Entre los poetas latinoamericanos del siglo XX, Heberto Padilla es y será reconocido por su intensa, aunque corta obra poética. No sabemos si será recordado más como el protagonista del “caso Padilla”. Así se conoce el escándalo que ocurrió en Cuba cuando Heberto Padilla, después de haber publicado un libro de poesía disidente en 1968, titulado con desafío Fuera del juego, y que había sido premiado por la UNEAC (el sindicato cubano de escritores), apareció en público en 1971 retractándose de su actitud “contrarrevolucionaria”. El hecho motivó protestas de intelectuales europeos y americanos, pues fue evidente para muchos que el poeta no era sincero, sino que actuaba bajo coacción, y, por el testimonio de Padilla posterior a estos hechos, después de haber sido torturado. Antes de la revelación de su intrincada trama, el evento dividió a la intelectualidad latinoamericana entre quienes apoyaban y condenaban la Revolución cubana. Pero el valor de la poesía de Heberto Padilla va más allá de esta trágica circunstancia. Por eso, es muy oportuna la aparición de Fuera del juego y otros poemas, edición a cargo de Yannelys Aparicio Molina y Gustavo Pérez Firmat, publicada por Cátedra y que salió a luz justamente en 2021, cuando se cumplían cincuenta años del “caso Padilla”. Primero, porque expone, con detalles muy reveladores, los hechos que rodearon el “caso” y las consecuencias que tuvieron en su autor y en su obra. Segundo, porque nos permite ahondar no solo en Fuera del juego, sino en otros poemas seleccionados de la obra anterior y posterior a este libro. Es, por tanto, una antología que nos ofrece la posibilidad de hacer un balance de su obra.
Desde la introducción, se puede constatar el esfuerzo por documentar con sentido crítico los hechos más significativos de la vida y la obra de Heberto Padilla, sin abrumar con notas innecesarias o erudición abundante, aunque este trabajo, como era de esperar de una edición de Cátedra, lo han hecho especialistas universitarios. Para esta nueva publicación, revisaron la primera edición de Fuera del juego, de 1968, y dos posteriores, corrigiendo errores tipográficos, normalizando la puntuación, y aclarando en notas los cambios significativos entre la primera y las otras ediciones. No olvidemos, sin embargo, que este libro aparece con el título de Fuera del juego y otros poemas. No es toda la obra reunida de Padilla, pero sí presenta, después de Fuera del juego, una selección de los libros de poesía El justo tiempo humano (1962), Provocaciones (1973), El hombre junto al mar (1981) y “A Fountain, A House of Stone (1991). Se excluye Rosas audaces (1948), libro que Padilla no reconoció como digno de su obra, y que puede considerarse como ejercicio juvenil. También se incluyen selecciones de los trabajos de Padilla como traductor (era políglota), tomados de Poesía romántica inglesa (1979). En lo que sigue, intentaré resumir cómo los editores interpretan la poesía de Padilla en el marco de esta edición.
Heberto Padilla escribió un tipo de poesía que se conoce como “conversacional”, aunque con características específicas que la diferencia de algunos de sus poetas más representativos. Es una poesía que rehúye los hermetismos, el uso de metáforas o lenguaje figurado, una poesía que aspira a ser directa en su comunicación. Evita, sin embargo, referencias a la cultura de masas, no encontraremos en él un eco de un Ernesto Cardenal escribiéndole a Marilyn Monroe, ni otros guiños al cine, la televisión o la música popular (cubana o extranjera). Es una poesía “culta”, que abunda en referencias literarias. En otras palabras, no asume lo conversacional como una “pose”, es una poesía “honesta” que no esconde sus influencias educadas, ni pretende imitar el habla corriente, apelando a coloquialismos o anécdotas de la cultura de masas. Las tres claves de la poesía de Padilla son andar, objetar y cantar: las tres están presentes a lo largo de su obra, pero se implican de diferente manera, y donde alcanza más intensidad es en el objetar. Es una objeción donde puede haber ironía y desafío, pero donde también hay un sentimiento de fragilidad: “la Historia es el golpe que debes aprender a resistir. / La Historia es ese sitio que nos afirma y nos desgarra”, leemos en Fuera del juego. Padilla fue un poeta rebelde, perteneciente a esa tradición que va del romanticismo a las primeras vanguardias y se sigue renovando en las rupturas de la segunda mitad del siglo XX. En este sentido, la presente edición es muy coherente al iniciarse con Fuera del juego y culminar con selecciones de Poesía romántica inglesa.
La interconexión entre andar, objetar y cantar nos permite ahondar en la evolución de su poesía. Aclaro, primero, que su obra no es un mero referente autobiográfico: el hablante se expresa con sutil distanciamiento de sí mismo, en diferentes y divergentes niveles de sentido. Sin embargo, hay ciertos impulsos vitales, por decirlo así, que podemos registrar. Padilla fue un viajero empedernido durante las décadas de 1950 y 1960, y este deseo de viajar y reconocerse en una variada geografía se deja ver en los libros El justo tiempo humano, Fuera del juego y Provocaciones. El paisaje de Cuba no está muy presente en esos libros, y esta aclaración importa porque forma parte de las acusaciones que se harán en su “caso” a partir de 1971, contra un hombre que usaba de sus privilegios para viajar y no estaba suficientemente comprometido con la Revolución. Podría decirse que el ímpetu andariego del hablante de los tres primeros libros es solidario del espíritu objetor contra el poder en la historia. Veamos un ejemplo, uno de los poemas más citados de Padilla, “En tiempos difíciles”, con que abre Fuera del juego. El poema está construido como una lista anatómica de todo lo que se le exige a un hombre en “tiempos difíciles”, las manos, los ojos, las piernas, el pecho, el corazón, los hombros: “Y finalmente le rogaron / que, por favor, echase a andar, / porque en tiempos difíciles / esta es, sin duda, la prueba decisiva” (p. 82).
La ironía se plantea desde el principio: aunque no se mencione a la Revolución ni a ningún líder revolucionario, una marcha en que se le pide al hombre que junte su tiempo al tiempo de la Historia, alusión a la concepción lineal de la historia según el marxismo, que se supone es una marcha ascendente, liberadora, termina por convertir al hombre en un muñeco a quien se le pide que sea “obediente” y que “por favor, echase a andar”. Padilla, que hasta ahora había sido muy andariego y había vivido en muchos países, sabía muy bien el sabor del andar y el mal sabor de no poder hacerlo libremente en una sociedad totalitaria.
En El hombre junto al mar (1981), el cantar se hace predominante y debemos tomar en cuenta que fueron poemas escritos en su mayor parte en los 70, cuando después de la retractación forzada a la que fue sometido en 1971, el poeta vive en un arresto domiciliario. Ya no puede andar ni objetar, la negación se torna en afirmación de la vida y de un erotismo moderado, expresado en un entorno doméstico. En el fondo, sigue siendo un no a la historia como violencia y muerte: “Lo tibio de tu cuerpo es mi bandera”, dice uno de los versos de este libro. Los años setenta fueron años muy duros de soledad y humillación, pocos amigos se atreven a visitarlo, y cuando intenta retomar actividades como la de la traducción, en sus libros traducidos aparece en letra muy pequeña, en las primeras páginas, el nombre del traductor. A Padilla lo han ido hundiendo y borrando como persona. Este hundimiento dejará su huella en este libro y anuncia lo que vendrá en su escasa y última obra poética: “La poesía se le hizo terriblemente arisca”, dice en un poema para referirse al exilio de Luis Cernuda en Estados Unidos (p. 247). La observación vale para el mismo Padilla.
A Fountain, A House of Stone (1991), es su último libro. Pero hay solo siete poemas nuevos de los cincuenta recogidos. Como en El hombre junto al mar, sigue estando muy presente el espacio doméstico y esta persistencia, añado, llama la atención. Es como si desde entonces el hablante de su poesía no se hubiera liberado de aquel ostracismo vivido en la década de 1970, como si aún en Estados Unidos experimentara el encierro, el miedo y el ocaso vital. Los signos de lo oscuro, de lo opaco o de lo apagado aparecen más de una vez (la noche, las cenizas). El poema “El cementerio de Princeton”, si bien se abre como una reflexión desapasionada sobre la vida y la muerte, el locativo adverbial “de pronto” da un giro e introduce un tono angustiado al describir la vida de alguien que desde el encierro recorre su casa, sube las escaleras con ansiedad, con aparente monotonía, hasta que mira desde la ventana un sepulturero y jardinero en el cementerio, con estas palabras: “Oh, Dios, dinos dónde, por qué. / No solo hay un miércoles de ceniza en nuestra vida. / Hacia ese camposanto / todo el mundo camina con el mismo miedo, / los mismos ojos, los mismos pies” (p. 262). El poema termina con una reflexión metafísica, como al principio, pero lo que el hablante percibía como ley natural, ahora se representa con un sentimiento de miedo. Basta contrastar este “andar” con el de los primeros libros de Padilla, rebosantes de rebeldía y vitalidad, para ver cómo estamos en las antípodas.
“Hacia ese camposanto / todo el mundo camina con el mismo miedo”. El sujeto impersonal de estos últimos versos no debe hacernos ignorar el fondo personal de donde aquel miedo emerge. Para los editores de Fuera del juego y otros poemas el impacto que dejó el “caso” de Padilla fue innegable: no superó este trauma y su obra se hizo más escasa. Propongo en esta última parte ir más allá de esta conclusión. A pesar del creciente silencio de su obra, ésta se estaba dirigiendo a una nueva etapa que nos permite valorarla más allá del “caso Padilla”.
Repasemos antes lo que ocurrió. Cuando Padilla decide participar en el concurso literario con que fue premiado Fuera del juego en 1968, ya se había evaporado el fervor de la Revolución en sus primeros días. La gente vivía bajo vigilancia del Estado, y el mismo Padilla, para poder participar en el concurso, debió introducir clandestinamente el manuscrito, a través de su esposa Belkis Cuza Malé, para que llegara al jurado, pues varios de los poemas habían sido publicados en revistas de Cuba, generando malestar en el oficialismo y convirtiéndolo en intelectual indeseable. A pesar de todo, Fuera del juego resultaría ganador del concurso. Tres años después, se produciría su detención y la de su esposa por la Seguridad del Estado, narrados por Padilla en La mala memoria, y que nos dan una punta del iceberg del horror. La tortura física y psicológica se puede describir, pero el impacto apenas se puede intuir. Será a la larga liberado, y ante una reunión de escritores convocada por la UNEAC, expresa su retractación por sus actividades “contrarrevolucionarias” y acusa a varios escritores y a su esposa, horror que se intensifica al verlo en el documental El caso Padilla (2022), de Pavel Giroud. Después, vino el arresto domiciliario y la soledad, sin casi amigos que los visitaran a él y a Belkis. La intelectualidad había sido escarmentada. Difícilmente se volverá a encontrar a un escritor o escritora que desafíe al régimen como él lo hizo.
Padilla, quien llegó a usar la palabra Historia con mayúscula en su poesía, sintió al final de su vida aversión por la misma, al ver en ella un medio perverso de encontrar coartadas o justificaciones para lo injustificable. Pero esto también es historia, aunque sin mayúscula. Y es, desde luego, una autocrítica por su adhesión a la Revolución y por justificar todo por lo que ahora él mismo sufría. En cuanto a la división que generó entre los intelectuales, para algunos quedará como una anécdota de sus opiniones cambiantes, justificables según la circunstancia, para otros, como un testimonio de la ceguera de la época. Pero contra esto nos previene justamente Padilla. En La mala memoria, Padilla cuenta cómo la intelectualidad fuera de Cuba se entusiasmaba con la Revolución y su líder; lo demás era anécdota, pero esa anécdota eran los cubanos. Para quienes vivían fuera de la isla su mundo podía continuar, dieran su apoyo o no; para quienes vivían en la isla, su vida, como en cualquier dictadura, dependía de un sí o un no. Sin duda, el “caso Padilla” no ha sido ni será el último acto inmoral que justifiquen intelectuales y artistas. Pero ir más allá de la “anécdota” nos permite leer con más profundidad lo que ocurrió y cómo influyó en su obra.
En su poesía no habla del horror vivido, ¿por qué? Acaso porque Padilla nunca se inclinó por la poesía de denuncia, donde la creación verbal queda rebajada a una intención comunicativa más expedita, registro más propio de la prosa o, peor aún, del panfleto. El verdadero arte actúa en silencio, pensaba Proust, hace las cosas más complejas. El silencio mismo significa y los últimos poemas de Padilla invitan a una reflexión particular. El lenguaje se ha ido apartando de la fluidez de la poesía conversacional para volverse más hermético. La influencia de los poetas estadounidenses tiene en parte que ver con ello, como podemos ver en “Recuerdo de Wallace Stevens en la Florida”. Incluso, en “El cementerio de Princeton”, la escalera recuerda “Home Burial”, de Robert Frost. En este poema, dos esposos están en los extremos de una escalera y hablan de la muerte de su hijo que ha sido enterrado en un cementerio familiar, visible desde la ventana que está subiendo al final de la escalera, mientras la mujer lo increpa al pretender expresar y quizá trivializar en palabras aquella pérdida. Es un poema que tiene que ver con la incomunicación del duelo. En “El cementerio de Princeton”, la ventana no se menciona, solo es aludida: “De pronto se ilumina una casa, / se agitan las persianas / se oye el ruido de alguien que sube aprisa una escalera” (p. 262). Padilla tampoco introduce el tema del duelo por alguien concreto, aunque está sugerido, cuando a continuación dice: “y ahí nos queda otra víctima, un álgebra vacía” (p. 262). El tema del vacío está también en otro poeta cubano en el exilio que presiente la muerte. Pienso en “Dos patrias”, de José Martí, pero en Padilla no hay alusión a la patria y la emoción está muy contenida, casi apresada. En los tópicos clásicos del exilio, están la nostalgia y el dolor por la patria perdida, así como la soledad incómoda del extranjero. En la poesía cubana de Gertrudis Gómez de Avellaneda o de José Martí encontramos esos sentimientos, pero no están en los últimos poemas de Padilla. Ya no hay deseos de volver al pasado, no hay nostalgia de la patria, ni un horizonte futuro, solo soledad y creciente desapego del mundo. Es un poema sobre la muerte, pero desde una mirada distanciada, casi abstracta, lo que lo hace más desolador. Desde luego, por cada imagen abstracta hay mucha vida desplazada y condensada en el poema. El hombre que nunca terminó de adaptarse a los Estados Unidos, oscilando entre trabajos ocasionales entre una y otra universidad, un divorcio, una creciente incapacidad para escribir, y años después, la enfermedad, el ataque cardíaco y la muerte solitaria en Auburn, Alabama, donde estaba dando clases. Estas circunstancias no las menciono como una justificación estética de su obra trunca. La obra solo puede justificarse a sí misma, pero el contexto ayuda a comprenderla. La literatura conoce muchos exilios, la posibilidad de escribir –y de leer– no está sujeta a los determinismos de la historia. Volvamos entonces a la poesía palpitante de Padilla. Volvamos a leerla entre sus silencios y los ruidos de la historia.