¿Adónde nos lleva la ficción filosófica de Giannina Braschi? Le digo “ficción filosófica” en un amable intento de definir el vasto horizonte braschiano. Si la crítica está de acuerdo en cualquier cosa a la hora de analizar cualquier texto de Giannina Braschi, es el hecho de que es extremadamente difícil delinear su mirada caleidoscópica sobre la humanidad, su performance teatral, ya que mantiene un movimiento constante a través del cual los personajes, acciones y lenguajes se transforman. En su poema épico El imperio de los sueños, Braschi dice que dependemos del “movimiento de las olas del mar. Nosotros imitamos la naturaleza del mar”. Y bien podría ser este fluir precisamente lo que hace que su obra sea eterna. Word in time. Ella fluye para amar y ama fluir. Moción para continuar. Para continuar creando las “mundo-historias contundentes, ilimitadas y enriquecedoras” que describe Frederick Luis Aldama en Poets, Philosophers, Lovers: On the Writings of Giannina Braschi. Sin condiciones. Sin intenciones ocultas. Existe una lógica poética que abarca el fluir de su obra. ¿Qué es y adónde nos lleva?
En primer lugar, nos lleva a una liberación. En su novela alegórica poscolonial Estados Unidos de Banana, traducida al español por Manuel Broncano, la personaje autobiográfica de Giannina, junto con el Hamlet de Shakespeare y el Zaratustra de Nietzsche, emprenden una misión para liberar a Segismundo, quien está encerrado en un calabozo debajo de las faldas de la Estatua de la Libertad. ¿Te acuerdas de Segismundo, de la obra maestra del siglo XVI, La vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca? Es el príncipe de Polonia, encerrado en una torre por su padre, el rey Basilio. Como metáfora, sabemos que liberar a Segismundo significa no sólo la libertad política —Puerto Rico libre de Estados Unidos— sino también la liberación ontológica, liberarse a sí mismo de todas las condiciones e intenciones ocultas, algo más allá del “despojo material”. Hasta la misma Estatua de la Libertad necesita liberarse de su condición de producto: “Esa es la razón de que tengas fecha de caducidad […] Pero en cuanto tu genio salga de la lámpara—volverás a ser pura energía creativa. Tu genio clama por verse libre”. Giannina señala hacia una saturación de modernidad y un posible horizonte, una nueva realidad más allá del capitalismo tardío que es “libre de libertad”. Libre de las aspiraciones imperiales de EEUU y de su noción hipócrita de la libertad al servicio del capital, siempre olfateando algún tipo de lucro económico. Libre de la ignorancia. Ya sin estructuras coloniales. Necesitamos derribar muros y entablar un diálogo constante. Necesitamos nuevas formas de interacción y comunicación. Necesitamos una nueva realidad. Por lo tanto, necesitamos crearla.
Creación como revelación
En “La declaración de independencia,” mientras los personajes navegan hacia la Isla de los Benditos en la corona de la Estatua, Segismundo, Zaratustra y Giannina entablan un diálogo sobre preguntas existenciales y ontológicas vinculadas con el arte y el ser. Giannina invoca a los filósofos, los poetas y los amantes; declara que las lenguas están vivas y las naciones muertas, y que “los poderes del mundo están cambiando”, que “la creación se impone a la representación” y que la “creación significa descubrir una nueva realidad que existe pero todavía no ha sido percibida”. Este descubrimiento sólo es posible cuando “la palabra vuelve a estar viva” y “los verbos se rebelan”. En esta entidad multifacética que se llama Estados Unidos de Banana, un espejo con cien ojos, los lectores se enfrentan con la creación de palabras vivas y rebeldes, con mundos e inframundos que los personajes de esta novela experimentan en su búsqueda de la liberación, precisamente de la mentalidad de dominación que rompe descaradamente la creatividad necesaria para descubrir nuevas realidades. ¿Vislumbramos una nueva realidad latente en la creación de Giannina? ¿Pero qué podría ser nuevo?
La esencia que parece ser un constante en el fluir de su obra es el amor. Giannina declara: “El amor es lo nuevo—tan viejo y necesario—[…] el eslabón perdido en esta cultura de destrucción y muerte”. La cultura del presente “como aquí y ahora—está muriendo—ya está muerta”. Ella ama lo vivo. Es una cuestión de crearnos a nosotros mismos y de encontrar maneras “de comunicarnos con lo que no esté aislado y confinado a un producto fechado por el mercado de aislamiento y muerte”. Es una cuestión del amor y los sentimientos. “Los sentimientos están de vuelta. Y los sentimientos están hablando.” Giannina confiesa que tiene “grandes expectativas de amor—cuando amo a quien realmente amo—”, pero reconoce que no puede amar lo que quiere destruirla, lo que la margina. No puede amar lo que no le permite crearse a sí misma.
