Nota del editor: En esta sección compartimos textos publicados originalmente por nuestra casa matriz, World Literature Today (WLT), ahora en edición bilingüe. El presente texto fue publicado originalmente en World Literature Today Vol. 92, Nro. 3 en mayo de 2018.
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Por medio de una serie de entrevistas, Erik Gleibermann explora cómo ocho prominentes escritores bilingües que residen en Estados Unidos abordan el oficio de escribir en dos idiomas mientras navegan por las aguas de una identidad marcada por una infancia vivida en una lengua y una adultez vivida en otra.
Cuando vivo en ambos idiomas a la vez, es como respirar.
Esmeralda Santiago
Cuando Edwidge Danticat se hallaba escribiendo “Un muro de fuego” para su recopilación de cuentos de 1995 titulada ¿Cric? ¡Crac!, internamente oía a los personajes hablar criollo haitiano, su lengua de infancia. Un matrimonio afligido delibera si mandar a su hijo a trabajar a un ingenio azucarero donde, durante meses, el esposo ha sido rechazado. Sumido en el dolor, sueña con escaparse de Haití en un globo aerostático que yace abandonado al lado de las instalaciones. Su esposa le dice que “si Dios hubiera querido que los seres humanos voláramos, nos habría puesto alas en la espalda”. Él le responde: “Tienes razón, Lili, tienes razón. Pero fíjate lo que nos dio en su lugar. Nos dio razones para querer volar. Nos dio el aire, los pájaros, a nuestro hijo”.
Danticat escribió esas palabras y el resto de ¿Cric? ¡Crac! en inglés más de diez años después de haber emigrado de Haití a Nueva York a los doce años. El inglés se había convertido en su lengua dominante y en el medio de expresión de su yo-escritora, mientras que el criollo preservaba las raíces latentes de su vida.
En una entrevista reciente, Danticat me contó que, años después de escribir “Un muro de fuego”, volvió a esas raíces cuando adaptó el cuento al criollo para un programa de radio haitiano. “Me trasladó a la forma en que sentía la historia cuando era pequeña”, dijo. Comentaba una reflexión que había escrito sobre el cuento y que había incluido en su recopilación de ensayos Crear en peligro: El trabajo del artista migrante (2011), donde dice: “Fue como si la voz con la que escribo, esa voz con la que la gente habla criollo pero que sobre el papel se convierte en inglés, hubiera sido liberada y por fin me encontrara escribiendo para personas como mi tante Ilyana”.
La forma en que Danticat danza entre idiomas y entre distintas facetas de sí misma revela la fluidez creativa, artística e identitaria que experimentan muchos escritores bilingües. Hablé con Danticat y otros siete escritores bilingües que hoy en día viven en Estados Unidos para desentrañar cómo elabora cada uno sus historias en contrapunto entre dos lenguas. Entre estos autores, se encuentran Sandra Cisneros, Junot Díaz, Daniel Alarcón, Julia Álvarez y Esmeralda Santiago (español), así como también Ha Jin (chino) y Gary Shteyngart (ruso). Cada uno lleva a cabo un proceso creativo propio. Santiago, por ejemplo, escribe en español e inglés simultáneamente. Shteyngart salpica de ruso su prosa cuando evoca recuerdos de infancia. Jin infunde al inglés un tono ligeramente foráneo para recordar a los lectores que sus personajes en realidad hablan chino. Pero aunque los procesos de escritura difieren, la búsqueda de la identidad personal suele ser bastante similar. Al igual que Danticat, muchos de estos escritores encontraron en su obra un poderoso vehículo para navegar por sus identidades a lo largo de la íntima frontera que separa la infancia vivida en una lengua de la adultez vivida en otra. El desplazamiento de ida y vuelta puede ser un viaje tanto reconciliador como conflictivo.
