A la escritora argentina Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) la encontré primero en La joven guardia, antología publicada en Buenos Aires en 2005 que reunía a los escritores nacidos después de 1970, aquellos hijos de la catástrofe económica y política de diciembre del 2001. Allí leí “El aljibe”, un cuento de ambiente, protagonizado por una familia maldita y dos hermanas unidas por el misterio. Luego la volví a leer en otra antología —Una terraza propia. Nuevas narradoras argentinas (2006)— que ya marcaba las señales por venir para la escritura de mujeres en el siglo XXI. Se incluía de la misma autora “Ni cumpleaños ni bautismos”, inquietante por otras razones. Aparecían, en el contexto de los chats y los videos, dos personajes jóvenes en busca de emociones fuertes, emoción que hallarán en Marcela, niña “habitada” o alucinada. Ambos cuentos forman parte de Los peligros de fumar en la cama (2009), primer libro de relatos de Enríquez, que antes había publicado dos novelas: Bajar es lo peor (1995), escrita a los 19 años, publicada a los 22 y transformada en un libro de culto, y Cómo desaparecer completamente (2004). En Una terraza propia. Nuevas narradoras argentinas se les pedía a las escritoras que eligieran un libro, una canción y un verbo como colofón de su relato. ¿Qué contestó Mariana? Cumbres borrascosas, de Emily Bronte, “The Ship Song”, de Nick Cave & The Bad Seeds, y “fumar”. De alguna manera, en esas respuestas, están condensadas sus búsquedas literarias.
Cuando una editorial transnacional como Anagrama decide sacar a la luz su segundo libro de cuentos, Las cosas que perdimos en el fuego (2016), ocurre el salto mediático. Al respecto, cabe hacer dos señalamientos. En primer lugar, Enríquez publicó en ese período intermedio (2009-2016) un libro que reúne sus crónicas de visitas a cementerios (Alguien camina sobre mi tumba. Mis viajes a cementerios, 2013) y una biografía de Silvina Ocampo (La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo, 2014). Al mismo tiempo, ya escribía para el suplemento cultural Radar, del diario Página/12 en Buenos Aires, del cual es hoy subdirectora. Es decir, en Enríquez hay una práctica de escritura que no se reduce solamente a la ficción y en la que habrá que detenerse. En segundo lugar, que una editorial de gran circulación apueste por una escritora desconocida fuera de las fronteras nacionales y publique un libro de cuentos (género que, se sabe, goza de prestigio literario, pero no de favor comercial) era una apuesta importante. Es una apuesta que salió bien: Las cosas que perdimos en el fuego fue traducido casi inmediatamente al inglés como Things We Lost the Fire (2018) por Megan McDowell y el último trabajo de esta escritora argentina, una novela de casi 700 páginas, Nuestra parte de noche, fue premiada con el Premio Herralde de Anagrama. En el 2017 había salido a la luz la novela Este es el mar con otra mega-editorial, Random House Mondadori, pero sin el impacto o la circulación de esta última obra.
Con este dossier preparado para Latin American Literature Today invitamos a los lectores a conocer a una de las escritoras más relevantes del panorama literario argentino y latinoamericano reciente. Como objetivo principal nos planteamos ofrecer a los lectores puertas de entrada y salida a Enríquez. En “El feminismo gótico de Mariana Enríquez”, Ana Gallego Cuiñas parte de un fenómeno algo inusual: el interés que suscita la obra de la escritora argentina tanto en la academia como en el público. Explica que sus textos “sobre monstruos, enfermos, fantasmas, brujas y locas dejan al lector sin escapatoria, como si fueran un espejo, distorsionado y desenfocado, que muestra en su reflejo al otro invisibilizado, al mismo tiempo que ilumina nuestro costado más sádico y reprimido”. Urde así Enríquez lo que la crítica llamará un “feminismo gótico”, inserto en un gótico global que destaca como una de las características salientes de la cultura de nuestros días. La variante de Enríquez sería “el empoderamiento de las mujeres a partir de lo siniestro como proceso de subjetivación” donde “lo perturbador está en los sujetos, en la ideología… y en los cuerpos, escindidos y marcados por la clase social, la etnia y el género”. Por ello, en la puerta que abre Gallego Cuiñas hacia Enríquez, la deconstrucción de lo normativo a partir del terror literario hace que sus textos se hagan necesarios en esta época. Por mi parte, en “Mariana Enríquez en construcción: diez tesis”, hago una lectura de sus dos libros de relatos reconociendo que sus crónicas, la biografía y sus textos periodísticos merecen atención. Reconociendo la inscripción en el gótico que la misma autora ratifica en entrevistas, mi puerta de entrada al mundo Enríquez se asoma por el miedo y los cuerpos, elementos que se combinan en ciertos recursos —el fraseo, la predilección por mitos populares, el protagonismo de los jóvenes— que definen un estilo y una temática a partir de “la matriz de la desaparición”. Planteo sobre el final una tarea por emprender: las coordenadas de una posible “narrativa fantástica, gótica, de horror o insólita femenina/¿feminista?”. Marcelo Rioseco en “Nuestra parte de noche. Leer a Mariana Enríquez y los problemas de lo político” señala que se ha leído a esta autora desde el prisma político-feminista (la mayor parte de la academia) o desde el prisma de género de horror (la mayor parte de la crítica cultural o periodística). Cuando pasa a ocuparse de la última y ambiciosa novela, Rioseco cree que “vale la pena pensar la política como un problema para la imaginación para las literaturas del tercer mundo”. Nuestra parte de noche, en este sentido, “inaugura un género que no existía y pone como primer ladrillo un libro monstruoso de casi 700 páginas” y por eso se parece a Los detectives salvajes, pues también se trata de una apuesta hacia lo incierto. Enríquez conoce lo gótico al dedillo, pero no sería allí donde está la originalidad de la obra, sino en haber construido “una ficción sólida y verosímil en sus convenciones”. El dossier concluye con la entrevista que Arthur Dixon le realiza a Enríquez, donde la escritora argentina rememora sus comienzos, explica la condición de “inolvidable” de un buen cuento frente al “proceso de inmersión” de la novela, habla de las maneras en las que la violencia política puede hacerse presente en la ficción latinoamericana, y explica qué significa escribir “terror latinoamericano”.
“Come sail your ships around me/And burn your bridges down./We make a little history baby/ Every time you come around/ Come loose your dogs upon me/And let your hair hang down./You are a little mystery to me/Every time you come around”, dicen los primeros versos de la canción de Nick Cave. En estas ideas de soltar amarras, de incendiar, de preservar el misterio, Mariana Enríquez urde su propia historia literaria.
Pablo Brescia