La obra de Selva Almada nos enfrentó con una realidad que tal vez no habíamos visto de esa manera tan contundente, no solamente desde su libro de crónicas Chicas muertas, sino ya desde antes, con toda su obra de ficción; una ficción basada en muchas historias que ella, a lo largo de su vida, ha recolectado.
Este es un extracto adaptado de la conversación con Selva Almada en el podcast Hablemos, escritoras, a cargo de Adriana Pacheco.
Adriana Pacheco: Empecemos con una pregunta muy básica, ¿cómo empezaste a escribir, Selva?
Selva Almada: Empecé a escribir diría que medio accidentalmente. Desde muy chica leí muchísimo. Creo que era lo que más me gustaba hacer, leer. Escribía cuando había que escribir en la escuela y se me daba fácil y se me daba bien, pero no es que yo tuviera el deseo de ser escritora o escribiera cuentos. Escucho a otras colegas o a otros colegas que dicen: “yo a los 12 años quería escribir una novela”. Mi acercamiento con la escritura literaria vino bastante más tarde, a eso de los 20 años, cuando estaba estudiando periodismo; porque sí, me gustaba la escritura periodística. En un taller que había en la facultad, que era un poco más descontracturado ahí, de repente me encontré escribiendo un cuento y otro cuento; y bueno, me empezó a interesar ir más por el lado de la ficción que por el periodismo.
A.P.: ¿De dónde eres?
S.A.: Nací, crecí y viví hasta los 17 años en un pueblo muy pequeño de la provincia de Entre Ríos, que es una provincia que está al norte de Buenos Aires, a unos 400 kilómetros de la ciudad en el litoral de Argentina.
A.P.: Sobre el ambiente y lo que está sucediendo dentro de Buenos Aires, ¿de qué otras maneras sientes tú que ha cambiado desde ese momento hasta el día de hoy?
S.A.: El primer gran cambio positivo lo noto luego del 2001 cuando empiezan a aparecer las editoriales independientes. A mí me parece, o por lo menos en Argentina suele pasarnos (quizá porque estamos siempre de crisis en crisis), que también las crisis sacan como una parte creativa de nosotros y nosotras. Eso fue lo que pasó con el fenómeno de las editoriales independientes que empezó a surgir ahí en el 2002 y 2003, y que fue como una efervescencia. En una década empezaron a aparecer muchísimas editoriales, muchas hoy prestigiosas y ya de tamaño bastante más grande. Seguramente conocerán Eterna Cadencia o Entropía. Son editoriales que tienen alrededor de 15 años y que surgieron en esos primeros años de la primera década del 2000. Eso para mí contribuyó muchísimo a darle diversidad a la literatura argentina, porque de repente era bastante más sencillo publicar que en los 90, por ejemplo.
A.P.: Muy atinado lo que señalas. Fíjate, Selva: en el 2022 estuvimos el gusto de recibir a Gabriela Cabezón Cámara y algún día nos encantaría recibirte también en Austin, Texas. Estuvimos platicando sobre el movimiento de los Pañuelos Verdes con ella. ¿Cómo ves que las escritoras están contribuyendo y han contribuido también con estos movimientos y en crear esas redes a lo largo de todo el continente y en general en el mundo hispanohablante?
S.A.: En Argentina hay dos momentos muy fuertes e importantes para el feminismo, en el que estuvimos tan involucradas las escritoras. El primero de ellos fue #NiUnaMenos, este movimiento que nace espontáneamente a partir de la convocatoria que hacen periodistas mujeres y a la que enseguida nos sumamos las escritoras y otras artistas. Es un movimiento para señalar la urgencia de hacer algo con los feminicidios, de drenar los feminicidios, de hacer algo contra la violencia de género, de sacar a la calle toda esa angustia y esa rabia y esa impotencia que nos provoca. Esto fue en el 2015 y poco tiempo después aparecen los Pañuelos Verdes con la campaña para la legalización del aborto, que, si bien existía, hay una campaña que tenía ya sus años de existencia. De repente se vuelve mucho más masivo el pedido, la urgencia, la lucha, salir a la calle, ir a las marchas. Se plantea la posibilidad, se abre una pequeña puerta para convertirla en ley. Finalmente pudimos tenerla en el 2020, la llamada ley de interrupción voluntaria del embarazo. Pero en esos dos años la ley tuvo una votación en el Congreso, en el 2018, que fracasó. Finalmente, después, en el 2020, se pudo llevar a cabo, pero esa primera parte del activismo de muchas de mis compañeras escritoras fue fundamental. Claudia Piñero fue una de las caras visibles del movimiento, y muchas otras autoras que nos acompañaron. Todas acompañamos en la calle, acompañamos en las campañas, acompañamos difundiendo, pero algunas de ellas, como Claudia, hablaban con los senadores o diputados tratando de conseguir el apoyo de los legisladores para que esto se pueda convertir en ley. Después, con estos dos movimientos, hubo un efecto contagioso muy hermoso en el resto de Latinoamérica. Ojalá el resto de los países también pudieran tener su ley de interrupción voluntaria del embarazo, que es tan importante en países pobres como los nuestros.
A.P.: Qué fuerza. Nos dieron un ejemplo, nos motivaron a nivel continental para muchas de estas luchas que son tan importantes, ¿verdad?
S.A.: La lucha no termina con la ley. La ley todavía sigue siendo bastante nueva, tiene tres años. Hay mucha reticencia de parte de los médicos y de los hospitales públicos de llevar a cabo las intervenciones. Aparecen denuncias de lugares donde, por esto de la objeción de conciencia, los médicos y las médicas pueden negarse a practicar abortos. Aún con la ley, la lucha lamentablemente no termina nunca.
