Cuando visitó el estado de Oklahoma en 2016, Nadia Villafuerte —la primera autora destacada de LALT— dijo algo que me ha acompañado desde entonces. Ojalá pudiera recordar sus palabras exactas, pero sé que fueron algo así como “Este lugar me recuerda a casa”. Nadia es de Chiapas, el estado más al sur de México, y ningún elemento geográfico, topográfico o estético de Oklahoma se me hizo demasiado semejante a cualquiera de su tierra natal. Por consiguiente, pensé y pienso que tal vez exista otro factor que hace que Oklahoma sea particularmente análoga a ciertos territorios al sur de la frontera de Estados Unidos con México: un factor más ontológico que geográfico, surgiendo quizás de nuestras múltiples historias paralelas de invasión, reasignación y despojo. He tenido esta noción en mente a lo largo de los más de cinco años que he trabajado en LALT. Me da razones para creer que, de cierta forma, Oklahoma es el lugar correcto desde el cual traducir la literatura latinoamericana al inglés.
Esta afirmación puede parecer algo inverosímil a primera vista. Oklahoma constituye el corazón del llamado “flyover country”: la región de Estados Unidos sobre la cual uno vuela para llegar a las regiones en donde las cosas realmente pasan, o en donde las cosas que pasan realmente importan. Oklahoma, por lo menos en la actualidad, es abrumadoramente conservadora en términos políticos, lo cual no pareciera muy propicio para la suerte de cosmopolitismo que daría lugar a un foco de traducción literaria. Y, con cuatro millones de personas esparcidas sobre setenta mil millas cuadradas, la posibilidad de generar los espacios y encuentros necesarios para una comunidad floreciente de traductores pareciera más remota en Oklahoma que en Nueva York o Los Ángeles.
Por suerte, todos estos conceptos son erróneos. Puede ser que Oklahoma, como América Latina, sea descartada como menos relevante desde una perspectiva elitista estadounidense, pero yo nací y crecí aquí (en la pequeña ciudad de Ardmore, para ser preciso), y mis veintinueve años me han enseñado que muchas cosas pasan en este lugar, y que muchas de ellas sí importan. Puede ser que los males políticos de Oklahoma, como los de América Latina, parezcan impedir la creatividad, pero de hecho la impulsan. Y puede ser que Oklahoma, como América Latina, sea considerada una tierra periférica, pero muchas veces la periferia es el lugar en donde uno puede respirar más hondo, y en donde uno tiene más espacio para crecer. En breve, existen muchas razones por las cuales creer que Oklahoma no es el entorno natural para la literatura latinoamericana en traducción, pero ninguna de estas razones hace que no lo sea, y, en efecto, lo es.
El movimiento se demuestra andando. Si tiene sentido o no, el estado de Oklahoma —y mi hogar adoptivo de Tulsa en particular— ha producido y alojado a una gran cantidad de traductores notables, de literatura latinoamericana y de otras literaturas. Esto sigue hoy en día, gracias en gran medida al Tulsa Artist Fellowship, un programa de residencia artística bajo los auspicios del George Kaiser Family Foundation que actualmente nos apoya a cada uno de los traductores incluidos en el presente dossier, así como a mí también. Cabe notar que nosotros cinco no somos ni de lejos los únicos traductores en Oklahoma. De hecho, no somos tampoco los únicos traductores apoyados por el Tulsa Artist Fellowship, que también cuenta con Kaveh Bassiri, quien traduce del persa al inglés, y con Jae Kim, quien traduce del coreano y del japonés al inglés. Mis amigos Daniel Simon, Grady Wray, David Shook, Boris Dralyuk y Beverly Pérez Rego también merecen ser mencionados como miembros del panteón de traductores oklahomeños. Los brillantes traductores incluidos en este dossier —Jennifer Croft, George Henson, Steve Bellin-Oka y Rhett McNeil— se encuentran bien acompañados.
Leyendo sus aportes, estoy seguro de que estarás de acuerdo conmigo en que éste sí es un lugar especial para la traducción. En la primera entrada, Jennifer Croft, nacida y criada en Tulsa, presenta un adelanto exclusivo —titulado, apropiadamente, “Traducción”— de su traducción de Desarticulaciones de la escritora argentina Sylvia Molloy, que saldrá en octubre por Charco Press. Este breve texto es un recordatorio de la permanencia de la traducción en la comunicación humana, y no me puedo imaginar ninguna mejor portadora de este mensaje que Jenny, una traductora y escritora eminente y merecidamente premiada que ya cuenta con un Premio Internacional Booker (por su traducción de la Nobel polaca Olga Tokarczuk, titulada Flights en inglés) y que, dentro de los pocos meses desde que la conocí, no sólo ha salido en la lista corta de otro Premio Internacional Booker (esta vez con The Books of Jacob, otra traducción de Tokarczuk) sino también ha recibido una Beca Guggenheim por su propia novela en proceso, Amadou. No trataré de contar la biografía de Jenny aquí (véase su aclamada autobiografía, Homesick, escrita originalmente en castellano); basta decir que es obvio que ingirió una fuerte dosis de lo que haya en el agua de estas tierras para haberse convertido en la traductora, autora y defensora del reconocimiento de los traductores, renombrada a nivel global, que es hoy en día.
