Lo oscuro que hay en mí. Horacio Convertini. Buenos Aires: Alfaguara. 2021. 256 páginas.
Cuando el día a día nos resulta insustancial y el futuro se vislumbra poco prometedor, no es extraño (no es tan extraño como podría parecer) que busquemos la salida en el pasado. Revisitar nuestra propia historia puede dar lugar a un cambio, una reinterpretación de la identidad que nos permita modificar el presente. ¿No se trata de eso, acaso, el psicoanálisis? En Lo oscuro que hay en mí, la nueva novela de Horacio Convertini, el protagonista decide indagar en lo que yace oculto detrás de la aparente normalidad de su pasado familiar, pero no precisamente en un consultorio psicoanalítico.
Luis Daverza es un empleado público con muy pocas aspiraciones. Su padre, el Gringo Daverza, un viajante de comercio, fue quien le consiguió ese puesto y lo convenció de las ventajas de trabajar en una oficina municipal, con un sueldo seguro todos los meses y en donde la posibilidad de un despido es prácticamente nula. Luis está casado con Virginia y ambos llevan una vida sin sobresaltos, pero con la que ninguno de los dos está demasiado conforme.
Esa disconformidad se pone en evidencia cuando, tras la muerte de su padre, Luis descubre en el departamento que alquilaba el Gringo un bolso con cien mil dólares. Ese dinero, que en Virginia activa el deseo de un ascenso social, en Luis despertará el interés por revelar quién era en realidad su padre y qué secretos escondía ese hombre solitario y reservado detrás de un trabajo que, en apariencia, era demasiado tranquilo. Podría decirse que Luis tiene una corazonada, intuye que a partir de ese instante su vida puede dar un vuelco y, determinado ya a sacudirse de encima la apatía, comprende que debe desentrañar el misterio alrededor de la figura del padre para construir su propio destino.
Entonces comienzan a llegarle recuerdos de la infancia, de momentos compartidos con ese hombre parco de quien pocas veces recibió más que un tibio consejo. Recuerdos que le permiten a Luis otorgar un significado más preciso a los hechos que se van sucediendo de manera vertiginosa. Conversaciones, frases escuchadas en la niñez alrededor de una mesa familiar, imágenes en principio intrascendentes pero que quedaron grabadas en su memoria y que tienen el efecto de pistas, indicios que lo ayudarán en la búsqueda de las piezas que faltan para poder armar el pasado desconocido de su padre.
En esa búsqueda, Luis también está intentando descifrar su identidad, aquello que forma parte de él incluso a pesar suyo, y que puede ser, al mismo tiempo, tanto una salvación como una condena.
No es fácil reconocerse en los demás. Luis se ve diferente a su padre, aunque el lector puede notar que las similitudes entre ambos son muchas. Luis ha heredado del Gringo cierta parquedad en la relación con otras personas y una marcada devoción por la familia. Porque en medio de la chatura en la que se encuentra, a Luis lo que lo motiva a seguir adelante es el amor por Virginia, por más que la rutina haya desgastado la relación y la convivencia se haya hecho más difícil con los años.
Sin embargo, eso no es lo único que Luis heredó del Gringo. Padre e hijo tienen algo más en común, algo que de a poco el protagonista irá percibiendo dentro de él. Un talento particular que bien podría haber permanecido sin ser descubierto hasta el día de su muerte, pero que desde el momento en que se decide a escarbar en su origen, gradualmente se le irá revelando.
A Convertini la novela negra le sienta bien. Su experiencia como periodista (fue incluso jefe de la sección Policiales del diario Clarín) puede que explique en parte su capacidad para generar suspenso con una economía de recursos sorprendente. En libros anteriores ya había trabajado con elementos del género y también con personajes de clase media, sin motivaciones ni nada que los destaque, cuya rutina se ve trastocada por una circunstancia imprevista con la que deberán lidiar.
En el caso de Lo oscuro que hay en mí, el costumbrismo que enmarca la novela sirve como el trasfondo sobre el cual, poco a poco, se despliega el misterio. Como si a partir de la cotidianeidad propia de la clase media porteña, Convertini pudiera pintar un claroscuro y hacer más notorio el abismo entre las situaciones corrientes de los primeros capítulos y lo extraño, lo singular, que de forma sutil, página a página, va ganando terreno.
La estructura es tan precisa como eficaz, con capítulos intercalados muy diferentes entre sí, y que construyen distintas subtramas y unidades temporales. Esa diferencia entre unos capítulos y otros no es azarosa, sino que produce una especie de síncopa que fortalece el ritmo y le otorga espesor a la historia. Por un lado va creciendo el suspenso que le da el carácter de thriller a la novela, hasta dispararse de manera exponencial. Por otro lado, se acentúa cada vez más la perspectiva intimista enfocada en los deseos y las frustraciones de Luis Daverza. Esas dos propuestas, que en los primeros capítulos avanzan por diferentes carriles, terminan convergiendo. A partir de entonces la tensión narrativa lleva al lector hasta el final, sin escalas.
Ariel Urquiza