Desde mi primer encuentro con el teatro latinoamericano, durante mi época de estudiante de posgrado en la Escuela de Arte Dramático de la Universidad de Yale, me he dedicado a presentar la riqueza de este teatro a un público lo más amplio posible. En este sentido, he orientado mi carrera —los estudios, la docencia y las traducciones— a incorporar las diversas voces estéticas y las variadas opciones estilísticas de los dramaturgos latinoamericanos en los temas que abordamos en nuestras aulas y en las obras que ponemos en escena en Estados Unidos. Cuando comencé esta labor a mediados de los ochenta, era uno de los pocos graduados de Estudios Dramáticos, si no el único, que trabajaba en este ámbito. Los estudios sobre el teatro latinoamericano, por no mencionar las traducciones teatrales de la región, solían estar a cargo de profesores de lengua y literatura, quienes frecuentemente nos aclaraban las piezas de manera fructífera y acertada, a pesar de tener escasos conocimientos sobre el teatro profesional y no haber orientado su investigación al análisis de los textos en la representación. Si bien el número de docentes que enseñan teatro latinoamericano y de productores que lo llevan a escena sigue siendo comparativamente reducido, el campo de estudio continúa desarrollándose.
A la vez, la traducción literaria en general y la teatral en particular suponen una ínfima parte del panorama estadounidense. A diferencia del modelo europeo, donde la traducción de obras desde lenguas diferentes es una tarea esencial de los departamentos de literatura en los teatros, en Estados Unidos raras veces se producen piezas de teatro traducido, con excepción de las de Ibsen, Chejov, Molière y las de los dramaturgos griegos. En parte, ello responde a consideraciones lingüísticas y geográficas: somos un país extenso con un sesgo monolingüe. En Estados Unidos siempre han existido ciudadanos bilingües; no obstante, la cultura dominante ha considerado insistentemente al inglés como el idioma principal y ha descrito la exploración de otras culturas como innecesaria. A pesar de que nuestras raíces se encuentran en la inmigración, aproximadamente dos tercios de los ciudadanos estadounidenses no tienen pasaporte. Debido a todos estos factores, el acceso a obras teatrales traducidas, salvo excepciones de algunas pequeñas compañías teatrales especializadas en este tipo de montaje, ha sido mínimo, en el mejor de los casos. Si bien existen muchos medios donde publicar prosa y poesía traducidas y aumenta el conjunto de publicaciones orientadas hacia los estudios de traducción, desde la desaparición de la revista Modern International Drama, en 1996, ya no queda una sola revista dedicada únicamente a la traducción teatral. A fin de colmar esa laguna, en 2007 fundé la revista en línea The Mercurian: A Theatrical Translation Review (https://the-mercurian.com/). Desde entonces, se han publicado ochenta y cinco piezas de teatro traducidas, trece artículos y trece reseñas de libros sobre la traducción teatral desde veintidós idiomas, procedentes de treinta y tres países.
En 2012, la revista The Mercurian, en colaboración con el Departamento de Arte Dramático y el programa Process Series de la Universidad de Carolina del Norte-Chapel Hill y el Departamento de Estudios Teatrales y el Performance and Embodied Research Colloquium de la Universidad de Duke, organizó una serie de conferencias sobre la traducción teatral como proceso creativo, que lleva el nombre de Theatrical Translation as Creative Process: A Conference Festival. Durante cuatro días, un grupo de veintitrés participantes internacionales dialogaron acerca de este tema entre ellos y con los traductores de cuatro obras publicadas en la revista The Mercurian, las mismas que fueron objeto de lecturas dramatizadas. Un planteamiento surgido de la conferencia fue que las traducciones inéditas, ya fuesen de textos contemporáneos o clásicos, indudablemente debían ser tratadas como nuevas obras teatrales y desarrolladas como tales. Con el fin de promover el teatro traducido, un grupo de académicos y profesionales del teatro formó la red Theatre in Translation (TinT) y organizó reuniones en el Studio Theatre, en Washington, DC, en 2013; en el hotINK del teatro The Lark, en la ciudad de Nueva York, en 2014; y, en colaboración con el The Lark y el grupo The Fence, en el O’Neill Theatre Center, en Waterford (Connecticut), en 2015.
A partir del trabajo con la TinT y de mi empeño en incluir obras traducidas en los teatros de Estados Unidos durante más de treinta años, estoy convencido de que la mejor manera de promover la puesta en escena del teatro traducido es tanto planificar a largo plazo como fomentar el entusiasmo y el gusto de los estudiantes de hoy por estas creaciones, ya que ellos serán los artistas del teatro y el público del futuro. Ese fue el punto de partida de mi traducción de la penúltima obra del dramaturgo y director chileno Ramón Griffero, Prometeo, el origen, cuyos extractos se publican en este número. En 2016, la Universidad del Norte de Ohio me encargó la traducción para la convocatoria bienal del Festival Internacional de Teatro de 2017. Al igual que las otras once obras de teatro de Griffero que he traducido, Prometeo, el origen emplea el lenguaje poético, las metáforas teatrales y la musicalidad, además de alternar el registro clásico y el contemporáneo. Los pasajes aquí publicados incluyen escenas desde el inicio hasta el final de la pieza y revelan todos los aspectos mencionados de la dramaturgia de Griffero.
A modo de contexto, la obra comienza con una compañía teatral al inicio de los ensayos de una nueva representación basada en la teoría de Griffero acerca de la teatralidad del espacio escénico. Durante el primer ensayo, un miembro de la compañía le regala a otro el libro Prometeo, el origen y al día siguiente deciden que este será el fundamento de la puesta en escena que están montando. La obra luego alterna entre sus intentos de dramatizar el material del libro y las propias respuestas hacia el mismo. La pieza finaliza con el punto inicial: la toma de conciencia de que Prometeo, al regalarle el fuego a la humanidad, únicamente le otorgó la capacidad de crear un mundo mejor. El proceso creativo nunca concluye; es, por lo tanto, la tarea de todas las personas y de cada generación.
La producción de la Universidad del Norte de Ohio de Prometeo, el origen, dirigida por un director profesional y actuada por estudiantes de pregrado de primer y segundo año, superó todas mis expectativas. El joven reparto logró transmitir la obra de Griffero de manera simple pero efectiva y la puesta en escena de la Universidad del Norte de Ohio creó una serie de imágenes teatrales llamativas, aunque las limitaciones técnicas y financieras no permitieron el tipo de maravilloso despliegue escénico por el que se conocen las puestas en escena que Griffero realiza de su obra. Los animados diálogos con el reparto y el director en los que participé al final de dos funciones revelaron cuán plenamente los jóvenes actores se habían comprometido con un texto que, en un principio, les resultaba cultural y estéticamente ajeno. La puesta en escena de Prometeo, el origen, en 2017, ha sembrado las semillas del gusto hacia el teatro latinoamericano traducido tanto en los estudiantes a cargo del montaje como en el público asistente. A mi parecer, esta es la vía más eficaz para fomentar el apetito por la riqueza del teatro latinoamericano y difundirlo en Estados Unidos hoy en día. Por último, extiendo mi agradecimiento a la revista Latin American Literature Today por su disposición para publicar obras teatrales traducidas por primera vez, gesto que tal vez incentive a otras publicaciones literarias a seguir el ejemplo.
Adam Versényi
Traducción de Natalia Pommier