Sobre el amor y el eros
Cuando Giannina, Zaratustra y Hamlet se acercan a la Estatua de la Libertad, la Estatua apela a la noción del fluir y el movimiento al explicar que algo está cambiando. En un momento de su conversación política y filosóficamente rica, con la liberación de Puerto Rico siempre en mente, Giannina le dice a la Estatua que lo que desea más que nada es amar. Confiesa que ha tratado de amar a la Estatua, pero “amarte” —dice Giannina— “iba en contra de mis principios porque tú nunca quisiste lo mejor para mí”. Al contrario, la Estatua siempre quería menos de ella, hasta el punto de impedir el progreso espiritual. ¿Cómo fue que impidió el progreso espiritual? Al hacerle anhelar lo que no quiere ni necesita, al hacerle olvidar quién es y quién era y, de este modo, debilitar su intuición. Para Giannina, el progreso espiritual sale de la energía creativa o la intuición. Su debilitación la dejaría presa en el calabozo de la libertad, de lo que le niega su devenir.
Posteriormente en esta odisea fantástica, cuando Giannina manda a Hamlet al Hotel San Juan para “estudiar con Sócrates cómo hacerse un hombre bueno”, los dos personajes entablan un diálogo fluido sobre cómo lograr la felicidad durante tiempos de adversidad. Hamlet le dice a Sócrates que Giannina lo mandó al Hotel San Juan para estudiar “cómo hacerse un hombre feliz”. De “hombre bueno” a “hombre feliz”. El Simposio de Platón está presente: Aristofanes, en su discurso sobre el poder de Eros, le llama un ayudante de los seres humanos y un “médico para aquellos males cuyo remedio sería la mayor felicidad del género humano”. Pero el Sócrates de Estados Unidos de Banana sólo puede aceptar a Hamlet como discípulo después de consultar con su daimon creativo y con Diotima de Mantinea, quien “impidió que una plaga entrara en su ciudad durante más de diez años […]—una visionaria—una buscadora de sabiduría—una vidente—una profeta—una partera—una filósofa—mi maestra de amor”. Giannina reconoce a Diotima como la que le enseñó a Sócrates que “el amor no es una deidad—sino apenas un deseo—nunca satisfecho, siempre anhelante—un mero intermediario que reside entre el cielo y la tierra—entre la necesidad y la abundancia”.
En la última sección, “Declaración de amor”, Giannina le pide a Diotima que abra las puertas de la República a los poetas, filósofos y amantes. Diotima provoca el estado de ánimo propio del amor: “Yo sólo provoco cosas buenas”. Pero necesita ser creada primero para después ser descubierta y entregarse a nosotros: “Me entregaré a ti, después de que me crees—créame primero, luego podrás descubrirme […] soy inclusiva—no excluyo las posibilidades […] Y ser sabia es permitir que todas las posibilidades existan—y existir en todas las posibilidades que puedas imaginar—y luego creas esas imaginaciones—y después de crearlas las miras existir en la realidad”. He aquí la creación como descubrimiento de nuevas realidades que existen pero necesitan ser vistas.
Estados Unidos de Banana termina con la “Erradicación de la envidia: Gratitud”, un diálogo entre Giannina y Hasib, un taxista. Cuando él le pregunta qué aprendió de Sócrates, ella dice que llegó a entender que tiene que seguir a su propio daimon creativo. Destaca el hecho de que Sócrates también fue un poeta en contra de la envidia, la cual negaba al seguir “la línea de pensamiento de la intuición”. La intuición es la negación de la envidia, la energía positiva que “la envidia mata cuando se niega a ver el arcoiris en el cielo”. Y un arcoiris es la instalación de una intuición. Se pregunta qué es lo que envidian los filósofos de los poetas. Responde que lo que envidian es que “seamos capaces de amar” y que traigamos dentro el poder para hacerlo. Envidian la intuición del poeta, pero la envidia será cancelada por el triunfo de la intuición en su contra. El amor y la capacidad de amar prevalecerán.
Siguiendo el ejemplo del fin del Simposio de Platón, Estados Unidos de Banana termina con las puertas abiertas para una multitud de celebrantes que “llegan en desfile—y llaman a la puerta—desde el principio al final de El simposio—todas esas gentes que entran en la casa misma del vino y la sabiduría—todos ebrios de vida—ninguna puerta cerrada—todos en grados diferentes de vida y de luz—en distintos niveles de colores y en profundidad de alma—en progresión hacia la luz—todos en movimiento—llamando a las puertas—para entrar—todos hablando—bebiendo—yéndose—entrando y saliendo—el paso de la energía del individuo a las multitudes—de lo múltiple a lo singular”. Visualizamos la propuesta de un mundo utópico pero alcanzable en donde el amor no es posesión ni dominación del otro, sino aceptación de su otredad y una posibilidad de bondad. Las puertas de la casa del vino y la sabiduría abiertas para las masas, “ebrias de vida”. También se nos viene a la mente el poema de Charles Baudelaire, “Embriagaos”. Es una invitación de embriagarnos de vida para escapar de la presión del tiempo, para conectarnos con nuestros alrededores y experimentar todo en todas partes, amando la vida, amando el amor, amando todo y a todos. “Embriagaos; ¡embriagaos sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como os plazca”. Embriaguémonos de amor. Ebrios de Giannina.
Traducción de Arthur Malcolm Dixon
.