Señala Andrés Neuman en “Cincuenta porqués” (2011), entrada de su blog cercana a la exposición de una poética personal:
Escribo porque de niño sentí que la escritura era una forma de curiosidad e ignorancia. Escribo porque la infancia es una actitud. Escribo porque no sé, y no sé por qué escribo. Escribo porque solo así puedo pensar. Escribo porque la felicidad también es un lenguaje. Escribo porque el dolor agradece que lo nombren. Escribo porque la muerte es un argumento difícil de entender. Escribo porque me da miedo morirme sin escribir. Escribo porque quisiera ser quienes no seré, vivir lo que no vivo, recordar lo que no vi. Escribo porque, sin ficción, el tiempo nos oprime. Escribo porque la ficción multiplica la vida. Escribo porque las palabras fabrican tiempo, y tiempo nos queda poco.
En las siguientes páginas, se expondrán siete claves de lectura de un autor al que Roberto Bolaño definió, acertadamente, como “tocado por la gracia”. Hipnótico, sensual y sugerente a partes iguales, la profunda coherencia de su proyecto literario queda manifiesta en los conceptos desarrollados a continuación.
Desafíos
Neuman disfruta con el riesgo y el juego. Como el futbolista que algún día soñó ser, avanza entre los extremos de la página-cancha para progresar en su pensamiento y dar en la diana. De ahí que eligiera El equilibrista como título de un libro de aforismos y el de El jugador de billar para un poemario. Hablar de él supone, pues, hacerlo de alguien que impone a su obra un cambio y experimentación continuos.
Este hecho lo ha llevado a incursionar en la poesía —desde los sonetos al haiku, pasando por las series líricas—; el aforismo, el microrrelato y el cuento; el blog —a partir de la microrréplica, entrada de poco más de cien palabras—; el microensayo de corte greguerístico; el dietario, la entrada heterodoxa de diccionario, el artículo periodístico, el guion de tiras cómicas, la reflexión teórica —lo que explica la existencia de frecuentes codas a sus libros registradas en forma de dodecálogos, ensayos y apéndices para curiosos—; y, finalmente, la novela. En relación a sus tres títulos más recientes en este último género, recuerdo cómo El viajero del siglo es a la vez novela gótica, de ideas, sentimental y de misterio, Hablar solos se descubre como un perturbador e introspectivo relato sobre la enfermedad y el duelo, y Fractura como narración ecológica y de la memoria, cercana a los postulados de la novela de tesis en su reflexión sobre temas como la energía, la economía y el amor.
Pasajes
Si hay un aspecto especialmente destacado por la crítica al acercarse a su figura, este viene dado por su ubicación entre dos orillas, en un puente del que le gusta hablar para definirse y en el que sitúa, asimismo, a muchos compañeros de generación. Esta concepción se encuentra vinculada a su experiencia vital, por la que en la novela Una vez Argentina narró los orígenes franceses, italianos, españoles, polacos, rusos y lituanos de su familia, así como la presencia de católicos, ateos y judíos entre sus ancestros. A ello hay que añadir sus múltiples reflexiones en torno a la repercusión en su literatura de la experiencia migratoria, vivida junto a sus padres y hermano desde Buenos Aires a Granada a los catorce años de edad.
En cuanto a la idea de pasaje, si rastreamos las claves más frecuentes en el blog “Microrréplicas”, observamos que entre ellas se encuentran conceptos tan relacionados entre sí como exilio, extranjería, identidad, viajes, frontera y traducción. La reflexión sobre este último tema supone una constante en su escritura, pues traducir nace del deseo de compartir y proporciona el “paso a los otros” a través de la lengua. Este hecho explica, por ejemplo, que en El viajero del siglo los protagonistas simultaneen los encuentros sexuales con la traducción, alcanzando el clímax en los momentos en que “más se daban cuenta de lo parecidos que eran el amor y la traducción, entender a una persona y trasladar un texto, volver a decir un poema en una lengua distinta y ponerle palabras a lo que sentía el otro”.
Éticas
La preocupación ética resulta consustancial a una literatura marcada desde sus inicios por el hecho de que los padres del autor tuvieron que exiliarse de la Argentina en “los años de plomo”. Recuerdo, para apoyar esta afirmación, los tres “límites” discutidos en las tertulias organizadas por Sophie Gottlieb en El viajero del siglo —nacionales, idiomáticos y genéricos—, lo que lleva a los asistentes de las mismas a encendidos enfrentamientos a propósito de asuntos como los nacionalismos, el multiculturalismo o la liberación femenina. Subrayo, asimismo, la preocupación ecológica inscrita en Fractura —cuya trama se vertebra sobre el accidente de la central nuclear de Fukushima—, denuncia que se extiende a las políticas neoliberales que rigen nuestros días.
