Siempre se puede contar con la poeta para condensar la esencia de un momento en unas pocas palabras. Así que llegó la poeta hace unas semanas, en una noche cálida de septiembre. Nosotras estábamos entre bastidores en el famoso 92NY del Upper East Side de Manhattan. Cuando digo “nosotras”, me refiero a Esmeralda Santiago, Giannina Braschi, Quiara Alegría Hudes, Carmen Boullosa, Yvette Modestín, Sonia Guiñansaca, Elisabet Velasquez, Yolanda Arroyo Pizarro, Rosie Perez y yo misma. Estábamos reunidas para celebrar el lanzamiento de mi/nuestra antología Hijas de América Latina. La energía en el salón estaba eléctrica. Abrazos. Risas. Lágrimas. Selfies. Alegría. Éramos los elementos: aire, agua, tierra, fuego y éter. En el escenario se desplegaba el programa: había maestros tamborileros, una Diosa bailaba en honor a la deidad Africana Oshun, un shekerista hacía una jam, un Kasique Taíno le daba la bienvenida a la gente. Se tocaba un guamo, sus melodías saltaba por cada rincón del auditorio. Oraciones presentadas a las ancestras con devoción, el espacio purificado, los portales abiertos. Estábamos reorganizando nuestras estructuras moleculares, las unas a las otras. Se sentía divino. En un momento, escuchamos a la gran poeta mexicana, Carmen Boullosa, decir: “Sandra, con esta antología has creado un país nuevo, un país sin fronteras”. Luego repitió sus palabras en inglés: “You have created a new country, a borderless country, with this anthology”. El salón permaneció un momento en silencio, y luego escuchamos los gritos: ¡amén, ashe, eso es, sí, así es! Todas lo sentíamos esa noche. Y el público también. Este nuevo país sin fronteras de nosotras. Este nuevo país sin fronteras que somos.
Cuando empecé a armar esta antología, tenía la intención de derribar las fronteras superficiales e imperialistas erigidas para separarnos, los pueblos de América Latina y el Caribe. Busqué representar el talento exquisito y la diversidad literaria de géneros, idiomas, culturas, etnias y razas —quiénes somos en la actualidad y quiénes hemos sido—. Busqué destacar las tradiciones orales tan ricas y resplandecientes que nos han alimentado por miles de años. Entonces, entre la portada y la contraportada del libro, reuní a 140 Hijas cuyas voces encarnan el cosmos. Esta es una colección porosa en la cual el tiempo desaparece. Poetas del siglo XX se relajan con una monja del siglo XV, una periodista del siglo XIX conversa con una ensayista del siglo XXI. Somos eternas y estamos juntas. Se presentan cartas, cantos, novelas en marcha, ensayos personales, canciones, poemas, dramas, memorias, oraciones y discursos. En este libro, entendemos el mundo a través de los muchos lentes de las Hijas de la región, quienes escriben desde cualquier parte del planeta. Algunas viven en sus países de origen; otras han migrado a Estados Unidos, Europa y África. En este nuevo país/antología sin fronteras, conocemos a mujeres que curan con el lenguaje y nada más, como dice María Sabina, la gran poeta Mazateca de Huautla, Oaxaca. En este nuevo país/antología sin fronteras, conocemos a mujeres que nos enseñan cómo se ve el amor.
En todo mi trabajo —como documentalista, ensayista, periodista y ahora antologista— he buscado enfatizar las voces que han sido suprimidas. Marginadas. Discriminadas. Prohibidas por los que se esfuerzan por suprimir las voces que enseñan, crean espacios seguros, protegen, iluminan, curan y liberan.
Por lo tanto, la decisión de incluir a mujeres Indígenas que siguen escribiendo en sus antiguas lenguas maternas también fue bastante intencional. Este es un acto de justicia lingüística, como me dijo la gran poeta K’iche’ Rosa Chávez. Tomando en cuenta que cada catorce días, en algún lugar del mundo, una lengua Indígena muere —o es asesinada, dependiendo de su perspectiva— ¿cómo podría no hacerlo? Estamos luchando contra el reloj. Aplaudimos y reconocemos a nuestras hermanas Indígenas quienes están realizando el trabajo de preservar sus lenguas e historias.
Rosa es uno de tres ejemplos extraordinarios de brillantez literaria incluidos en Hijas de América Latina y en esta edición de LALT. Su gloriosa poema “Para recuperar nuestro aliento” nos roba el aliento con sus imágenes relucientes; es una antigua canción de libertad.
Alba Eiragi Duarte, una sabia poeta Aché-Ava Guaraní, también está aquí con nosotras. Su poema “No existe el tropiezo” es un ejemplo sublime de un viaje en el tiempo. Elena Martinez lo tradujo del Guaraní al español, y yo tuve el honor de traducir sus poderosas palabras al inglés. Alba escribió el poema durante la pandemia del Covid en el año 2020. Sirve para recordarnos que nosotros, los Pueblos Indígenas de las Américas, hemos sobrevivido muchas pandemias; de hecho, hemos aguantado pandemias perpetuas desde la llegada del primer barco español, sediento de nuestra belleza y nuestros recursos, a las costas de la nación de mi nacimiento, Boriken, en 1493.
“Nuestra cultura nos da fortaleza”, Alba nos recuerda.
El poema místico y magistralmente tejido de Natalia Toledo, “El camino del vidente”, está arraigado en la modernidad con la plenitud de su lengua, el Zapoteco del Istmo de Oaxaca.
Igualmente exquisito en esta antología es el trabajo de les traductores. Hijas incluye textos escritos en dos docenas de idiomas —antiguas lenguas maternas, en muchos casos— y por lo tanto este libro es también una obra del arte literario de la traducción. Les traductoras literaries y poetas Gabriela Ramirez-Chavez y Clare Sullivan tradujeron textos de esta selección del español al inglés, mientras María Guarchaj y Wel Raxulew tradujeron del K’iche’ al español. Su trabajo brilla con gran resplandor.
A mí me encanta este nuevo país sin fronteras de nosotras en donde reinan las matriarcas. Es un país de esperanza y alegría y erotismo, un mundo de sabias que hechizan, aman y curan con el lenguaje y nada más.
Traducido por Arthur Malcolm Dixon