Mi querido amigo y colaborador por mucho tiempo, George Henson, también habrá ingerido una generosa porción de las aguas tan ricas en microbios traductorios que tiene Oklahoma. Nació a la vuelta de la esquina de Tulsa en la pequeña ciudad de Sapulpa, y su familia habita aquí desde 1880, viviendo por un tiempo en la que ahora se reconoce como la casa más antigua que se conserva en Tulsa. Su aporte al presente dossier también es un adelanto exclusivo de una próxima publicación: su traducción de Vivir Venecia, del autor argentino Abel Posse, que saldrá pronto por Betimes Books bajo el título A Long Day in Venice. Esta traducción representa un cambio de estilos y escenarios para George, como él mismo describe en la generosa nota que acompaña el texto; traduce la obra del clásico moderno de México, Sergio Pitol, desde antes de que yo lo conociera, lo cual, a estas alturas, es mucho decir. George fue el primer editor de traducciones de LALT, y sigue colaborando con la revista como editor independiente de traducciones, dándoles a sus talentosos estudiantes del Middlebury Institute of International Studies la oportunidad, en muchas ocasiones, de publicar sus primeras traducciones en una revista literaria. El estimado mexicanista Ignacio Sánchez Prado acertó al referirse a George como “uno de los traductores literarios más importantes que trabaja hoy día en Estados Unidos”, en Los Angeles Review of Books, y tengo la suerte de contar con él como colega y —como nunca me canso de decir— como “fellow Fellow”.
A continuación, presentamos un cuento conmovedor de la colección Sobrada inocencia de la escritora mexicana Andrea Candia, bellamente traducida como An Abundance of Innocence por el poeta y traductor Steve Bellin-Oka. Steve fue el primer Tulsa Artist Fellow a quien vi “en acción”, por así decirlo, leyendo algunos de sus propios notables poemas en un bar de jazz oculto en un sótano de Tulsa, antes de la pandemia y antes de que yo tuviera cualquier indicio de que, algún día, me uniría a las filas del Fellowship. Steve es un trasplante en Tulsa, pero no dejes que sus orígenes en Baltimore te engañen: es una parte integrante de la comunidad literaria de Tulsa, aún más a través de Tulsa Glitterary, una organización de escritores LGBQT+ que Steve fundó y que dirige con el apoyo del Fellowship, presentando una conferencia anual y una serie de recitales literarios mensuales. Tuvimos el gusto de publicar las traducciones que hizo Steve de poemas del libro Una frontera transparente del escritor mexicano Rodrigo Figueroa —un amigo de la revista con sus propios vínculos con Oklahoma, por cierto— en nuestro Nro. 16, poniendo a Steve entre los primeros Tulsa Artist Fellows en publicar en LALT. Estoy encantado de que la revista haya servido como una vitrina para destacar el trabajo de Steve, y ahora de otros traductores de Tulsa. El oficio poético de Steve brilla a través de sus traducciones (incluso cuando se tratan de traducciones de prosa, como en este caso), y Tulsa tiene mucha suerte al contar con él en su equipo.
Hablando de equipos, el cuarto y último traductor incluido en este dossier es un compañero de equipo más allá del trabajo inherente a la traducción. Mi amigo Rhett McNeil es un polifacético artista y crítico literario que traduce del castellano, el gallego y el portugués, como en el caso del impresionante fragmento de Homem de Papel, del aclamado novelista brasileño João Almino que presentamos aquí. Yo experimenté el trabajo de Rhett por primera vez leyendo su traducción del castellano de Intento de escapada de Miguel Ángel Hernández —un libro que todavía recordaba con afecto cuando, años después, tuve la alegría de ver su nombre en la lista de los Tulsa Artist Fellows—. Rhett es originario de Texas, el estado vecino y archirrival de Oklahoma, pero tiene lazos familiares con Tulsa; se le puede perdonar, pues. Como Steve, Rhett no es sólo artista por derecho propio, sino también impulsor de la comunidad artística. Es fundador y director de Left Field Books, una editorial independiente con sede en Tulsa que se dedica a traducir y publicar literatura internacional de vanguardia; pronto sacará sus primeras ediciones. También fundó y dirige el Tulsa Sandlot Society, un club social de béisbol que combina el deporte con la pompa pública. Rhett encarna la creatividad desenvuelta que caracteriza la escena artística de Tulsa, y su presencia aquí sólo aumenta la atracción traductoria de Oklahoma.
Por parte de todo el equipo de LALT, quisiera expresar mi más sincero agradecimiento a Jenny, George, Steve y Rhett por compartir su trabajo, y al Tulsa Artist Fellowship por apostar por los traductores y por cimentar el renombre de Tulsa como un foco internacional de la literatura en traducción. Agradecemos también a nuestros amigos y colegas de World Literature Today por el papel esencial que han jugado para crear un hogar para la traducción literaria, a lo largo de 95 años y más de 400 ediciones. Estamos orgullosos de seguir sus pasos. Con entidades como TAF y WLT al timón, el futuro de la traducción en Oklahoma está en buenas manos.
Los traductores siempre estamos a la caza de palabras cognadas —términos de diferentes idiomas, pero “emparentados morfológicamente”, según el diccionario de la RAE—. No logro deshacerme de la sensación de que, por las raíces, los apuros, y la brillantez no reconocida que tienen en común, Oklahoma y América Latina son, en cierto sentido, lugares cognados: territorios cognados, si se quiere, que se acercan cada vez más con cada palabra que se traslada de una lengua a otra. Espero que, leyendo a los traductores de Tulsa, cuyo trabajo compartimos en este dossier, te permitas llegar a la misma conclusión, cósmica y conmiserativa.