Al transitar esa dualidad, estos escritores ponen de manifiesto la experiencia cotidiana de muchos inmigrantes bilingües de todo el mundo que preparan el desayuno, asisten a reuniones de trabajo, plantean preguntas en clase y hacen las compras de la semana. Como colectividad, los escritores bilingües desempeñan un papel formativo en el panorama cultural de Estados Unidos, en tanto reflejan las vidas de una comunidad cada vez más grande. En 2015, 37 millones de personas, es decir, el 12 % de la población, hablaba dos idiomas, lo que supone un aumento de 11 millones desde el año 2000. El idioma más hablado por la amplia mayoría es el español, seguido del chino y el tagalo (census.gov).
“Muchos de estos escritores encontraron en su obra un poderoso vehículo para navegar por sus identidades a lo largo de la íntima frontera que separa la infancia vivida en una lengua de la adultez vivida en otra.”
Las voces de estos escritores son vitales ahora más que nunca porque contrarrestan la actual ola de rechazo hacia los inmigrantes. Si bien el gobierno de Trump no prohíbe explícitamente el uso de idiomas distintos del inglés, ciertas medidas los tienen como su blanco implícito, como la propuesta de extender el muro en la frontera con México, la derogación del DACA y las restricciones de viaje impuestas a ocho países donde la lengua mayoritaria no es el inglés. El gobierno de Trump incluso eliminó la versión en español del sitio web de la Casa Blanca.
Muchos de estos escritores son inmigrantes que llegaron a Estados Unidos cuando eran tan pequeños que adoptaron el inglés como su lengua dominante, con la excepción de Jin, que emigró de China a Boston a los veintinueve años, y de Cisneros, que se crio en Chicago en un entorno bilingüe. Alarcón llegó desde Perú a los tres años; Díaz, desde la República Dominicana a los seis; Shteyngart, desde Rusia a los siete; Álvarez, desde la República Dominicana a los diez y Santiago, desde Puerto Rico a los trece. Otros escritores bilingües tuvieron una historia similar, como Khaled Hosseini (persa), Laila Lalami (árabe), Andrew Lam (vietnamita), Kao Kalia Lang (hmong) y Elif Shafak (turco). Otros, en cambio, como Viet Thanh Nguyen (vietnamita), Chang-rae Lee (coreano) y Jhumpa Lahiri (bengalí), tuvieron un vínculo más indirecto con su segunda lengua, pues no la hablaban con regularidad cuando eran pequeños.
Para quienes trabajan en contacto directo con dos idiomas, el proceso a veces empieza inconscientemente, sin que ni siquiera se refleje en las páginas. Cisneros me cuenta que, mientras escribía La casa en Mango Street, una breve novela de iniciación en prosa poética, no estaba al tanto de la presencia subyacente del español. “Pensaba en español y escribía en inglés”, dice. “Estaba allí, bajo la superficie, como una arqueología”. Con el paso de los años, Cisneros fue incorporando el español con mayor conciencia a su proceso, por lo que dice que ahora “me siento siempre como en una zona fronteriza”.
Para Shteyngart, Díaz y Santiago, el modo en que se manifiestan los idiomas en los sueños incide en cómo hablan los personajes en la ficción. “Si quienes aparecen en mi sueño son hispanohablantes”, dice Díaz, “se comunican conmigo en español. Lo mismo que ocurre en mis sueños ocurre en mi escritura. El inglés y el español viven codo a codo dentro de mí, como ríos gemelos de distinto caudal, casi siempre separados pero a veces confluentes”. Díaz traslada con soltura al inglés las experiencias que vivió en español durante su infancia como inmigrante. “No sabía hablar inglés cuando me mudé por primera vez a Nueva Jersey”, dice, “pero eso no impidió que fuera testigo de aquellos terribles primeros años, que ahora relato en un idioma que en ese entonces no poseía”.
“Para quienes trabajan en contacto directo con dos idiomas, el proceso a veces empieza inconscientemente, sin que ni siquiera se refleje en las páginas.”
