Conversamos con el escritor, poeta, docente y gestor cultural argentino Daniel Mecca sobre la obra de César Aira, particularmente en su faceta como traductor. Mecca es autor de los libros de poesía Ahorcados en la felicidad (2009), Lírico (2014), Haikus periodísticos (2016), Música de incendios (2021) −elegido como el mejor libro de poesía 2021 por María Negroni−, Troya, aparta de mí este cáliz (2022) −destacado por escritores como María Teresa Andruetto, Ana María Shua y Luis Chitarroni−, Las armas y las letras (2023), la novela Aira o muerte (2023) y la biografía Los Canto (2024), sobre la vida de los hermanos Estela y Patricio Canto.
En 2018 fue galardonado con el primer premio de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas en la categoría Cultura e Historia, y actualmente dicta seminarios sobre Borges. Es creador del festival #BorgesPalooza, encabezó campañas de estrategia de marketing como #PagaAira y #BorgesChallenge y el proyecto Borge’s Jazz (una clase improvisada sobre Borges que se estrenó en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires en agosto de 2019), e impulsó en redes el #BorgesChallenge, a propósito del aniversario número 121 del escritor.
Juan Camilo Rincón: ¿Por qué es importante leer hoy a César Aira?
Daniel Mecca: Porque es una figura desmesurada en la literatura argentina. Lo digo no en un tono peyorativo, sino en el sentido de que ha publicado más de cien novelas y ha traducido decenas de libros (esto último, más bien, se conoce poco). Se habla mucho del Aira novelista y se habla poco del Aira traductor, pero de una u otra manera esa producción nos pone un foco para observar qué hay detrás de esa desmesura. A mí Aira me produce algo muy elemental con su literatura, que es felicidad. Y no es una felicidad arbitraria, sino una que viene de la mano de la constitución de tramas muy de cuentos de hadas. Él incluso las llama sus novelitas y les pone esa calificación como cuentos de hadas dadaístas, lo cual nos lleva al vínculo entre Aira y Marcel Duchamp. En esas tramas, muy sencillas, muy delirantes, muy del tipo: “Había una vez…”, está ese efecto de felicidad que produce en quien está leyendo, y que tiene que ver con soltar la imaginación. Aira imagina, propone un escenario, no escribe desde la literatura del yo −que domina bastante el escenario universal de la literatura−. Aira tiene muchas lecturas, pero nunca quiero dejar de remarcar la felicidad que produce leerlo.
J.C.R: Usted me hace pensar en Borges, que tiene una obra muy extensa y no siempre se sabe por dónde empezar… Algo similar sucede con Aira. ¿Cuáles son los libros que usted aconseja a los lectores y lectoras para iniciar su lectura?
D.M.: Bueno, hablas de Borges así que, antes de pasar a una guía de lectura aireana, quiero destacar que hay un punto muy importante en común entre ellos dos. Por un lado está Aira, que produjo más de cien novelas, y por otro lado Borges, que no escribió ninguna. Esto nos permite ir más a fondo y reflexionar, en primer lugar, en el hecho que Borges era un escritor igualmente desmesurado que César Aira. Escribió centenares de artículos, ensayos, traducciones, textos que siempre están dando vueltas por ahí. Fue un escritor que mientras producía desmesuradamente, tenía que vivir. Por ejemplo, en los años de su producción −a mi entender− más importante, que es la de Ficciones y El Aleph, Borges trabajaba en una biblioteca municipal en el barrio de Boedo en Buenos Aires. Fue una época muy poco grata de su vida, esa que va de 1937 a 1946, en la que produjo la mayoría de sus mejores obras. Hablamos de la etapa cuentista, sobre todo en los años cuarenta. Entonces encontramos un vínculo entre Aira y Borges, que es este gesto del lugar de lo breve. Las novelas de Aira son muy breves; algunas incluso solo tienen veinte páginas y ese carácter de la brevedad también lo vemos en Borges. Por otro lado, hay un carácter conceptual en los dos; hay una idea que va más allá de los textos, una autonomía particular, una idea general, una identidad, una filosofía que está detrás de su literatura, y en ambos casos esa filosofía que tiene que ver con el conceptualismo, con lo duchampiano. Aquí cabe anotar que Aira sí se identifica con eso; Borges no; él tenía bastante recelo con vincularse con las vanguardias del siglo XX y no se ubicaba ahí. Pero esto de lo conceptual, la idea y la estética de la provocación está en los dos; eran unos provocadores y ese rasgo lo encontramos en sus literaturas. Por último, diría también que en ambos se observa la creación de mundos probables y mundos improbables; todo el tiempo se está jugando entre la ficción y la realidad, y esa lucha definitiva entre un escenario y otro da lugar a textos que siguen escribiéndose. Aira puede dejar de publicar sus novelitas y seguirá teniendo el efecto de que todavía está escribiendo; en Borges sucede algo similar. Lo aireano y lo borgeano están mucho más cerca de lo que se cree, y eso es importantísimo.
