Nota del editor: Este texto fue escrito en 2021, 700 años tras la muerte de Dante, y por lo tanto se refiere al año 2021 como “este año”.
En septiembre de este año se cumplieron 700 años de la muerte de Dante Alighieri, lo que suscitó numerosos homenajes. ¿Por qué celebramos 700 años después a un autor como Dante Alighieri? ¿Lo hacemos por haber escrito libros y, entre todos, esa obra monumental que es la Divina comedia? ¿Pero cómo es que permanece vigente un libro después de 700 años? ¿Cómo nos dice algo todavía un libro que nace de la purga personal de un hombre atribulado por problemas políticos en la Baja Edad Media y que está enamoradísimo de una mujer que nunca lo amó y que murió joven? La respuesta surge inmediatamente: “porque es un clásico”. Pero, ¿qué es un clásico? Clásicos, diría, son aquellos libros de los que no podemos dejar de hablar. Y para hablar de libros, debemos leerlos. De modo que un clásico es un libro que no podemos dejar de leer y del que no podemos dejar de hablar aunque pasen los siglos.
Quiero recorrer estas preguntas y ofrecer al menos una respuesta a por qué celebramos este año a Dante. Titulé este texto “Dante y Borges” porque la respuesta que voy a brindar me la ofrece, a su vez, Borges. En Borges encuentro la clave para comprender cómo es que la Comedia es un libro que no podemos dejar de leer y del que no podemos dejar de hablar. Voy a enlazar a estos dos autores, uno que nació en Florencia en 1321 y otro en Buenos Aires en 1899. Primero hablaré de Borges, de su concepción de la literatura para, desde allí, llegar a Dante.
Toda la obra de Borges se desarrolla a través de un mecanismo de referencias y citas internas y extratextuales. En sus escritos siempre hay alusiones a otros autores, a filósofos, a estudiosos de la literatura, y desde estas referencias él ensambla su concepción metafísica de la literatura. Muchos autores sostienen que la literatura se alimenta de la realidad; para Borges, en cambio, el ser de la literatura es la misma literatura: un libro está hecho de libros y constituye, por ello, un mundo. Consecuentemente, una biblioteca compuesta de esos mundos es el universo. Entonces, la literatura es para Borges un universo, y como todo universo, desborda el tiempo y el espacio; es infinita. Pero, ¿cómo puede la literatura ser infinita si, puestos a contar, algún día podríamos definir cuántos libros componen el patrimonio literario de la humanidad? Pero, para Borges, la certidumbre de que una literatura hecha de literatura es infinita, es un hecho irrefutable. Para mostrar por qué y cómo esto es así voy a hablar de un libro de ensayos que Borges le dedicó a la Comedia, publicado en 1982 y que lleva por título Nueve ensayos dantescos.
Ya el título es significativo: son nueve ensayos los que destinará a Dante, como son nueve los círculos del Infierno y los cielos del Paraíso en la Comedia. Así como Virgilio guio a Dante en su libro, él (Borges) nos guiará a nosotros sus lectores por este otro libro surgido del dantesco. En cada uno de estos ensayos, Borges toma un episodio de la Comedia que ha suscitado variadas interpretaciones y controversias y nos ofrece su propia lectura. Primero expone el episodio, luego nos presenta algunas interpretaciones formuladas por hermeneutas del texto para, a su vez, comentar esas interpretaciones; luego recupera el episodio original de Dante para presentarnos una nueva lectura posible, que es la suya. Por ejemplo: en “El falso problema de Ugolino” hace referencia al “famoso verso 75 del canto penúltimo del Infierno”: Ugolino está encerrado junto con sus cuatro hijos en una prisión. Están tapiados. Allí Ugolino ve cómo van muriendo sus hijos de hambre uno tras otro y luego se queda ciego. Habla con sus hijos muertos, los palpa y llora. Dante culmina la escena con estos versos en boca de Ugolino: “al fin, pudo en mí más el hambre que el dolor”. La controversia que ocupó a múltiples intérpretes de Dante a lo largo de los siglos y que Borges recoge es si este verso significa que Ugolino finalmente murió de hambre al igual que sus hijos o si finalmente Ugolino se comió a sus hijos por hambre. Borges nos muestra las respuestas a este dilema interpretativo que dan Chaucer, Rambaldi de Imola, Francesco Torraca, Croce, etc., y habla de una “inutile controversia” en donde él mismo va a participar. La controversia es “inútil” porque nunca sabremos la “verdad” hermenéutica de ese verso. La versión de Borges sobre este episodio es que Dante no quiso que pensáramos que Ugolino comió a sus hijos, pero sí que lo sospecháramos. Dice:
Robert Louis Stevenson […] observa que los personajes de un libro son sartas de palabras; a eso, por blasfematorio que nos parezca, se reducen Aquiles y Peer Gynt, Robinson Crusoe y Don Quijote […]. De Ugolino debemos decir que es una textura verbal, que consta de unos treinta tercetos. ¿Debemos incluir en esa textura la noción de canibalismo? Repito que debemos sospecharla con incertidumbre y temor. Negar o afirmar el monstruoso delito de Ugolino es menos tremendo que vislumbrarlo.
