El otro día, en la Casa de Justicia ladró
cuando las llamas le quemaron el hocico.
Olió a los que en fila fueron trasladados
a la casa ciega de la esquina,
donde muchas veces batió la cola
en desfile militar.
Es viernes, el viejo Lázaro perro de andén
entra a un restaurante y es retenido,
lo que menos quería era un expediente
le confirmaría ser hombre.
Ahora todos le miran, le señalan,
le hacen advertencias, posibles condenas
él busca su cola
y las dos patas que dejaron como huellas.
Firma,
llora y necesita un abrazo.
Llora, firma y busca un pañuelo,
firma, llora y pregunta por un beso.
El hombre que le acompaña
gruñe como él lo hacía antes.
Lázaro sólo llora y firma.
La perrita de humo en los ojos
escarba al otro lado de los barrotes.
Afuera leen las listas, Lázaro no se escucha.