Para tener una perspectiva clara de Díaz, puse el foco de atención en su uso del lenguaje soez, ya que es un elemento muy potente dentro de sus diálogos. ¿Qué implica que un personaje diga “mierda” en lugar de shit, “cabrón” en vez de asshole? Como sus textos están escritos en inglés casi en su totalidad, cuando aparece una palabra o frase en español, esta puede resaltar e intensificar un momento, a menudo con cierta picardía sexual. En su recopilación de cuentos Así es como la pierdes, el hermano de Yunior, el narrador, en un intento por justificar su infidelidad, le dice a la madre en español: “Se metió por mis ojos”. La madre responde con ironía, también en español: “Por mis ojos my ass [Por mis ojos mi culo]. Tú te metiste por su culo”. Este procaz juego de palabras en dos idiomas crea una intimidad desenfadada que acentúa el tenso vínculo familiar. Del mismo modo, en otro momento en familia, el hermano de Yunior, sintiéndose juzgado por su conducta mujeriega, le dice al narrador: “Cállate la fucking boca” (Cállate la puta boca). Aquí, el uso del espanglish podría interpretarse como una forma ya sea de restar seriedad a una chispeante conversación entre hermanos o de acentuar el tono de enfado.
Mientras que Díaz entrelaza el inglés con el español, Jin explica que, para él, el inglés y el chino fluyen casi por canales separados. “Pienso en inglés pero oigo en chino”, dice. Aunque tenía veintinueve años cuando emigró a Estados Unidos, Jin decidió escribir sus novelas y relatos en inglés y estudió en la Universidad de Boston, donde cursó una maestría en Escritura Creativa, la misma que ahora dirige. Aunque tiene un oído entrenado para los modismos ingleses, me contó que, en sus novelas y cuentos, quiere que los personajes sinoparlantes generen cierta disonancia al hablar para que el lector perciba que no están comunicándose en inglés. Para ello, a veces traduce literalmente el lenguaje figurado chino. Pone como ejemplo un fragmento de su novela de 2016 titulada The Boat Rocker (El agitador), en la que uno de los personajes utiliza la expresión popular china “una mentira del tamaño del cielo”. Por otro lado, a la hora de trabajar con las complejas connotaciones de la poesía, Jin dice que, por lo común, prefiere escribir en su chino natal: “Necesito sentir todo el peso de la lengua”, dice. “Con el chino todavía puedo tener esa sensación, que poco a poco se ha ido trasladando al inglés”.
“Cuando los escritores se sumergen en el pozo de sus lenguas de infancia, el vocabulario usado en contexto dista mucho de ser neutro.”
Si bien Jin es el único de los escritores que escribe con frecuencia en dos idiomas, Santiago es la única que lleva a cabo un proceso propiamente bilingüe al momento de escribir. “Es espontáneo”, explica. “Los primeros borradores de todos mis libros son una amalgama de inglés y español, con páginas enteras en español que luego se traducen al inglés en los borradores finales. Paso del inglés al español a mitad de la oración cuando escribo las primeras versiones. Es como si esa mezcla fuera mi verdadera lengua”.
Alarcón, en cambio, es el único que utiliza una lengua para la oralidad y otra para la escritura. Como periodista y autor de ficción, investiga y hace entrevistas en español, sobre todo en su Perú natal. Además, ha escrito un ensayo de investigación para la revista Harper’s sobre la vida en la cárcel más grande de Perú, lugar que también le sirvió de base para los escenarios carcelarios de sus ficciones.
Como emigró a Estados Unidos a los tres años, Alarcón no habló mucho español durante su infancia. Al igual que Jin, tuvo que dedicar tiempo y esfuerzo a emplear su lengua no dominante, y sitúa su rito de iniciación al español literario a los veinte años, cuando leyó Cien años de soledad, de García Márquez, en su idioma original. Hoy en día, se sumerge de lleno en el español: pasa largas temporadas en Lima, dirige un pódcast en español, Radio Ambulante, y publica artículos de no ficción en una revista peruana de la que es coeditor. Pero Alarcón opta por no intercalar el español en sus textos en inglés. En este sentido, se comparó con Díaz: “No tenía sentido que yo abordara el español de la misma forma que él. Él escribe sobre una experiencia bilingüe vivida”.
