Puerto Rico: Distancias. 2021. 196 páginas.
Muchas veces, escribir consiste en desaparecer. Dígase una suerte de creación alternativa del mundo: aquello que sobrepasa los límites de la voluntad encuentra su materialización en la palabra. Sumado a esta complejidad del artificio y su ensamblaje, todo libro es vulnerable de reescribirse. Como un cuerpo que late en su caducidad, evolucionan sus silencios y sus formas. Para el escritor francés Paul Claudel, la revisión de una de sus obras más emblemáticas fue, ante todo, una tarea de simplificación. La perspectiva se agranda con el recorrido y vuelve asequibles nuevas estructuras y expresiones.
Precisamente, la cuarta edición de Raíz de la ausencia, del poeta puertorriqueño Carlos Vicéns, explora ese carácter maleable de la escritura, en diálogo con las ediciones anteriores como una expresión contundente de su evolución. De ahí que, a manera de epílogo, el texto incluye un índice de primeros versos que sugieren la continuidad de la búsqueda. En esta apertura, el texto apela a una cercanía particular con los lectores, a quienes ofrece pistas y referencias literarias que, más allá de completar los versos y la temática del libro, hilvanan una exaltación del género poético.
El proyecto, iniciado en el año 2009 y elogiado por críticos como Luce López Baralt y Noel Luna, destaca una perspectiva clásica, que a su vez permite rastrear los nuevos derroteros de la poesía puertorriqueña y contemporánea en general, contexto en el que impera un deterioro de la experiencia concreta. Sitiado así por la transparencia de un entorno cada vez más incierto, la raíz que da título al libro habla de un sitial primigenio. Aquello que apenas despunta; el territorio del deseo no sólo habla de un desencuentro amoroso, sino también de una apetencia vital y estética. El silencio, como la raíz, se oculta en la tierra, pero es visible en la extensión de sus ramas y su perenne súplica. El poeta padece la privación del mundo. Así, lo inamovible, el mutismo, lo oculto, devienen en el cuerpo de la palabra. En ella se manifiestan los deseos y se reivindican sus contrastes: “realizar la ficción exacta y creernos / este inmenso saber que al fin / hemos llegado a quienes somos”. Lejos de ser vacuidad, la ausencia supone la disolución de los límites. Donde el deseo se fusiona con su objetivo, el camino del hablante traza un quiebre para concretar el encuentro.
En los versos de este libro, la claridad es sinónimo de transparencia: troquel de un cuerpo que, por convocado, delinea su llegada en forma de umbral permanente. De ese modo, las formas de la ausencia que son el deseo y la espera devienen en canales para el encuentro. Como toda raíz, en su invisibilidad aparente, el ser amado habita en la intuición del hablante. El artificio poético es la coronación de esa certeza que, lejos de toda racionalidad, se sostiene en la voluntad del ejercicio creativo: “cierro los párpados / y un portal de luz se abre”.
En tiempos de virtualidad y encierro, el verdadero realismo tiene la encomienda de fundar realidad, como afirmó el crítico Eduardo García, quien destacó además la gestión contracorriente del poeta contemporáneo. La experiencia concreta de un libro comienza con la ensoñación de su artífice. Por ello, Raíz de la ausencia, a diferencia del otro libro del autor (La dicha de lo inacabado, 2020), se completa en la intención de un proyecto autogestionado, como metáfora de esa soledad fértil en la que se gestan sus versos. La voluntad del hablante es el desafío frente a las normas de un mundo antagonista. El territorio de la ausencia, la raíz de todos sus anhelos, crece al margen como un árbol invisible donde la cercanía es posible: “Llamémosle futuro a nuestras búsquedas / aunque el tiempo las nomine esperas”.
La arquitectura del texto insta una lectura fragmentaria: residuos de la plenitud, “la memoria no calla lo que ha conocido”. La raíz de la ausencia traza la convocatoria de un nuevo desplazamiento. Al margen de los signos y las fechas, la poesía sucede. Escribir es hurgar en la tierra. Rastrear, piel adentro, la presencia del otro: “extráeme a lo real de ti, a tu estar en el mundo / que solo tú, quién quiera que seas, me eres”. La realidad, como una moneda, intercambia sus rostros arbitrariamente y queda la desconfianza del mundo como la única certeza: “el poema es un mundo sin poema”. En esta sentencia, el libro permite ubicar un nuevo régimen de la palabra: el silencio como ganancia de una perspectiva conciliadora, donde el poema no pretende nombrar sino ser la materia misma de lo nombrado y es justo el pliegue que denota el texto como resistencia frente a la incertidumbre y el sufrimiento: “Traduzco lo invisible/ de tu presencia / […] / como otra voz que miro / y que te hace estrella”. Si todo en el vacío es hondura y posibilidad, surco de semilla para otros árboles, la raíz es la expresión de lo que aguarda inmutable; ese lugar entre escondite y santuario, entre libertad y cárcel que sostiene el impulso creativo. Como afirmó María Zambrano, la vida de la palabra atisba en su fracaso. En ello, el trabajo de Vicéns revitaliza el lugar de la extrañeza, de aquello que se escapa de la lógica y lo perceptible, como el manifiesto de una nueva conciencia creativa: “qué raro que estés donde ya no te encontraba / y qué clara la imagen de jamás haberte perdido”. En este sentido, más allá de ser un camino sagrado, el registro de la ausencia se presenta como el verdadero cuerpo; el canto de la palabra que suma sus referentes a la incompletud de lo vivido. Como esa locura que nombró Matos Paoli desde la antítesis del cautiverio, expresa: “solo sé / que la luz también desvive / y las sombras apenas engañan”.
Finalmente, resulta significativo que esta última edición del texto se estructura con el nueve, número por antonomasia de la condición evolutiva de la existencia. Nueve meses toma el proceso de gestación del ser humano que, revestido de un cuerpo, experimenta el amor y la carencia. Nacimiento y destrucción, el libro también simula un novenario, que evoca el ciclo inevitable de la muerte y su ritual de palabras. Residuos de la percepción, el poeta apuesta a su voluntad creadora para completar la imagen de aquello que busca. Si la raíz es el florecimiento de lo oculto, el trabajo del artista es inventarle flores y respiraderos. En esa intencionalidad, se construye el paisaje de lo que se espera. Cuando la imposibilidad puede ser otra versión de la esperanza, un libro hilvana surcos de presencias. Confiando en esa vitalidad, el acto creativo que denotan estos versos se vuelve llamada. Queda parte del lector sumarse al rito de una reflexión estética en la que los sentires humanos no perecen, pero sí evolucionan. Lejos de volverse vacío, el dolor es un signo vital inmarcesible. Nada es tan ausente como parece. La vida se desborda en los resquicios del lenguaje. Así, como quien llama otro cuerpo y en aras de anteponer lo infinito, el hablante de estas páginas sabe decirle a su sombra: “que el cadáver de tu voz se levante”.