Tres visitas al Maestro
1
Li Bai, visita en vano al maestro Taoista del Monte Daitian
Ladridos de perros se mezclan con ruido de agua
bajo el rocio las flores del durazno más oscuras
En lo profundo del bosque se presienten algunos venados
Cerca del arroyo a mediodía ninguna campana tañe
Cortan la bruma verde bambús salvajes
Una cascada ancla su vuelo a riscos que tocan el cielo
Nadie conoce el lugar a donde lo llevan sus pasos
Quisiera apoyar mi desaliento entre las ramas de los pinos.
Transcripción a partir de Anthologie de la poésie chinoise, Col. La Pleiade, Gallimard, 2015. Edición de Rémi Mathieu con la colaboración de Chantal Chen-Andro, Stéphane Feuillas, Florence Hu-Sterk, Rinier Lanselle, Sandrine Marchand, François Martin y Martine Vallete-Hémery, p. 368
2
Otra visita
Entre los recuerdos atesorados
en mi juventud
está el de la visita al Maestro,
Me citó en medio de una plaza ruidosa
–como para quitar importancia a nuestro encuentro-
Mientras hablaba sin mirarme
el cielo lanzó un relámpago
empezó la lluvia
El Maestro veía pasar el tiempo
consultaba de reojo su reloj ,
se encontraba preso
de un discípulo
cuyas breves preguntas
parecían incomodarle.
Poco después, el agua se calmó,
los ruidos de la plaza recobraban su ritmo
mientras lo veía alejarse
agradecía la lección:
el cielo enunció un arcoíris
3
Cita con el maestro
Le pedí una cita al maestro. Me indicó que la lección se daría en cierto lugar a orillas de la playa. Nunca llegó. Desde entonces, regreso a ese punto una vez al año, el mismo día a la misma hora. Sé que solo así puedo seguir recibiendo la lección.
Antes (I)
No sé llevar bien las cuentas
Algo falla
No sé por ejemplo
cuántos son cuarenta y tres…
o cuántos eran dos mil
Antes éramos tan ricos
que los muertos se contaban por miles…
Se me hace difícil sumar
el # de los que el periódico da por muertos cada día…
No sé cuántos ejemplares imprime el periódico
No sé cuántos periódicos hay en México
Todos parecen decir la misma
No sé tampoco ni quisiera saberlo quién los paga
A veces pienso que son el mismo periódico
Que todos los días les cambian la fecha
pero que es el mismo
con las mismas faltas de ortografía
con la misma y rota sintaxis
Que son los mismos muertos
las mismas muertas
(Éramos tan felices
cuando las usábamos como título de novela)
No lo sé, no lo creo
Antes el agua no costaba
ni había guerras por el oro azul
El pan no sabía a trapo
No había gusanos en la basura
Las casas no se derrumbaban a la primera lluvia
Las calles no se inundaban a la primera granizada
La lluvia no era ácida
No había necesidad de hacer planes de desastre
para el país o la familia o la humanidad
Los hijos no tenían que irse a otros países
Sólo había desastres
pero no nos preguntábamos
quién estaba ganando con ellos
Poco importa el color o la forma
de los ojos de ese quién…
Me imagino que a él o a ellos
sí les salen las cuentas…
Antes (II)
Me hace falta México
el México de antes
(¿no será una redundancia?
¿no es la maldición de México que siempre es el de antes?)
cuando veía sin vértigo las corridas de toros
y comía con arrojo tacos de cabeza
en tendajones improbables e insomnes
el de los charcos en que caía la piedra de sol
sin ensuciarse
Me hacen falta las tardes
jugando al trompo a la orilla del camino
Extraño la bendita mosca de tu escritura novia
y al travieso mosquito que no sabía a dengue
Lloro por el polvo perdido
y por las fiestas incendiadas por chorros de bengala
mientras en la esquina se desangraba el aguamiel
todos lloran por los desaparecidos,
pocos se acuerdan de los que no desaparecieron
y siguen ahí dando y tomando clases bajo la lluvia cruda
y el calcinado sol
entre la basura y la desesperación…
Me hace falta el antes
Antes (III)
La abuela me contaba
que las indias pregonaban
“Chichicuilotitos vivos…”
recién traídos del lago.
A mi padre le tocaron
los gritos alargados de
“Botella, fierro viejo, que vendan…”
Por nuestras calles, en cambio,
resuena el mismo anuncio pelado
por una voz gritona que ha sido grabada
para que los choferes sordos no tengan que desgañitarse
o la misma ininteligible grabación vendedora de tamales
(esas voces fabricadas
también se pueden comprar en un mercado).
Me alegra, aunque no compre nada,
el silbato del vendedor que pasa
con su vaporera ambulante
como un dios en el destierro
vendiendo camotes y plátanos.
Aunque no tenga nada que tirar,
la campana que trae el carro
de la basura me suena a
viático y reverencia
¿Qué recordarán los nietos
cuando ya todo esté pavimentado?