Pesimismo del entendimiento, optimismo de la atención
Mi atención
dimite de su centro
como mancha de aceite.
Contradictoria mano:
mientras finge apresar
objetos específicos,
los dedos enumeran digresiones.
¿Tocar es tener fe?
Atiendo a ese zapato
que casi se emancipa
del talón de una joven,
a los debates sordomudos
en la tele del fondo,
a los tics impacientes de la luz
y, muy de tarde en tarde,
al tiempo que me queda.
Retablo con chica corriente
No intenta ser epítome de nada
ni tiene espalda mítica.
Pero la puntuación del pie colgante
mientras lee no sé qué novelista,
el tenue titubeo en la sandalia,
los dedos lastimados
por haber dicho sí,
su forma exacta de tomar asiento,
su quietud de paréntesis,
el resplandor digamos de retablo
en torno a su cabeza despeinada,
los cabellos que son una opinión,
ese insistir de ojeras estudiosas,
la posible miopía que condensa
su campo de interés,
la reducción del ruido al observarla,
su peso que es un énfasis,
el tiempo que maneja con las manos.
Todo eso nos ha reunido aquí,
en cruce accidental,
en esta poca cosa de nosotros.
Mínimas miserias de la puntería
Este insecto es el héroe
de alguna resistencia.
Revolotea en torno
a mi mano enemiga
y esquiva cada intento
de interrumpir sus tenues digresiones.
Como no soy capaz, más bien lo admiro.
¿La admiración
combate esa impotencia
o la confirma?
¿Mi compasión es fruto
de la falta de acierto?
El insecto me deja
su autógrafo en el aire
con un leve zumbido de epigrama.
Desierto con gorra
Este infinito no te necesita,
la orogenia es humana:
dos fuerzas destruyéndose.
Lo espiritual es esta indiferencia
con que se deja al tiempo trabajar.
El paisaje se mueve,
arte de sí.
El ritmo de la roca.
El unísono viento.
La gruta antecedente.
Y una gorrita azul sobre la duna.
Poemas de Vivir de oído (La Bella Varsovia, 2018)