J.C.R.: Ahora sí: ¿con qué libros empezar a leer a Aira?
D.M.: Es una pregunta compleja porque, hablando de lo desmesurado, tenemos muchas puertas de entrada: La guerra de los gimnasios, El congreso de literatura, Parménides, Fulgentius, probablemente agregaría El embalse y si queremos sumar un par más, La liebre y Los misterios de Rosario.
J.C.R.: Conocemos la tradición de traductores argentinos como el mismo Borges, Julio Cortázar y Victoria Ocampo, a la que se suma Aira, por supuesto. ¿Qué obras ha traducido?, ¿cómo es su trabajo?, ¿qué literatura le gusta traducir?
D.M.: Su traducción pareciera estar en el ámbito menor de su obra, pero no es así. Siento que es un rol que ha caído en el ostracismo, y hoy hay una lucha muy fuerte de los traductores para figurar desde la tapa del libro, no adentro en la primera página. Esto es muy importante porque toda traducción crea un nuevo texto. Hay que volver a leer Las versiones homéricas de Borges, el ensayo donde presenta esta idea de que no hay textos definitivos. Él explora esa expresión y dice que la idea de texto definitivo solo pertenece a la religión o al cansancio. Para contrastar aquello que está señalando, pone el mismo fragmento de la Odisea, si mal no recuerdo, traducido por diferentes autores, y parecen textos completamente diferentes. Ya tenemos ahí una importancia que es fundamental recalcar de los traductores. Yo acabo de publicar una biografía de los hermanos Estela y Patricio Canto, y una de las preguntas que ronda el libro es por qué personajes que han traducido obras clásicas de la literatura, como los Canto (Estela tradujo seis de los siete tomos de En busca del tiempo perdido de Proust y esa es considerada la mejor traducción al español de esa obra, incluso superior a la de Pedro Salinas), han quedado en el olvido. Le pregunté esto al crítico y escritor Luis Chitarroni y me respondió: “¿qué traductor no ha quedado en el ostracismo?” Entonces, ¿quién sabe que Aira tradujo la misma cantidad de libros que los que escribió? Para hacer una suerte de carrete visual sintético yo me anoté algunos de los libros o autores que he encontrado que tradujo; por ejemplo, La metamorfosis de Kafka, El desierto de los tártaros de Dino Buzzati, de Stephen King tradujo Cementerio de animales y Misery, obras de Oscar Wilde como “El fantasma de Canterville”, a Ray Bradbury, Arthur Conan Doyle… Si uno empieza a meterse en eso empieza a descubrir algo que es aún más importante, porque es consecuencia del Aira traductor: el Aira lector. Para escribir lo que escribe Aira, tuvo que haber leído y traducido todo esto, así que sugiero que también entren en su mundo como traductor. Si me permitís aún más, hay una novelita de Aira que es hermosa, La princesa primavera, en la que una princesa que vive en la tierra de la primavera es atacada por un familiar, que es el general Invierno −cosas de Aira−, todas muy infantiles, pero a la vez incorpora el problema de la traducción porque ella es traductora y vive traduciendo novelas malas y pone en función ese oficio. Por ejemplo, en Parménides tenemos al que sería el primer ghost writer de la literatura griega porque Parménides contrata a Perinola, uno de los protagonistas, para que sea el escritor fantasma del gran libro que quiere escribir, pero Parménides nunca le aclara qué es lo que quiere decir en el libro, y pasan y pasan los años… Es un delirio hermoso.
