En Mother Archive: A Dominican Family Memoir (publicado por the University of Iowa Press en octubre de 2024), la escritora y fotógrafa Erika Morillo explora las conexiones entre la historia personal y política. Su padre desapareció en República Dominicana durante el régimen de Joaquín Balaguer, sucesor de Rafael Trujillo. Poco después del asesinato, su madre se deshizo de todas las imágenes que tenía en casa donde aparecía su difunto esposo. Además, la madre de Morillo se recorta a sí misma de las fotografías y no está muy presente en la vida de la autora. Mother Archive es una reconstrucción a través del texto y la imagen, una forma de abordar lo borrado de la vida de Morillo.
El libro abarca un amplio territorio, tanto geográfico (República Dominicana, Chile y Estados Unidos) como temático. Morillo reflexiona sobre la inmigración, el trauma generacional y la sanación. La maternidad es, como lo sugiere el título, un hilo conductor. Hace referencia a la tierra natal, a la madre de Morillo y a la propia transición de la autora hacia la maternidad. En uno de los capítulos, Morillo describe su propio cuerpo embarazado como un “recipiente”, una palabra que implica la capacidad de conducir o transportar material. Mother Archive es un puente entre generaciones, entre los padres de Morillo, “los hijos de largas y sangrientas dictaduras” y su hijo, quien nació “libre de esta carga”.
Victoria Livingstone: A lo largo del libro, conectas la historia de tu familia con la historia más amplia de República Dominicana. ¿Cómo lograste equilibrar la historia política con la historia familiar? ¿Puedes contar más sobre tu proceso de investigación?
Erika Morillo: Para escribir este libro, fue vital considerar el contexto político en el que se desarrolló mi historia familiar y en el que fui educada. Este trabajo es, en gran medida, un intento por comprender las lagunas en mi memoria y por dar un orden a la información que he recolectado a través de familiares que han estado dispuestos a compartirla. La evidencia concreta de los regímenes opresivos de Trujillo y Balaguer —que ha sido ampliamente investigada y documentada— ayudó a contrarrestar la naturaleza esquiva de mis recuerdos.
Hice una investigación exhaustiva en Internet y en libros, pedí fotos y videos a miembros de mi familia, realicé entrevistas y trabajé en colaboración con otro artista para ayudarme a investigar el archivo nacional de República Dominicana. En estos archivos encontré evidencias de los horrores de estas dictaduras, de otras familias cuyos familiares les habían sido arrebatados y desaparecidos. Encontré, en mi propia historia, un patrón social más amplio, una historia colectiva.
También encontré imágenes. Fotografías de mi madre a lo largo de seis décadas; imágenes mías de niña en casa con mis hermanos mientras nos entrevistaban los medios; fotogramas de mi madre y yo en televisión denunciando la desaparición de mi padre; la foto de mi padre que apareció en todos los periódicos, mirándome fijamente a través de la pantalla; una serie interminable de artículos digitalizados. Lo miré directo a los ojos, y aun así no pude recordarlo. Haber investigado para este proyecto validó mi experiencia, pero también —al recopilar obsesivamente información de una infinidad de fuentes— complicó la forma de narrarla.
V.L.: Eres fotógrafa. Escribes que comenzaste a fotografiar a tu familia en parte para revertir “el borrado sistemático de [tu] historia familiar” por parte de tu madre. ¿De qué otra forma ves la interconexión que hay entre texto e imagen? ¿Qué puede hacer la fotografía que el texto no logra, y viceversa?
E.M.: Fue en retrospectiva, mientras escribía este libro, que me di cuenta de que las fotografías que estaba tomando cumplían un propósito más profundo y subconsciente que el de documentar la realidad que tenía frente a mí. Cuando reuní todas las fotos que había tomado y recopilado para este trabajo, me di cuenta de que esta cantidad de fotos, este archivo que he creado, es todo lo contrario a lo que mi madre hizo cuando botó todas nuestras fotografías familiares.
