Jorge Isaacs publicó su novela María en 1867. La novela cuenta el amor frustrado entre Efraín y María, una prima huérfana que el padre de Efraín adopta y que crece junto a ellos en una hermosa hacienda en el Valle del Cauca. El paisaje también es protagonista. Isaacs describe al Valle del Cauca como un lugar de belleza desconcertante. En la María priman los huertos, rosales, naranjos y, por supuesto, las montañas —“las crestas desnudas de las montañas sobre el fondo estrellado del cielo” (Capítulo 3). Isaacs comenzó a escribir María mientras trabajaba como inspector de la carretera que se construía a lo largo del Pacífico (Sommer 447), sin embargo, éste tiene breves apariciones en la novela del autor. Mi mamá, mi papá y mis abuelos leyeron María y sus lectores se siguen multiplicando hoy día. Si no la “novela nacional” de Colombia, María es una de los textos literarios que más circula en la educación formal del país y en el imaginario de la gente.
¿Por qué comenzar un dossier sobre Pilar Quintana hablando de Isaacs? Por el paisaje del Valle del Cauca, por la forma en que Isaacs inscribió a esa región en el imaginario nacional, por el litoral que dejó de lado, por lo que Quintana retoma. La perra (2017) nos trae el sonido de las gotas de agua cayendo en un techo de zinc, el calor voluptuoso de la selva, la imagen de una mujer negra tumbada en una colchoneta esperando que pase el tiempo, la misma mujer limpiando y peleando contra la humedad que espesa el aire y se pega a todas las cosas de la casa.
Cuando le preguntamos a Quintana por ese Pacífico, por cómo ella lo traía al imaginario nacional —un imaginario en donde pareciera dominar el Caribe, el paisaje andino, y las ya trilladas mariposas amarillas— Quintana respondió que, si bien en la “gran literatura” de Colombia prima el Caribe, la “gran novela romántica es vallecaucana y es hecha por un caleño. Y yo soy heredera de esa tradición”.
Además de nutrirse de una tradición en la que el paisaje es protagonista, Pilar Quintana bebe también de una tradición más centrada en Cali, en la que se hace eco de la narrativa de Andrés Caicedo, con un poco de su delirio, violencia y decadencia. Pero, además, ella conversa con una literatura hecha por mujeres, no solo como escritora sino como editora de la Biblioteca de Escritoras Colombianas, proyecto que coordina con el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia.
El dossier consta de una entrevista y dos ensayos. En la entrevista, Quintana identifica al deseo y la animalidad como el gran eje de su narrativa. Ella los ha explorado a través de dos temas principales —sexo y maternidad— y ha ahondado en la intensidad, violencia e irracionalidad que estos encierran y desencadenan. En el primer ensayo, “De la subversión a la afirmación del statu quo”, Leonardo Gil Gómez revisita la tercera novela de Pilar Quintana, Conspiración iguana (2009), atento a cómo se despliegan algunos motivos y recursos formales presentes en el proyecto narrativo posterior y más comentado de la obra de Quintana. La crítica social toma allí la forma de una conspiración centrada en la figura de un gurú de autoayuda y el emporio que este ha construido. En el segundo ensayo, “Los lobos (in)comestibles: infidelidad, violación y otras violencias en los cuentos de Pilar Quintana”, Ruth N. Solarte-Hensgen analiza dos cuentos de Caperucita se come al lobo (2012). Solarte muestra cómo Quintana se aparta de la estética narco y, en lugar de ofrecernos un regodeo en lo suntuario, narra las consecuencias de las jerarquías de ese mundo. Además, explora cómo Caperucita representa la prevalencia del patriarcado en distintos contextos y el uso de la violencia sexual como instrumento punitivo.