Después de un año movido y alta exposición mediática, en noviembre de 2021, nos sentamos a conversar con Pilar Quintana. No solo su novela Los abismos había recibido el Premio Alfaguara a principios de ese año, sino que La perra (2017), traducida al alemán por Mayela Gerhardt, había recibido en septiembre el LiBeraturpreis. En Colombia, llevábamos años leyéndola. Los relatos de Caperucita se come al lobo (2012) resonaban en distintos contextos, y sus novelas previas, Conspiración iguana (2009) y Coleccionistas de polvos raros (2010) presentaban exploraciones temáticas y formales relevantes para lo que vendría después. En aquella conversación de noviembre empezó a tejerse la entrevista que presentamos a continuación.
Ingrid Luna López y Óscar Daniel Campo: Háblanos un poco sobre la experiencia que has tenido en un paisaje cultural en Colombia todavía dominado por hombres. ¿Cómo ha sido tu experiencia? ¿Crees que estamos en un momento distinto para las mujeres escritoras?
Pilar Quintana: Vengo de una sociedad y familia conservadoras que se creen liberales. Siempre fui mucho más liberal que mi familia, mis compañeras de colegio o mis primas. Siempre fui feminista. Pero hasta mediados de los 2000 la palabra “feminista” tenía una carga negativa, eran unas señoras amargadas que quemaban brasieres y odiaban a los hombres, que tenían bigote y pelos en las axilas. A los 15 años tuve una discusión súper acalorada e infantil con una prima que decía que los hombres debían cargarnos las maletas y corrernos las sillas. Yo le decía: “¿Por qué? Si yo puedo cargar mi propia maleta”. Ahora a mí no me importa que me carguen la maleta. Siempre fui feminista, pero no me identificaba como tal. Mi proceso para nombrarme feminista tuvo que ver mucho con las cosas que me pasaron en la vida, después, profesionalmente, y cuando quise ser y fui mamá. Ahí el machismo me pegó bofetadas en la cara.
Salí de la universidad y trabajaba como libretista de televisión; siempre he vivido de escribir, no libros, pero siempre de la escritura o de oficios afines a la escritura. Tuve buenos trabajos hasta que decidí renunciar a todo y hacerme escritora. En la primera entrevista después de publicar un libro me preguntaron si mi escritura era femenina. Me parecía absurda la pregunta porque a Ricardo y a Antonio, dos amigos escritores de mi generación, jamás les preguntaban si su escritura era masculina. Lo de ellos era literatura. A la mía siempre le ponían la etiqueta de femenina o erótica. Me daba mucha rabia, porque empecé a darme cuenta de que eso era misoginia. Como soy mujer, mi escritura tienen que separarla y ponerla en una biblioteca aparte, darle esa etiqueta porque en realidad la literatura la hacen los hombres. Las mujeres hacen una cosa que se llama literatura erótica o literatura femenina. Empecé a pelear contra eso en las entrevistas y en las mesas en que me ponían. Decía: “No quiero hablar de esto, quiero hablar de literatura, pregúntenme cómo construyo mis personajes, cómo escribo”. Ese ha sido mi lugar.
ILL y ODC: Desde ese lugar, sin embargo, terminaste asumiendo el reto de coordinar la Biblioteca de Escritoras del Ministerio de Cultura. ¿Cómo ha sido eso?
PQ: Cuando publiqué mi primera novela, Laura Restrepo se ganó el Premio Alfaguara. Yo vi y dije: “Una mujer y colombiana se puede ganar este premio”. Para mí eso fue muy importante, creo que ella fue la primera escritora mujer colombiana que leí y yo ya tenía 32 años. Luego, cuando empecé a nombrarme feminista, vi cuánta literatura de mujeres tenía y cuánta de hombres. Mi tradición literaria era masculina porque sólo había leído hombres, de la tradición literaria colombiana. En el colegio no me pusieron a leer ni una sola escritora colombiana y yo tenía una muy buena profesora de literatura que, además, fue íntima amiga de Elisa Mújica y de María Mercedes Carranza. No es que mi profesora no las conociera, eran amigas. Haciendo la Biblioteca de Escritoras Colombianas ves cómo todas eran amiguísimas. Se habían leído entre ellas, pero en el colegio no leímos una sola mujer. Entonces, así como conozco mi tradición literaria colombiana hecha por hombres, tengo que conocer mi tradición literaria hecha por mujeres, las que hicieron que pudiera ser escritora. Para mí fue tremendamente iluminador, porque ahorita nos creemos que estamos hablando sobre maternidad, sobre dar teta, sobre abortos, sobre pérdidas, y que eso antes no se hacía. Vos lees a las mujeres desde 1500 y están escribiendo sobre lo que estamos escribiendo las mujeres ahora también. Para mí eso fue muy iluminador porque no es que no existieran, ni que nosotras seamos las genias que lo estamos descubriendo. No estamos descubriendo nada, estamos siguiendo una tradición.
