Megan McDowell es una prolífica traductora, con decenas de libros en su haber, que trajo al inglés a muchos de los escritores latinoamericanos más conocidos de la actualidad (Alejandro Zambra, Mariana Enríquez, Lina Meruane, Carlos Fonseca y Samanta Schweblin, entre otros). Para muchos de ellos, Megan es amiga además de traductora: una amiga que estudia con atención la composición de sus textos originales y luego los recrea en inglés, manteniendo con ellos un intercambio constante, mientras aprende a pensar y a escribir como los autores a los que traduce. En 2022 se publicarán dos proyectos importantes de Megan, tanto en cuanto a su escala como a su impacto: Poeta chileno de Alejandro Zambra, de la editorial Viking, y Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez, dos traducciones monumentales que completó en simultáneo durante la pandemia de covid-19. Megan y yo conversamos por correo electrónico sobre su evolución como traductora, su manera de vérselas con la diversidad de voces de los autores que traduce y el debate cada vez mayor sobre el reconocimiento de los traductores como participantes cruciales del paisaje literario.
Denise Kripper: Penguin Random House acaba de publicar tu traducción de Poeta chileno, la última novela del escritor chileno Alejandro Zambra, ¡felicitaciones! Llevas traducidos muchos de los libros de Zambra. ¿Cómo evolucionó ese proceso con el correr del tiempo?
Megan McDowell: Sí, es cierto, siento que mi carrera avanzó en paralelo a la de Alejandro; se podría decir que hicimos juntos este recorrido. Por el camino, además, se convirtió en uno de mis amigos más preciados y en una persona a la que admiro terriblemente. Traducir la obra de Alejandro es algo así como estar en casa para mí. Conozco su voz (o sus voces), suelo conocer sus referencias y los temas que lo preocupan, y disfruto de jugar y aprender con sus juegos narrativos y de palabras. Creo que encajamos muy bien por nuestra manera de trabajar: los dos somos obsesivos, quisquillosos, perfeccionistas, y nos cuestionamos todo. Nunca nos parece que ya terminamos. Además, creo que a partir de Facsímil, leí y comenté los borradores de los libros y cuentos de Alejandro. Pertenezco al grupo de gente con la que él trabaja sus textos, cosa que valoro muchísimo. De modo que participo en el proceso de escritura, y él participa en el de traducción, y todo es sumamente colaborativo.
DK: Uno de mis personajes favoritos de la nueva novela de Zambra es Pru, una periodista estadounidense que investiga la tradición poética chilena. Su español no es impecable, lo que da lugar a muchos equívocos y problemas de traducción. ¿Cómo te las arreglas para poner de relieve estas diferencias lingüísticas entre ambos idiomas cuando trabajas únicamente en inglés?
MMD: Concuerdo, me encanta el personaje de Pru y la perspectiva que introduce en la novela. Me identifico mucho con ella, pasé por muchas de las experiencias que vive en Chile. Me identifico sobre todo con su proceso de aprendizaje del español, porque empecé a aprender de adulta y seguiré aprendiendo hasta que me muera. Conozco esa sensación de proeza que da empezar a aprender un idioma y poder comunicar las cosas más elementales, es como volver a la infancia, a empezar de nuevo a aprender los nombres de las cosas. Y, aun así, a veces lo único que quieres es apagar todos los idiomas y quedarte en silencio.
Hicimos algunas cosas para subrayar las diferencias lingüísticas; en general, fue necesario hablar del español en la traducción. La palabra “padrastro” es importante para la trama y las ideas de familia que impulsan la novela, y tiene connotaciones distintas que “stepfather”, porque significa también “mal padre”. Tuve que hablar de ese sentido específicamente hispano. Otras veces tuve que aclarar cuándo alguien hablaba español o inglés, y remarcar que Pru tenía dificultades con el género gramatical. Eso se hace sentir en el poema que Vicente le escribe a Pru hacia el final, y que juega con el género de las palabras. Ese poema es uno de los “problemas” de traducción más difíciles que me haya tocado resolver.
