En el amplio repertorio de notas, artículos, entrevistas, prólogos, epígrafes, referencias explícitas o implícitas en sus poemas o narraciones, mediante el cual Álvaro Mutis (1923-2013) dio prueba de su infatigable condición de lector precoz, constante y heterodoxo, sobresalen dos conferencias que impartió en el año 1965 en la Casa del Lago de la Universidad Autónoma de México. En ellas, además de corroborar y ampliar el heterogéneo catálogo de referencias literarias con el que su universo literario estableció significativos vasos comunicantes, también es posible identificar un significativo conjunto de propuestas literarias del que, con sus debidos matices, se apropió para desarrollar sus propias prácticas escriturales.
Una de las señas de identidad del universo poético contenido en la Summa de Maqroll el Gaviero es la denominada heteronimia poética. Aquella práctica consistente en concebir determinadas voces poéticas que se diferencian de una voz poética susceptible de ser relacionada de manera diáfana con el yo biográfico de su creador. En el modelo concebido por Fernando Pessoa existe la posibilidad de otorgar una plena autonomía a la voz heterónima frente a la voz autorial, sus visiones de mundo y la manera de plasmarlo en sus discursos difieren totalmente. Un punto intermedio lo constituyen las voces ortónimas que sí mantienen determinados puntos de encuentro con la voz autorial, sobre todo en la visión de mundo que comparten. Otro modelo fue el que ideó Antonio Machado para dar vida a sus complementarios, aquellas voces semi-autónomas que siempre hicieron evidente su vínculo con otras voces, tal cual ocurrió con las de Juan de Mairena y su peculiar maestro Abel Martín. Estos dos modelos coexisten en la concepción de Maqroll el Gaviero, en cuanto voz poética. Pero existe una tercera variable que participa en la concreción del proyecto mutisiano, y es la que su creador abordó en una de las conferencias impartidas en 1965: la titulada “¿Quién es Barnabooth?”.
En julio de 1908 fue publicado en Francia un volumen de autor anónimo con el título de Poèmes par un riche amateur que incluyó: dos colecciones de poemas (“Borborygmes” y “Ievropa”), un cuento (“Le pauvre chemisier”), y una nota biográfica (“Biographie de M. Barnabooth” par X.M. Tournier de Zamble”). Cinco años después la Nouvelle Revue Française incluyó en su catálogo de publicaciones el libro A.O. Barnabooth, ses Œuvres completes, c´est à dire un Conte, ses Poésies et son Journal intime. Este último reemplazó en la nueva edición la otrora nota biográfica atribuida al apócrifo Tournier de Zamble. Esta nueva edición también hizo visible la identidad del hasta entonces autor anónimo de la anterior versión: el escritor francés Valery Larbaud (1881-1957). Esta peculiar irrupción del heterónimo concebido por Larbaud en el marco de la literatura francesa de comienzos del siglo XX es susceptible de equipararse con la que medio siglo después hiciera Maqroll el Gaviero, ahora en el ámbito de la poesía hispanoamericana. En ambos casos estaba en juego la autoría de un discurso y las mediaciones que debían presentarse para que finalmente llegase a manos del lector. En el caso de la propuesta de Larbaud fue clara la intención de atribuir la autoría de los poemas, el cuento y el posterior diario íntimo al ficcional Archibaldo Olson Barnabooth. Según lo consignado en su diario, éste era oriundo de Campamento (Arequipa – Perú) y descendiente de una familia sueca que desde finales del siglo XVIII buscó fortuna en el continente americano, probando suerte inicialmente en el valle del Hudson, luego en California y Cuba, y encontrándola finalmente en los Andes peruanos, donde el padre de A.O. se dedicaría a la explotación minera. En un primero momento el discurso A.O. Barnabooth estuvo mediado por un apócrifo biógrafo, Tournier de Zamble, que salió de escena rápidamente, dejando como únicos interlocutores de esta propuesta literaria a Larbaud y a su heterónimo. En la concepción y posterior devenir literario de Maqroll, el eterno apátrida, la triada autor, voz intermediaria y heterónimo estuvo presente de principio a fin. Lo que le permitió al escritor colombiano consolidar un proyecto que podría calificarse de “heteronimia complementaria”. En él hizo uso de manera indistinta de recursos provenientes de los modelos de Pessoa, Machado y Larbaud. Pero fue justamente en el balance de lectura que hizo de la obra del heterónimo de este último en el que plasmó una valoración susceptible de extenderse al conjunto de su propia obra:
Las circunstancias de la aparición en el mundo de las letras del personaje [Barnabooth], la razón de su existencia, pertenecen tan por entero al mundo particular de las preferencias, al marco de la vida de su autor y artífice [Larbaud], que se mezclan y confunden en muchos puntos, cuando no van paralelas por larguísimos trechos. […] la identidad existente entre A.O. Barnabooth, el rico amateur y Valery Larbaud, el amable erudito y hombre de letras por excelencia, heredero de ricos manantiales y vastos hoteles en Vichy y dueño de una gran fortuna, esta identidad sólo deja de existir cuando el personaje cumple con ciertos dictados del destino que le es imposible atender al autor. […]. He querido pasar fugaz y sucintamente por esta vida llena de esencias y de riqueza cordial [la vida de Larbaud], precisamente para que sea A.O. Barnabooth quien nos diga, a través de esa pudorosa tercera persona que son los personajes, cómo pensaba, cómo vivía o hubiera querido vivir y cuáles fueron las pasiones confesadas y secretas de Valery Larbaud.