Fotografiar es una necesidad, un deseo de participar en mi propia experiencia. Una manera de romper el silencio que estuvo tan presente durante mi infancia. Veo estas imágenes como una herramienta para comprender mi pensamiento y mi sensibilidad. Para descubrir lo que me importa y lo que me falta. Son el trampolín para aclarar lo que quiero decir en mi escritura.
En Mother Archive, creo que la escritura se complica, y por lo tanto se fortalece, gracias a las imágenes. Estas encarnan el contraste entre recolectar y descartar, simbolizando la tensión y la ambivalencia en la relación con mi madre.
V.L.: No pones pie de foto en las fotografías del libro, pero hay una clara conexión entre texto e imagen. Me interesa esta fotografía que sigue a la descripción de la “ausencia invasiva” de tu madre y la inestabilidad que provocó en tu vida.
V.L.: ¿Podrías hablar más de esta imagen y del texto que la acompaña? ¿Y sobre la interconexión entre texto e imagen a lo largo del libro?
E.M.: Mientras escribía el libro y trabajaba con el archivo fotográfico que había reunido, realicé diferentes experimentos fotográficos. No quería depender tanto de las fotos familiares del pasado, sino encontrar una manera de basarme en ellas para crear nuevas imágenes, y agregar con ello una capa más de significado a este archivo. Sumergí fotos en miel, hice copias grandes de estas fotos y llené toda una pared de mi casa, proyecté fotos en las paredes y así, de forma indirecta, me hice autorretratos junto a mi madre.
Esa imagen surgió por accidente, mientras probaba la velocidad de obturación de mi cámara (para realizar un autorretrato) y puse mi mano frente a la proyección de una foto en la pared. Me asombró la imagen que resultó: la mano que, al intentar alcanzar a la madre, solo atrapa el vacío. Y cuanto más busca a la madre, más esquiva se vuelve. Estas imágenes del libro, incluidos los recientes autorretratos que tomé con mi madre en su casa en Florida (abajo), son todas un intento de acercarme a ella, de escenificar el vínculo que desearía que existiera entre nosotras en la vida real. El texto que acompaña esta imagen habla de estos intentos frustrados de cercanía.
V.L.: ¿Y cómo es tu proceso? ¿Comienzas con el texto o con la imagen?
E.M.: Casi siempre es una imagen, o la falta de ella, lo que inspira la escritura. En este trabajo, la variedad de imágenes —de diversos periodos y fuentes y en distintos formatos— brindó muchas puertas de entrada diferentes al texto. De alguna forma, influyó en su desplazamiento cronológico; miraba un retrato reciente que hice de mi madre y lo comparaba con retratos de su juventud. Otras veces, la escritura vino a llenar los vacíos temporales en este archivo fotográfico, contando, especulando o imaginando.
V.L.: Este es un libro que logra texturas diversas y complejas, y no solo en términos del texto y de la imagen. Tu prosa también apela a los sentidos de muchas otras maneras. En uno de los capítulos, reflexionas sobre lo que puede suceder en dos segundos, “[el tiempo] que toma golpear a alguien con la culata de una pistola y dejarlo inconsciente [el asesinato de tu padre]… Dos segundos. Reemplazo el golpe con el sonido de un estornudo de Papi, con una pizca de azúcar sobre mi toronja, el modo en que lograba que yo la comiera. Dos segundos. Grandes gotas de lluvia tropical llenando mi piscina inflable en el patio trasero, el corte limpio de su machete atravesando la cáscara del coco antes de darle la vuelta para llenar mi vaso, motitas blancas de pulpa de coco flotando en el agua espesa”. ¿Puedes contar más sobre tu proceso para reconstruir estos recuerdos, y sobre el peso emocional que implica hacerlo?
E.M.: Son tan absurdas las muertes inesperadas. Al principio, intentas encontrarle un sentido haciendo preguntas que suelen no tener una respuesta: ¿Por qué le pasó esto a nuestra familia? ¿Por qué a él? ¿Cómo lo mataron? En mi caso, como solo tenía cinco años cuando mi padre desapareció, y como la manera que mi madre encontró para lidiar con su dolor fue no mencionarlo nunca más, mi mente infantil omitió las preguntas y lo arrancó de mi memoria. Durante mi niñez, creo que esto sirvió para algo. Me protegió de un dolor indescriptible que podría haberme destrozado. Pero, ya adulta, este vacío me llenó de ansiedad, y mis intentos frustrados de recordar a mi padre solo me generaron un sentimiento de impotencia.
Reconstruir estos recuerdos desde ese vacío y mediante este archivo, que es parte documental y parte imaginado, me dio agencia. Estas imágenes —como veo a mi padre, como lo imagino a partir de lo que otros me dijeron y de lo que, por momentos, se filtra en mi mente— calman esa parte de mí que busca sin cesar. De esta manera le doy sentido al absurdo.
V.L.: Me interesan mucho las decisiones que tomas con relación a la lengua. Tu lengua materna es el español, pero escribes en inglés. Mencionas que, en inglés, las palabras de tu madre “pierden su poder”. También dices que el inglés es una forma de “autoexilio”. Sin embargo, también dejas muchas palabras y frases en español, sin traducir. ¿Podrías decir algo más sobre tus decisiones con respecto a la lengua?
E.M.: Escribir el libro en inglés —y decidir usar solamente inglés en todo mi trabajo— es una forma de tomar distancia y alejarme espacialmente de mi experiencia de crecer en República Dominicana, de mi crianza. Al inicio, intenté escribir este libro en español, pero sentí una desconexión con mi lengua materna y con mi voz al leer el texto en voz alta. No es coincidencia que, cuando vivía en la isla, me costara defenderme, expresar mis sentimientos y encontrar mi rabia cuando era necesaria y significativa. En español no tenía una voz ni una práctica que me ayudara a entender y articular mi experiencia. Mi familia siempre desaprobaba de manera categórica estas manifestaciones.
Por el contrario, hoy en mi vida el inglés es un territorio nuevo, es el lenguaje de otros mundos posibles, una lengua que para mí está libre de memoria emocional. Cuando me mudé a Estados Unidos hace dos décadas, mi inglés era muy mediocre, y una de las experiencias más placenteras ha sido aprender esta nueva lengua llenando pequeños cuadernos con palabras nuevas a medida que las voy descubriendo. Cuando recuerdo en español, se me hace un nudo en la garganta. Mis palabras se quedan atrapadas en el ciclo interminable del pasado. En inglés, puedo articular mi experiencia de manera mucho más elocuente, con palabras y sonidos que nunca me dijeron en mi familia, palabras que, en el breve momento de la escritura, son mías y solo mías, y nadie me las puede quitar.
Para mí, el uso de palabras en español, este Spanglish, habla directamente del espacio que quiero darle en mi memoria al lugar de donde vengo, a mi linaje. Quiero reconocer mis raíces, demostrar que fueron ellas quienes me formaron, pero sin permitir que dicten todo lo que soy.
V.L.: Gran parte de este libro está escrito en segunda persona, dirigido a tu madre. La segunda persona suele ser una manera en que los escritores toman distancia de los acontecimientos descritos, pero aquí ese no parece ser el caso. ¿Puedes contar más acerca de la decisión de dirigir el libro a tu madre?
E.M.: Creo que el uso de la segunda persona en el libro no trataba de crear una distancia, sino todo lo contrario. Fue algo puramente confrontacional y, en ocasiones, persuasivo.
Este libro está dirigido a mi madre, pero ella no es su audiencia. Creo que estas contradicciones son muy fructíferas para hablar sobre el funcionamiento interno de nuestra relación, sobre cómo damos algo solo para reclamarlo luego, y cómo cuando en verdad nos encontramos frente a frente, no soportamos lo que vemos. Quería que esta forma epistolar escrita en inglés, una lengua que mi madre no habla, representara esas dinámicas.
V.L.: Uno de los principales temas del libro es la dureza y el abandono por parte de tu madre. Escribes que ella es como “el tercer riel de un tren, siempre vibrando por debajo [de tus pies] con electricidad letal”. Tu madre aún está viva. ¿Te preocupaba escribir sobre ella y revelar el trauma de tu crianza? ¿Qué piensas sobre la ética de las memorias con respecto al hecho de escribir sobre personas que aún viven?