Pienso que el hecho de que el libro se ocupa tanto de la “chilenidad” hizo necesario ubicar a Pru como una interlocutora abocada a explorar activamente qué significa ser chileno, visto desde fuera. A la gente le encanta explicar su cultura a los extranjeros, y eso permite conocer mucho también acerca de la persona que explica. Las entrevistas y conversaciones de Pru con poetas chilenos son un excelente recurso para desarrollar a los personajes mismos junto con los conceptos de nacionalidad y familia. Pero al final, me identifico con Pru porque las dos somos poetas chilenas, aunque ninguna de las dos es poeta ni chilena.
DK: Otra traducción tuya de próxima publicación es la de Ayer, del chileno Juan Emar (New Directions, abril de 2022), de la que incluimos un adelanto exclusivo en esta edición de LALT. Este proyecto parece muy distinto de todas las demás obras que llevas traducidas, sobre todo en que su autor ya murió. ¿Podrías contarnos un poco más de este proyecto y su génesis?
MMD: Por supuesto, es un proyecto al que le tengo mucho cariño. De hecho, empecé a trabajar con Juan Emar y Alejandro casi al mismo tiempo, durante mi maestría, mientras participaba en talleres de traducción. Conocí la obra de Emar cuando vivía en Chile y un exnovio me leía fragmentos de Ayer y Miltín 1934. Él era buen lector, entusiasta, y si bien había cosas que me perdía, yo me dejaba llevar por el ritmo de la prosa, y me daba cuenta de que tenía gracia y estaba lleno de sorpresas. Así que lo elegí como proyecto para uno de los talleres, sin saber realmente en qué me estaba metiendo, y luego seguí trabajando con ese material durante años, intermitentemente. Pasé por muchos procesos de edición, los últimos de los cuales fueron con Pereine del Reino Unido y New Directions de Estados Unidos. Mi experiencia con Ayer prácticamente abarcó toda mi carrera como traductora, y la traducción evolucionó conmigo. Pienso que podría trabajar con ese libro durante toda mi vida sin llegar nunca a estar del todo satisfecha.
Emar es un delirante y un escritor muy serio que estaba cerca de los surrealistas franceses pero que en realidad no se parece demasiado a nadie. Imposible encasillarlo. No tiene nada que ver con ningún escritor del canon latinoamericano, y tal vez sea ese el motivo de que se lo haya ignorado tan injustamente, pero al mismo tiempo, sus referencias son muy chilenas. Pienso que quizá los lectores angloparlantes estén ampliando su idea de lo que es y lo que puede ser la literatura latinoamericana, y que tal vez ahora estén abiertos a enamorarse de este escritor loco tan adelantado a su época.
DK: La mayoría de los autores que traduces están más vivos que nunca y publican asiduamente (Lina Meruane, Carlos Fonseca, Mariana Enríquez, Samanta Schweblin y demás). Son muy prolíficos, y sus libros se publican traducidos con bastante rapidez en una industria que, como sabemos, no recibe de tan buen grado las traducciones (en especial las de colecciones de cuentos, por ejemplo). ¿Hay un acuerdo tácito de que seguirás traduciendo a esos autores? ¿Eso te deja tiempo para dedicarte a otros proyectos de traducción que te interesen especialmente? Dado tu prestigio, ¿ahora las editoriales te convocan, o sigues teniendo que proponerles ideas tú a ellas? ¿Qué autor no traducido o poco traducido te gustaría traducir?
MMD: No es tácito, ¡que ni se les ocurra contratar a otro traductor! Es broma, por supuesto, pero es cierto que trato de seguir trabajando con mis autores. Para mí, es una relación, nos vamos conociendo: yo aprendo cómo piensan ellos, aprendo su estilo, y ellos, si todo va bien, aprenden a confiar en mí. Todas esas cosas hacen a una buena traducción. Y todos esos proyectos me interesan especialmente, no los tomaría si no fuera así. Me siento muy afortunada por los libros en los que me ha tocado trabajar.