Alarcón, sin embargo, traduce e incorpora a sus textos el español vernáculo de Perú. “Si estoy escribiendo una conversación entre un padre y un hijo en la que hablan de amor, sexo, viajes, dinero o lo que sea, traduzco del español peruano. De qué manera traducir depende mucho de la situación. Uno no usaría un dialecto muy marcado, como el neoyorquino, si fuera a traducir algo al inglés”. Se han hecho dos traducciones de su novela Ciudad de payasos: una al español peruano para un público peruano y otra al español neutro para un público estadounidense. Según Alarcón, esta última versión es insulsa y no está arraigada en ninguna comunidad en particular, pero es necesaria para que la población multinacional de habla hispana que vive en Estados Unidos sepa de lo que está leyendo.
Cuando los escritores beben del pozo de sus lenguas de infancia, el vocabulario usado en contexto dista mucho de ser neutro. Más bien lo contrario: está profundamente inmerso en los modos de expresión propios de la intimidad familiar, reine en ella la armonía o el conflicto. Al igual que Díaz, Danticat crea tensión en torno a las interacciones familiares por medio de esquirlas de su lengua materna. En un cuento suyo de 2017, “Amanecer, anochecer”, por ejemplo, la autora emplea con mesura tres palabras del criollo para acentuar dos momentos entre una madre y su hija. En el primero, una abuela que padece de alzhéimer sostiene a su nieta por encima de la barandilla de un balcón, mientras la madre, Jeanne, le suplica que aleje a la bebé de allí. En su ruego, Jeanne utiliza dos palabras distintas para decir “por favor”: souple y luego tanpri. Al final de la historia, las mujeres protagonizan un segundo momento de tensión cuando Jeanne le dice a su madre, a quien se llevan en ese instante en camilla, Mesi (gracias), no tanto como agradecimiento, sino como despedida.
“Incluso a día de hoy, algunos de los escritores parecen vulnerables, atrapados todavía en el cruce entre dos lenguas, donde el inglés no deja de ser un tanto ajeno, por más que se haya empleado como una voz principal.”
Danticat plasma otro conmovedor momento entre madre e hija en su libro álbum infantil Mama’s Nightingale (El ruiseñor de mamá). La pequeña narradora, Saya, extraña a su madre, a quien encarcelaron por ser inmigrante indocumentada. A altas horas de la noche, mientras todos duermen, Saya escucha el mensaje del contestador automático de su madre: Tangri kite bon ti nouvél pou nou!, dice la voz en criollo. “¡Por favor, danos buenas noticias!”. El lector puede percibir que, por un momento, Saya se siente un poco más animada.
El modo en que fragmentos del criollo, el español o, en el caso de Shteyngart, el ruso, evocan emociones vividas durante la niñez es lo que Cisneros denomina “el hechizo de las palabras enunciadas en la lengua de nuestra infancia”. Así como Danticat escribe en un criollo capaz de despertar el espíritu de su tante Ilyana en Haití, para Shteyngart, el ruso aviva los recuerdos de cuando vivía con su padre en Moscú. El autor me cuenta que, por lo general, piensa en inglés cuando escribe, pero que, mientras trabajaba en su libro de memorias Pequeño fracaso, a menudo pensaba en ruso. El ruso, para Shteyngart, carga tanto con el sufrimiento como con la alegría que emanan de la turbulenta relación con sus padres. Algunos de los apodos que recibió durante su infancia fueron Solnyshko (Solcito), Soplyak (Mocoso) y el que le da nombre al libro, Failurchka (Pequeño fracaso). En un momento del relato, el padre pronuncia una sádica enseñanza rusa: “Tot kto byot, tot ne lyubit, le gusta decir a mi padre. El que no golpea no ama”.