Bastaría cambiar en el anterior fragmento de la conferencia los nombres de A.O. Barnabooth y Valery Larbaud por los de Maqroll el Gaviero y Álvaro Mutis para apreciarlo como una declaración de principios por parte de este último respecto a su derrotero creativo, en ese entonces en plena consolidación en el ámbito poético y posteriormente desarrollado también en el campo narrativo: la necesidad de concebir a un otro en el escenario de la ficción literaria para exorcizar a través de él los fantasmas existenciales del escritor, aunque aceptando el riesgo de la autonomía que el heterónimo puede alcanzar de cara a su creador.
La otra conferencia que impartió Mutis en 1965 en la Casa del Lago de la UNAM fue la que llevó por título “La desesperanza”. En ella el poeta y narrador colombiano realizó un particular recorrido por un conjunto de obras inscritas en el marco de la literatura occidental del siglo XX. Su viaje literario inició por los pasajes finales de la novela Victory (1915) de Joseph Conrad; de manera implícita evocó Die Aufzeichnungen des Malte Laurids Brigge (1910) de Rainer Maria Rilke; luego se detuvo en el prólogo de La suite dans les idées (1927) de Pierre Drieu la Rochelle, que abordó contrastándolo con Une saison en enfer de Rimbaud; más adelante recaló en La condition humaine (1933) de André Malraux, haciendo alusión también a otras obras del novelista francés como Les conquérants (1928), La voie royale (1930) y L´espoir (1937); regresó a Lisboa de la mano del heterónimo pessoano Álvaro de Campos, en la versión que tradujo al español Francisco Cervantes de “Lisbon revisited”; y su puerto de llegada fue la novela publicada pocos años antes por su compatriota Gabriel García Márquez: El coronel no tiene quien le escriba (1961).
Como balance de este viaje, Mutis estableció las cinco condiciones que regirían la existencia del desesperanzado, en cuanto figura paradigmática de la literatura contemporánea, a la luz de los casos estudiados. Estas condiciones serían: la lucidez que permite cultivar la desesperanza, la dificultad de comunicar a otros lo percibido en virtud de la anterior condición, la soledad en la que suele habitar el desesperanzado, la estrecha relación que establece con la muerte, y la reivindicación de un “carpe diem” circunscrito a un “breve entusiasmo por el goce inmediato de ciertas probables y efímeras dichas”. Estas cinco condiciones se convertirían en las principales señas de identidad de Maqroll el Gaviero una vez cumplió su tránsito entre los feudos de la poesía y los de la narrativa. En dicho periplo, no fue solo la voz heterónima sobre la que se articuló toda la estructura de la Summa de Maqroll el Gaviero (1947-2003), sino también encarnó al “marinero en tierra” que deambuló entre las tierras bajas, la tierra caliente y las tierras altas a lo largo de sus Empresas y tribulaciones (1986-1993). No en vano, en las conversaciones que sostuvo Mutis con Eduardo García Aguilar en plena concreción de dicho tránsito reiteró, casi tres décadas después, lo expuesto en la conferencia de 1965:
[La desesperanza es] una actitud resignada, una aceptación plena del destino, sin pedirle esa supuesta felicidad que el adolescente piensa que está a la vuelta de la esquina. […] [Y el desesperanzado es] el hombre que asume la responsabilidad de una tarea conociendo su inutilidad final, su pequeña vanidad, su ninguna importancia en el panorama del destino de los hombres, pero la cumple bien y a cabalidad como hombre y se manifiesta y se hace asimismo como hombre. Celebraciones y otros fantasmas. Una biografía intelectual de Álvaro Mutis (1993)
