Nota del editor: En esta sección compartimos textos publicados originalmente por nuestra casa matriz, World Literature Today (WLT), ahora en edición bilingüe. El presente texto fue publicado originalmente en World Literature Today Vol. 98, Nro. 2 en marzo de 2024.
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Un cliché sobre Oklahoma City y sobre Oklahoma en el imaginario nacional es que es un lugar de paso. En las historias sobre el Dust Bowl, Oklahoma es un lugar del que hay que huir. En las historias sobre los asentamientos europeo-americanos del Oeste, Oklahoma es un paisaje anodino que hay que atravesar. Y en el imaginario cultural de las industrias culturales costeras, Oklahoma City es parte de un país aéreo; una panorámica desde el avión. Las grandes autopistas Este-Oeste y Norte-Sur se interceptan aquí —si quisieras, podrías tomar la autopista en Minnesota y conducir, ininterrumpidamente, hasta México; o podrías tomar la autopista en North Carolina y conducir, ininterrumpidamente, hasta California, y parar en Oklahoma City por unos minutos en alguna de sus muchas, oportunas y enormes gasolineras antes de continuar el viaje.
Pero hay gente que vive aquí, cómo no, y ha vivido aquí desde tiempos inmemoriales, a pesar del relato que describe el estado como un territorio mayormente no asignado, disponible para apropiarse de él, en orden de llegada, por los valientes pioneros del Land Run en 1889, el año de nacimiento de Oklahoma City.Así las cosas, escribir sobre Oklahoma, desde Oklahoma City, es automáticamente un acto de insistencia en que hay otra historia por contar, una voz que escuchar, y que esas historias y voces importan. Podemos ver esta postura, en esencia rebelde, en la obra del más grande de los escritores que Oklahoma City puede atribuirse: Ralph Ellison. Su novela Invisible Man es —a pesar de que está casi completamente situada en New York— en última instancia la voz de un hombre joven que insiste en el valor de su perspectiva y de su voz, y que habla por y para todos, aunque desde las frecuencias más bajas.
Oklahoma City es una de las ciudades más grandes por área en los Estados Unidos. Sus calles son una enorme red, como papel cuadriculado que se extiende en todas direcciones. Pero a la vez, todo está a veinte minutos de distancia. En concreto: hay un Sonic autoservicio cada diez minutos, en cualquier dirección. La jugada crítica fácil es asentir ante el lamentable juicio de Gertrude Stein sobre Oakland y declarar que en Oklahoma City no hay un “there, there”, no hay ningún lugar de consolación posible. Pero eso no es cierto; es un juicio que solo puede hacer alguien que está de paso, en automóvil, en avión; un pasajero en tránsito. La paradoja es que Oklahoma City, un paisaje urbano adaptado a las demandas del automóvil, se aprecia mejor con lentitud y paciencia. Hay un sendero de huellas que cruza el terreno lleno de maleza; la ciudad, a su favor, ha sido constantemente delineada por calles con aceras y ciclovías. No te limites a pasar por el Sonic autoservicio; detente, sal del auto, siéntate en alguna de sus sillas pegadas a la mesa al aire libre, mastica lento el hielo del gigante Dr. Pepper y siente el peso del aire veraniego que hay aquí, la infinitud particular del cielo.Hay tanto para ver, si observas con atención. Hay una enorme riqueza; la reluciente torre Devon es una enorme broca invertida que sondea cielo arriba y es visible desde todos los rincones de la ciudad. Aquí hay mucha pobreza; personas viviendo en campamentos improvisados debajo del paso sobrenivel de la autopista, con una bandera estadounidense ondeando en la esquina de una carpa verde neón. Hay armadillos entre la maleza, garzas a la orilla del lago. Y muchas historias. historias nativoamericanas, historias afroamericanas. Historias en español, historias en vietnamita. El National Cowboy and Western Heritage Museum; el Ma Der Lao Kitchen, uno de los mejores cincuenta restaurantes Bon Appétit del 2022 que sirve comida laosiana.
Y hay aquí una vida literaria que no verás si vas por la autopista mirando pasar los centros comerciales uno tras otro. Cada año hay más librerías: Commonplace, Literati Press, Nappy Roots, Floating Bookshop y otras más, todas relativamente nuevas; y Full Circle Bookstore, la institución de Oklahoma City, una librería de ensueño: estanterías de madera enormes y abarrotadas de libros, chimeneas y sillas cómodas, a poca distancia de un Olive Garden.
Y hay aquí escritores que continúan tradiciones y crean otras nuevas. Por mencionar algunos: Rilla Askew. Lou Berney. Constance Squires. Brandon Hobson. La proliferación de poetas y narradores que se congregan cada primavera en el Scissortail Festival en la East Central University de Ada. Grupos comunitarios, como el Red Dirt Poetry, que organizan sus propias noches de micrófono abierto y grupos de escritura.
La gran poeta de Oklahoma, Jeanetta Calhoun Mish, me dio a conocer “The Last Song,” un poema de otra gran poeta de Oklahoma, Joy Harjo, que creo captura el orgullo tenaz que sienten los escritores de Oklahoma por su hogar, que es un afecto honesto y a la vez una especie de mecanismo de supervivencia, una respuesta necesaria al mundo. “The Last Song” concluye así:
…and I know no other way
than to surround my voice
with the summer songs of crickets
in this moist south night air
Oklahoma will be the last song
I’ll ever sing
[…y no conozco otra forma
que rodear mi voz
con las canciones veraniegas de los grillos
en este aire nocturno y húmedo del sur
Oklahoma será la última canción
que cante]
Hay peligros en escribir desde Oklahoma City. Puede ser desolador. Hay muchas tormentas, demasiadas autopistas. Pero también hay libertad, posibilidad, la recompensa de compartir una perspectiva que necesita ser compartida. ¿Y qué, después de todo, es más hermoso y humano que la silueta de una persona de pie, a la deriva en la vasta planicie de un estacionamiento de Walmart, recortada contra los magníficos y variados colores de un atardecer en Oklahoma City?