En una asignatura que imparte en la Universidad de Columbia, Shteyngart sigue el desarrollo de la literatura del inmigrante, la subcategoría central, tal vez, de la escritura bilingüe. El autor dice que el conflicto cultural interno que él deja ver en Pequeño fracaso es un tema relativamente reciente en la literatura. “En un primer momento, la literatura estadounidense del inmigrante trató sobre el sueño americano y la asimilación cultural”, dice. “Ahora gira más en torno a la pérdida y la ambivalencia”. En las primeras clases, Shteyngart enseña Pnin, una novela de Vladimir Nabokov que retrata, a modo de sátira, a un profesor universitario ruso cautivado por la vida en Estados Unidos. Hacia el final de la cursada, los alumnos pasan a leer una recopilación de cuentos de Díaz, Negocios, en la que Yunior también aparece como narrador, haciendo frente a las dificultades que conlleva la inmigración de su familia desde Santo Domingo.
Tanto Shteyngart como Santiago y Álvarez utilizan estrategias bilingües para expresar las tensiones y angustias que caracterizan el proceso de asimilación cultural, en el que el inglés se torna una compleja fuente de desorientación, vergüenza, fascinación y poder. En Pequeño fracaso, Shteyngart relata lo humillado que se sintió cuando lo bajaron de grado en la escuela por tener dificultades con el inglés y cuenta que, cuando más adelante empezó a sentirse atraído por las chicas, temía que decir “Oh, hi there” (Hola, ¿qué onda?) con su acento ruso sonara igual a “Okht Hyzer”1.
En su libro de memorias Casi una mujer, Santiago inserta una pregunta en español cuando relata que, en su tercer día en Brooklyn tras llegar de Puerto Rico, una niña que salta a la soga a su lado le pregunta: “¿Tú eres hispana?”. Aunque las palabras se las dice en español, remiten a una denominación racial derivada del inglés que Santiago nunca ha oído. De repente, siente que su puertorriqueñidad se vuelve invisible, absorbida por una vaga identidad colectiva.
“Esa niña redefinió el concepto que yo tenía de mí misma”, reflexiona Santiago, “cuando insinuó que cruzar el océano me había transformado en otra persona. Lo que dijo condicionó profundamente el desarrollo de mi autopercepción”.
En su poemario The Woman I Kept to Myself (La mujer que mantuve en secreto), Álvarez explora su propio proceso de asimilación, que la llevó a adoptar el inglés y renegar del español. En “All-American Girl” (Toda una americanita), escribe: “Ensayé gestos foráneos, sonrisas de gringa, / reprimiendo una fluidez natural latina / bajo la fría máscara de las ironías inglesas. / Quería que el mundo y las palabras volvieran a coincidir / como cuando vivía en español y nada más”.
Incluso a día de hoy, algunos de los escritores parecen vulnerables, atrapados todavía en el cruce entre dos lenguas, donde el inglés no deja de ser un tanto ajeno, por más que se haya empleado como una voz principal. Cuando conversamos, Álvarez y Danticat citaron, cada una por su cuenta, el epígrafe de Negocios, que Díaz toma del escritor cubano-estadounidense Gustavo Pérez Firmat: “El hecho de que te esté escribiendo en inglés de por sí anula lo que te quería decir. El tema en cuestión: no pertenezco al inglés, aunque tampoco pertenezco a ninguna otra parte”. En Crear en peligro, Danticat se refiere al inglés, sin más, como “Esta lengua que no es mía”.
