Una visita al museo de historia natural
Un esqueleto. Un dinosaurio. Un fósil.
Una piedra también me interesa.
Largos corredores,
lámparas de luz fosforescente y fría.
Un meteorito. Un cuarzo gigante.
Otro fósil.
Una sala detrás de otra.
Todo antiguo y novedad.
Y sin esperarlo
mi propio rostro me sorprende.
¿Ya tengo edad
para encontrarme en una vitrina?
Fosilizada, pero no sola.
Gentes que me fueron familiares,
amores que no volverán,
todo grabado en piedra.
Como de otro planeta,
todo.
El amor, como un dinosaurio,
fosilizado.
El amor como un animal extinto:
familiar y extraño a un tiempo.
Todo tan doméstico y lejano,
tan de otros ámbitos y, sin embargo,
como si perteneciera al museo.
El reflejo de mi rostro en la vitrina iluminada,
su gesto sorprendido,
y en mí,
los deseables estragos del tiempo.
La torre de marfil
El mundo es una torre de marfil, en vano
busco una puerta en sus paredes curvas.
Parezco una actriz representando a un borracho,
camino tratando de hacer una línea recta,
nunca eses. No soy una profesional
de la actuación, ni siquiera me lo parezco,
pero caminaré tratando de hacer una línea recta.
A veces me siento frente al ordenador y busco
toda clase de cosas, desde zapatos hasta amor.
Y sí, todo lo encuentro allí, porque el mundo es una torre
y estoy atrapada con todo lo demás, es inevitable.
Cuando me miro al espejo me sorprende lo común
que parece mi rostro, y me digo:
es bueno ser tan común, no te asustes.
Vuelvo a sentarme frente al ordenador y encuentro
las mismas cosas, todo, todo, hasta el amor.
Y allí mismo, tecleando,
trato de comprender
por qué me siento libre en la jaula del pájaro.
Así pasan los años
Pasan los años,
y aunque la vida me acusa de inmovilidad,
también yo he viajado.
Como una partícula de polvo
he revoloteado por la casa y me he prendido a los libros.
Como un insecto he reposado a la orilla de las acequias,
o simplemente he sido una mujer que de tarde en tarde
ha mirado hacia el mar
buscando barcos olvidados por la neblina
y que vuelven a la memoria,
sin esperanza distinta de la muerte.
Olvido de mí
Octubre ha llegado dominado por las lluvias,
y los demás meses lo han seguido hasta aquí.
De repente este amontonado tiempo lo ha llenado todo,
el verde de la casa, las sillas, la manta que cubre el piso
cuando en el verano me recuesto a leer.
En mí no es posible el abandono del tiempo,
la gracia que supone el olvido
me hubiese salvado de esta invasión.
Ahora debo caminar con cuidado
para no maltratarme con tantos recuerdos.
¿Me engañaré o será verdad lo que voy a decir?
Renuncio a esta visita, no le temo a la soledad.
Boceto de autorretrato
Insisto en no esquivar nada
vivir es participar
¿Acaso no es más sensato elegir entre lo conocido?
Me opongo a la servidumbre
¿Lo he logrado?
Sometida a otra esclavitud
soy verdugo y víctima
Lo acepto Lo prefiero
Reconozco la grandeza del héroe
¡Oh gloria! ¡Oh victoria! ¡Oh desdichado!
La moneda que llevo en la mano
es un espejo pequeño
Verme ignorando mi reverso
agujero de sombra
La cara de la moneda es hermosa
su perfil de rayo
su reverso feo
Formarme como una obra de mi propia mano
no es fácil
Si renuncio a esa otra parte de mí
si la desecho para hacer triunfar la belleza
entonces tendría que renunciar a mí misma
Me sorprendo
¿No es esta también una moral?
Renuncio a ser
sólo lo que no es
se construye
Hoy la infancia es un estremecimiento
“todo se ha consumado”
En el tiempo
la moneda no permanecerá
Los espejos no guardan la esencia
única parte inamovible
Espantado el miedo de la memoria
hay demasiados caminos para un mismo rostro
Mis palabras
ojo de aguja
o clavo de ausencia
vagan por las calles de la ciudad colmada
¿Es inútil este boceto?
Prematuro suplicio
de la imagen propia.