J.C.R.: Usted publicó un libro sobre Aira. Cuéntenos sobre él.
D.M.: Sí, se llama Aira o muerte. El título busca ser un gesto provocador; tiene que ver con el lenguaje de los años setenta, que viene precisamente del “Patria o muerte” del Che Guevara y va jugando con ese tipo de consignas. En Aira o muerte lo que se pone en juego, sobre la base de ir recuperando intertextualmente ciertos textos de él −por ejemplo, La liebre− es que un periodista descubre que Aira tiene una organización clandestina de dobles de él, con el propósito de ganar el Premio Nobel de Literatura. Es decir, el propio Aira como personaje trata de corregir una injusticia: que todos los años es candidato al premio y nunca se lo dan. Entonces se empieza a organizar un ejército clandestino de dobles que son entrenados por él con un compromiso bélico y que lleva escenas desopilantes; por ejemplo, a cortar un puente muy importante en Buenos Aires que es el puente Pueyrredón, que usualmente lo cortan los grupos piqueteros por reclamos políticos o sociales, y en este caso cortan el puente para leer a Aira. La novela dialoga con 1984, con Ray Bradbury, con diferentes gestos totalitarios dentro de la literatura para finalmente llevar a la práctica una toma del poder no solo argentina, sino de la institución sueca para que, a la fuerza, le den el Nobel. No voy a contar el final, pero la idea es instaurar la República Legibreriana, que es algo que está dentro de las novelas de Aira.
J.C.R.: ¿Cómo fue la más reciente conversación que tuvo con él?
D.M.: Fue una conversación de café, le di el libro. Cuando nos contactamos previamente, había estado muy entusiasmado por recibirlo, porque lo prologó Luis Chitarroni, a quien ya mencioné, y ellos eran amigos. Esa fue una puerta de legitimación de que quizás valía la pena verlo. Aira es un personaje muy difícil de acceder, pero no desde un punto de vista elitista del término, que no quiere vincularse con otros mortales porque está en su casa produciendo la próxima novela y demás, sino porque simplemente no le interesa. Vive una vida de vecino en el barrio Flores en la ciudad de Buenos Aires, toma el subte, apenas usa el celular. Es un personaje muy protocolar en su vida, en el sentido de que va a escribir a un café, vuelve a su casa, no tiene nada de extraordinario. Alguna vez le pregunté a uno de sus amigos, probablemente quien más conoce su obra, si iba a escribir una biografía sobre César Aira y me dijo: “¡No! Sería el libro más aburrido del mundo”. Y tiene mucho sentido porque lo extraordinario de Aira no está en su vida sino en su obra y eso, a veces, a contramano de la época, es lo valioso en él; es la recuperación del capital perdido que ha tenido la imaginación, en contraste con la importancia del autor. Él no quiere ser importante como autor; él busca recuperar ese capital perdido que es el oficio de la imaginación, el oficio de inventar historias, el contrapunto del yo en la literatura. Hay una frase del gran poeta Wallace Stevens que dice: “La poesía no es personal”, y creo que eso se ve reflejado en la literatura de Aira. Volviendo a ese encuentro con él, fue una charla muy amena, hablamos sobre literatura, sobre música, me contó que estaba leyendo por tercera vez el Ulises de Joyce, así que ahí vemos un poco la desmesura, ahí empezamos a entender. Uno también se pregunta en qué momento hace todo lo que hace; evidentemente es alguien muy metódico y organizado. Yo siempre digo que no es necesario ser exégetas ni grupis de nadie. Aira o muerte no busca hacerlo, sino que trata de llevar adelante el procedimiento que el propio Aira hace en sus textos; esta idea de la proliferación de delirios, de expropiar solemnidad, que es una de las cosas que más me interesa de la literatura de Aira que, asociada a la felicidad, te hace reír. Lo estás leyendo y te sale una sonrisa: ¡Pero mira qué hijo de…! Y lo digo en el mejor de los sentidos: ¡cómo se le ocurrió eso! Ni en mil vidas se me hubiese ocurrido a mí. Creo que tenerlo ahí, tener su literatura es algo que tenemos que agradecer como lectores.