ILL y ODC: Precisamente un eje transversal en tu obra son los diversos tipos de maternidades. En La Perra, por ejemplo, Damaris anhela tener un hijo pero es una mujer infértil en el lugar más fértil del planeta. Están Claudia y Gloria Inés asumiendo el costo de la maternidad. También vemos mamás que están en el ojo público porque son mamás-celebrities. Observamos un “espectro de maternidades”, para evitar el otro término de “maternidades fallidas” con el que también se ha descrito tu obra y que te molesta. ¿Por qué te interesa este tema y cómo fue el proceso de descubrirlo?
PQ: Cuando vivía en la selva me leí Yerma, de Federico García Lorca, que es una historia de una mujer infértil. Dije: “Bacanísimo, me gustó mucho, a mí me gustaría leer esta historia contada por una mujer”. No porque Yerma estuviera mal, sino porque quería ver cómo una mujer cuenta su propia infertilidad y la de otras mujeres. Yo no quería tener hijos entonces, así que a mí me pareció que no iba a poder contar eso.
Un tema que sí me interesaba —y que ahorita me doy cuenta de que es lo único que he contado siempre— es la animalidad del ser humano. Creo que nosotros estamos guiados por el instinto y que la racionalidad no nos separa de los animales, sino que es una característica animal. Así como las luciérnagas tienen una luz en la barriga, nosotros somos racionales. La racionalidad es animal. Siempre me gustó mucho explorar eso. Mis primeros trabajos son sobre sexo y gente tirando, porque tirando uno se quita la máscara y se quita la ropa y, si uno no se deja llevar por el instinto ahí, eso es un mal polvo. El deseo no pasa por lo racional, el deseo es instinto.
Cuando me dieron ganas de tener un hijo vi que ese deseo tampoco pasaba por lo racional, que tenía la misma naturaleza del deseo sexual. Uno no dice: “¡Ay, quiero tener un hijo porque qué maravilla!”, uno tiene un hijo y cuando lo tiene uno dice: “Marica, ¿yo qué putas hice?”. Ahí ya racionaliza lo que hizo. Pero el deseo de tener un hijo, como me pasó a mí (porque hay diferentes maneras de tener un hijo), es avasallador y no pasa por lo racional. Tenerlo en la barriga, parirlo, dar teta, quererlo como quiero a mi hijo, eso tampoco pasa por la racionalidad. Ese amor es como el de una leona que quiere a su cachorro. Ahí se volvió un gran tema, ahí dije: “¿Cuál sexo? Ya hice mucho sobre sexo. Aquí tengo una veta, encontré una veta para explorar la animalidad”.
Cuando comencé a escribir La perra, estaba el movimiento feminista muy visible en redes. Veía a cada rato la reivindicación de las mujeres que no querían tener hijos. A mí me parece bacanísimo. Fui una de esas mujeres. Pero yo pensaba: “¿Quién reivindica a las mujeres que sí quieren tener hijos? Si vos sí querés, ¿cómo te sentís ahí como mujer y como feminista? Cómo te sentís cuándo tu tía, tu abuelita y toda la comunidad te dice: “¿Pa’ cuando vas a tener bebés?”, y no podés decir, juepucha, llevo dos años intentando y no quedo embarazada porque eso es un tema vedado. Ahí surgió La perra, en eso.
Cuando escribí La perra había salido una novela que se llama Canción dulce de Leila Slimani. Leí reseñas de ambos libros donde decían que eran sobre maternidad fallida. El libro de Leila trata de una mujer que tiene dos hijos porque quiere, decide tenerlos y dice: “No quiero quedarme en la casa, qué pereza, me quiero ir a trabajar porque me gusta trabajar y desarrollar mi parte laboral”. Las reseñas repetían que este libro era sobre maternidad fallida. ¿Jueputa, o sea que todos los padres en la historia del universo son padres fallidos porque se van a trabajar y les gusta más irse a trabajar que quedarse en casa cuidando al muchachito? Yo decía: “¡Qué cosa tan injusta que se juzgue así a una mujer que quiere seguir trabajando y es mamá!”. Es como si una mujer que es mamá sólo puede ser mamá y tiene que estar solo con el niño: “Solo trabajo por necesidad, en realidad quisiera estar en la casa con mis niños”. No, yo trabajo porque quiero y porque me gusta. Porque también es chévere no estar con mi hijo, porque la maternidad es dura y difícil. Yo lo busqué y quise a mi hijo, pero es delicioso irme cinco días de viaje y estar en una cama sola sin que nadie me joda. Eso no es una madre fallida, eso es una madre normal. Todas las mamás sentimos eso, lo que pasa es que no podemos decirlo.
Quiero contar que la experiencia de la maternidad no es una, es múltiple. Que una mujer está feliz siendo mamá un día, y al otro quiere huir de su casa y no volver a ver al marido ni a los hijos, y fantasea con irse a una isla desierta y que nadie la joda, pero que no lo va a hacer y que quiere a sus hijos. Quiero narrar eso.