Álvarez dice que no puede apropiarse por completo de su lengua nativa, lo que para ella es una pérdida dolorosa. “Lo padezco mucho, a veces, cuando estoy en la República Dominicana”, dice. “Es una añoranza de algo perdido. Puedo desenvolverme en inglés con una naturalidad que ya perdí en español”. En su libro de memorias Something to Declare (Algo que declarar), Álvarez relata que, durante un viaje de verano a su isla natal, en un momento siente que no le salen las palabras cuando quiere comunicarse con su primer novio. Ella le señala la Osa Mayor (en inglés, the Big Dipper, “el Cazo”) y las únicas palabras que se le vienen a la cabeza para nombrarla son “el cucharón”, una laguna léxica a simple vista insignificante, pero que para Álvarez supone una pérdida de conexión con su novio. La autora menciona que ese distanciamiento emocional también aparece en un cuento en espanglish de Cisneros, “Bien pretty”, cuya narradora anhela hacer el amor en un español que se siente incapaz de encarnar.
La novela De cómo las muchachas García perdieron el acento podría interpretarse como el afán narrativo de Álvarez por reapropiarse del español de su infancia, dado que la historia está contada en orden cronológico inverso: comienza con cuatro hermanas que han transitado su vida adulta hablando inglés en Nueva York y, a partir de entonces, la narración va desandando el recorrido de las muchachas hasta llegar a su infancia en la República Dominicana.
Cuando estos escritores cursaron sus maestrías (todos ellos tienen títulos de posgrado en Escritura Creativa), casi nadie los incentivaba a valerse de sus lenguas de infancia y el material de lectura, por lo general, no incluía textos bilingües que les sirvieran de referencia. Álvarez fue contundente: “Me silenciaron”, dijo en relación con sus primeros escritos. “Un escritor leyó mi primer libro, Homecoming (Volver a casa), y ni siquiera se dio cuenta de que yo era latina. Había escrito la palabra mother a lo largo del texto, así que la reemplacé todas las veces por “mami”. No tenía idea de que se podía hacer eso”. Pero aunque Álvarez, con el tiempo, dedicó esfuerzo a reapropiarse del español, también ha hablado sobre sentirse juzgada en la República Dominicana por escribir solo en inglés. En Something to Declare, cuenta que, en una conferencia en Santo Domingo, una escritora dominicana de renombre le dijo públicamente: “Parece mentira que una dominicana se ponga a escribir en inglés. Vuelve a tu país, vuelve a tu idioma”.
De acuerdo con Danticat, la elección de escribir en inglés a veces viene acompañada de duras críticas. “Creo que la gente lo patologiza”, dice y plantea que quienes cuestionan el uso exclusivo del inglés lo interpretan como una especie de autonegación. También dice que la situación puede convertirse en un callejón sin salida cuando escritores como ella eligen integrar en sus escritos solo algunas palabras que no son del inglés. En esos casos, “te acusan de caer en el exotismo o de querer usar tus raíces como un condimento para llamar la atención”.
Danticat dice que crecer y llegar a la madurez bilingüe es tanto un camino de sanación personal como un proceso artístico en el que “lo primero que tenemos que hacer es aceptar nuestra propia lengua”.
Muchas veces, los escritores se inspiran unos a otros en este proceso. “Yo aprendí mucho de Julia y de Sandra”, dice Danticat, “viendo cómo usaban el español. De ellas aprendí los ritmos de otro idioma. Me enseñaron a no autocensurarme”. Si bien crecieron sumidos en distintos idiomas, suele haber cierta hermandad entre los escritores bilingües. En referencia a la primera novela de Danticat y la frontera que comparten entre Haití y la República Dominicana, Álvarez dice que “leer Palabra, ojos, memoria fue muy valioso para mí. Representaba el otro lado de la isla y [Danticat] era la hermana que yo nunca había conocido”.
Al final de nuestra conversación, le pregunté a Álvarez qué tendría para ofrecer esa extensa familia de escritores bilingües a una joven protegida que apenas empieza a descubrir su propia voz. “Le daría todas nuestras historias”, dijo. “Le diría: ‘Este es el gran círculo y tú eres bienvenida. Te vas a dar cuenta de que la historia no es más que una sola’”.
1 Expresión que, según el autor, bien podría ser el nombre de un político turco. [N. de la T.]
Traducción de Camila Genco