Té de jazmín
Las viejas teclas de un piano, el pedal como una huella
anclándose a las terminaciones de la que pareciera ser la última nota.
En la música están las señales, en el ritmo interno que raudo recorre
la ciudad, el territorio de lo ajeno que hicimos propio
perdidos y abiertos a las metáforas que decían viento, agua o nube.
Lo perpetuo o lo fugaz, ya no importa,
las diferencias tenues, las historias construidas en la arena
que cayendo sobre sí formaba olas simultáneas, el oleaje de la arena
su composición misma, ya no importa.
El día es uno solo, inmutable y desbordado recibe los golpes
de los árboles arqueándose y simulando la forma de los sauces,
la memoria de los sauces, sus enormes biografías intactas,
atados a la tierra, anclados al costado de los ríos, signos de líneas divisorias,
mensajes de pérdidas, ya no importa. Ni la lluvia,
ni tu mano, una sola de tus manos resistiéndose al diluvio,
la negación absurda a las huellas en el cuerpo,
la palabra falta que cargamos unida a los tobillos
y que intentamos desarmar arrastrando los pies por el cemento.
El nacimiento de la hebra (fragmento)
Una imagen: mi abuela recogiendo castañas.
Un tiempo inalcanzable
o el espacio que prolonga una ínfima constelación.
Aguardo palabras mientras afuera acontece lo infinito:
él agacha la cabeza frente a una vitrina que le devuelve su reflejo
una mujer se acerca a su hija para estirar la costura de su falda
llueve y sin embargo nadie se levanta de las sillas
él enfoca la cámara esperando que no posen
—una escena espontánea para la posteridad—
qué escena podría serlo se pregunta y dice miren
justo cuando la pequeña del rincón se arregla el pelo.
Mi cabeza se puebla y se vacía, la mano empuja.
Cierra la puerta y concluye la imagen
pero el ruido de su nombre continúa escarbando.
No lamentamos despedirnos
sino saber que por mucho que construyamos
la lluvia seguirá existiendo
y sin embargo
nadie se levanta.
Dije basta y mi eco encontró refugio
en la amplitud de esa palabra.