Pero también es verdad que no puedo hacer todo lo que quisiera, y he tenido que tomar algunas decisiones difíciles. Me encantaría proponer más libros, tanto de autores contemporáneos como de autores del pasado a los que no se les prestó la atención que merecían y que están esperando ser redescubiertos, como Emar. También tengo alumnos ocasionalmente, y los ayudo a buscar proyectos, como con mi alumno Jacob Edelstein, que trabajó en algunos cuentos de Daniela Catrileo, una fantástica poeta y escritora chilena mapuche. Ese es un proyecto que me gustaría haber tomado y no pude, por ejemplo, pero afortunadamente salió de todas maneras.
DK: Me encanta la idea de aprender a pensar y a escribir como los autores que traduces porque, al mismo tiempo, eres tú la que está creando activamente su estilo en tu lengua. Cada uno de tus autores tiene una voz muy específica, tanto en su español como en tu inglés. ¿Qué puedes decirnos de la experiencia de trabajar con voces tan diversas, de tener esa diversidad de voces en la cabeza?
MMD: A veces puede ponerse un poco esquizofrénico. Es muy cierto, mis autores tienen voces muy distintas y singulares, pero creo que todos tienen algo que me atrae en un nivel muy visceral. Siento una reacción física cuando los leo. Cuando el libro “pasa por mí” para reaparecer en inglés, esa experiencia visceral es lo que me propongo recrear. Un estado de ánimo, tal vez, un estilo, sí.
Como lectora, admiro muchísimo a mis autores. En Mariana, cómo crea una percepción sensorial de la oscuridad. En su ficción aparecen mucho los sonidos (el chapoteo de unos piecitos corriendo), los olores (carne podrida en una alacena), las texturas (párpados secos como insectos), y mi trabajo es hacer aparecer esos detalles sensoriales, lograr que el lector de verdad los sienta. En Lina, hay mucho juego con los sonidos y los ritmos de la lengua; Sistema nervioso es un libro hermoso, lingüísticamente intrincado, que me obligó a jugar con el inglés recurriendo más a la asociación. Los cuentos de Samanta tienen el grado justo de ambigüedad e incertidumbre, pero su prosa es precisa, como una linterna que te muestra exactamente lo que quiere que sepas y luego te deja la tarea de llenar los espacios de sombra. Como traductora, tengo que mantener esa precisión y no ceder nunca a la tentación de explicar. Carlos, en cambio, es un escritor expansivo, que quiere abarcar toda la historia en su escritura, es tremendamente ambicioso. Traducir sus libros es como resolver un rompecabezas, hay que seguir con mucho cuidado las líneas que conectan todas las piezas.
En general, me dedico a un libro por vez, o tal vez mientras traduzco uno, edito otro, pero en los últimos dos años fue un poco distinto. Al comienzo de la pandemia, acababa de empezar a trabajar en dos libros largos: Nuestra parte de noche, de Mariana, y Poeta chileno, de Alejandro. Pasé jornadas extensas encerrada con esos dos libros, y aunque había mucha ansiedad y mucha incertidumbre que pesaban sobre mi capacidad creativa, sigo creyendo que, de no haber sido por la pandemia, no habría podido traducir esos libros al mismo tiempo. No me habrían cabido en la cabeza. Por cómo se dieron las cosas, se convirtieron en un escape, me hicieron compañía: tenía otros dos mundos, muy distintos entre sí, en los que vivir, cuando el mío estaba tan lleno de incertidumbre y soledad.
DK: La reciente carta abierta de Jennifer Croft y Mark Haddon abrió un intenso debate sobre la inclusión en la tapa de los libros del nombre de quien los tradujo. ¿Cómo ha sido tu experiencia hasta ahora en ese sentido? ¿Qué pueden o deben hacer los autores para que se reconozca la tarea de los traductores?
MMD: Hay tanto para decir sobre este tema, pero me encanta que al menos se haya puesto sobre la mesa. ¡Gracias, Jenny y Mark!