ILL y ODC: Mencionaste que tus primeros cuentos fueron sobre el sexo y su naturaleza animal. Quisiéramos detenernos ahí, en tu libro Caperucita se come al lobo. Allí hay un cuento muy perturbador, “Violación”. Uno va llegando al final rápidamente —es un cuento de tres páginas— y sabe para dónde va, pero como que no quiere leerlo. Nos gustaría preguntarte por ese final. Cuando uno lee sobre el abuso la tendencia es mostrar la culpa, el asco, el resentimiento, la violencia. Pero aquí tú narras el abuso desde un ángulo más íntimo, más sutil y ambiguo. ¿Por qué te interesó abordar el abuso desde ahí? ¿Cuáles fueron los retos?, ¿qué quieres que el lector, la lectora se llevé de ese cuento?
PQ: Escribí ese cuento cuando vivía en la selva. Bajé al pueblo y estaba charlando con unos amigos que tenían un hotel allá. Había habido un caso de una pelada de trece años, a punto de cumplir catorce, que tenía un novio de veinticuatro. O sea, era legalmente una violación, ¿verdad?, porque en Colombia a los catorce ya no es violación, esa es la edad de consentimiento. Era como una pelada en ese borde, creo que la pelada del cuento sí tenía catorce. Discutíamos si eso era una violación o no.
Al man lo llevaron preso y la pelada lloraba porque era su novio. La pelada no quería y le decía al papá: “¿Por qué lo denunciás?”. Ahí yo dije: “¿Cuándo es violación?”. Leí lo que decía el Código Penal sobre cuándo es estupro, acceso carnal, consentimiento. Esa noche no pude dormir. A veces hay cuentos que escribo en una especie de delirio, que me salen, y solo me pasa con los cuentos. Me dan susto esos cuentos porque generalmente son rarísimos, horribles y los dejó por allá. Éste era uno así. Lo anoté en una libreta y lo dejé por ahí escondido. Pensé: “No esa cosa que escribí tan espantosa… Una niña que disfruta una violación, juepucha… qué cosa tan inmunda, y lo dejé ahí oculto”. Luego pasaron meses. A veces lo leía y le corregía una palabra, no mucho. Un día me llamaron y me pidieron un cuento para una antología, y no tenía nada sino ese. Se lo envié a mi editor y pregunté si era publicable. Me dijo: “Sí”. Y ya. Lo publiqué, lo corregimos, lo editamos un poquito, no mucho, el cuento era igual. Y lo publiqué.
Muchas veces reflexiono a través de los lectores. Las obras no se completan sino con el lector. Empecé a reflexionar el cuento con las lecturas de los demás. Descubrí que en mi imaginario y en lo que nos enseñaron en el colegio o las mamás, estaba que teníamos que cuidarnos en los parques y no salir de noche porque ahí estaban los violadores. A mí lo máximo que me dijeron de cómo podía pasar una violación era que cuidara la gaseosa o el trago en las fiestas. Ese era el violador… como más cercano. Pero los violadores más cercanos están en tu casa, y son el hombre de confianza, tu papá, tu primo, tu tío, el padrastro… ese cuento narra eso.
Una amiga tiene una fundación de los derechos reproductivos en Cali. A ella le encanta que lean “Violación” las niñas y los niños con los que ella trabaja. Yo le pregunté: “¿Por qué haces eso?”. Me dijo: “Porque aquí las niñas violadas que llegan, por lo general, la mayoría no saben que fueron violadas. Ellas fueron seducidas y estaban enamoradas. Este cuento me sirve para contar ¿esto qué fue?, ¿se enamoraron o es una violación? Allí ella abre la discusión y las niñas al final dicen: ‘yo fui violada’”. Ese es el gran drama de la violación. Cuando nos violan nosotras no podemos ir a la policía y decir me violaron, me sacaron un cuchillo y me obligaron. Porque las niñas no saben que fueron violadas, piensan que ellas lo dieron por amor. Y se dan cuenta a los treinta y cinco, en terapia, que fueron violadas.
ILL y ODC: Después del Premio Alfaguara hay muchas entrevistas centradas en Los abismos y la maternidad. La contracara de eso son las paternidades que tú presentas. Paternidades que van desde el padrastro del cuento “Violación” hasta ese papá que es un abismo en sí, un abismo de silencio, que ese es el papá de Claudia en Los abismos.
PQ: El escritor es como un actor que debe ponerse en el lugar del otro. A mí me ha interesado contar esta sociedad en la que crecí, o también las que he visto. La de La perra no es la sociedad en la que crecí, pero es otra sociedad donde también hay camisas de fuerza. Me gusta mucho mirar esas camisas de fuerza que la sociedad le pone a la gente. Me interesa lo que esas camisas de fuerza, el patriarcado, nos hizo a nosotras, pero también lo que les hace a los hombres.
Ahora, así como dije lo de Yerma, a mí me gustaría ver a los hombres contando lo que el patriarcado les hizo. Los hombres de mi generación colombianos y latinoamericanos no lo están haciendo tanto como lo estamos haciendo las mujeres. Quiero leer una novela de un man que diga: “A mí me tocaba comerme a todas las mujeres que me lo pedían porque me educaron para comerme a todas las mujeres que me lo pedían así yo no quisiera”. Me gustaría ver ese tipo de cosas contadas.