PESCADO
Detrás de la cabeza y los ojos
aún queda un poco de carne.
Si tuvieras tiempo suficiente
entre cada bocado
harías un conteo de las espinas,
de las escamas que olvidaste desencajar.
Debes comer, no dejar sobras.
Imagina que el pez nadó hasta tu plato
olvidando su hogar debajo de las olas.
Imagina que se deshizo del sol,
de las algas,
que ya no va a desovar.
Alimenta tu carne con nueva carne.
El pescado está frito.
No temas.
Si no sangra no hay pecado.
ANDAMIOS
Los andamios elevan y sujetan.
Tu vida depende de su eficacia,
de que conserven la solidez
del equilibrio de los cables.
Te entregas al oficio de sostener
el cuerpo de quien trabaja en la altura.
Advierto tu silueta que se muestra
en el andamio.
Y la mano que se ajusta a la vida
y depende sólo de las tablas firmes
que impiden la caída.
Eres el equilibrista;
quien limpia las ventanas, quien pinta,
quien coloca los ladrillos.
Crees ser el dueño de la elevación
y de la brisa de las palomas.
Dios es pura altura, dices, y dejas de temerle.
DESCOMPOSICIÓN
La guayaba se pudre
de adentro
hacia afuera.
No quiere desprenderse
de las ramas aunque
su cuerpo sienta
que la tierra hala
su jugo,
que llama
los gusanos y la pulpa.
(Si alguien mordiera
la guayaba
no sabría diferenciar
la suavidad de ninguno.)
Su oficio es estar allí,
alta y confiada,
dejarse perforar por algún pico,
ablandarse antes de caer.
EL PUENTE
En ambos extremos del puente
los remaches petrificados
inmovilizan las cuerdas.
Los paseantes no pierden el tiempo
en detallar los cambios que los años
han marcado en la estructura.
Es el mismo puente: no es necesario mayor
esfuerzo para nombrarlo de nuevo.
Fundado hace cincuenta años,
por personas que probablemente ya han muerto,
mantiene la utilidad de siempre:
debajo, el mismo río sin filosofía,
niños que juegan a ahogarse,
dos muchachos que se tocan escondidos
en la leve corriente para disimular el roce.
Los paseantes van de punta a punta con la
naturalidad acostumbrada.
No hay un asombro que les indique
una nueva interpretación.
CARTOGRAFÍA
El mar le dio una mordida
a la cartografía de mi país.
Dejó bordes
desiguales en la tierra, dejó
ciudades con forma de sombrero,
costas hechas con trazo nervioso y estrías.
El agua de la orilla siempre
es noble con los niños,
es un mar distinto,
sin aguas violentas.
El sol justo encima,
y lo oculto con el pulgar.
Lo parto.
Ahora tengo dos soles para compartir.
El sol es riguroso:
a esta hora
importa más el sudor que los abrazos.
Cielo despejado, el cuerpo boca arriba,
toda la arena metida en el pantalón.
Las olas agitan barcos
con banderas que no reconozco.
Tanta gente que pasa,
buscando más bronce en sus pieles,
un color metálico para tapar la palidez
y hacerla menos extranjera.
Solo tengo una mirada sencilla, miedosa,
para este paisaje,
y la sensación de un vidrio que me separa,
una tela, una malla, no sé.
SEXTINA
Nuestro único país es esta tabla
rústica para sostener el pecho.
No debemos abandonar el monte
de la niñez, diseminar el centro,
borrarlo o anularlo con los dedos,
fundar un territorio con las uñas.
He mordido suficiente las uñas
en un acto de fe sobre mi tabla.
Quizá para saber que tengo dedos
semejantes a mi padre y su pecho.
No pretendo distanciarme del centro,
de nuestra pequeña región, del monte.
Me cansé de pisar el mismo monte,
amarlo, odiarlo, sobarlo: mis uñas
van más allá del predecible centro.
No sé, a lo mejor buscan otra tabla
que festeje, con nuevo tacto, el pecho.
Por eso ofrezco la arena en mis dedos.
Que se acabe el límite de los dedos
o que muera de lejos este monte.
Así será más placentero el pecho,
siempre dócil al tacto y a las uñas.
Lo descubro: aunque me arrime y mi tabla
sea mansa, siempre ocultas tu centro.
Lo que amo y admiro tiene su centro
en otra república, en otros dedos,
en una isla noble, con una tabla
áspera en la que escribo un nuevo monte:
es mujer de manos humildes y uñas
que me sostienen firmes en su pecho.
Volvería a la tibieza del pecho
materno (beber su leche del centro
más hermoso); libre, sobrio, sin uñas,
volvería a dividir con los dedos.
Derrotado no partiré del monte:
Mi herencia, mi país, será esta tabla.
Quien robe la tabla verá mi pecho,
y nacerá un monte más verde, centro
de mi amor; tendrá dedos y otras uñas.
“Pescado,” “Andamios,” “Descomposición” y “El puente” de Andamios (Editorial Equinoccio, Caracas, Venezuela, 2012)
“Cartografía” y “Sextina” de Pasajero (Dcir Ediciones, Caracas, Venezuela, 2015)