Debo admitir que al principio fui de las que tenían sentimientos encontrados sobre poner el nombre de los traductores en la tapa. Creía que no me molestaba quedarme en el margen. Siempre aprecié mucho cuando algunas editoriales (independientes, en su mayoría) ponían mi nombre en la tapa, pero también entendía cuando las demás (en general, editoriales grandes) no lo hacían, porque la tapa está ahí para vender o promocionar el libro, y mi nombre no vende. Así lo veía yo. Y los editores apelan a nuestro deseo ferviente de que al libro le vaya bien: a los angloparlantes no les gustan las traducciones, dicen; si ven “traducido por” en la tapa, no lo compran. Dicho de otro modo, nuestro reconocimiento es perjudicial para el éxito del libro, ¡y ningún traductor quiere eso! Mejor escondan mi nombre.
Yo creía que era más importante mejorar el trato que se da a los traductores: que se les pague decentemente y que cobren derechos de autor. Pero, obviamente, el nombre en la tapa es el símbolo de todo el resto, y si está el reconocimiento, el resto vendrá detrás. No es nada fácil decir “yo merezco más”, sobre todo cuando no tienes mucho poder de negociación. Por eso es tan importante que los autores estén empezando a prestarle más atención al tema. Alejandro se está moviendo mucho en este sentido: firmó la petición, pero además abrazó activamente la causa. Conversó con nuestros editores de Viking y dijo que quería que mi nombre estuviera en Poeta chileno y en las reediciones de sus títulos publicados, y le pidió a su agente que todos sus contratos estipularan que el nombre del traductor aparecerá en la tapa de todas sus traducciones, no solo al inglés.
El nombre en la tapa es un destilado de todo lo demás, un símbolo de profesionalización. Porque, en el fondo, a los traductores se nos cree amateurs, aficionados, gente que hace lo que hace por amor a la literatura, y si bien ese amor es real, también somos personas de carne y hueso que necesitamos cobrar por nuestro trabajo y tener el respeto de nuestros pares para seguir dedicando nuestra vida a esta actividad.
DK: Otro aspecto interesante que despertó la carta fue ese sentido de comunidad entre escritores, traductores y otros participantes de la industria literaria. Es un lugar común describir la traducción como una profesión solitaria, pero cada proyecto de traducción involucra a muchas personas. Además, los traductores tienen redes de colegas y apoyo profesional a los que pueden recurrir. ¿Tienes amigos traductores a los que acudas cuando tienes preguntas, o con los que suelas poner en común y trabajar partes de tus traducciones? ¿Puedes nombrar a traductores cuyo trabajo admires o de los que sientas que aprendes al leer sus traducciones?
MMD: Una de las desventajas de vivir en Chile es que no puedo participar activamente en ALTA. Fui a las primeras conferencias y me encantaría seguir yendo, pero es un viaje muy largo. Aquí en Chile, uno de mis mejores amigos es traductor de inglés a español (además de muy buen escritor), Rodrigo Olavarría, y siempre estamos consultándonos mutuamente sobre cuestiones de traducción.
También he tenido la suerte de trabajar con excelentes editores. El proceso de edición es muy importante para mí, y es una etapa de mucho aprendizaje. Me ayuda a entender cómo lee el texto un lector activo, y mis traducciones siempre cambian mucho en ese proceso.
En cuanto a otros traductores al inglés, Gregory Rabassa es mi santo grial. Cuando traduzco, muchas veces me pregunto “¿Qué haría Rabassa?” (QHR). Y cuando hice la maestría, aprendí muchísimo al leer todas las traducciones de Natasha Wimmer y los originales en español.
DK: ¿Qué consejo le darías a alguien que quiere dar sus primeros pasos en la traducción literaria?
MMD: Si no eres rico, consíguete alguien que te mantenga.
Consíguete también un mentor, pero que no sean la misma persona.
No te desanimes fácilmente, porque habrá rechazos.
Aprende a gestionar el tiempo.
Traduce a autores que te sorprendan.
Presta atención a las palabritas pequeñas.
Nada es sagrado; no te tomes tan en serio.
Lee en voz alta.
Tente confianza pero cuestiónate todo.
Los textos nunca llegan a terminarse.
Traducción de Carolina Friszman