridad. De modo que alcanzamos esa sensación donde el cuerpo es incertidumbre, siempre que lo real ya no exista, sino la experiencia del sujeto que percibe a un tiempo la imagen y su devenir simbólico. Las palabras se transparentan en la razón y ésta a su vez será el carácter con el que se figura el anhelo, lo sensible, la naturaleza y el dolor de lo inabarcable, puesto que el lector quedará limitado a la sensibilidad de esa voz. No tanto para atraparlo como sí seducirlo hasta excitarlo en su hallazgo por el canto. Una voz que se hace alma, se estructura en otro sentir por medio del cual se recrea su “desvío poético”, es decir, se separa de lo real a modo de no perder de vista, junto al lector, su construcción poética y, atravesando otros significados, volver a la instancia de aquel paisaje con el cual el poema se aproxima a su propia cadencia: el viento, la tarde, las hojas infatigables del ser, la irresolución del tiempo, lo insondable y la lejanía con su registro de verdor que, por encima de cualquier objetivación de ese paisaje, nos atrae al centro del poema cuando nuestro cuerpo también es insaciable ante esa imagen: “Pandemia de inclementes vientos sucios / pandemia de intemperies / de adioses de orfandades / de verdades brutales / de palabras que se diluyen”. El desvanecimiento poético tiene lugar cuando, por revelación de otra realidad, cede ante aquella incertidumbre: se devuelve con su traje de lo extraño, lo inexcusable, lo imprevisible y del celaje como mecanismo de huida. Exigiendo de su lector aquel esfuerzo en transparentar el sentido del poema. Al final de cuentas, fracasará porque en él estamos aferrados al inconsciente del verso que lo hace intangible por lo nombrado.
Poesía
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  • June, 2022

Argentina: Editorial Digital EOS. 2021. 55 páginas.

Desalma de los adioses de Susy DelgadoAl leer Desalma de los adioses de Susy Delgado (Editorial Digital EOS, 2021), nos envolvemos en la experiencia de la imagen, de aquella que nos revela otra razón en los elementos de la naturaleza con la que se accede a la emoción; dichos elementos adquieren forma o sensación y comienza a percibirse (desde ese lugar de la materia) lo sensitivo: el signo de la sensibilidad en un espacio, quizás natural, imaginado y al momento también “cognitivo”. Todo allí trasciende de la sensación hacia la razón, pero antes aparece el desdoblamiento de la emoción como fragmento del pensamiento: “otoño”, “primavera”, “invierno” o “verano” no son, por poner un ejemplo, significantes, los cuales denotan (muestran por el significado) lo que ya conocemos. Antes bien, nos exige más: hallar su otredad, el sentido plural y, siguiendo otros significados, su alteridad. De modo que alcanzamos esa sensación donde el cuerpo es incertidumbre, siempre que lo real ya no exista, sino la experiencia del sujeto que percibe a un tiempo la imagen y su devenir simbólico. Las palabras se transparentan en la razón y ésta a su vez será el carácter con el que se figura el anhelo, lo sensible, la naturaleza y el dolor de lo inabarcable, puesto que el lector quedará limitado a la sensibilidad de esa voz. No tanto para atraparlo como sí seducirlo hasta excitarlo en su hallazgo por el canto. Una voz que se hace alma, se estructura en otro sentir por medio del cual se recrea su “desvío poético”, es decir, se separa de lo real a modo de no perder de vista, junto al lector, su construcción poética y, atravesando otros significados, volver a la instancia de aquel paisaje con el cual el poema se aproxima a su propia cadencia: el viento, la tarde, las hojas infatigables del ser, la irresolución del tiempo, lo insondable y la lejanía con su registro de verdor que, por encima de cualquier objetivación de ese paisaje, nos atrae al centro del poema cuando nuestro cuerpo también es insaciable ante esa imagen: “Pandemia de inclementes vientos sucios / pandemia de intemperies / de adioses de orfandades / de verdades brutales / de palabras que se diluyen”. El desvanecimiento poético tiene lugar cuando, por revelación de otra realidad, cede ante aquella incertidumbre: se devuelve con su traje de lo extraño, lo inexcusable, lo imprevisible y del celaje como mecanismo de huida. Exigiendo de su lector aquel esfuerzo en transparentar el sentido del poema. Al final de cuentas, fracasará porque en él estamos aferrados al inconsciente del verso que lo hace intangible por lo nombrado.

