Los abismos. Pilar Quintana. Bogotá: Alfaguara. 2021. 246 páginas.
En el emplatado no deben usarse elementos que sólo cumplan funciones decorativas. Es regla que cada elemento esté en función de los demás y que todo debe ser comestible. No existen adornos en la gastronomía ni en la literatura: todo elemento cumple una tarea narrativa. La presencia del cielo gris existe en la novela porque simboliza, por ejemplo, los sentimientos de los personajes o anuncia la inminencia de un giro argumental. El color y existencia de las nubes debe tener la misma función de los trazos de chocolate en el plato del postre: parecen superfluos, pero combinan con el hojaldre.
En Los abismos, las plantas que “se estiraban para tocarme con sus hojas como dedo” hablan del estado de ánimo de la mamá de Claudia: la monotonía y violencia selvática, las fracturas del matrimonio y la “rinitis” que la hunde en la cama por semanas. La escenografía no es un adorno, sino parte fundamental de la novela, como sucedió en La Perra, cuya historia pudo suceder en las periferias de Bogotá sin que el argumento tuviera cambios considerables. Sin embargo, la selva, el mar que se llevó a Nicolasito, los aguaceros bíblicos y las serpientes acorralan a Damaris como una soga que aprieta sin dar tregua.
Uno de los cambios más notable entre las dos novelas es la elección del narrador: en La Perra se narra en tercera persona, mientras que en Los abismos en primera persona. Esa es una de las grandes apuestas: narrar desde la perspectiva de Claudia, una niña de ocho años. Ese desafío entraña un trabajo minucioso (probablemente agotador) en la artesanía de las frases. La voz no sólo es convincente sino que la novela adquiere una contundencia que crece a medida que avanza la trama: “Yo hablaba. Le contaba a mi papá las cosas que me pasaban en el colegio. Él escuchaba y se reía cuando había que hacerlo. Le hacía preguntas sobre temas importantes o superficiales de la vida, el universo y la naturaleza. Él meditaba, me daba su respuesta, siempre puntual, o decía que no sabía y se callaba. Los muertos de mi papá, empecé a pensar, vivían en sus silencios, como ahogados en un mar en calma”.
Pilar teje todos los elementos para crear una novela densa y hermosa. Entre sus aciertos está la manera en que los escenarios y el clima hablan del interior de Claudia. Por ejemplo, a la casa de campo la rodea la niebla como si fueran las fauces de un lobo, la lluvia arremete contra las montañas, el Viruñas que rasguña los techos en la noche y el fantasma de Rebeca deambula por la casa. Este escenario está correlacionado con el terror de la niña que debe vigilar a su mamá para que no cumpla el destino de Gloria Inés, Karen Carpenter, la princesa Grace o Natalie Wood.
En la literatura, a diferencia del sexo, entre más cortico, más sustancioso. Buen ejemplo son las escenas de Los abismos: “Desde donde estaban mi papá y mi tía no se veía la cocina. Desde donde yo estaba, sí. Gonzalo y mi mamá hablaban, se reían, brindaron y por un momento se miraron en silencio. Él, que estaba de cara a la puerta, me vio y le dijo algo a mi mamá. Ella salió de la cocina, con su copa de vino en la mano, haciéndose la brava, cuando no podía estar más feliz”. No se necesitan más elementos para sospechar lo que está sucediendo y lo que vendrá.
Damaris y Claudia pierden su infancia a la misma edad. En el primer caso, a partir del accidente de Nicolasito; en el segundo, por el derrumbe del matrimonio de los papás de Claudia. Ellas abandonan la niñez para encaminarse a una vida compleja y difícil. En La Perra conocemos la vida de Damaris a partir de la adopción y crianza de una cachorra. Si bien no se conoce el futuro de Claudia, se intuye que será cercano al de su mamá, con quien comparte el nombre. En este punto me permito abrir un paréntesis. Me cuento entre quienes creen que los nombres traen su propio destino. El hecho de que madre e hija compartan el nombre es como si hubieran sentenciado a Claudia a perpetuar la vida de su madre.
El destino de las tocayas es muy cercano al de Damaris a pesar de que las separan diferencias sociales, cronológicas, geográficas, económicas y culturales. Parece que no importaran los sueños y proyectos que tracen o el lugar en el que nacen porque están predestinadas al encierro y la frustración. Quizás esa es la razón por la que a ellas les atraen los abismos: “Caminé en esa dirección, al principio con reserva y luego decidida. Quería vérmelas de nuevo con el abismo, sentir la cosa rica en la barriga y el miedo, las ganas de saltar” (pág.153). Más adelante: “Entonces lo vi en sus ojos. El abismo dentro de ella, igual al de las mujeres muertas, al de Gloria Inés, una grieta sin fondo que nada podía llenar”.
Diego Niño