Furia, de la escritora mexicana Clyo Mendoza (Oaxaca, 1993), es un remolino que agarra al lector al leer las primeras líneas y lo absorbe con violencia y sacude hasta dejarlo tirado en medio del desierto, desorientado, deshidratado y sin saber qué hacer, sin entender qué es lo que acaba de experimentar. Es una novela difícil de definir o resumir en una sinopsis; su historia es una espiral demente de abuso, violencia y salvajismo que parece no tener fin. Como una tormenta de arena, la narración salta de personaje a personaje, de tiempo y de registro, girando y mostrando esas capas insanas de herencia maldita y sangre viciada que serpentea por la historia y embiste a sus desgraciados personajes. El desierto es central en esta obra, no solo como lugar donde transcurre la narración, sino como espacio interior y emocional: una historia indisoluble del escenario en el cual se desarrolla. Furia ganó el Premio Amazon de Primera Novela en 2022 y fue publicada originalmente por la editorial Almadía en México y luego por Sigilo en Argentina. Mendoza, conocida como poeta (Anamnesis, 2016; Silencio, 2018), irrumpe con fuerza en la narrativa ganando admiradores de su prosa a medida que Furia va arrasando sin tregua donde sea que aterriza.
Pablo Concha: ¿Cómo surgió la idea para esta novela y cuánto tiempo te tomó escribirla?
Clyo Mendoza: Quería hablar de la esquizofrenia y de Unica Zürn (autora y artista alemana), de su relación con Hans Bellmer, de la guerra y sus efectos a largo plazo en la humanidad y de cómo sólo en la neurodivergencia es posible lo adivinatorio, lo premonitorio, lo artístico. Pero el germen de lo más bello es también el de lo más terrible: en ese espacio liminal se puede ser un brujo, un visionario, o un ser salvaje y horrible con un deseo inagotable, y encima con el poder de una fecundidad inaudita. De eso y del amor, en resumidas cuentas.
P.C.: ¿Hubo alguna obra o autora que te sirviera de guía durante el proceso de escritura?
C.M.: Unica Zürn, Alejandra Pizarnik, Pascal Quignard, Henri Michaux, Toni Morrison, Héctor Viel Temperley, Marosa di Giorgio, por mencionar algunos. Uno no puede escribir sin tener libros que te guíen.
P.C.: La historia de Furia es como uno de esos remolinos del desierto, girando y arrasando la vida de estos personajes desdichados, a veces regresando para embestir de nuevo… ¿Fue necesario algún tipo de estructura o mapa antes o durante el proceso de escritura?
C.M.: Traté de hacer ecuaciones, hice mapas, pero eran como los mapas cartográficos en relación con el territorio verdadero: aproximaciones apenas. Al final me pareció que era demasiado pretencioso “intencionar” un orden cuando lo que escribo está jugando todo el tiempo con el hecho de vivir, de tener experiencias, y la vida es puro azar con sentido inexplicable; así que renuncié, me entregué a mi intuición, al entramado de sucesos al que me arrojó el libro en mis búsquedas, expediciones y peregrinaciones.
P.C.: ¿Cómo fue el tránsito de la poesía a la narrativa?
C.M.: En la poesía, es un sueño vivir de lo que haces. En ese sentido yo siento que hago trampa: sigo haciendo poesía, pero he dado pautas para que lo denominen bajo un término distinto. Soy una infiltrada. Me favorece: hago poesía, pero ahora tengo regalías y hago que quienes dicen no leer poesía lo hagan. Cumplo mi sueño. Y el sueño de la poesía de dejar de ser ese género distante, idealizado y mal pagado. Las especificaciones técnicas sobre la diferencia entre poesía y narrativa en mi caso no me corresponde señalarlas, eso es de la academia.
P.C.: La animalidad es un tema importante en Furia: la bestia que anida en el interior de cada uno esperando algo que la libere. ¿Cómo llegaste a interesarte por este aspecto de los humanos?
C.M.: Por mi vínculo con mis perras y con los perros en la historia de mi vida. Desde que nací son mis guardianes y mis compañeros, mis maestros del sentido común, del instinto y la ternura. Los perros aceptan su animalidad, pero nosotros los humanos estamos disociados de esa realidad básica. Tanta contención a nivel social, colectivo, nos explota en la cara. Creo que hacernos conscientes de nuestra animalidad para trabajarla es fundamental para lograr una sociedad menos violenta.