De este ejemplo quiero extraer dos cosas importantes: la línea de lecturas que suscita un episodio de la Comedia y que arranca con Chaucer circa 1380 y culmina con Borges en 1982, y cómo estas lecturas generan una controversia interpretativa que es inútil, pero de la que, a pesar de su inutilidad, participamos.
Sobre el primer punto: lo que Borges nos muestra es una cadena de lecturas. Esos lectores son también escritores, como Chaucer por ejemplo, o el mismo Borges. Geoffrey Chaucer lee el episodio de Ugolino y lo integra en The monk’s tale, del ciclo de Canterbury a finales del siglo XIV. El episodio de Ugolino se reconfigura así en los Cuentos de Canterbury, los cuales son, a su vez, leídos por otros autores, quienes reconfigurarán episodios de los Cuentos de Canterbury (y de la Comedia) y generarán otros textos que serán a su vez leídos por otros autores que los configurarán en nuevos textos y así sucesivamente. Señalando esta cadena de lectura-escritura, Borges está definiendo el mecanismo que hace que la literatura sea expansiva, porque incorpora a la lectura como actividad inherente a la creación literaria, la coloca al mismo nivel que la escritura. Sin lectura, la literatura es un hecho muerto; pero con lectura, la literatura se abre, irradia, se revitaliza, continúa.
Pero hay más en lo que Borges dice en Nueve ensayos dantescos: para que, por ejemplo, este año celebremos a Dante, ha sido necesario no sólo que escribiera una obra como la Comedia, sino que esa obra fuera leída y comentada por otros. Apunta Borges en Ficciones la clave de esta dinámica: “mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario”. La clave, entonces, está en esta actividad que supone comentar un texto. Vamos a ver cómo funciona.
Hay un libro al que acudimos con frecuencia aquellos que trabajamos con textos: El orden del discurso, de Michel Foucault. En este libro, Foucault estudia cómo funcionan y se regulan los discursos, y habla del comentario. Foucault sostiene que hay procesos externos e internos de control de los discursos: entre los primeros, considera a la palabra prohibida, la oposición entre razón y locura y la voluntad de verdad; entre los segundos, destaca al autor, a las disciplinas y al comentario. Distingue dos tipos básicos de discursos que circulan por las sociedades: discursos que se dicen, efímeros, cotidianos y que desaparecen poco después de nacer; y discursos que son dichos, discursos que se quedan, que son originarios porque desde allí brotan nuevos actos de palabra. En estos últimos sitúa Foucault a los textos literarios, porque tienen la extraña naturaleza de estar dichos y, no obstante, estar siempre por decir; ser, en definitiva, susceptibles de comentarios que los retomen, los transformen, que hablen de ellos, que incluso los trasciendan.
