Movimientos u operaciones del autor diversamente combinados: leer, observar, relacionar todo con su propio pensamiento, y escribir.
Novalis, La enciclopedia (Notas y fragmentos)
El primer libro que leí de Sergio Chejfec fue Lenta biografía, apenas terminado comencé a leerlo de principio a fin. Esa segunda, placentera, apremiante lectura, presumo que se debió a cuánto me habían impresionado, intrigado y conmovido los cursos y recursos utilizados por el narrador para la puesta en escena de los esforzados intentos de recuperación de los detalles ínfimos del fondo de la memoria de los judíos argentinos, escapados de Rusia antes (no olvidemos los pogromos de la Rusia zarista), durante y después de los acosos y persecuciones de la Segunda Guerra y del antisemitismo de Stalin. Habiendo perdido, junto a su locus natal, a los de su sangre, carecían de puntos de referencia, apoyos evocadores, padres, madres, hermanos, testimonios, a los que acudir a fin de refrescar (al tanteo como única y solemne opción) briznas de recuerdos, desesperanzados, desolados y con toda probabilidad definitivamente perdidos. Terminada la segunda lectura, más atenta, cuidadosa, pero no menos apasionante, por la simple razón de que los escritores aprendemos de los escritores, tuve la sensación de haber estado leyendo un relato, una crónica, una dramatización escenificada como derivación de alguno de esos escritos kafkianos autentificados por la pureza, sobriedad y autonomía procedimental de su bella, melancólica, escéptica y, a ratos, tajante prosa.
Hace unos días, leyendo El evangelio histriónico (obra inédita, 2019) de Luis Moreno Villamediana, tuve la reconfirmación [de lo que percibí] en esa ocasión y en lecturas posteriores de todos los libros de Sergio: que este trazaba una vía activa como continuidad de autores y temas literarios real e idealmente preexistentes, incluso en los ensayos críticos, que pueden considerarse otros relatos, como, por ejemplo, el sorprendente por afinado y original ensayo, si es que esto es un ensayo tal como dicta el encasillamiento de los géneros, Sobre Gianuzzi, caracterizado por la sutileza y recto saber libre de énfasis con que Sergio se interna en la biografía del gran poeta argentino Joaquín Giannuzzi en relación con lo que de más propio tiene esa poesía. Del mismo modo que los ensayos, sus relatos y narraciones, en un sentido inverso, debido a su proclividad y orientación teórico-reflexiva, transgreden sin embates, más bien con afabilidad y cortesía, las pautas acotadas del canon narrativo.
Al referirse a la forma en que Chejfec y Alan Pauls recurren a los puntos suspensivos entre corchetes en su El evangelio histriónico, L. M.V. advierte que “tal uso convierte trozos enteros en addenda, en comentarios laterales claramente presentes, en la realidad de ese texto, como retrospección: alguien ha abierto un manuscrito hasta entonces cerrado y se ha dedicado a prolongar la narración” (el subrayado es mío). Ese manuscrito, a la manera goethiana, L.M.V. lo llama Ur-text, texto primordial, texto originario, aquel que precede, antecede y hará las veces de prototipo exploratorio de todos los que irán apareciendo más tarde… Pensemos en El punto vacilante, Baroni: un viaje (que es además de ficción un tratado de estética) Teoría del ascensor (que alterna la ficción con una poética), el extraordinario Últimas noticias de la escritura, la variada recopilación de ensayos y escritos, bajo el titulo El visitante, en la que Chejfec se propone inquirir y elucidar su poética.
Así, pues, la lectura de El evangelio histriónico de Luis Moreno Villamediana me corroboró que mi inicial aproximación a la obra de Sergio, formada por unos veinte libros, según mis cálculos, no estaba del todo descaminada. De ahí en adelante todo lo que Chejfec escribe irá avanzando, y muchos lectores no incautos no tardarán en descubrirlo, en dirección a una suerte de superposición y prolongación de un texto ideal como acto performativo de la escritura en función, a su vez, de una acción realizativa del habla. Esa primera y desafiante lectura me produjo la sensación de estar leyendo algo que provenía y continuaba la sobria, distante, digresiva, ralentizada prosodia de Kafka en relación con su entorno, ambos consubstanciados el uno en el otro, como verso y reverso del mismo emblema.
Sergio Chejfec es uno de los pocos novelistas filósofos, afirma Luis Chitarroni. Y es justamente esa condición de novelista filósofo [lo que resalta], aunque preferiría llamarlo escritor filosófico, pensante, meditativo, indagador, razonador, más bien que novelista, porque en un sentido estricto no creo que lo sea. Del mismo modo que El proceso, El castillo, por su sobrecogedora singularidad y consubstanciación con lo real, a pesar de ser como son sin duda ficciones, se me hace muy cuesta arriba llamarlos novelas.
En el caso de Sergio, el esquema se rompe por la cantidad de géneros literarios que abarca, combina, entrelaza y transgrede, ruptura reconocible en el humor calmo, circunspecto del observador moroso, en razón de su necesidad de hacerse actual y presente desde lo que le aporta su experiencia. Precisamente por eso, su paradigma de narrar se presenta sesgado, irresoluto, inseguro, fluctuante, conjetural al ser abordado por situaciones y gestos desconocidos, ambiguos, confusos, enigmáticos, apenas discernibles. La atención, el estado de alerta que le exige todo lo que viene a su encuentro en las coordenadas espacio-temporales de sus recorridos y trayectos urbanos, pensemos en Mis dos mundos, es aquello que le confiere a su escritura un carácter de indagación, de puesta a prueba de su estremecedora relación con la extrañeza y extranjería de aquellos seres que van apareciendo a su paso y de los que quisiera, pregunta tras pregunta, dilucidar siempre más de sus dolientes vidas.
Por añadidura, en su afanosa necesidad de precisión y exactitud, cualesquiera sean las certezas y exigencias del género que, metódica, enjundiosa, deliberada y/o aleatoriamente precisa intervenir, son usuales los dubitativos y nunca concluyentes no sé, quizás, tal vez, quién sabe, lo ignoro, probablemente, podría ser, me pareció, a lo mejor, no estoy seguro.… que de libro en libro se van imponiendo como la lánguida marca identitaria de su dialogante proyecto literario o, en un sentido más amplio, de su propósito de ascendencia estética. Todas características que, además, le confieren a su prosa una densidad y un ritmo envolvente, apasionante por cuestionador, que nunca pierde de vista la presencia del lector externo, como término concomitante de la escritura, y la del mismo autor desdoblado en lector de los signos y complejidades de sus correrías.
El procedimiento va siempre en el sentido al que nos hemos referido anteriormente. Sin embargo, cada libro pasa de un tema a otro diferente, las afinidades entre ellos son innegables, pero cuando hay no pocos escritores que escriben casi siempre el mismo libro, lo que es válido, por muchas que sean sus líneas de aproximación al tema, en el caso de Sergio, las innovaciones, las variaciones, las actualizaciones temáticas van a la par de los ajustes de la estructura, llamémosla así, establecida desde los primeros hasta la culminación de los últimos e ininterrumpidos trabajos al servicio de la escritura.