CUCHILLO O NAVAJA
Pertenezco a esa clase de hombres
que llevan un cuchillo o navaja al cinturón o bolsillo.
Todo lo que aman cabe en una caja de zapatos.
Se contentan con un plato caliente,
la primera estación de radio clásica,
un cuarto con las cortinas cerradas,
día y noche.
Hombres que ponen un clavo detrás de la puerta
cuando quieren colgar su chaqueta.
Y si llegas por nuestra espalda a taparnos la vista
con las manos y pides que describamos el papel mural
jamás obtendrás la respuesta.
Hace poco el viejo de mi viejo me preguntó
pescando unas truchas
tras corregirme por enésima vez
que tire la mosca en la parte más oscura
y profunda:
¿Has observado las motas de polvo suspendidas
dentro de un rayo de luz?
Sí, esos hombres que quedan boquiabierto
con las motas de polvo en un haz de luz
colándose por las persianas o cortinas
desde que eran críos. Y odian a esos otros hombres
de un solo libro.
Sí, pertenezco a esa clase de hombres
con un cuchillo o navaja al cinturón o bolsillo
obligándose a no desear nada,
porque desear es dolor
y todo lo que queda es una fotografía maltrecha
en otra billetera llena de cualquier cosa
menos plata.
Hombres que al envejecer
prefieren morir de hambre y orgullo
antes que pellizcar una uva
en la góndola del supermercado.
Hombres torpes y sentimentales
que no recuerdan lo que sueñan
y despiertos guardan silencio.
Hombres que solo tienen un mecanismo
de sobrevivencia: la represión.
Y vienen siglos, mares, todavía
buscando un ranchito donde tirarse exhausto
a castigar el riñón, amar y ser amados,
en esta playa de piedras blancas
donde revienta la luz de la luna,
el mar del sur.
Sí, pertenezco a esos hombres que cocinan.
Crían hijos que no se les parecen.
Dubitativos entre el bien y el bar, beben.
Cabreados del sol
se unen a otros para rogar que llueva.
Cabreados de la lluvia se unen a otros
para rogar que vuelva el sol.
Hombres que van y vuelven con un cuchillo
o navaja al cinturón o bolsillo
de la cama de una mujer, a rachas,
que apenas los soporta
pero deja agua caliente en el termo.
Algo para echarle al pan, té o café,
antes de volver a la carga
–en lo que sea que trabajemos–,
con este solcito que apenas calienta,
pero ilumina.
DÉJAME ABRAZARTE EN EL FRÍO,
no decirte nada en este país
donde todo es una revancha criminal.
Un jergón vencido que en cualquier momento
sacamos a la calle y rociamos de parafina.
Déjame mirarte hasta que seamos dos
contra el resto del mundo.
Una mirada cómplice en un pueblo fantasma
donde todes se apuntan con el dedo.
Mientras el último limón amarillo
que llamamos sol, cuelga del limonero,
se balancea silencioso, como nosotros,
entre el caos y el arte.
NUESTRO PRIMER TRABAJO FUE ACOMPAÑAR Al PADRE
a cavar tumbas.
Golpear el canto contra las piedras,
tirar la pala lejos.
No creas que la poesía me enseñó una lección.
Que diré menudo trabajo de mierda.
Tampoco sospeches que no me duele enterrar
lo que odio, vale un carajo.
O supongas que no volvería a empuñar una pala
en mitad del jardín asilvestrado,
nichos que nadie visita.
A veces recuerdo con un nudo en el estómago
el hoyo en el cementerio que cavé
para el Edgar Allan Poe o Annabel Lee de la temporada.
Sí, con un nudo en el estómago retuve
lo que mi padre decía con sonrisa triste:
manos a la obra.
Siempre se puede empezar otra vez,
cargarlo todo de nuevo,
por amor al arte.
Con un día de mierda remarla en contra.
Con un sol impío o borrasca desleal
ir sonriente y sereno a cavar un hoyo
para un maldito o héroe.
O puedo darles en la cerviz
con mi herramienta de trabajo
en mitad del cultivo áspero
o parque de ensueño,
después de trazar una estúpida zanja,
cubrir una tumba en esta patria
de intrigantes y sapos.
Traidores que viven y matan por monedas,
un minuto de atención.
Siempre se puede en este país
asesinar impunemente,
destruir a alguien con razón,
sin razón,
porque hablamos el idioma de Cervantes con suturas
como decía Vicente Pérez Rosales.
Cavamos a seis pies de la literatura el poema
de la vida y la muerte
desde que éramos unos críos
y la ley del más fuerte impera,
es lo primero que aprendimos
en estos pasajes y tumbas
por la razón o la fuerza.
QUÉ SERÍA DE ALGUNOS DE USTEDES SIN LA SOSPECHA,
ese bastión de los desesperados
mientras el pelícano de sus corazones pasea por la rambla
harto de sobrevivir en su piedra golpeada por la mierda.
No les fue dada la caridad ni la ternura.
Las manecillas del tiempo no les permitieron leer la eternidad
ni compartir el duro pan del arte.
Toda crítica fue un puñal en sus manos
que clavaron por la espalda sin otro deseo que causar dolo,
mezquindar gloria a cualquiera que lo intenta
en las sombras de las sombras del litoral de los poetas,
en sueño y obra, con malas artes, en picada.