Esto no quiere decir que todo texto literario susceptible de comentario permanece. Ocurre que hay textos que fueron fundamentales en su momento pero que no tienen larga vida de lectura y desaparecen; o también puede suceder que un texto que es comentario de otro crezca y termine tomando el lugar del primero, como ocurre por ejemplo con La condesa sangrienta, de Alejandra Pizarnik, más leído y comentado hoy que el libro del que es comentario, La condesa sangrienta, de Valentine Penrose. No ocurre esto, como ya vemos, con la Comedia, texto fundamental que perdura. Pero si nos dejamos convencer por Borges en Nueve ensayos dantescos, veremos que otros textos fundamentales de la historia literaria son al cabo reconfiguraciones de la versión primera, que es la de Dante. Borges lo dice en “El último viaje de Ulises”: Dante encuentra a Ulises, el de Homero, en el canto XXVI del Infierno. Pero este Ulises es diferente porque narra cómo su ambición de conocimiento lo llevó a la imprudencia de aventurarse más allá del estrecho de Gibraltar y eso fue causa de su muerte y la de sus compañeros. El Ulises de Homero nunca fue más allá del Mediterráneo, y si era imprudente, esa imprudencia era superada por su astucia. El Ulises de Dante es de rasgo muy diferente, es un Ulises pecaminoso y es este Ulises, no el de Homero sino el de Dante, el que, nos dice Borges, luego será el Ulysses de Tennyson o el Capitán Ahab de Moby Dick.
La literatura, según se desprende de los ensayos dantescos, está conformada por la escritura y por sus comentarios, y estos últimos toman la forma de un diálogo transhistórico entre lectores-autores que actualizan y vuelven a actualizar cada vez ciertos textos en lo que constituye una fuente inagotable de sentidos. Por eso la literatura es un universo, por eso es infinita. Ya vemos aquí que Borges tira por tierra aquella vieja idea que señala al autor como causa de un efecto que es la lectura, ya que el comentario como ejercicio medular del hecho literario supone una escritura que se desprende de una lectura que se desprende de otra escritura que se desprende de otra lectura…
De ahí, entonces, el segundo aspecto que señalé arriba: la inútil controversia que supone extraer un sentido último de una lectura. Extraer una “verdad” hermenéutica supondría llegar a un comentario definitivo, un comentario que no fuera susceptible de ser comentado, y eso sería el fin del hecho literario. Cuando se integra de esta manera a la lectura-comentario en el acto creativo de la literatura, lo que queda claro es que una obra siempre contiene más de lo que expresa. El comentador que Borges concibe se mueve por el texto que comenta con idéntica libertad que el autor y tiene, incluso, el mismo derecho a imaginar como lo tuvo Dante al modificar el Ulises de Homero. En otro libro de ensayos de Borges, Siete noches, nos cuenta cómo “Aladino y la lámpara maravillosa”, una de las historias más representativas de Las mil y una noches, no aparece en las versiones originales. Sólo aparece a partir de la traducción francesa de Galland. Muchos acusaron a Galland de falsificar la narración, pero Borges estima que esa acusación es “injusta y maligna”, porque Galland, como lector (traductor) del texto árabe, tuvo el mismo derecho de imaginar que tuvieron los fabuladores del texto árabe.
Para terminar quisiera decir que, para Borges, entre tantas lecturas complejas de la Comedia, hay una muy simple que él retoma en este mecanismo de lectura-escritura que he mostrado (para imaginar uno de sus cuentos más emblemáticos). En los dos últimos textos de Nueve ensayos dantescos, Borges nos habla de Beatriz y de Dante, y nos dice básicamente que la Comedia es un libro de amor. Dice allí que Dante “edificó” uno de los libros más grandes de la literatura para poder encontrarse nuevamente, aunque fuera en la ficción, con Beatriz, y que aunque Dante quizás existió muy poco para Beatriz, Beatriz existió infinitamente para Dante (y para nosotros). Retoma esta misma idea en “El Aleph”. En este cuento, Borges, que es también personaje, vive sumergido en la melancolía de haber perdido a la mujer que amaba, Beatriz Viterbo. Por invitación del primo de esta otra Beatriz, Daneri (de evidente familiaridad sonora con Dante Alighieri), baja al sótano de la casa para ver todo el universo en un punto, en el aleph. Es la única oportunidad que tiene de volver a ver a Beatriz Viterbo viva. Y allí entonces, por un instante, vuelve a ver a la mujer que amaba, con la que jamás tuvo una relación y que murió joven. Luego el aleph desaparece y la pierde definitivamente, de igual manera que Dante perdió a Beatriz Portinari después de que ella lo mirara y le sonriera por última vez antes de volverse y fundirse con la eterna fuente de luz divina.