E.M.: Experimenté muchas emociones mientras hacía este trabajo. La culpa y la vergüenza siempre estuvieron presentes. Vergüenza por exponer el entorno disfuncional del que vengo, y las carencias que, por ello, veo en mí. Pero la culpa ha sido la emoción más difícil de afrontar. Es debido a esta culpa que el nombre de cada miembro de mi familia se reduce en el libro a una sola letra. Mi madre y sus hermanos —especialmente sus hermanas, las mujeres de mi familia materna— no habían enfrentado nunca lo que les sucedió de niños. Nunca hablaron o procesaron el hecho de que mi abuela, su madre, fuera víctima de un feminicidio a manos de su esposo, es decir, de su padre. Este horror, tan herméticamente preservado, las endureció como mujeres y, sobre todo, en su maternidad. Esta herida enconada se convirtió en ira y violencia hacia sus hijos.
Mientras escribía e investigaba, las mujeres de mi familia materna se enojaron y me recordaron constantemente que no me correspondía contar esta historia. ¿Cómo me atrevía a exponer la tragedia de nuestra familia para que el mundo la viera? Pero el subtexto, lo que leía entre sus palabras, era: “Esto es culpa nuestra; somos mercancía dañada”, un sentimiento que conozco muy bien porque, sin darme cuenta, me lo habían transmitido.
Cuando miro a mi hijo y reconozco cómo mi crianza emerge en mi propio rol de madre, lo único que me ayuda a hacer las cosas bien para él es este este trabajo, este tiempo que he pasado frente a una página en blanco dando sentido a mi historia familiar para no repetirla. Escribir estas memorias no fue una frivolidad; no fue una búsqueda por el arte en sí mismo. Se trataba de sobrevivir y cortar el vínculo con un pasado doloroso. Esta es la ética que hay detrás de mi trabajo, y estoy en paz con ella.
V.L.: ¿Y qué hay de tu hijo? El libro está dirigido a tu madre, pero tu hijo fue tu primer lector. ¿Cómo influyeron sus comentarios en tu escritura? ¿Sentiste que en parte estabas escribiendo para él? ¿Tienes un lector ideal en mente?
E.M.: Mi hijo es un lector muy atento, y confío en su instinto y en su comprensión de la narración. Compartir la escritura con él a medida que los capítulos cobraban vida fue, de alguna manera, un ejercicio para encontrar qué partes no resultaban interesantes o eran demasiado vagas o abstractas. Como el inglés es su lengua materna y yo a veces todavía escribo con la sintaxis del español, sus comentarios fueron muy útiles para asegurar que todo fuera claro y pertinente.
No escribí el libro para él, pero a medida que leía la obra, también iba descubriendo detalles sobre nuestra familia, sobre sus abuelos y bisabuelos, y también sobre su madre. Hizo preguntas, pero nunca percibí en él la misma necesidad que yo tenía de “saber y entender”. Sentí que tenía curiosidad, pero que ya estaba en paz con esta nueva información.
Mi lector ideal es curioso y no teme a las formas experimentales, es alguien dispuesto a investigar por su cuenta cuando no está familiarizado con la lengua o la cultura descritas. Es un lector que se conmueve tanto por la forma y el lenguaje como por la historia que se cuenta.
Traducción de Juliana Vásquez Villa
Foto principal de Mother Archive: A Dominican Family Memoir (Erika Morillo, 2024).
Erika Morillo es escritora y fotógrafa nacida y criada en República Dominicana, y actualmente reside en Jersey City. Su trabajo se centra en la familia, la identidad y las posibilidades de las publicaciones que integran texto e imagen. Sus fotografías han sido publicadas y exhibidas a nivel nacional e internacional, y sus fotolibros forman parte de las colecciones de la Biblioteca del Museo Whitney de Arte Americano y la Biblioteca del Centro Internacional de Fotografía. Tiene una maestría en Sociología de The New School for Social Research y una maestría en Bellas Artes de Image Text Ithaca.