El otro día, en la Casa de Justicia ladró
cuando las llamas le quemaron el hocico.
Olió a los que en fila fueron trasladados
a la casa ciega de la esquina,
donde muchas veces batió la cola
en desfile militar.
Es viernes, el viejo Lázaro perro de andén
entra a un restaurante y es retenido,
lo que menos quería era un expediente
le confirmaría ser hombre.
Ahora todos le miran, le señalan,
le hacen advertencias, posibles condenas
él busca su cola
y las dos patas que dejaron como huellas.
Firma,
llora y necesita un abrazo.
Llora, firma y busca un pañuelo,
firma, llora y pregunta por un beso.
El hombre que le acompaña
gruñe como él lo hacía antes.
Lázaro sólo llora y firma.
La perrita de humo en los ojos
escarba al otro lado de los barrotes.
Afuera leen las listas, Lázaro no se escucha.
Por Rodrigo Figueroa
Regresaste en el epicentro de la noche cálida, / palidecida por la violencia / de tu deseo. Avanzabas sigilosa / hacia las fronteras de la cama, / donde la sangre…