Pero si existe un esfuerzo ético destacable sobre los demás por parte del escritor, este viene dado por su deseo de desautomatizar las miradas que cosifican a los otros desde el punto de vista sexual. Así, en el relato que dio título al libro de cuentos Alumbramiento nos hace asistir al parto biológico de un varón; en sus novelas las voces femeninas adquieren especial relevancia (no olvidemos cómo el protagonista de Fractura es narrado por sus diversas amantes, o la enorme potencia de los personajes de Sophie y Elena en El viajero del siglo y Hablar solos). En cuanto a las prosas contenidas en Anatomía sensible, dinamitan las entomológicas visiones heteropatriarcales para reivindicar una focalización impura, móvil y mutante del cuerpo, signada por la multiplicidad y apertura de los objetos de deseo. El texto, verdadero manifiesto político, proclama la impertinencia de los roles sexuales titulando algunos de sus capítulos “El pene sin atributos” o “Una vagina propia” (capítulo del que extraigo, a modo de ejemplo, la siguiente definición: “La vagina trans brota de la elipsis. […] Quienes la descalifican por artificial olvidan que no hay nada más natural que la voluntad humana. La sintética belleza de esta vagina se prolonga en sus ecos: ha vivido ambas caras, ha sentido el otro lado”).
Ambigüedades
En la poética de Neuman “no saber” constituye un beneficioso valor vinculado a la incertidumbre y, con ello, a la apertura mental. De ahí la abundancia de preguntas sin respuesta presente en sus creaciones —evidente en el título del libro de aforismos Caso de duda—, el frecuente rechazo de la disyunción excluyente y su admiración manifiesta hacia autores como Joaquín Giannuzi, Alejandro Zambra o Natalia Litvinova, cuyos textos desconocen la certeza. De ahí, asimismo, su elogio de la vejez, pues “con los años, uno pierde opiniones sobre las cosas. Eso quiere decir que gana ideas” (Fractura), o su afición por personajes que bordean la insania mental, como ocurre con los protagonistas del poemario Patio de locos y de relatos como “Tornasol” (El que espera) y “Juan, José” (Hacerse el muerto).
Esta visión se encuentra apuntalada por la importancia que adquieren en su obra las estrategias retóricas potenciadoras de la ambigüedad. Es el caso de la elipsis, que le lleva a escribir “las omisiones son las verdaderas decisiones que debe tomar el hacedor de cuentos” (El que espera); de los finales suspendidos, defendidos en uno de los dodecálogos integrados en Hacerse el muerto: “Hay cuentos que merecerían terminar en punto y coma;”; y de la modalidad del microrrelato, sobre la que comenta en la microrréplica “Diez microapuntes sobre micronarrativa” (2012) que “necesita lectores valientes, es decir, que soporten lo incompleto”. Por ello, también, la importancia que cobran en su obra humor e ironía, modos oblicuos de expresión definidos en Barbarismos como “facultad de parodiar las propias convenciones, o sea, de pensar” y “sinceridad coqueta”, que, como apreciamos en títulos como Hacerse el muerto, poseen efectos catárticos ante los acontecimientos más dolorosos de la existencia.
Epifanías
Neuman, en la que se diría una clara connivencia con el sociólogo de la vida cotidiana Michel Maffesoli, preconiza para nuestros días la plenitud del instante, la aceptación lúcida de la fugacidad y el culto de la “razón sensible”, que recupera en la contemporaneidad valores hedonistas como el juego y la vida improductiva. Así, el tiempo del ardor de los cuerpos se enfrenta al dominado por la producción y los proyectos totalitarios.
La conciencia vive en lo efímero y la escritura se revela como metafísica instantánea, en la que corre un tiempo vertical distinto al común y horizontal. Definida la epifanía en Barbarismos como “atención con milagro”, la defensa del presente se reitera en sus creaciones. De acuerdo con este hecho, se repiten en su obra los momentos marcados por la intensidad y el lirismo. El poemario Mística abajo se encuentra permeado por este sentimiento, que provoca una alegría tan excepcional como necesaria. Así ocurre con el akmé descrito por el paracaidista que protagoniza el relato “Aire”: “Existen instantes, cómo decirlo, que solo unos pocos tenemos la ocasión de vivir. Instantes que traicionan, liberándonos. […] Existen instantes, cómo describirlos, sin medida posible. Instantes que nos reclaman. Hábitos sin regreso” (El último minuto).