A.P.: Es cierto. Hemos estado hablando aquí de los derechos de las mujeres. Y algo que me parece muy importante en tu obra y me parece fascinante es que tú también estás hablando y estás haciendo reflexiones acerca de un tema que debemos atender todos, que son las masculinidades. Especialmente con estos tres libros que tienen el nombre de trilogía de los varones: El viento que arrasa, Ladrilleros y No es un río (los recomiendo muchísimo). ¿Qué tan difícil o tan fácil es para ti abonar a este tema y tus fascinaciones con respecto a él, los determinismos de los hombres y sus propias batallas?
S.A.: Lo de la trilogía también fue un poco involuntario o accidental, en el sentido de que las novelas fueron apareciendo, sobre todo, las dos primeras, sin un plan de trilogía. De hecho, creo que ni siquiera yo en ese momento encontraba mucha relación entre El viento que arrasa y Ladrilleros, por ejemplo. Pero cuando empiezo a escribir la última, No es un río, ahí se me aparecieron los vasos comunicantes entre estas dos novelas y esta tercera que había empezado a escribir, y lo empecé a llamar la trilogía de los varones. En realidad no fue un plan escribir tres novelas que rondaran o tuvieran como centro la vida de los varones o un personaje masculino, sino que poco a poco fue apareciendo en la primera novela, El viento que arrasa. Están estos dos padres que tienen a sus hijos a cargo, las madres por diferentes razones no están. Están ahí los varones un poco como centro y su manera de relacionarse repercute en la vida de los demás, en la vida de las mujeres, en la vida de las madres, de las novias, de las hermanas. Vuelven a aparecer este tipo de relaciones, de alianzas y de traiciones en No es un río, donde sí hay una presencia de las mujeres mucho más grande.
A.P.: Selva, tus lectores seguramente no me van a perdonar si no me muevo a un libro que también fue un parteaguas, Chicas muertas. Se publicó además en el 2014, pero a partir de ahí yo siento que empieza una ola de escritoras que empiezan a sacar el tema que ya había; desde siempre se ha hablado de los feminicidios. ¿Qué tan difícil fue para ti escribir Chicas muertas, de dónde viene la historia de esas tres chicas? Y cuéntanos cuánto tiempo te tomó escribir este libro.
S.A.: En realidad el proyecto aparece por uno de los casos en el libro. Narra tres casos de feminicidio que habían pasado en pequeños pueblos de Argentina en la década del 80. No son casos relacionados, no comparten el asesino y las víctimas, pero bueno, comparten una época y el hecho de haber permanecido impune hasta el día de hoy. Es decir, nunca supimos quiénes fueron los femicidas. Uno de esos casos, el caso de Andrea, había pasado en un pueblo vecino, cuando yo tenía 13 años. Es un caso que conmocionó muchísimo a toda la zona y especialmente a las mujeres que estábamos entrando en la adolescencia, porque Andrea, que fue la víctima, tenía 19 años, es decir, tenía prácticamente la edad de mi hermano; podría haber sido mi hermana mayor, digamos. Era como muy cercano en ese sentido, no porque yo la conociera, pero fue un impacto muy grande. Veinte años después, cuando yo empiezo a investigar para el libro, me acuerdo de que hablé con dos de mis amigas de esa época que conservo aún para ver de qué se acordaban, que recuerdos tenían ellas. Tenían el mismo recuerdo espantoso que tenía yo, de la indefensión total, de pensar que nosotras también podíamos estar muertas, también nos pueden matar. El feminicidio fue perpetrado en la propia habitación de la víctima mientras ella estaba durmiendo.
A.P.: Fue largo el proceso. Pues obviamente después tú has hecho otras cosas que me parecen interesantísimas, importantísimas. Algo que me causó mucha curiosidad es este libro, El mono en el remolino, porque la película Zama es una que yo había visto en algún momento y nunca supe esta conexión con el mono en el remolino. Pero tú escribes un libro a partir del rodaje de “Zama”, la película. Cuéntanos, ¿cómo llegas a esto y qué significó para ti hacerlo?
S.A.: Zama es una de las novelas más importantes de la literatura argentina, el autor es Antonio Di Benedetto, autor de esa novela icónica. Yo sabía que Lucrecia Martel hacía muchos años tenía el proyecto de adaptar la novela al cine. De hecho, había empezado en algún momento y después el proyecto no había seguido; y siempre era eso, como que todos estábamos esperando que alguna vez se pudiera filmar Zama. Yo la conocí un poco antes, porque nos habían propuesto trabajar juntas en un proyecto y empezamos a trabajar en él; ahí nos conocimos y ella estaba por empezar a rodar Zama. Entonces en un momento me llama y me dice: “mira, los productores de la película tienen pensado hacer varias cosas alrededor de la película y una de esas cosas es invitar a un autor o una autora al rodaje de la película y escribir algo sobre el rodaje”. Y esto me dijo: “si te interesa, me gustaría que fueras vos”. Y yo le dije que sí porque también me daba mucha curiosidad; por eso asumí la novela Zama pensando en cómo iba a ser ese rodaje. Lucrecia Martel es una directora que yo admiro muchísimo. Después el dilema fue qué libro escribir, porque había completa libertad para eso. Cuando hablé con los productores, les dije: “¿qué libro esperan que haga?” Me dijeron: “el libro que vos quieras. Lo que sí les gustaría es que hubiese un libro sobre o que surgiera del rodaje, porque ni siquiera era sobre la película, sino lo que a vos se te ocurra”.
A.P.: Esto es un banquete, es un manjar para todos. Mil gracias, Selva, por estar hoy acá.
Puedes escuchar y leer la entrevista completa en la página de Hablemos, escritoras.