Najua nitototl: niptatlane noyoltipan.
“De vez en cuando camino al revés: es mi modo de recordar. Si caminara sólo hacia delante, te podría contar cómo es el olvido”. Este quizá sea uno de los poemas más célebres del maestro Ak’abal, sin dejar de lado otros poemas escritos con la misma calidad y con la misma carga filosófica nacida de la cultura k’iche’. Hablar de los versos del poeta es regresar a su personalidad de escritor, al rostro vivo, sus cabellos blancos salidos en la orilla de su gorro o de su paliacate adornado con ríos de hilos hechos por manos artesanas.
Recordarlo es volver a escuchar su “Canto de pájaros”, donde la única voz por excelencia es el k’iche’ y donde la traducción (o autotraducción) no tiene cabida, como sí lo tiene en otros poemas. Si el canto de los pájaros se tradujera, perdería fuerza, color y sonido poético. Este poema, al parecer, es el primero de su tipo en donde se construye todo a través del sonido. Ésta es una de las enseñanzas más grandes que pudo haber dejado el poeta mayor de las lenguas originarias de América, a quien el destino no le favoreció más para seguir escribiendo y creando nuevos mundos, mundos propios desde una visión k’iche’ que poco se conoce dentro de la literatura contemporánea.
De Humberto Ak’abal uno podría imaginar muchas cosas, pero yo sólo imagino su caminar, su palabra joven, las travesías por las que pasó para llegar a ser poeta, porque ser un escritor en un pueblo como el suyo significa ser nada. En los pueblos, los únicos que gozan de un prestigio reconocible son los maestros, los ingenieros y los abogados, aunque estos últimos, después de un tiempo, son tachados como los peores corruptos del pueblo porque se aprovechan de la gente. Hay otros oficios de gran prestigio, como el ser curandero tradicional o rezandero, pero no un poeta porque los poetas sólo son poetas y nada más, sólo saben pensar como los viejos. Regresando al poema de “camino al revés”, en náhuatl la palabra “recordar” se dice nikelnamike, “lo recuerdo”, y esto quiere decir “lo encuentro con el pecho”, ahí, bajo esas costillas y esa carne donde está guardado el corazón y en donde se hace el encuentro con otra persona o con algún momento vivido. Recordar significa, entonces, volver a vivir o revivir algo desde el corazón. En otras variantes lingüísticas del náhuatl, “recordar” se dice timitsyoltemoua o nimitsyoltemoua, lo cual significa “busco tu corazón”. Recordar, entonces, está vinculado de forma directa con el corazón. Mejor dicho, regresar al corazón es como caminar al revés, como mirar y revivir aquello que se va quedando atrás.
Recordar es regresar a una vida de niño sin otra escuela más que la de los papás, los abuelos y los consejos del pueblo; yo digo que la primera escuela es la casa, el hogar. La educación “formal” es un invento moderno en donde el único que sabe es el instructor, el maestro de clases, quien pudo haber tenido una buena formación o no, pero igual es un maestro que llega con la bandera de la sabiduría, con la intención de quitar una lengua e imponer el español, la lengua del poder y del Estado. A nuestro poeta le tocó vivir y mirar con desprecio o aprecio este acontecer. Cuenta que tuvo dificultades al aprender el español, una lengua distante de su gente, de sus padres y de los niños de su tiempo. El proceso de aprendizaje fue lento: primero entenderlo, luego leerlo y después escribirlo hasta llegar a un final que es el pensar del poeta y el escribir desde una lengua ajena a su origen. Sin embargo, aprendió bien y todo ese aprendizaje escrito lo trasladó a la poesía. Voltear al pasado de vez en cuando es necesario, porque su pasar para llegar a las letras seguramente se parece muchísimo al de los escritores mexicanos que comenzaron a escribir de la nada y quienes, en vez de conocer la escuela, primero conocieron el trabajo del campo, otro oficio, pero jamás las letras, jamás el de la escritura ni el de la lectura, porque de niños no había libros sino trabajo y animales que cuidar.
Quiero imaginar a un Humberto Ak’abal mexicano porque México y Guatemala se parecen demasiado. Su lengua es la misma, su río es el mismo, su situación política es la misma, o, por lo menos, muchas veces se ha parecido. Su pobreza, su racismo, su discriminación, su gente maltratada, sus pueblos olvidados, sus muertos, sus bordados maravillosos y su filosofía son casi los mismos. Sólo nos divide un cerco geográfico que nos divorcia los unos de los otros a los seres humanos; los animales se mueven de un lado a otro sin estar divididos porque el territorio es el mismo. Ak’abal es el mejor conocedor de todo ello porque él rompe el cerco de la “nación” con su canto de pájaros. Estos pájaros no tienen nacionalidad y pueden volar a gusto en donde se les pegue la gana. Aquí otro poema más acerca de los pájaros, que también se les puede dedicar a los políticos, pero no sólo a ellos sino a todo aquel que uno quisiese:
Los pájaros
cantan en pleno vuelo
y volando cagan.
Me les quedo viendo,
y mis miradas los siguen
hasta donde termina la pita
que les dan mis ojos.