Por lo señalado hasta ahora, se puede colegir el interés del escritor por los “géneros del momentum”: aforismos, haikus, microensayos al borde de la greguería y definiciones de diccionario, formas breves presentes en títulos como Alfileres de luz, El equilibrista, Gotas negras. 40 haikus urbanos, Gotas de sal. 20 haikus marinos, Barbarismos, Caso de duda o Anatomía sensible, pero que permean asimismo obras más extensas.
Imperfecciones
Uno de los aspectos más originales en la poética del escritor viene dado por su elogio de la imperfección. Así se aprecia en su rechazo de esencialismos y purezas vacíos y en su defensa de la materia desplatonizada, clave de poemas como “Los errores perfectos” (Década) o “Retablo con chica corriente” (Vivir de oído). Así se manifiesta, igualmente, en meditaciones como la contenida en la microrréplica “Mito y cicatriz” (2011), donde defiende el recuerdo de un costurón en el cuerpo de Marilyn Monroe, o en la portada de Anatomía sensible, que presenta en zoom una piel marcada por dos lunares y alguna antigua lesión.
No en vano, la primera cita de este libro, tomada de Cynthia Ozick, señala que “nadie está por encima de la ropa sucia”, lo que recuerda la concepción del mestizaje como beneficiosa impureza inscrita en el extraordinario soneto “El extraño”, que transcribo a continuación: “Yo me nutro de errores y de sangre,/jamás podré tener otro retrato/que este casi saber, este conato/de amor en la mitad de la masacre./ Hacia dónde camino? Es lo de menos./Camino, que ya es mucho, y rompo el paso./Mi sed ya no tendrá forma de vaso/sino de voz impura, aliento lleno./ He cambiado el escudo por la duda/y apenas reconozco mis heridas:/no es la piel, es el tiempo lo que muda./Dejaré las limpiezas conocidas/ por otras suciedades más desnudas/que consigan arder como dos vidas” (Década).
Esta idea es recuperada en Fractura, novela que recurre al antiguo arte japonés del kintsugi —consistente en reparar los objetos rotos subrayando con polvo de oro el lugar donde se rompieron—, para reivindicar y realzar los puntos de sutura que conforman nuestras vidas. En la misma línea, se entiende la defensa de partes del cuerpo despreciadas —codo, tobillo, oreja, lunar, párpado— frente a otras más prestigiosas en Anatomía sensible, dando lugar a entradas de título tan significativo como “Reprobación del brazo y alabanza del codo”.
Lentitudes
Neuman parece hacerse eco de la sentencia platónica “felices los lentos, porque no pierden ni un detalle de la vida”. Este hecho explica el tiempo que se toma para concluir cada proyecto literario. Baste el ejemplo de Anatomía sensible, conjunto de treinta prosas breves que, como obra que necesita ser degustada pausadamente, comenzó a escribirse en 2012 para editarse solo siete años después.
Así se entiende que haya elegido los títulos de El último minuto o El que espera para dos de sus libros de cuentos; que prescriba en el “Tercer dodecálogo de un cuentista” “La quietud como arte de inminencia” (Hacerse el muerto), y que reivindique por encima de cualquier otro sentido el del oído, al que define en Barbarismos como “diapasón de la prosa” (recuerdo el papel que ocupa la música en la vida del escritor por razones biográficas —sus padres y hermano optaron por esta profesión—, lo que lo ha llevado a titular su más reciente poemario Vivir de oído).
Se trata, en definitiva, de “extraer vida de la vida” en sus infinitas posibilidades y con la mayor fruición pues, como leemos en el texto que abre estas páginas, la existencia —siempre en equilibrio precario— se nos escapa de las manos a toda velocidad. Así lo subrayan los últimos versos de “Conversación en tres tiempos”, texto en el que el sujeto poético dialoga con el niño que fue, el joven que ya casi no es y el anciano que devendrá: “Al viejo que seré le pediría/ que me recuerde así, arrugando papeles/ para tantear su cara,/ que por favor me cuente si va a venir despacio” (Vivir de oído).
Gocemos, pues, paladeando una escritura “contra el tiempo”, capaz de detener las agujas del reloj.