P.C.: El desierto es central en Furia, no solo como escenario, sino como espacio interior y emocional. Una historia indisoluble del escenario en el cual se desarrolla. ¿Se puede escribir sobre un espacio así sin haberlo vivido? ¿Cuánto de esa escritura parte de la experiencia?
C.M.: Yo sí necesito de la experiencia como referencia primordial de lo que hago. Amo el desierto, un tiempo lo visité con fervor; a eso me refiero también cuando hablo de mis peregrinaciones. Es difícil, es atroz, está lleno de fantasmas y de muertos, pero es, como dices, un espacio interior y emocional que necesito para percibir que no todo es aridez. Incluso ahí, en lo aparentemente inhóspito, todo está lleno de almas. Cuando reconoces eso jamás vuelves a sentirte solo.
P.C.: Furia tiene guardado un golpe final para el lector, un twist como en las primeras películas de Shyamalan. No creo que ningún lector lo haya visto venir. Sin dar spoilers, ¿qué tanto trabajo requirió urdir y lograr esto de forma exitosa?
C.M.: Yo había dado por terminado el libro, pero no estaba conforme. Fui al desierto con un músico, un amor de entonces, un amigo cuya obsesión con el desierto sigue vigente. Fuimos con mucha devoción a ese viaje e influyó mucho en el libro. Todas las cosas extrañas que nos sucedieron, nuestra conversación, nuestro periplo. De vuelta soñé la pieza que faltaba, estaba ahí, sólo necesitaba propiciar esa lucidez. Celebramos juntos la revelación a orilla de la carretera con una cerveza caliente.
P.C.: ¿Cuáles son tus novelas favoritas donde el final sea sorpresivo y deje noqueado al lector?
C.M.: Mapocho, de Nona Fernández; Ánima, de Wajdi Mouawad; Indignación, de Philip Roth; algunos cuentos de João Guimarães Rosa, de Amparo Dávila; Temporada de huracanes de Fernanda Melchor. Pero, francamente, eso lo aprendí del cine.
P.C.: La siguiente frase está presente en varias partes de la segunda mitad de la novela: “Las rosas azules no existen en la naturaleza, pero existen igual”. ¿Es algo que podría aplicarse al propio libro? Historias así no existen, pero está Furia…
C.M.: Esa frase viene de Twin Peaks, primera temporada. El mundo “real”, “objetivo”, está siendo atacado por un agente extraño, algo que no existía en la naturaleza, pero existe igual, ha tomado su forma; afecta al mundo que antes le era ajeno, ergo, el mundo es suyo de alguna manera y dos realidades (o más) hacen una nueva.
P.C.: El tono del narrador cambia de registro al llegar a la última parte –la más contundente– de la novela. Es un tono más maduro y mesurado. ¿Cómo trabajaste los diferentes registros a través de los cuales va moviéndose Furia?
C.M.: Creo que fueron las etapas que estaba atravesando de manera personal las que le dieron el ritmo. Eso y que me leía en voz alta y si alguien se dejaba, también le leía. Porque también pensaba en la oralidad, en Rulfo y en Las mil y unas noches, en un cuento infinito que alguien oye para entenderse a sí mismo.
P.C.: ¿Cuáles son las autoras/es que consideras que más han influenciado tu narrativa?
C.M.: Es muy difícil hacer estadísticas. Creo que no sólo podría repetirme en cuanto a mis referencias literarias, también veo cine (Un año con trece lunas de Fassbinder; París Texas de Wim Wenders; Una mujer bajo la influencia de Cassavettes, entre otras, fueron muy importantes para Furia); leo novelas gráficas y manga de autores como Junji Ito, Alan Moore y Garth Ennis. También escucho mucha música de Los Cardencheros de Sapioriz, Brian Eno, Hermanos Gutiérrez, Ennio Morricone, Kujipy, etcétera. Sobre todo, escuché a mucha gente contarme cosas: mi familia afrodescendiente de la costa con su acento y su visceralidad, mis amigos brujos, mi madrina que fue como mi abuela y que me contó historias de hondas pasiones en su lengua natal, mi abuelo con su saxofón, mi abuela con sus historias de asesinatos sangrientos. Todo eso son mis referencias.
P.C.: ¿Qué puedes contarnos sobre tus próximos proyectos?
C.M.: Estoy en la escritura de una novela y un libro de ensayos. Tardé casi dos años en entender que no hay premura, así que no llevo prisa.