Y esto que es “nombrado” pertenece al estado inconsciente del alma. De aquello otro que es sentido en la sonoridad y en el canto del poema. Es canto porque procura aquella naturaleza a la que pertenece: el territorio de lo guaraní. Este canto del otro que se arraiga a mis propias sensaciones por medio de las cuales nos descubrimos dentro de ese ritmo y, sobre todo, con el temple del poema: vertido en mí y hecho cadencia en el momento que la lengua guaraní busca pertenecerme o, por causas más conceptuales, se organiza en la noción lingüística del lector. No pretende, su construcción poética, que este lector se imagine traductor de las sensaciones. No. Hay por el contrario otra razón: lo sensible, el sentimiento y el provecho de las emociones cuando se hacen escritura. Si leo, todavía siento el candor de esa relación con aquella otra lengua mediante la cual lo ontológico empieza a pertenecerme. Insisto, es la estructura de su canto lo que me conduce hasta las puertas de otra realidad. En el poema “El Túnel”, el verso “Y en ese túnel negro” es reiterado sobre el texto para mostrar la sonoridad y el uso de esa resonancia como dominio sintáctico del poema en la convención de la escritura. No obstante, existo si existe el verso.

En el transcurso del libro Delgado modela su apego a ese instrumento poético, evitando que sea un poema “sordo”. Tanto así que el ritmo, al principio del libro, nos circunda en la versificación de aquel paisaje: “Los veranos / Si el tiempo es solo / una ilusión del ser humano, / ¿a dónde se habrán ido los veranos / que invadían esos vestidos suaves / ligerísimos / que dibujaban nuestras ansias”. El paisaje entonces es abstracción donde se desvanece el referente del espectador, creando de su memoria el residuo de aquella sensación. Aquí, digámoslo de una vez, el paisaje es el escenario de aquella atmósfera en cuya otredad nos desdoblamos, como dije, extendidos en la sonoridad de las lenguas que dialogan en su todavía doble representación: “GLOSARIO: Mborayhu jeroky/ ipotyjera jevýva/ pyhare pypukúpe: danza del amor/ que florece de nuevo/ en la noche profunda”. Siempre en la dicotomía semántica del amor y las sombras para conferir la representación de la emoción. Y lo guaraní se posiciona en el mismo nivel de la lectura. Así que lo imaginado existe en la cobertura de ese sentimiento por el otro. Debo considerar que el tiempo del instante poético es intangible e intransferible a otro lector, quien construye por separado la imagen y, en consecuencia, su ejercicio racional.

Al tratarse de la imagen nuestra autora toma el camino de la metáfora, la personificación y, es más, el uso adecuado de la adjetivación: “El viejo y dulce tatatina /que solía tener el paje / de rejuvenecerse risa pura / esparciendo el rocío de la vida / se ha venido asomando en los días / de un agosto que se fue agostando”. La poeta paraguaya teje con ello su sitial narrativo que le concede el lenguaje, con la expectativa de relatar su modo de encontrarse con la realidad. Y el lector lo agradece ya que nos acerca al contexto de quien nos enuncia: la poeta, su mundo y su sensibilidad ante esa realidad. Y es ese mundo que cobra interés, al menos para mí, en la lectura, inhalamos la fuerza simbólica de los signos, el amor, el deseo, la amistad y, al cabo, la representación de un nuevo paisaje hecho cuerpo en el lector. La sensación entonces es producto de intelectualizar la emoción, ahora, hecha palabra. Por tal motivo, aquélla es inteligible a la mirada del lector. La palabra es sensación.

 

Juan Martins
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