¡Cómo quisiera ser pájaro
y volar, volar, volar
y cantar, cantar, cantar
y cagarme –de buena gana–
sobre algunos
y algunas
cosas!
Las semejanzas entre México y Guatemala son enormes. Si hablamos de literatura, quizá nuestra situación siga siendo la misma: la de escritores a quienes no se les presta atención, de escritores que no existen en las librerías ni en las bibliotecas, independientemente de si sus obras sean buenas o malas. No están en estos lugares porque estos están reservados para los escritores privilegiados que escriben desde la lengua española, para aquellos que escriben en un formato monolingüe. Personas pensantes que se preocupan sólo en escribir y en ser reconocidos en el medio literario, pero que no están preocupados por la vida de sus pueblos o ciudades nativas, que no se preocupan en quienes los van a traducir. No tienen esta preocupación de llegar al alma de sus pueblos en sus propios idiomas (si es que los tienen), es decir, en otro lenguaje distinto al español. En una entrevista hecha por Hermann Bellinghausen –amigo, promotor y gran lector de las literaturas mexicanas– Ak’abal se alegraba por la vida literaria de México porque día a día estaba creciendo el número de autores que escribían desde las lenguas originarias, cosa que no consiste sólo en escribir en un idioma sino también en acompañar a otros que escriben desde los rincones más lejanos de cada país. Humberto también soñaba con ver ese florecer en su natal Guatemala, pero no le tocó presenciar la llegada de este movimiento ni de este reconocimiento de literaturas modernas y distintas a las existentes. Él no sólo fue un pionero dentro de este movimiento literario joven, sino el iniciador de una literatura distinta, recibida con brazos abiertos en Europa, en América Latina, en México, en Estados Unidos y en otros países donde sus textos han sido traducidos a diferentes idiomas. De manera personal, puedo decir que Humberto Ak’abal es el mejor poeta de los pueblos originarios de América, y digámoslo así: hasta este tiempo es el mejor poeta de nuestros pueblos. Esto que digo no cierra la posibilidad de recibir a nuevos escritores o excelentes escritores que transformen la vida de las nuevas literaturas; en realidad, se espera a más de uno para el fortalecimiento de nuestras literaturas.
Pienso que la vida es injusta con algunos como Humberto Ak’abal, Carlos Montemayor, Isaac Esau Carrillo Can, Rocío González, mi primo Santos Cochine Meza… Muchos a quienes uno desearía todavía conocer en persona, dialogar con ellos, convivir, comer y quizás entablar alguna amistad lejana o cercana. Pero no están más y es difícil regresar al color de sus ojos, carcajadas, un consejo bien dado o mal dado, pero al fin un consejo. Ak’abal era un hombre simple. Un k’iche’ sabio, fuese poeta o no, y sin duda un hombre de gran pensar. Debo decir, me disgustan los hombres o artistas engreídos; pienso que son personas a quienes se les ha crecido el ego y no son capaces de dialogar. A mi parecer, Ak’abal sabía distinguir entre estas dos fases: sabía ser artista en un espacio y tiempo determinado y también ser persona en su momento.
Fue en el año 2018 cuando vino a la Ciudad de México a leer por vez última, y la gente curiosa que pasaba enfrente del templete grande se paró a escuchar a ese hombre con voz de abuelo y buen pensar filosófico. No recuerdo cuáles fueron los poemas que leyó en esa tarde lluviosa en la plancha del zócalo, pero estábamos ahí entre el público escuchando su recital. Minutos antes, nosotros estuvimos en ese escenario leyendo algunos de nuestros poemas; por supuesto, poemas novatos a diferencia de la palabra y el verso de Ak’abal. No recuerdo todos los muchos poemas leídos en ese escenario, pero sí recuerdo cuando leyó ese intenso poema titulado “Cantos de pájaros”, cuando en la voz del poeta eran todos los pájaros. Cada silbido y cada canto era un llamado alegre, triste. Cada oído descifraba el canto a su modo, y esta era la mejor traducción.
Si viviera, Humberto Ak’abal quizá sería el primer poeta de los pueblos originarios que podría aspirar a las máximas condecoraciones que son dadas en la literatura, como el Premio Princesa de Asturias o el Nobel. En el continente americano, sería el primer candidato porque era un poeta activo y visible, pero más allá de su persona, se le podría escuchar su pensamiento, concentrado en su poesía. Alguna vez nos reunimos con algunos poetas mexicanos en lenguas originarias y nos replanteamos esta pregunta, si existe un gran poeta en lenguas originarias de México o de este continente. La verdad es que no era difícil de escoger, porque es verdad, hay muchos poetas, pero no con la lucidez ni la calidad estética que tenía Ak’abal.
Su labor queda registrada para las próximas generaciones de poetas guatemaltecos, poetas k’iche’, mames, y de otras lenguas que existen en Guatemala, México, Perú, Ecuador, Chile, Colombia, Bolivia, y otros países del continente en donde están surgiendo nuevos escritores en lenguas originarias. Mientras viva diré su nombre y compartiré sus versos hasta donde alcancen mis alas, porque Humberto es como el humo: “no se deshace / ni echándole agua”.
Foto: Humberto Ak’abal, poeta k’iche’, por Álvaro Figueroa.