Una visión de mundo que, no aludía exclusivamente a los posibles de Maqroll el Gaviero como voz poética y posteriormente como personaje de novela, sino también al propio quehacer escritural de Mutis que desde sus inicios siempre reconoció sus límites, al punto de concebirse como un “trabajo perdido”. Pero que a pesar de esa conciencia crítica no optó por el silencio total, sino que se empeñó en llegar a aquellos que en mayor o menor grado también se asumieron como lectores desesperanzados. Por ello, si la conferencia sobre Barnabooth brindó significativas pistas sobre el proyecto de escritura heterónima que estaba consolidando en ese momento su autor en torno a Maqroll el Gaviero, la dedicada al llamado “meridiano de la desesperanza” ofreció la visión de mundo que compartiría el escritor con su heterónimo, y por extensión con sus posteriores lectores. Por ello no fue una exageración cuando pasada una década de haber impartido la conferencia en la Casa del Lago, Mutis le confesó a su colega Guillermo Sheridan que “[e]se ensayo cifra la esencia de todas mis lecturas, de mi situación y de mi posición ante todas las cosas”.
Una de las condiciones que Maqroll el Gaviero compartió (o heredó) de su creador fue la de impenitente lector. Esto se hizo evidente en sus Empresas y tribulaciones, ya fuera remontando el mirífico río Xurandó en búsqueda de unos aserraderos enterrados en la Amazonía, durante su periodo de proxeneta en Ciudad de Panamá en compañía de Ilona Grabowska, cuando se vio envuelto en un tráfico de armas entre La Plata y la Cuchilla del Tambo, o al sumergirse en las entrañas de una mina ubicada en los Andes, entre otros episodios que signaron su continuo deambular. De algunas de dichas lecturas dio cuenta su infatigable voz mediadora en el apéndice de Amirbar (“Las lecturas del Gaviero”). En él, además de rescatar algunos juicios de Maqroll sobre escritores de lengua francesa como Simenon, Céline y Balzac, se hace una referencia detallada de las ediciones de cuatro libros que por lo general acompañaron al Gaviero en sus casi siempre fallidas empresas: Mémoires du Cardinal de Retz (1719), Mémoires d´Outre-Tombe (1848) de René de Chateaubriand, Les guerres de Vendée (1912) de Émile Gabory y Mémoires et lettres (1865) del Principe de Ligne. Los títulos de estas obras podían sonar anacrónicos en manos de un viejo marino que agotaba sus pasos a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Pero adquirían otra connotación cuando dicho marino al ser interpelado por agentes de la Policía de Vancouver sobre su oficio respondió: “Yo soy un chuan extraviado en el siglo XX” (Amirbar). Esta identificación con los campesinos de Bretaña que tomaron partido por la Monarquía en el momento de la Revolución francesa, fue un anticipo, con sus debidos matices, de la respuesta que Mutis le dio al escritor español Carlos Fresneda en 1997: “Más de una vez me he definido como un medieval perdido en este siglo”. Diáfanos testimonios del malestar compartido por el escritor y su heterónimo frente al mundo en el que les correspondió habitar y en el cual la lectura les brindó, más que una línea de fuga, un mecanismo para resistir y ubicar en su debido lugar las pequeñas miserias de la vida cotidiana. A Mutis, como lo prueban las dos conferencias referidas, el ejercicio lector también le ofreció la posibilidad de nutrirse de determinadas propuestas formales y temáticas para concebir la propia. Pero también es posible que en algún momento lo hubiera asumido como su heterónimo, según el testimonio de la voz mediadora: “El Gaviero era […] un lector empedernido. Un incansable devorador de libros durante toda su vida. Éste era su único pasatiempo y no se entregaba a él por razones literarias sino por necesidad de entretener de algún modo el incansable ritmo de sus desplazamientos y la variada suerte de sus navegaciones” (Amirbar). Estas dos alternativas también siguen en pie, casi tres cuartos de siglo después para aquellas lectoras o aquellos lectores que nos atrevemos a cruzar de tarde en tarde el umbral de la Summa y/o de las Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero.