Esta entrevista está basada en el nuevo libro de Valeria Luiselli Los niños perdidos (Sexto Piso, 2017). Este ensayo/cuento es el resultado de la experiencia de Luiselli como intérprete para los niños refugiados indocumentados de Centroamérica, justo después de la crisis migratoria en los Estados Unidos en 2014. El libro está estructurado alrededor del cuestionario legal, revisado por el Servicio de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos. Luiselli utilizó 40 preguntas del formulario para entrevistar a los niños en el juzgado, como parte del proceso legal que determina el estatus legal en los EE.UU.
Radmila Stefkova: ¿Este libro es resultado de tu trabajo como intérprete para los niños indocumentados de Centroamérica?
Valeria Luiselli: Sí, fue algo que hice como voluntaria durante la crisis migratoria. Es algo que todavía hago, no tanto en el juzgado sino en la comunidad donde enseño y donde recibimos muchos niños refugiados.
RS: Muchos de los niños estaban traumatizados y ofrecieron historias incompletas, algunos ni siquiera hablan bien español. ¿Puedes comentar algo sobre tu papel como intérprete, como alguien que llena esos vacíos?
VL: Esto no fue una traducción donde simplemente se trasvasa de un idioma al otro. El primer objetivo fue articular las preguntas de una manera entendible para los niños, tanto como humanizar la jerga legal de las preguntas. Asimismo, tengo que traducirles el funcionamiento del sistema legal, el por qué están allí, para que no se sientan como sujetos que vuelan atrapados en este lugar extraño y desconocido. No es una transcripción, yo escucho sus historias y tomo apuntes. Después, tengo que traducir las historias de los niños para los abogados, prestando atención a cada detalle que pueda apoyar su caso. Es una labor en varios niveles.
RS: A pesar de tu experiencia como novelista, decidiste escribir este libro en forma de ensayo. ¿Por qué este formato en lugar de una novela?
VL: Creo que la gente debe saber lo que está ocurriendo en los juzgados de Estados Unidos. Algunos lo intentan a través de la prensa, pero nunca es una cobertura completa. De hecho, estaba escribiendo una novela basada en un grupo de siete niños que viajan sobre La Bestia, el tren que atraviesa México. Me di cuenta de que el libro no funcionaba porque yo estaba llena de rabia, confusión y dolor, tanto que mi ficción intentaba dar un mensaje político. La ficción no debe hacer eso. La ficción puede volverse muy política, puede llegar a ser hasta un agente de cambio político, pero creo que un novelista nunca debe tener la arrogancia intelectual de pensar que su obra puede o debe ser el centro de un cambio político, un mensaje o enseñanza. En cambio, el ensayo puede aspirar seriamente a informar y a dar una opinión basada en una investigación profunda.
RS: ¿Cuál es el estado de la novela?
VL: La novela está terminada, pude volver y terminarla sin intentar de dar una enseñanza moralista. Debe salir en 2018 después de un largo proceso de edición. La novela la escribí originalmente en inglés, como el ensayo. La reescribí en español, pero tuve que batallar con otros fantasmas, fantasmas mexicanos porque no solo estaba hablando con otro grupo lingüístico, sino que tuve que pensar en la parte mexicana del viaje en el libro. Trabajé con un talentoso editor bilingüe de Coffee House Press para comparar las dos versiones y reconstruirla otra vez en inglés.
RS: Al final de Los niños perdidos incluyes un largo archivo: artículos, periódicos, mapas, videos. ¿Cuál es el diálogo entre tu narración y este archivo?
VL: Aprecio cuando un libro que leo me lleva a otro. En la mayoría de mis libros más literarios, mi archivo está incrustado en la narración a través de citas, paráfrasis, menciones, nombres. Siempre intento incluir un archivo de maneras distintas. Este archivo es sencillo, no quería tener ninguna floritura literaria. Lo hice con la esperanza de que el lector lo explore para informarse y tal vez añadir algo.
RS: Con este proyecto no te limitaste solo a la escritura y te involucraste directamente con la comunidad. Particularmente ahora, durante la presidencia de Trump, ¿piensas que va a cambiar tu papel como escritora profesional y el de otros escritores de los grupos “target”?
VL: Creo que ya está pasando. He visto un cambio en mí misma y en mis colegas latinoamericanos. Quizás no estábamos tan involucrados con nuestras comunidades como lo estamos ahora. Estamos involucrados de maneras distintas; me gusta el trabajo que hago en el juzgado y con la organización de mis estudiantes, las TIIAs (Teenage Immigrant Integration Association). Otros están más involucrados mediante su trabajo literario, por ejemplo, con los talleres para los estudiantes DAKA y DREAM. Creo que mi sentido de compromiso social proviene más de mi papel como ciudadana de esta sociedad, como persona con derechos, obligaciones y responsabilidades políticas. No tanto como escritora cuyo papel es transmitir algún mensaje. La única diferencia es que como escritora tengo acceso a espacios públicos donde puedo escribir, y siento que es mi obligación escribir de lo que está ocurriendo de una manera muy política. Mis columnas políticas se han vuelto muy directas. No solía escribir tan políticamente como lo hago ahora.
RS: En tu libro dices que “contar historias no resuelve nada, no puede reconstruir las vidas rotas”. Entonces, ¿cuál es el propósito de escribir, de contar historias?
VL: Es la misma pregunta de ¿cuál es el propósito de salir a las calles, marchar? Siempre tenemos el miedo de que no tiene importancia lo que estamos haciendo. A través de las historias, y los ensayos pueden ser historias, las personas se pueden acercar a una situación con la cual antes no habían sentido empatía con una situación extranjera. Es una forma de traducción. La traducción es la manera de transportar algo de un contexto a otro, por eso una historia se escribe como una traducción. Si este libro es una traducción, no es una manera de extranjerizar al lenguaje, sino domesticarlo. Aporta algo aparentemente extranjero tan cerca para el lector, hasta entender que no es un problema extranjero, un problema distante; es algo que está aquí, delante de nosotros y parte de nosotros. Otra manera de decirlo es que las historias pueden crear empatía, más allá del sentimentalismo, de una manera más profunda, sobre todo ahora cuando tenemos una tasa enorme de intolerancia. Es algo necesario.
21 de febrero de 2017
San Francisco